Separación
La versión posmoderna de 1984

País: Estados Unidos
Año: 2022
Guion: Mohamad el Masri, Dan Erickson, Andrew Colville
Creación: Dan Erickson
Título original: Severance
Género: Serie de TV, Ciencia ficción, Thriller, Intriga, Drama
Productora: Endeavor Content, Red Hour
Fotografía: Jessica Lee Gagné
Edición: Geoffrey Richman, Gershon Hinkson, Erica Freed Marker
Música: Theodore Shapiro
Reparto: Adam Scott, Patricia Arquette, John Turturro, Britt Lower, Zach Cherry, Christopher Walken, Tramell Tillman, Dichen Lachman, Jen Tullock, Marc Geller, Yul Vazquez, Mark Kenneth Smaltz, Nikki M. James

País: Estados Unidos
Año: 2022
Guion: Mohamad el Masri, Dan Erickson, Andrew Colville
Creación: Dan Erickson
Título original: Severance
Género: Serie de TV, Ciencia ficción, Thriller, Intriga, Drama
Productora: Endeavor Content, Red Hour
Fotografía: Jessica Lee Gagné
Edición: Geoffrey Richman, Gershon Hinkson, Erica Freed Marker
Música: Theodore Shapiro
Reparto: Adam Scott, Patricia Arquette, John Turturro, Britt Lower, Zach Cherry, Christopher Walken, Tramell Tillman, Dichen Lachman, Jen Tullock, Marc Geller, Yul Vazquez, Mark Kenneth Smaltz, Nikki M. James

La producción de Apple TV+, creada por Dan Erickson y protagonizada por Adam Scott y Patricia Arquette, utiliza el subgénero de la ciencia ficción distópica para crear una serie cargada de ideas provocativas y un cáustico comentario social.

Casi desde que existe el género de la ciencia ficción, los autores han experimentado sobre cómo la intersección entre avance tecnológico y transformaciones políticas podían generar nuevas formas de control social y opresión del individuo. Desde la afamada Metrópolis (Fritz Lang, 1927) en la que el director alemán plantea un futuro que sigue las líneas marxistas de la confrontación de la lucha de clases hasta grandes iconos del género como 1984, de George Orwell, donde el director reflexiona sobre el impacto psicológico de la opresión en gobiernos autoritarios en general y en el mundo soviético en particular, pasando por obras como Un mundo feliz, en la que Aldous Huxley reflexiona sobre los peligros de un sistema autoritario que logre imponerse no a base de la violencia o el miedo sino a través del placer hedonista y de la voluntad de los propios oprimidos. La reciente serie de Apple TV+, Separación (Dan Erickson, 2022) ofrece una visión de este tema adaptada al mundo contemporáneo que no podía llegar en un contexto más idóneo.

Separación se sitúa en un futuro muy cercano en el que Lumon, la mayor empresa tecnológica del mundo, ha desarrollado la tecnología de la separación, un microchip que, implantado en el cerebro de los trabajadores, permite disociar dos consciencias, la personal y la laboral, de modo que los empleados a los que se les implanta ven su personalidad dividida en dos, una que se está activada mientras están fuera de su trabajo y que por lo tanto impide que dichos empleados tengan ningún recuerdo de su entorno laboral y otro que se activa únicamente cuando están trabajando, de manera que durante su jornada laboral se olvidan de todo lo referente a su vida personal (incluso sus propios nombres). En este contexto, se nos cuenta la historia de Mark, un empleado de esta organización que, tras el despido de su mejor amigo del trabajo, comienza a cuestionarse las siniestras actividades de Lumon así como su opresivo y abusivo trato a sus empleados mientras que su yo exterior trata de desentrañar la verdad entorno a la muerte de un exempleado de dicha empresa y una serie de misterios que parecen apuntar directamente a la compañía donde trabaja.

El estudio de las formas de control psicológico de la población es uno de los pilares de la serie.

Sin duda, estamos ante una producción que le tira un gancho directo a la mandíbula a la cultura corporativa estadounidense, en donde las empresas han creado a través de la propaganda y las relaciones públicas toda una narrativa de valores y principios a su alrededor que no hacen sino enmascarar unos intereses mucho más oscuros. La hipocresía de Lumon como una compañía que se presenta como perfecta en el exterior cuando es despiadada en el interior y que fácilmente nos remite a la hipocresía de las grandes corporaciones del mundo real y a sus fluctuantes valores, desde poner los colores del arcoíris en sus redes sociales durante el orgullo gay mientras hacen negocios millonarios en países de Oriente Medio donde la homosexualdiad es perseguida hasta publicitar mensajes antiracistas mientras establecen talleres con mano de obra esclava en el tercer mundo para fabricar sus productos de forma más barata. La creación de este omnipotente antagonista no es fruto de una fantasía desbocada por parte de los guionistas, sino de su observación de la realidad que ya vivimos y su reflejo con un pequeño giro de ciencia ficción.

