Civil War
Si hay un abismo delante, hacia allí iremos

País: Estados Unidos
Año: 2024
Dirección: Alex Garland
Guion: Alex Garland
Título original: Civil War
Género: Acción. Bélico. Drama. Thriller
Productora: A24, DNA Films, IPR.VC.
Fotografía: Rob Hardy
Edición: Jake Roberts
Música: Geoff Barrow, Ben Salisbury
Reparto: Kirsten Dunst, Wagner Moura, Cailee Spaeny, Stephen Henderson
Duración: 109 minutos

País: Estados Unidos
Año: 2024
Dirección: Alex Garland
Guion: Alex Garland
Título original: Civil War
Género: Acción. Bélico. Drama. Thriller
Productora: A24, DNA Films, IPR.VC.
Fotografía: Rob Hardy
Edición: Jake Roberts
Música: Geoff Barrow, Ben Salisbury
Reparto: Kirsten Dunst, Wagner Moura, Cailee Spaeny, Stephen Henderson
Duración: 109 minutos

El británico Alex Garland imagina una hipotética gran guerra civil en Estados Unidos en la que el ser humano se autodestruye. Y compone un gran filme en el que hay poesía, tensión, desesperanza, caos y una mirada serena y sombría sobre nuestra naturaleza.

Qué complicado es, a veces, escribir crítica de cine. Quizá uno podría pensar que, con el paso de los años dedicado al oficio, con el paso de los millares de filmes y el estudio continuado de todo lo que tiene que ver con el análisis de la imagen en movimiento y el sonido, se podría garantizar un mínimo de entereza. De seguridad. La verdad es que, y espero me permita el lector esta introducción en primera persona tan marciana y anticlimática, tengo la sensación de que cuanto más sé de cine, más me cuesta dar con la voz crítica clave y certera. Por muy contradictorio que parezca. Los cuestionamientos parecen ser casi infinitos, el argumentario parece estar tan expandido por esas millones de horas de contemplación fílmica y estudio que no puedo más que hacerme una terrible pregunta: ¿digo lo que digo por convicción o por elección? ¿Hasta qué punto hay interferencias de lo extraño o lo no medible dentro del sistema de codificación que con tanto esfuerzo he ido construyendo en estos últimos veinte años de escritura? Estos días, saliendo de la sala de cine tras haber asistido a Civil War (2024), lo último del británico Alex Garland, todos estos interrogantes se me apelotonaban en la mente. ¿Por qué? Porque me sorprendí a mí mismo escribiendo la crítica en mi cabeza mientras caminaba y debatía junto a mi compañera de batallas, como tantas veces he hecho y haré. Pero esta vez los argumentos me salían disparados en todas direcciones: lo mismo daba con tres o cuatro seguidos que la elevaban al altar, que con los mismos dándole caña de forma inclemente. ¿Tenía esto más que ver conmigo que con la película? ¿Es la crítica de cine un ejercicio libre de interferencias electivas? ¿Es este mismo cuestionamiento una señal de que rechazo cualquier intromisión personal que vaya más allá de lo netamente cinematográfico? Si el lector no ha huido despavorido llegado este punto crítico-filosófico, creo que podrá aguantar lo que sigue. Hablemos de Civil War.

En una sola frase, la premisa es muy potente: Estados Unidos ha caído presa de una guerra civil, una que podríamos considerar una segunda guerra de Secesión que enfrenta a nuevas versiones de los confederados y los unionistas en un conflicto que ha dejado el país sumido en el caos, la miseria, la muerte y la destrucción. Una guerra, a fin de cuentas1. La acción sigue a unos reporteros de guerra que han de atravesar el territorio diezmado en el ejercicio de su trabajo. Lo primero que llama la atención de la propuesta de Garland es que todo el contexto político que supuestamente ha provocado este conflicto armado está omitido. Y además, acertadamente. No existen motivaciones patentes, no hay grandes discursos, no hay propaganda, no hay personajes vendiendo humo ni tratando de llevar a su terreno una ideología, no hay piruetas intelectuales que traten de justificar la barbarie en ningún sentido. La realidad que vive detrás de Civil War es aterradora, porque como espectadores nos podemos dar cuenta con relativa facilidad de que necesitamos muy poco para lanzarnos a las armas y hacer del mundo un yermo baldío. Quizá es que no estamos tan lejos de escenarios como este, como el de Mad Max mismo, y cuando se nos expone de una manera tan abierta, tan lejos de la palabrería bélica habitual, es cuando realmente se nos encoge el alma. Porque Garland no tiene ningún interés en desarrollar nada más que una consecuencia a la que se puede llegar desde infinidad de caminos. Puede que, incluso, estemos ya en uno de esos caminos.

Tiene poco que envidiarle a cualquier gran survival. Ninguna de sus posibles flaquezas podrán frenar el corazón palpitante, la rabia irrefrenable que dormita dentro de ella.

