Demolition Man
La película que predijo el futuro

País: Estados Unidos
Año: 1993
Dirección: Marco Brambilla
Guion: Peter M. Lenkov, Daniel Waters, Robert Reneau
Título original: Demolition Man
Género: Ciencia ficción. Acción
Productora: Silver Pictures
Fotografía: Alex Thomson
Edición: Stuart Baird
Música: Elliot Goldenthal
Reparto: Sylvester Stallone, Wesley Snipes, Sandra Bullock, Rob Schneider, Bob Gunton, Nigel Hawthorne, Benjamin Bratt, Denis Leary, Grand L. Bush, Steve Kahan
Duración: 114 minutos

País: Estados Unidos
Año: 1993
Dirección: Marco Brambilla
Guion: Peter M. Lenkov, Daniel Waters, Robert Reneau
Título original: Demolition Man
Género: Ciencia ficción. Acción
Productora: Silver Pictures
Fotografía: Alex Thomson
Edición: Stuart Baird
Música: Elliot Goldenthal
Reparto: Sylvester Stallone, Wesley Snipes, Sandra Bullock, Rob Schneider, Bob Gunton, Nigel Hawthorne, Benjamin Bratt, Denis Leary, Grand L. Bush, Steve Kahan
Duración: 114 minutos

Usando los códigos del cine de acción, la sátira y el carisma de Sylvester Stallone, la película de Marco Brambilla recupera las inquietudes de «Un mundo feliz» para adaptarlas a la época actual y demostrar lo vigentes que todavía están.

Cuando se estudia la caída del Imperio Romano y el advenimiento de la Edad Media, los libros de texto generalmente recalcan cómo la mayor cantidad de la población europea pasó súbitamente de estar compuesta por ciudadanos libres, propietarios de sus propias tierras y con plenos derechos políticos, a meros siervos al servicio de sus señores feudales. Pero esta transformación no ocurrió realmente así, sino que fue un proceso mucho más gradual. Primero, una serie de caudillos provinciales decidieron apropiarse de los poderes que hasta el momento pertenecían al gobierno central de Roma (cobro de impuestos, obras públicas, seguridad, etc). Y esto a nadie le importó demasiado. ¿Qué tenía de malo, a fin de cuentas? Al hombre de a pie poco le importaba quien mandara y poco cambió su vida después de esto. Unas cuantas generaciones después, estos señores empezaron a olvidarse de las antiguas leyes romanas para, en cambio, dictar sus propias leyes y, además ser ellos mismos jueces, jurados y verdugos, dictaminando quien era inocente o culpable en cualquier pleito. ¿Pero era esto realmente un problema tan grande? A fin de cuentas, poco de leyes sabía el campesino corriente y mientras le dejaran seguir con su vida normal, lejos le quedaban esas cosas de leyes y edictos. Pasaron algunos siglos, y se encontraron esos campesinos con que para poder seguir gozando de la protección de los señores, debían cederles o venderles sus tierras y propiedades. Naturalmente, los campesinos podían, en la práctica, seguir trabajándolas sin cambio alguno, solo tenían que pagar una pequeña cantidad casi simbólica en concepto de arrendamiento que bien valía a cambio la protección del señor. Tampoco era un gran cambio, nada por lo que mereciera la pena alarmarse ¿verdad? Poco después, cuando los señores comenzaron a imponer tributos abusivos a los campesinos, obligarles a trabajar y prohibirles desplazarse a otros territorios, dictar leyes abusivas de forma constante y quitarles las tierras si se oponían, fue cuando los verdaderos peligros de las cesiones antes descritas se hicieron evidentes. Lamentablemente, para ese momento ya era tarde. Pero de la tragedia de los siervos medievales podemos sacar los ciudadanos del s. XXI una valiosa lección: el verdadero enemigo de tu libertad no es (solamente) quien te la quiere quitar por la fuerza, también quien usa la persuasión y el adoctrinamiento para que dichas libertades sean vistas más como una carga que como un derecho y, por lo tanto, las cedas voluntariamente. Sobre esos peligros, no sin una buena dosis de acción, un toque de humor y bastante sátira, nos alerta la película Demolition Man (Marco Brambilla, 1993)