La serie que Dan Erickson plantea aborda temas que no son una novedad dentro del mundo de la ciencia ficción, como el uso de la tecnología con fines de control social, los riesgos de grandes corporaciones usando su poder sin ninguna traba legal o ética o la desintegración de la identidad individual como consecuencia del avance tecnológico (siendo de hecho estos aspectos clave del subgénero ciberpunk). No obstante, la originalidad de esta serie radica en cómo adapta estas inquietudes a las particularidades de la sociedad posmoderna, ya que nos encontramos con una empresa que consigue sus objetivos no a base de la imposición violenta de su autoridad, sino a través de la manipulación de la voluntad de los individuos para destruir su identidad y alienarnos en torno a los intereses de la corporación. En el caso de Lumon, no es que esta empresa imponga por la fuerza el implante del microchip sobre la población, sino que es la propia población (o al menos sus empleados) quien elige dicho implante, si bien su elección está condicionada por el acceso a la información, la propaganda corporativa y las psyops destinadas a crear la ilusión de una libre elección que hace al individuo pensar que está eligiendo algo por voluntad propia cuando en realidad se le está imponiendo una decisión que favorece de forma casi exclusiva a una determinada élite o a ciertos intereses corporativos (algo que podemos ver hoy en día en aspectos varios, desde el crecimiento de los modelos de subscripción hasta la presión para crear economías cashless sin dinero en efectivo).

La primera gran crítica social distópica del s. XXI, un icono cultural que será recordado durante muchos años tras su final.

Pero además de ser el sueño húmedo del Foro de Davos (los del ya famoso «en 2030 no tendrás nada y serás feliz»), el mundo que rodea a los protagonistas de esta serie recoge otra de las grandes inquietudes de nuestra era, y es la del colapso de valores como la libertad individual frente al crecimiento del poder autoritario blando. Ya hace años el escritor, polemista, intelectual y meme andante Slavoj Žižek señalaba los riesgos del poder blando (un poder que en lugar de imponer su autoridad mediante la fuerza recurre a la manipulación psicológica y a medios de corrección indirectos) y de cómo este es capaz de enmascarar estructuras de poder igual o incluso más opresivas que las relaciones de poder tradicionales al tiempo que desarticulan cualquier tipo de oposición gracias al control psicológico de las masas. Si bien en los útimos años figuras políticas como Donald Trump o Boris Johnson han ejemplificado el poder autoritario tradicional «duro», no es menos cierto que el alzamiento de una nueva generación de líderes aparentemente más dialogantes como Justin Trudeau o Emmanuel Macron ha significado un constatable retroceso de ciertas libertades democráticas (desde la suspensión del derecho a sanidad pública a parte de la ciudadanía o la implantación de medidas económicas que redujeron el estado del bienestar y el poder adquisitivo de las clases medias en Francia al uso de medidas coercitivas anticonstitucionales en Canadá como la confiscación de cuentas corrientes de manifestantes contrarios a la gestión del gobierno amparadas en un decreto de emergencia aprobado de forma legalmente cuestionable) que no solo se han saldado con un recorte objetivo de libertades civiles, sino con una incapacidad de articular cualquier tipo de oposición gracias a la habilidad de dichos gobernantes de usar la «autoridad suave» para convencer a la población que la pérdida de parte de sus derechos individuales es algo que les beneficia como ciudadanos. Separación lleva esta realidad a la pantalla usando el lugar de trabajo como metáfora ya que nos encontramos con una serie de individuos que aceptan la opresión por parte de la compañía gracias a que dicha opresión no es impuesta sobre ellos de manera directa o violenta, sino que se estimula a través de varios factores, desde el condicionamiento psicológico hasta el control de información y el aislamiento para evitar no ya que los empleados no actúen conforme a los intereses de la empresa, sino que incluso nunca lleguen a albergar pensamientos contrarios a la misma.

La serie critica duramente la cultura corporativa contemporánea.

