Durante buena parte de la historia, el cine de ciencia ficción se ha enfrentado a un injusto estigma. La primera gran película de ciencia ficción de la historia, Metrópolis (Fritz Lang, 1927), fue una obra maestra que uso el contexto de una sociedad futurista para estudiar la condición humana con una profundidad inédita en el cine hasta entonces. Sin embargo, debido a factores como el éxito del cine de serie b en los años cincuenta y el hambre de las productoras por crear películas con mucho espectáculo y poca sustancia, el género se llenó de obras infantiloides que no eran más que un mísero reflejo del potencial de un género que la industria (y buena parte de la crítica) se negaba a tomar en serio. Desde entonces, han sido muchas las películas que han luchado contra este prejuicio para darle a la ciencia ficción la dignidad que como género se merece. Y casi un siglo después, llega a las pantallas de todo el mundo una película de ciencia ficción que cuenta una historia enorme y a la vez pequeña, épica pero íntima, y, lo más importante, que nunca habría sido posible en otro género: Dune: Parte Dos (Denis Villeneuve, 2024).
La segunda parte de esta saga comienza donde termina la primera, con Paul Atreides uniéndose a los fremen, los habitantes de Arrakis, para liderar una revuelta contra la casa de Harkonen y el emperador Padishah, teniendo que elegir entre aprovecharse de las profecías de los fremen o arriesgarse a iniciar una guerra santa a nivel interplanetario. Con estos ingredientes, y siendo más fiel al material original de lo que le permitieron serlo a Lynch en su versión, Villeneuve cuenta una historia épica que funciona a varios niveles diferentes.
En primer lugar, y aunque pueda parecer superficial, es imprescindible hablar del aspecto estético y estilístico de la película. Hace aproximadamente un par de años, cuando se estrenó la serie El señor de los anillos: Los anillos de poder (Patrick McKay, John D. Payne, 2022), muchas voces comentaron cómo, a pesar de sus evidentes fallos narrativos, la serie era visualmente excelente. Yo, sin embargo, siempre negué esa afirmación. Sin duda, la serie tenía un aspecto visual caro, en el que se veía que se había gastado dinero, pero eso no hacía que fuese visualmente excelente puesto que el valor de lo visual radica en lo bien que sea capaz de contar la historia. Dune: Parte Dos es el ejemplo de libro de película con un excelente apartado visual y estético no ya porque sea visualmente interesante, sino porque el lenguaje visual se pone al servicio de la historia para potenciarla. No se trata solo de poner cosas muy vistosas en pantalla (eso cualquiera lo puede hacer con dinero) sino de lograr que esas cosas vistosas se articulen dentro de una poética e impulsen los estados de ánimo y las emociones que la película persigue. Eso es lo que el dinero no puede comprar y lo que solo se consigue con talento, y a Villeneuve el talento le sobra.
Por poner un ejemplo, cualquiera que esté familiarizado con la tecnología CGI sabe que una de las cosas más complicadas de lograr son las explosiones (y cualquier cosa que tenga que ver con fuego) debido a las particularidades de la luz emitida por las llamas. Esta es la razón por la que directores como Nolan o Mendes siempre apuestan por explosiones reales en set. Bien, Dune: Parte Dos tiene, sin duda, el mejor fuego hecho por CGI de la historia del cine, logrando que las luz de las explosiones se comporte de forma realista incluso cuando dichas explosiones se ven, por ejemplo, a través de telas u otros materiales traslúcidos o semitransparentes. Esto puede parecer una cosa nimia, pero que la película logre la absoluta perfección visual (con toda la inversión de tiempo y dinero que eso conlleva) incluso con un detalle tan insignificante es una muestra de la filosofía con la que se ha rodado. Evidentemente, esta perfección se repite allá donde se mire. Los efectos digitales están integrados con la realidad de una forma tan minuciosa que es imposible darse cuenta de cuando terminan unos y empiezan otros. La decisión del director de rodar en localizaciones reales (en particular el desierto) logra darle a la película una textura y un realismo que la separa de la inmensa mayoría de obras del género actuales.