La película nos cuenta la historia de Joe Spartan, un policía de los noventa que es criogenizado como castigo por un delito que nunca cometió junto con su némesis, el peligroso asesino Simon Phoenix. Después de que este último se escape en el año 2032, donde se encuentra una sociedad aparentemente idílica, sin criminalidad y altamente pacífica y regulada por el estado en donde campar a sus anchas, el departamento de policía decide descongelar a Spartan para que, usando sus técnicas de la vieja escuela, de caza a este criminal con la ayuda de la oficial Lenina Huxley. A medida que le persigue, no obstante, Spartan descubrirá que la liberación de Phoenix no es más que la pieza de una conspiración por parte del líder de esta nueva sociedad, el Dr. Cocteau, para hacerse con el poder absoluto y crear su versión de un mundo ideal.

A través de la parodia, la película analiza los peligros sociales de vivir en un mundo aparentemente utópico e hipercontrolado.

El mejor halago que puede hacerse a la presente película es que se trata, sin duda, de la mejor (y más involuntaria) adaptación cinematográfica de la novela de Huxley Un mundo feliz a pesar de, paradójicamente, no estar basada en dicho libro (aunque sí profundamente inspirada). El mundo distópico que se nos propone en Demolition Man presenta una sociedad altamente moralizada en la que un determinado sistema de valores ha sido impuesto no mediante la fuerza mas mediante la persuasión. Los habitantes de esta sociedad han cedido paulatinamente y de manera aparentemente voluntaria parcelas de su propia libertad llegando hasta el punto de que la intimidad misma ha sido abolida (así como el sexo, la libertad de expresión, la carne roja, el consumo de alcohol o tabaco, etc.) y desde el poder político se toman casi todas las decisiones vitales por la ciudadanía.

Sin embargo, esto no lo hace menos sino más autoritario, dado que, a diferencia de lo que ocurre en los totalitarismos tradicionales, en el caso de San Ángeles nos encontramos ante un sistema político que extiende su poder hacia dentro de los habitantes mismos, transformándolos en sus propios carceleros a través de la imposición cultural de sus valores y de la estigmatización de cualquier disensión. Al igual de lo que ocurre, por ejemplo, con la Neolengua en 1984, en el caso de Demolition Man asistimos a un sistema político que basa su autoridad en la eliminación a nivel psicológico de cualquier idea opositora. La opresión ejercida sobre la población en esta sociedad aparentemente utópica casi nunca es violenta y en su lugar recurre a un autoritarismo blando para imponer sobre la ciudadanía un profundo adoctrinamiento liberticida.

Es en su capacidad para usar el lenguaje del cine de acción para invitar a reflexiones filosóficas donde radica la magia que la ha transformado en una pequeña obra de culto.

Cocteau recurre a la extirpación de la violencia para crear una sociedad incapaz de usarla tanto de forma irresponsable (crimen) como responsable (autodefensa), y por lo tanto altamente vulnerable, indefensa y dependiente de su poder político. La relación directa entre lo incapaz de usar la violencia por parte de la población y lo manejable de la misma se plasma en la utópica ciudad de San Ángeles mostrando a una ciudadanía infantilizada e inofensiva en la cual su indefensión física ha llevado también a una indefensión mental e ideológica que neutraliza cualquier posible amenaza de dicha ciudadanía para el statu quo. Pero la mayor utilidad de una población tan absolutamente indefensa es la facilidad con la que el poder político es capaz de introducir elementos disruptivos (en este caso un criminal) con los que asustar y, por ende, manejar a la población (algo que no suena muy distinto al uso de la doctrina del Shock entre las poblaciones hispanoamericanas durante la Operación Condor, por poner un ejemplo). Estos métodos de control social no están tan alejados de lo que vemos hoy en día en nuestro propio mundo, desde unos medios de comunicación y redes sociales constantemente tratando de idiotizar e infantilizar a la población hasta un poder político siempre deseoso de usar cualquier crisis para recortar las libertades individuales de la población, siempre con todo tipo de presuntas (y cuestionables) justificaciones éticas.

