Las películas no son propiedad exclusiva de sus directores. El cine, quizás más que cualquier otro arte, es un ejercicio colectivo donde intervienen cientos de manos y de miradas durante el proceso de creación, aunque el cineasta se haga cargo del título de «autor» y lo aglutine todo bajo su propuesta artística. Pero ni el director es el único artífice ni los actores son los protagonistas del filme como obra, y la francesa Elle (Paul Verhoeven, 2016) es un gran ejemplo de ello. Aquí la actuación principal confiere un valor añadido a la película, algo que el propio director reconoció en su entrevista con Miradas de Cine: «[Elle] fue como una coproducción entre Isabelle Huppert y yo. […] De hecho, inventó muchos de los detalles y explosiones emocionales, cosas que yo ni siquiera tenía en mente»1. Este papel activo de la actriz durante el rodaje late en las imágenes de la cinta y deriva en una visible dicotomía entre la puesta en escena y la interpretación de Michèle, la protagonista. Si bien ambas se construyen bajo la historia de una violación donde la superación marca las decisiones del personaje —en contraste con la victimización o la venganza, valores más convencionales (que no por ello menos realistas) en ficciones sobre violencia sexual—, el trabajo de Huppert resulta más respetuoso y complejo que el de Verhoeven.
Huppert y sus matices consiguen lo que Verhoeven parece intentar: ser provocadora con respeto.
La primera secuencia de Elle muestra el final de la violación en una escena explícita y rodada desde detrás de una puerta, con la mitad de la imagen copada por una pared oscura; por el desconocimiento del resto ante lo sucedido. Poco después, en forma de flashback, Michèle recuerda el principio de la agresión: mientras intenta cerrar una puerta de su casa, el violador entra en el cuadro acompañado por un efecto de sonido y música tensa que irá in crescendo. Este susto, propio de los parámetros comerciales del género de terror, frivoliza la violencia intrínseca del acto al que Huppert sí se enfrenta con honestidad y franqueza por lo escalofriante de lo narrado, sin movimientos exagerados ni gritos dramatizados. En estas imágenes se perciben con mayor claridad las decisiones autorales de Verhoeven; durante el resto del filme, parece que la cámara sigue al personaje, y no al revés, a través de recursos convencionales como travellings de seguimiento, planos medios con el aire justo por encima de los actores, planos contra planos… Aunque sí hay otras imágenes donde el director se deja ver: aquellas presentadas en pantalla completa sobre la excesiva violencia de los videojuegos —creados paradójicamente desde la empresa liderada por la propia protagonista— o los primeros planos del gato de Michèle —como símbolo de la pasividad general ante las agresiones que sufren las mujeres—. Aquí se reconoce una dura crítica social y un minucioso interés por crear una psicología del personaje alejada de tópicos, pero la mirada frívola de Verhoeven hacia la violación resta unidad y coherencia al filme, aunque él mismo se apoye en Huppert y en su templanza a la hora de transitar por las contradicciones del personaje y por su complejo recorrido emocional.
Por tanto, Elle depende demasiado del compromiso de su actriz; incluso el título parece un juego con su nombre: Isab(elle). Depende demasiado de su miedo contenido, de su determinación, de su aparente indiferencia, de su mirada irrelevante mientras mantiene sexo por última vez con el marido de su amiga sin ella realmente quererlo, de su actuación dentro de la actuación cuando habla con la novia de su expareja intentando ocultar sus celos… Así, Huppert y sus matices consiguen lo que Verhoeven parece intentar: ser provocadora con respeto.
- Revert, J. (2023, 30 agosto). Entrevista Paul Verhoeven – miradasdecine. Miradasdecine. https://miradasdecine.es/2016/10/entrevista-paul-verhoeven.html[↩]