Es aquí donde la serie establece mayores similitudes con la obra 1984, ya que se observa como el objetivo no es únicamente hacer que las personas que trabajan en Lumon hagan lo que se les ordenen, sino que a nivel interno quieran hacerlo. Al igual que lo que ocurría con Winston Smith, el objetivo no es meramente la obediencia, sino el control psicológico completo del individuo. En otras palabras, Lumon, al igual que el Gran Hermano con los habitantes del Superestado de Oceanía, no pretende imponer sus valores e intereses sobre sus subalternos sino hacer que estos los interioricen y se los impongan a sí mismos. Las diferencia entre la obra de Orwell y la serie, no obstante, radica en las técnicas que se emplean a tal fin. En el caso de Separación, vemos el uso de refuerzos positivos para aquellos empleados que mejor profesan su absoluta obediencia (desde atrapadedos y otros juguetes hasta comida rápida), cosas que al espectador le pueden parecer pueriles o absurdamente insgnificantes hasta que se tiene en cuenta que estamos ante gente que no conocen nada del mundo exterior (dado que su conciencia laboral se activa únicamente en el trabajo, lo que significa que las personalidades de los protagonistas tienen un desconocimiento absoluto del mundo real que se limita únicamente a lo que Lumon les cuenta). A esto ha de sumarse otro elemento fundamental de control mental, que no es otro que el control de la información: dada la absoluta ignorancia por parte de los trabajadores del mundo exterior, Lumon ha creado una cultura casi sectaria de amor y obediencia a la compañía y un culto que roza lo religioso hacia el fundador de la misma (y que, dejando a un lado paralelismos con figuras como Steve Jobs, nos recuerda más a una secta que a un lugar de trabajo) que se puede apreciar en hechos como que el único libro autorizado para la lectura de los trabajadores, el manual de la empresa, está escrito más como si se tratara de una biblia o un texto religioso que de una obra de carácter técnico y administrativo.

No obstante, para mantener su estructura de poder Lumon también recurre a la coerción violenta y al refuerzo negativo, usando medios de tortura psicológica para combatir a los empleados más díscolos (siendo aquí donde más cercanos son sus métodos a los de la novela de Orwell). Todos estos métodos, tanto el refuerzo positivo, como el negativo, como el control y la manipulación de toda la información que los empleados reciben del exterior (imponiendo una narrativa que poco tiene que ver con la realidad aprovechándose de que no existe forma material por parte de los receptores de adquirir otra información que la contradiga) remiten a la teoría del panóptico de Foucault, la cual se basa en usar el condicionamiento mental para lograr que sea el prisionero quien se convierta en su propio carcelero. La serie captura esto a la perfección, mostrando cómo, cuando las situaciones siniestras comienzan a reproducirse en la compañía, los empleados se ven a sí mismos rechazando cualquier tipo de acción o incluso pensamiento que atente contra los principios e intereses de la compañía. Si bien Lumon tiene implantado un sólido sistema de vigilancia (desde cámaras hasta escáneres que vigilan a los empleados en todo momento eliminando cualquier posible tipo de privacidad) el mayor sistema de vigilancia sobre los empleados de la compañía es la vigilancia que los empleados hacen de sí mismos.

Separación cuenta con un reparto excelente que ofrece intepretaciones impecables.

La dirección, siempre claustrofóbica, y el diseño de arte, el cual nos presenta unas oficinas de estilo retro en las que no hay ventanas ni apenas mobiliario, contribuye a acentuar todas estas intenciones narrativas de generar en el espectador una constante sensación de opresión. A todo esto ha de añadirse unas actuaciones absolutamente excelentes por parte de todo el reparto, desde un Adam Scott totalmente brillante que logra llenar de matices a su personaje hasta la pareja formada por dos veteranos de la interpretación como John Turturro y Christopher Walken, que a pesar de encarnar a personajes relativamente menores, logran robar el foco de atención con sus portentosas actuaciones. Tampoco podemos dejarnos en el tintero a una excelente Patricia Arquette, la cual interpreta a Harmony, la malvada jefa de Mark y que dota a su personaje antagonista de una absorbente oscuridad. Vemos por lo tanto una serie que, en lugar de luchar con sus limitaciones (la mayoría impuestas por la propia premisa de la historia, y que incluyen un reparto limitado, localizaciones en su mayor parte interiores, un ritmo pausado, etc.), sabe usarlas a su favor para crear una experiencia narrativa única que destaca por su excelencia artística sobre casi toda la producción televisiva actual a pesar de su relativamente modesto presupuesto.

Pero la serie no se limita a quedarse en una sátira social, sino que también sabe como hacer un estudio de sus personajes en profundidad. Así, vemos a nuestro protagonista, Mark, recurriendo a este trabajo para librarse durante ocho horas al día del doloroso recuerdo de su difunta esposa, aprovechando unas pocas pinceladas para dotar a su personaje principal de una humanidad que hará imposible no empatizar con el. Algo similar puede decirse de todos sus compañeros de trabajo, desde Irving, el viejo obsesionado con seguir las normas que en su trabajo descubre aspectos sobre la sexualidad de su yo exterior que le son totalmente desconocidos a su yo laboral, hasta Dylan, el alegre empleado modélico que acepta las condiciones impuestas mientras fantasea sobre la realidad del mundo exterior. Pero es especialmente interesante el personaje de Helly, la nueva empleada que, asustada ante las condiciones en Lumon, trata de escapar de la compañía. Es en los pequeños detalles donde las excelentemente construidas personalidades de los diferentes personajes encuentran espacio para brillar y darles un aroma único que evita su encasillamiento y dota de frescura al conjunto de la serie.