Observamos además que muchas de las restricciones a la libertad de la ciudadanía (como puede ser la casi comédica prohibición de decir palabras malsonantes), a pesar de justificarse en la empatía o el bien común, rara vez existen para protegerla de ningún peligro concreto, sino para perpetuar y reforzar el control sobre la población, para eliminar cualquier comportamiento que exista al margen del propio sistema. Eso no significa que el sistema en sí mismo no proporcione a los individuos ciertas formas de ocio. No obstante (tal y como vemos también en las novelas Un mundo feliz o Farenheit 451) dichas formas de ocio buscan precisamente ofrecer un placer superficial e infantilizante que hagan a la población incluso más dócil hacia el sistema (en el caso de la película, canciones infantiles o dibujos animados). Pero el mayor pecado de este mundo es que no está al servicio del bienestar de sus habitantes, sino del ego y la megalomanía de su creador, el Dr. Cocteau, quien en su afán por crear una utopía hecha a medida de sí mismo, ha creado un mundo profundamente antihumanista en el que toda individualidad es fagocitada.

La característica de la distopía que propone Demolition Man es que la ideología dominante no se impone a través de la violencia o la coacción sobre la población, sino proporcionando unas satisfacciones y placeres superficiales a la ciudadanía a cambio de la aceptación de la misma y del recorte de su independencia. Tal y como a día de hoy la cultura del confort nos proporciona pantallas con las que saciar nuestra microdosis temporal de dopamina, cada vez más concentrada a causa de nuestra decreciente capacidad de atención, así como servicios de entretenimiento, compras online o alimentación a domicilio varios destinados a satisfacer todas nuestras necesidades inmediatas sin tener que levantarnos del sofá, las comodidades proporcionadas por el poder a la población de San Ángeles tienen como consecuencia (intencionada) la eliminación de una parte vital de la experiencia humana como es la gestión de la frustración, la confrontación o el manejo constructivo de la violencia. Pero la pérdida de estas experiencias también le roba al individuo la capacidad de crecer a partir de ellas y evolucionar tanto individual como colectivamente mediante el desarrollo de manera autónoma de mecanismos para superarlas, generando como resultado una sociedad dependiente de las élites y carente de las herramientas físicas e intelectuales para confrontar el statu quo y generar nuevas ideas que compitan con el sistema establecido.

A principios de los noventa se popularizó el término anarcotiranía, una palabra que servía para describir una sociedad en la que un determinado gobierno tiránico y despótico usa la fuerza (física o política) para reprimir a los ciudadanos ordinarios pero evita utilizarla para confrontar el crimen, dando por lo tanto sociedades disfuncionales en las que convive un alto nivel de represión sobre la ciudadanía ordinaria por parte del poder político como una elevada criminalidad, en ocasiones sirviendo la segunda como un elemento que ayuda a la primera a consolidar su autoridad. Si bien la utopía de Cocteau nos es presentada como fruto del interés por este por ayudar a la sociedad, su voluntad de dejar libre a un peligroso criminal y poner decenas de vidas en peligro con el objetivo de hacer avanzar sus ambiciones políticas demuestra que en realidad este personaje adolece de una total falta de interés por el bienestar humano y está motivado únicamente por su ego, llegando a estar de acuerdo con la tolerancia o incluso la propagación del crimen siempre que esta le sirva de vehículo para acercarse a sus objetivos.

Frente a una sociedad obsesionada con limitar la independencia del individuo, el protagonista es un ejemplo de persona que protege su libertad.