Pero de nada sirve una superficie maravillosa si el interior no es igual de excelente. Si bien lo que voy a decir puede parecer una obviedad, la obra de Frank Herbert es difícil de adaptar al cine debido a los matices y la complejidad inherente a la misma. El libro de Dune fue escrito en los años sesenta, es decir, en el contexto de los procesos de emancipación de las colonias y el alzamiento del tercer mundo (que recordemos, englobaba a ese tercer mundo que no era parte de los dos bloques existentes, el capitalista y el comunista) pero también en el momento en que los gobiernos de estos recién independizados países son ocupados por dictadores, muchas veces en el contexto de revoluciones sangrientas. Es por ello que, en el marco de la ciencia ficción, la obra de Herbert adapta esta realidad mostrando tanto la cara como la cruz. Por un lado, la lucha de un pueblo por la liberación; por otra, su transformación de esta lucha en una cruzada sangrienta y en último término en una nueva tiranía. Para Herbert, cosas como la guerra o la tiranía no son consecuencia de estructuras políticas como el colonialismo o los gobiernos teocráticos, sino una constante universal de la naturaleza humana.
Hoy en día, quizá a consecuencia de la falta de talento de muchos directores y directoras contemporáneos para transmitir ideas a través de la narrativa, se han popularizado las películas que se ven obligadas a explicar de forma explícita (en ocasiones incluso tirando de monólogo hollywoodiense) sus temas e ideas al espectador. Afortunadamente, Villeneuve tiene demasiado talento como para permitirse hacer algo así y en su lugar usa la historia para, plano a plano, diseccionar la visión original del autor de una sociedad teocrática y tradicionalista imponiéndose sobre otra sociedad moderna y altamente desarrollada desde el punto de vista tecnológico, sobre temas como el fanatismo y el fundamentalismo religioso o el uso de la religión como herramienta de control social. Tal y como comentamos en nuestro artículo sobre neofeudalismo, el retorno a sociedades preindustriales tiene lugar en la ciencia ficción precisamente como reacción a los peligros del avance tecnológico, y precisamente esa es la historia que cuenta Dune: Parte Dos: una sociedad altamente tecnológica que usa esa tecnología para imponer un gobierno despótico y su caída ante una ideología más tradicionalista, demostrando que el éxito de una determinada sociedad sobre otra no tiene tanto que ver con su desarrollo técnico, sino con su compatibilidad y adaptabilidad a la realidad de sus circunstancias materiales.
De una forma no demasiado diferente a lo que podemos encontrar en la saga de El señor de los anillos en el contexto de la fantasía, dentro del género de la ciencia ficción Dune plantea un elogio (si bien crítico en ocasiones) hacia estas sociedades tradicionales frente al avance tecnológico e industrial (no hemos de olvidar que la obra original de Herbert se hizo en la época en que los sectores políticos conservadores de occidente tenían una buena relación con, e incluso cierta admiración hacia, el mundo islámico y era por otro lado la izquierda la que era más hostil a estas sociedades, algo que solo empezaría a cambiar con la caída del bloque soviético y de forma más tardía con el 11S). La confrontación entre una sociedad con valores tradicionalistas y altamente religiosa frente a una sociedad atea y altamente tecnológica se salda con una victoria de la primera sobre la segunda que, sin embargo, no está exento de crítica, en este caso, hacia como el uso de las creencias religiosas puede llevar al fanatismo (y a la larga terminar generando problemas similares a los que combatió inicialmente).