Es precisamente a través de estos personajes donde la serie encuentra la forma de tocar otro de sus grandes temas: la construcción de la identidad. No es novedad que la ciencia ficción toque la cuestión de la identidad individual y cómo esta entra en conflicto con el avance tecnológico, siendo esto algo visto tanto en películas como Matrix (Lilly Wachowski, Lana Wachowski, 1999), en la cual el personaje principal tiene su consciencia atrapada en una simulación, como en videojuegos, como Cyberpunk 2077, en el que el protagonista, tras implantarse un microchip, ve como su conciencia es paulatinamente suplantada por la copia digital de la personalidad de otro individuo. En Separación, este tema se aborda desde la partición de la mente de los protagonistas en dos personalidades diferentes, una de las cuales existe exclusivamente fuera del lugar de trabajo y otro dentro. Esta bifurcación de la identidad del individuo permite a los guionistas explorar temas como la percepción y el impacto de la misma en el desarrollo de la personalidad individual. Si tenemos en cuenta que la versión laboral de la mente de los protagonistas existe únicamente en el trabajo, estamos ante individuos que desconocen por completo el mundo exterior, y todo su mundo (y su conocimiento de sí mismos) se limita al contexto del trabajo, lo cual da pie a que se construyan personalidades que en ocasiones son totalmente diferentes a las de su yo en el mundo real, invitando a una interesante reflexión sobre el proceso de creación de la propia identidad.

Vemos en Separación un diseño de producción que encaja a la perfección con el guion, presentando un ambiente claustrofóbico y opresivo.

Esto, además, también abre la puerta a otro tema relacionado con el aspecto ético de nuestra relación con nuestros iguales. Dado que en la práctica la personalidad de los protagonistas está dividida en dos, la serie plantea cómo mientras que la personalidad que vive en el mundo real goza de los beneficios laborales de trabajar para Lumon (un buen sueldo, prestigio social, una vida cómoda, etc.), la personalidad atrapada en el mundo laboral se encuentra en una situación de semiesclavitud y opresión constante sin disfrutar ninguno de los beneficios pero llevando toda la carga del trabajo. En varias ocasiones vemos cómo las personalidades laborales se rebelan contra sus yo exteriores y tratan de pedirles que dimitan, únicamente para recibir la negativa de estos, los cuales no quieren perder los beneficios de ser empleados de Lumon incluso si ello implica obligar a sus personalidades laborales a vivir en terribles condiciones. Es aquí evidente la intención de la serie de hacernos reflexionar a través del antagonismo de los empleados de Lumon hacia sí mismos (o mejor dicho, hacia su alter ego laboral), sobre nuestros límites éticos y la forma en que los miembros de la sociedad estamos dispuestos a convivir y aceptar el sufrimiento de nuestros semejantes a cambio de conservar nuestro propio confort (cosa que se refleja en la sociedad actual en la disposición de gran parte de la población de consumir productos manufacturados en países del tercer mundo o servicios baratos realizados por trabajadores altamente precarizados y poco remunerados a sabiendas del coste humano que tiene en otros nuestro confort).

Todos los temas de esta serie confluyen en un leitmotiv narrativo que empapa cada minuto de esta producción y que no es otro que el estudio del individuo ante el aplastante vacío de la sociedad posmoderna. Los personajes que Separación nos presenta son individuos absolutamente infantilizados, condicionados para ser esclavos tanto físicos como mentales de Lumon y a los que se les ha extirpado (por medio del control psicológico, la manipulación de la información, la imposición de narrativas, etc.) cualquier capacidad de pensamiento crítico y existen como una metáfora del ciudadano posmoderno, un sujeto que ha sido aislado de todos los nexos familiares y estructuras sociales que le permitían construir una identidad propia y que vive absolutamente idiotizado por una sociedad de consumo vacía, una cultura estéril y un entretenimiento infantilizante, siendo incapaz de generar ideas, pensamientos u opiniones por sí mismo y estando en su lugar a expensas de la siguiente dosis de sucedáneo de información que le proporcionen unos medios de comunicación de masas profundamente embrutecedores, transformándose por lo tanto en un ser humano que no únicamente ha puesto al servicio del sistema su cuerpo, sino también su mente y su alma. Es aquí donde Separación recoge el legado de las ya antes mencionadas novelas y películas del s.  XX (desde Metrópolis hasta 1984) y brilla como la primera gran crítica social distópica del s. XXI. Es todavía pronto para tratar de descubrir hacia dónde ira esta magnífica serie en sus próximas temporadas, pero sin duda se puede decir que estamos no solo ante una gran serie, sino ante un icono cultural que será recordado durante muchos años tras su final.

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