Revista Cintilatio
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Vidas cruzadas (Short Cuts) (1993) | Crítica

El libérrimo Altman y su visión de Raymond Carver
Vidas cruzadas (Short Cuts), de Robert Altman
Reflexionamos en una época quizás no demasiado propicia para ello sobre este auténtico filme de Robert Altman, heredero de «Nashville», otra de sus grandes películas, y sobre Raymond Carver en el cine.
Por Daniel González Irala | 19 abril, 2024 | Tiempo de lectura: 6 minutos

Una de las razones por las que Raymond Carver alcanzó la fama que alcanzó, y sigue justificadamente alcanzando, es la gran cantidad de adaptaciones que sobre sus textos cortos se hicieron a raíz de la filmación y estreno de esta Vidas cruzadas (Short Cuts) dirigida por el pope del cine independiente Robert Altman. Carver, que ya tenía una buena legión de lectores el 8 de agosto de 1988, cuando su vida expiró a causa de un cáncer de pulmón, dejó un gran legado de libros que le hacían digno heredero no solo de sus admirados Hemingway y Faulkner, sino que al quedar instalado en esa posteridad tan machadiana hizo que escritores como Richard Ford o Tobias Wolff, así como su compañera sentimental y también poeta Tess Gallagher (que ayudó a Altman como asistente de rodaje administrando con cautela su legado, y compaginando este trabajo con el de profesora de Literatura en un instituto) le convirtieran no solo en el escritor minimalista que tantos ya conocían, sino en uno de los máximos adalides del realismo sucio norteamericano. Entre estas adaptaciones destacan Everything Must Go (2010) de Dan Rush, con Will Ferrell en su papel protagonista, la australiana Jindabyne (2006) de Ray Lawrence, con Laura Linney y Gabriel Byrne como protagonistas y hasta la argentina Nos veremos mañana, estrenada curiosamente el mismo año de la que nos ocupa, dirigida por Raúl Perrone, y con Carlos Briolotti en su reparto. Que alguien latinoamericano o hispano apreciara en su justo valor las historias de Carver, se debe igualmente a la publicación en Anagrama de toda la obra narrativa conocida hasta entonces del autor (De qué hablamos cuando hablamos de amor —de la que a su vez salió su libro original Principiantes sin correcciones de su editor Gordon Lish en 2012—, ¿Quieres hacer el favor de callarte, por favor?, Catedral , Tres rosas amarillas y Si me necesitas, llámame). Si a todo ello sumamos su obra poética (la más conocida Bajo una luz marina editada por Visor, y la posterior compilación realizada por su citada viuda Todos nosotros, en España publicada por Bartleby), podemos decir que la sombra en popularidad de Carver ha sido y es más que alargada desde su fallecimiento.

Por otro lado, Robert Altman no era neófito en eso de adaptar con éxito y respeto obras literarias conocidas, así como filmes de los que se hicieron remakes propios, o viceversa. Ahí están por ejemplo Un largo adiós (1973), basada en el texto homónimo de Raymond Chandler; la genuinamente holmesiana Gosford Park (2001); Popeye (1980) o M.A.S.H. con la que alcanzó ya en 1970 y antes de que los espectadores de la época la viéramos por la tele, su acceso al olimpo independiente, sin discusión alguna.

Merece la pena siempre revisarla ya que el goce estético que procura nos hace reflexionar sobre cómo de grandes libros también pueden salir grandes y libres películas.

Robert Downey Jr. y Lili Taylor en una captura de la película.

En su libro Al otro lado de Hollywood editado por Berenice, Christian Aguilera nos habla de Vidas cruzadas (Short Cuts) más como una relectura actualizada y expandida de Carver que como un relato fiel ad pedem litterae de su obra, de tal modo que cuando Gallagher leyó el extenso y respetuoso guion de Frank Barhydt y llegó a su conocimiento el hecho de quién la iba a dirigir, no dudó en dar el visto bueno.

Por otro lado, agradecemos a Jorge Herralde el hecho de publicar junto a los nueve relatos y el poema Limonada, toda una declaración de intenciones de Altman sobre el tipo de personajes y localizaciones que le sirvieron de inspiración, y es que le interesaban historias de una clase media baja en aras de desaparecer. Quería realizar, descubrimos, un lienzo de un Los Ángeles moribundo y asfixiado por su cotidianidad y que a la vez el espectador no viese a grandes estrellas del celuloide al menos de primeras (muchas se reconvirtieron a partir de este filme) actuando, sino a personas identificables, de carne y hueso, con sus neuras machistas, mujeres que se empiezan a liberar de ese yugo, otras víctimas aún del mismo, gente que busca conciliar vida familiar y laboral sin éxito… Limpiadores de piscinas, opinadores televisivos, mujeres sufridas, okupas involuntarios, camareras, conductores de limusinas, pintoras, amas de casa, médicos, pasteleros, aspirantes a asesinos por piropos indeseados. Todos ellos y alguno más que me dejo seguro, pueblan esta recomendabilísima fábula de tres horas sobre el desconsuelo, la intemperie y la sorpresa, rodada en una zona altamente sísmica donde unos helicópteros acaban de fumigar para acabar con una plaga de moscas que mantiene ciertas zonas en cuarentena.

El reparto incluye a figuras clásicas como Jack Lemmon o Bruce Davison, así como otras que popularizaban por entonces su rostro como Andie MacDowell, Madeleine Stowe, Matthew Modine o Julianne Moore. A medio camino tal vez se encontrasen Tim Robbins, Frances McDormand o Fred Ward. Todo ello contando con que la nómina sería infinita de contabilizar si hablásemos de episódicos y secundarios entre los que quizás se encuentren un jovencito Robert Downey Jr. o Lili Taylor.

Siguiendo algo más con la figura de Carver, Barhydt opta por estos dos cambios básicos respecto a los originales: el primero, es incluir solo dos relatos de su primer libro de cuentos, Tanta agua tan cerca de casa, cuento sobre el que quizás es demasiado explícito en su núcleo y Diles a las mujeres que nos vamos. Pues bien, tanto el guionista como el director optan por mostrar, cuando Carver además de ambiguo en ellos, situaba a sus criaturas a mediados de los años cincuenta, mientras que aquí pertenecen a ese fin de milenio tan bien intuido en lo qué y cómo se cuenta. El segundo cambio visible es cambiar el nombre del niño que muere en Parece una tontería, pasando de ser Scottie a Casey, lo que les permitió a ambos que en una de esas exasperantes llamadas, el pastelero o la persona que acosa a Ann Finnegan, leyese un fragmento del poema final Limonada.

El filme cuenta con un trabajo técnico, además, bastante reseñable en otros aspectos. No explicaremos demasiado sobre la caracterización, ya que se opta por el naturalismo, pero sí de una fotografía granulada por tanto rodaje en interior de Walt Lloyd, siendo igualmente la música de Mark Isham, un medio con fines casi únicamente dramáticos, obviando el recurso facilón de querer hacer una comedia o drama generacional de los que tanto abundaban en Hollywood, con banda sonora específica. Por último, debemos registrar el gran éxito de crítica y público que resultó ser el filme, que si bien encontró en Rita Kempley, del The Washington Post, una detractora, al calificarlo de machista y cínico en su conjunto, todo se vio compensado por la nominación al Óscar a mejor director, el premio al mejor reparto en los Globos de Oro o la Copa Volpi y el León de Oro de Venecia, así como otros premios de diferentes academias europeas del cine. Merece la pena siempre revisarla, o disfrutarla de primeras ya que el goce estético que procura nos hace reflexionar sobre cómo de grandes libros también pueden salir grandes y libres películas.