Pero Dune: Parte Dos es una película que pertenece esencialmente a sus personajes, que se ven explorados más que en la primera parte. Destaca en este sentido Paul Atreides, que se nos presenta en esta cinta como un personaje complejo, con luces y sombras, y cuya lucha contra los harkonen no hace sino servir de marco a otra lucha interior mucho más importante: la de Paul Atreides contra sí mismo, la de luchar para no convertirse en el tirano que parece estar condenado a ser. En todo momento la película se preocupa de darle a su protagonista un rico mundo interior y en mostrar el fino equilibrio entre luz y oscuridad que lleva dentro. No es menor la atención que la obra dedica a sus personajes secundarios, todos ellos escritos de una forma tridimensional y compleja que hace que el universo que se nos muestra se sienta realista.
Villeneuve nos regala una película que da un puñetazo sobre la mesa y nos muestra a todos cómo la ciencia ficción puede ser un género tan serio, adulto y complejo como el que más.
Es un acierto por parte del director el de focalizar la historia entre la relación entre Paul y Chani, usando la narrativa sobre épicos combates espaciales como como telón e fondo para, en su lugar, contarnos una emotiva y madura historia de amor con dos personajes muy profundos y bien escritos. Una historia que podía parecernos extremadamente ajena se termina sintiendo enormemente cercana gracias a la atención que se pone a este aspecto de la trama, que casi como una tragedia griega, mezcla una narración épica de tintes casi legendarios con personajes con emociones y psicología profundamente humanas. Mención especial merecen, por otro lado, los antagonistas de la película, que a pesar de estar en pantalla relativamente poco tiempo, están notablemente bien perfilados, sin caer en retratos caricaturescos o manidos.
Pero el verdadero protagonista de esta película es, sin duda, el propio Villeneuve. El director canadiense tiene un estilo al que ya estamos acostumbrados, una edición de cadencia pausada pero no lenta, acompañada de una puesta en escena que se caracteriza por planos algo más largos de lo habitual en el cine actual y diseñados de forma minimalista pero visualmente impactantes gracias a su composición. Dune: Parte Dos lleva este estilo al máximo, demostrando ser la clase de película hecha por un director con confianza absoluta tanto en la historia que está contando como en su forma de contarla. Y el resultado es excelente: una obra que, sin ser lenta, se se toma su tiempo para darle a la historia toda la seriedad que requiere. Es de destacar que incluso en una película que cuenta una historia tan grande que implica batallas espaciales, el conflicto personal, lo íntimo, no solo tenga un espacio, sino que sea una de las piezas clave de la película. Es precisamente el equilibrio, la convivencia entre la dimensión épica de la película y su aspecto más humano lo que hace que Dune: Parte Dos brille con luz propia.
Todo esto no exime a la película de tener ciertos aspectos negativos. Sin negar su talento como actor, Timothée Chalamet demuestra tener un registro algo limitado que no siempre alcanza hasta donde el rol de Paul Atreides demanda, y por momentos casi parece como si el personaje estuviera escrito para adaptarse a sus limitaciones. Sin ser mala, su actuación termina siendo el eslabón más débil de la película, haciendo que uno piense que ojalá (por poner un nombre) Oscar Isaac fuera quince años más joven para poder interpretar este rol. Afortunadamente el resto del elenco compensa esto estando a un nivel excepcional, siendo sorprendente una Zendaya que se aleja de sus papeles habituales para dar una interpretación inesperadamente buena.
Como si de una ópera o una narración mitológica se tratara, Dune: Parte Dos nos cuenta una historia épica, enorme, espectacular, llena de explosiones, batallas y efectos especiales, pero a la vez desde una perspectiva humana, sin olvidarse nunca de lo que realmente importa: los personajes, los temas y la historia. Pero ante todo, Villeneuve nos regala una película que da un puñetazo sobre la mesa y nos muestra a todos cómo la ciencia ficción puede ser un género tan serio, adulto y complejo como el que más. Tal vez Paul Muad’Dib Usul no sea el elegido para liberar Dune, pero desde luego Villeneuve si ha resultado ser el director elegido para adaptarla a la pantalla tal y como esta historia se merece.