Claro que prometía yo al lector algo de contradicción por mi parte, y aquí llego con ella: los personajes. Acompañamos a un pequeño grupo, integrado en su parte más nuclear por la curtida en mil batallas Lee, en la piel de Kirsten Dunst; la aprendiz y temeraria Jessie, a la que da vida Cailee Spaeny; y el cínico y visceral Joel, interpretado por Wagner Moura. Sus motivaciones, su pasado, o su perspectiva de futuro están, como todo en este filme, más o menos inexplicado. Si eso es algo positivo o no, creo que podría ofrecer algunas dudas. Por un lado, cabría el argumento de que el aspecto psicológico de un personaje es de vital trascendencia para que sea interpretado en la totalidad de la obra y le dé forma de algún modo, modelando «su» realidad hasta que encaje en el mundo propuesto. Y me parece inevitable cuestionar este aspecto, sobre todo, en el personaje de Dunst. La actriz, que por otra parte hace un trabajo extraordinario, parece estar a veces constreñida por el esbozo de su Lee, hasta el punto de que no es descabellado pensar que Garland la construyó casi como un icono, como un personaje-símbolo que ha de ser interpretado desde lo que parece significar, lo que parece querer decir, o lo que parece proponer. No por cómo es, o cómo actúa, sino por cómo se desarrolla y transita su arco, su viaje del héroe, no siempre coherente o asumible dentro del sistema que construye Civil War. Tampoco la hermosa creación de Cailee Spaeny, tan inocente como alocada, parece evolucionar con particular congruencia. Pero la pregunta crítica que me hago, y propongo al lector que haga lo mismo, es la siguiente: ¿importa esto realmente en lo que «es» y lo que pretende ser Civil War? ¿Necesitamos acaso un tránsito individual e interpersonal que sea psicológicamente estable para admirar la fuerza interior de una película como esta? No lo creo. Me niego, por supuesto, a no dejar constancia de estos pensamientos en un texto crítico, pero la realidad es que no creo que el arte necesite siempre pasar por nuestros tics de comprobación. A veces, imagino, será suficiente con que al mirarlo desde lejos, entrecerrando los ojos y activando el recuerdo, lo que aparezca sea una imagen clara, potente y firme. Todo lo demás podría no ser más que un intento desesperado de ponerle puertas al campo. Por supuesto, la construcción de personajes, en este caso los de Lee y Jessie, es un elemento central en cualquier obra narrativa, pero puede que sea posible aceptar que lo que vemos y oímos se queda corto en relación a su propia totalidad. Y esa es la razón por la que no me he sentado a escribir esta crítica hasta que pasaron dos días desde que salí por la puerta de la sala: Civil War tiene pese a todo grandes personajes, grandes intérpretes trabajando en ellos y geniales trabajos de composición; Dunst y Spaeny brillan con una luz parpadeante que no es fácil de ver si te coge pestañeando. Pero al cabo de los días, uno las recuerda como si fueran amigas, queridas compañeras que han tenido que caminar por un mundo oscuro. La una tan cansada y tan decidida a salvarse a sí misma, la otra tan viva y tan decidida a convertirse en algo más.

Porque Alex Garland es un director interesante, siempre tratando de proponer algo estimulante, aunque no siempre logró que su obra fuese bien comprendida. Por ejemplo, y antes de esta Civil War, sus dos últimos largometrajes, Aniquilación (2018) y Men (2022), han pasado mucho más desapercibidos en términos de valoración de lo que deberían. Estoy convencido, por un lado, de que Aniquilación es una película imponente. Tan delicada en su concepción como arriesgada en su forma, tan llena de significados y oscuridades que jamás me atrevería a buscarlos ni mucho menos exponerlos. El británico parece estar lleno de poesía oscura, decadente, nihilista hasta la autodestrucción, y deja poco a la esperanza en una obra estrepitosa, tan absorbente que nubla a veces el juicio. Del diseño de sonido, sobrecogedor, a la imagen-lisérgica que contrapone su mundo alucinado con nuestra propia destrucción hay apenas un paso. Un paso que podríamos definir como suicida. ¿Quién sino Garland se habría lanzado a las garras de la crítica con semejante desparpajo, arriesgándose a ser tildado de todo tipo de epítetos que podrían empezar por «pretencioso» y acabar por «inútil» dejando en medio toda una plétora de injurias? Por otro lado, no me tiembla tampoco el pulso a la hora de elevar Men mucho más alto de lo que se suele proferir. Un filme que nos lleva de lo simbólico al más penetrante body horror, que explora la psicología de su personaje principal, que crea un estudio sobre la mente y casi el inconsciente colectivo jungiano con ánimo autodestructivo. Formalmente abrasadora, recuerdo estar sentado en el pase de prensa a su paso por la Quinzaine en Cannes y descubrir con asombro cómo las reacciones a su visionado entre los asistentes eran de todo tipo menos buenas. Incluso con la extraordinaria Devs, su miniserie de 2020, no parece haber conseguido llegar al público de manera cómoda. Quizá todo se deba a que el tipo hace lo que le da la gana, aunque parece que en Civil War lo ha vuelto a hacer y a los que admirábamos abiertamente su obra anterior nos puede haber cogido un poco con el pie cambiado en estos aspectos que con tanto gasto energético intento dejar en negro sobre blanco en este esforzado ensayo. Tal vez porque aquí ha depurado su punto de vista, se ha alejado de sus denodadas metáforas inatacables y se ha propuesto pegar el gran golpe en la mesa. Dar cuenta de este mundo tendente al colapso obra y gracia del ser humano, el racismo, la mancha indeleble de la xenofobia y los fundamentalismos; del propio Capital como monstruo sin rostro que lo engulle todo. Y entregarlo bajo la forma de un filme que llama mal al mal venga de donde venga. No a Estados Unidos, no a Europa, no al cómputo global de América. Sino a todos aquellos que ponen por delante cuatro intereses trasnochados solo para satisfacción de su flagrante egoísmo, desde sus posiciones de poder logradas con sangre y vísceras. Con Civil War, Garland da con el aparato formal necesario, con el punto de vista exacto (qué mejor que unas reporteras de guerra que atestiguan sin intervenir, profesión a la que tiende una mano reivindicativa) y con la densidad argumental justa para elaborar una obra no incontestable, pero sí tan viva como la que más y crujiente como pocas.

