Revista Cintilatio
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La niña de luto (1964) | Crítica

El montaje y los actores no profesionales
La niña de luto, de Manuel Summers
Ponemos en valor el segundo largometraje de Manuel Summers, cineasta quizá inventor de la famosa cámara oculta que más tarde popularizaría la televisión, y que en un corto espacio de tiempo estrenó gran cantidad de películas.
Por Daniel González Irala | 27 marzo, 2024 | Tiempo de lectura: 5 minutos

Gracias al documental rodado por el historiador del cine e investigador Miguel Olid, Summers el rebelde, tenemos mucho más material para hablar de este director de cine sevillano convertido en clásico para unos, y algo denostado por otros. Controvertido, tierno, sagaz, vitriólico fue considerado por muchos como afín al régimen franquista, lo que sin duda hoy le haría revolverse en su tumba, dado que sufrió más censura que muchos auteurs paniaguados que vivieron siempre, además de la subvención, de cortes en el metraje final mucho menores. Así lo han confesado no solo críticos como Sanchis Guarner, sino también directores coetáneos como Basilio Martín Patino1.

Este segundo largometraje de Summers, importante para nosotros por razones familiares, se concibe en origen a partir de la escritura y preproducción de su primera película, Del rosa… al amarillo (1963), que conquistó la Concha de Plata del Festival de San Sebastián. Quien la recuerde, se dará cuenta de que en ella se habla del amor entre dos infantes en una primera parte, y del de dos personas mayores ya en la residencia, en la segunda. Pero no será hasta que estrene la que nos ocupa, hasta que no narre el amor, en este caso en forma de bolero cantado hace aún más años por Antonio Molina, que no cierre un ciclo. Al parecer, además Manuel tuvo un hermano que vivió, o más bien sufrió una historia de amor parecida, si no muy semejante a la que aquí puebla la trama principal. Este hermano ignoramos si fue el mismo Francisco que aparece en los créditos como uno de los guionistas, y entre quienes también estaba Pilar Miró, además de como auxiliar de dirección.

María José Alfonso y Alfredo Landa en una captura de la película.

El filme está rodado en el pueblo onubense donde la familia Summers pasaba los veranos y en él se da debida cuenta de cómo una adolescente llamada Rocío se pasa de luto toda la película por la muerte de algún familiar, todos ellos cercanos (primero, su anciana abuela, a la que sigue su abuelo —por comer demasiados pasteles— y por último su propio padre, que sufre de cojera crónica y no sabe hacerse el nudo americano de su corbata). Mientras, Rafael el practicante o ATS —como antes se llamaban— de la localidad intenta concertar con ella encuentros furtivos que cada vez son más breves, entrecortados por el runrún de los comentarios que bullen y acaban convirtiendo la olla a presión de estos ambientes en un sopicaldo esparcido por sus calles con el que no conviene seguir conviviendo. En este sentido, la película está trufada, como casi todas las suyas, de hallazgos de humor negro que aparecen bien en forma de viñetas que ilustran los cuchicheos de los viejos lugareños, bien de secuencias con niños como esa que contempla Rafael desde el parque anexo a la iglesia y donde vemos cómo un niño sale con su madre a la escalinata de la parroquia a mear. El grado sumo de este tipo de humor heredero de las colaboraciones de su amigo Chumy Chúmez en Hermano Lobo y otras publicaciones satíricas, lo encontramos en la del cortejo fúnebre al abuelo, que tras pasar por la travesía que llega al pueblo, se cruza con una carrera ciclista en que los observadores del otro lado de la carretera tiran cubos de agua a los deportistas. Según David Summers, hijo del cineasta y líder del grupo musical Hombres G, este tipo de bromas dejaron de tener la misma gracia desde el 12 de junio de 1993, fecha en que su amado padre desapareció debido a un cáncer de colon.

A pesar de que sus bromas anticlericales, es curioso que no le llevasen a la cárcel en el cine, sí que le supusieron en desagravio, el pago de alguna multa como humorista gráfico. En concreto, la película que nos ocupa fue nominada a la Palma de Oro en Cannes en el año 1964, si bien no era Summers un realizador que huyese de lo comercial: Del rosa… al amarillo conquistó el premio al mejor guion y el Antonio Barbero el mismo 1963, premios otorgados por el Círculo de Escritores Cinematográficos de la época, a los que seguirían en 1969 y 1973 los de Urtain, el rey de la selva… o así (1969) y El niño es nuestro (1973), siendo igualmente afortunada su aventura rodada e ideada en Estados Unidos: Ángeles gordos (1982), exclusivamente en la dirección. Mención aparte merece el premio obtenido en la hoy Seminci de Valladolid para el documental Juguetes rotos (1966) que, a pesar de su gran calidad técnica y artística, supuso un descalabro comercial. Y es que alguien que rueda veinte largometrajes en menos de treinta años, y que para colmo tiene orígenes por aquella época provincianos, es que al menos —ya no hablamos de talento— tiene historias que contar, además de huir siempre de los mismos temas. También debemos decir que a pesar de codearse con algunos directores más afines al destape una vez acabada la dictadura, lo cierto es que entre estas veinte películas no se encuentran ni los dos cortometrajes por los que se graduó en la Escuela Oficial de Cine de Madrid, ni su participación a finales de su carrera en Locos por el cine, una serie de humor en la que también colaboró con Antonio Mingote, lo que quizá explique tantas y tantas opiniones contrapuestas.

Volviendo a La niña de luto debemos decir que es la única película producida por él mismo, y donde no solo el cuadro actoral profesional y amateur es particularmente destacable (Summers hace posible que el rodar con niños resulte fácil, algo contrario a los presupuestos más hitchcockianos), sino sobre todo la música, una tarea ímproba de coordinación realizada por Antonio Pérez Olea de viejos temas propios de verbenas y fiestas de pueblo que no desentonan en nada con Dos cruces, la canción de la película a pesar del tono lapidario que para la historia o guion tiene. A su vez, la fotografía de Francisco Fraile que sin duda Luis García Berlanga hubiera filmado quizá en blanco y negro, aquí resplandece en los momentos álgidos, y sabe mostrarse en carne viva en los cruentos, gracias como decíamos también a la labor en montaje de Pedro del Rey.


  1. Prieto, C. (2024, 21 enero). “Dicen que soy un prostituto, que me vendí”. Manuel Summers y los juguetes rotos del cine español. elconfidencial.com. https://www.elconfidencial.com/cultura/2024-01-21/me-vendi-manuel-summers-juguetes-rotos-cine-espanol_3813439/[]