Es así que el desarrollo del filme expone una tensión imposible de ignorar. Uno podría decir que la estructura road movie trufada de set pieces conectadas por una carretera está poco inspirada, o muy usada, y algo de razón tendría. Pero es que cuando esas set pieces tienen el empaque, la consistencia, la fuerza expresiva o mismo la trascendencia poética de las que construye aquí Garland, es como para pensarse darle tanto crédito a según qué afirmaciones de falta de originalidad (de nuevo, esta contradicción). Si bien el crescendo narrativo es palpable, y según avanza el viaje lo hace también la sensación de inevitabilidad, de muerte inminente, de descomposición ética y moral que no nos puede llevar a ningún sitio salvo el abismo, lo es también la fuerza y tensión con la que están construidos los segmentos narrativos en los que se divide la obra. Hasta llegar un momento en el que uno podría llegar a darse cuenta de sus propios nudillos apretados solo por ver en pantalla a esa salvajada de hostilidad incontenible que propone Jesse Plemons (que, por cierto, no aparece acreditado).

Pero si hay algo que requiere de otra de estas maravillosas contradicciones es la sensación de ser este un bélico confuso. Cuando la mayor parte de filmes que ofrecen imágenes que transcurren en un contexto de guerra se esfuerzan porque el espectador identifique en todo momento quién está disparando a quién y quién está matando a quién, Garland parece afanarse en conseguir todo lo contrario. Y uno podría pensar: «qué lío, no entiendo nada, no sé de dónde salen las balas ni en quién impactan, no sé quién va ganando ni quién perdiendo». Y tendría razón, claro. Pero ahí está la clave: no importa un carajo, hablando en plata. En Civil War lo único que tiene relevancia es que el ser humano ha decidido que este es un momento tan bueno como cualquier otro para aniquilarse, y en eso no parece haber bandos. Solo una confusión atemorizante en la que nada puede importar menos que los colores que vistas. Al final, y dando buena cuenta de las inquietudes de Alex Garland (recordemos que no es nuevo en esto de hablar del fin del mundo, uno de sus temas fetiche que lleva acariciando desde 28 días después o la extraordinaria Nunca me abandones, de las que firma el guion), poco diferencia este escenario del de un mundo posapocalíptico gobernado por zombis, del survival descarnado e interior que proponen obras como The Walking Dead (Robert Kirkman, 2010) o, más recientemente y con desigual suerte, The Last of Us (Craig Mazin, Neil Druckmann, 2023). La figura del zombi al final no nos debe servir de nada más que como catalizador de un mundo corrompido y despersonalizado, y no creo que haya mucha diferencia entre un ejército de muertos vivientes sin conciencia que solo quieren alimentarse y un ejército de seres humanos radicalizados que solo quieren ver el mundo arder.

Civil War tiene poco que envidiarle a cualquier gran survival, por más que cueste aceptarlo. Ninguna de sus posibles flaquezas, ni sus personajes ambivalentes y casi desiguales, ni su estructura aparentemente simple, ni mucho menos su estilo directivo podrán frenar el corazón palpitante, la rabia irrefrenable que dormita dentro de ella. Podría ser que, después de todo, los que escribimos crítica lo hacemos para encontrarnos con filmes como este, que nos desafíen desde decenas de puntos de vista y nos obliguen a reformular ciertas creencias y seguridades que llevamos siempre con nosotros, en cada visionado y cada obra analizada. Y aquí, disfrazado de mil rostros distintos, hay gran cine, de eso no tengo ninguna duda.


  1. En este punto, insto al lector a pasarle una escucha al programa que le dedicamos al bélico en Viajeros de la noche.[]
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