Tal y como expone Erich Fromm en su obra El miedo a la libertad, existen tres formas básicas en las que históricamente la humanidad ha gestionado la libertad. La primera es la creación de sistemas que la limitan de manera sistemática, frecuentemente aludiendo a criterios morales, teológicos o filosóficos para condenar el ejercicio de la libertad individual como algo negativo e imponiendo constricciones a la misma sustentadas o bien por un aparato represor o, más comúnmente, por la propia voluntad del individuo dispuesto a sacrificar su libertad (y generalmente la de quienes le rodean) a cambio de alimentar su propia superioridad moral. Estos sistemas irían desde el protestantismo en el s. XVI con Martín Lutero diciendo que el libre albedrío era poco menos que pecaminoso porque ofendía a Dios hasta, por poner un ejemplo reciente, Ana de Miguel cargando contra la libertad sexual en su obra de 2005 Neoliberalismo sexual y explicando cómo su visión de la sexualidad, casualmente, resulta ser la única éticamente correcta (es curioso como el antihumanismo es algo que a lo largo de la historia ha estado constantemente cambiando para, a la vez, no cambiar absolutamente nada). Demolition Man refleja una versión futurista de este sistema, una obra de ingeniería social creada por Cocteau con el objetivo de limitar las libertades humanas dentro de un marco que encaja con su visión de lo que una sociedad ha de ser, sacrificando la individualidad humana en el proceso. Es destacable, además, que la vía para obtener esto no es la represión directa de las disidencias (aunque esta fórmula también existe) sino la aculturación de la sociedad hasta lograr que ésta acepte sus imposiciones como algo natural.

Lenina Huxley es la encarnación misma de este sistema. Una mujer que ha interiorizado los valores del mundo que le rodea hasta hacerlos propios. A lo largo de la cinta vendrá a entrar en conflicto con estos valores a medida que sus interacciones con otros personajes hacen que cambie su punto de vista. Pero son sin duda los dos personajes principales, Spartan y Phoenix, quienes representan la verdadera oposición a este sistema. Por un lado, Phoenix refleja claramente la otra libertad de la que nos habla Fromm, la libertad negativa, la cual comprende la eliminación de todas las limitaciones a la libertad individual, pero a la vez la carencia de un criterio sobre como usar dicha libertad. Phoenix es un criminal anárquico de comportamiento caótico e impredecible, si bien, en efecto, libre, estamos ante un personaje que nunca utiliza dicha libertad más que de manera destructiva. Por su parte, Spartan refleja lo que Fromm entendía como libertad positiva, esto es, la persona que, ejerciendo su libertad, tiene el entendimiento y la responsabilidad suficientes como para utilizarla de manera responsable, en ocasiones incluso aceptando autolimitaciones de la misma en pos del beneficio tanto propio como ajeno.

Phoenix y Cocteau ejemplifican las dos formas perniciosas de gestionar la libertad. Naturalmente, la vida en sociedad implica la cesión de ciertas libertades (respeto a la justicia, a la propiedad privada, a determinados intereses colectivos frente a los individuales, etc.) lo cual invalida el estilo de vida de Phoenix, pero el modelo de sociedad que propone Cocteau tiene el defecto de caer en la tiranía y el despotismo a través del uso interesado y violento de la empatía. Los designios del sistema se imponen sobre el individuo a través de recurrir a argumentos morales, a la presión grupal y, en último término, a la estigmatización de toda divergencia. En otras palabras, una sociedad en la que se ha eliminado el debate porque las ideas contrarias no se aprecian como contrarias, sino como dañinas y peligrosas, como algo que no ha de ser comprendido sino destruido. Es en este contexto donde vemos la figura de Spartan como el reflejo de lo que un individuo ha de ser en el ejercicio de sus libertades individuales, alguien que las ejerce con responsabilidad pero las defiende asertivamente.

Pero el gran acierto de la obra es el de presentar estas reflexiones no a través de una narración sesuda y pesada, sino aprovechando las características del cine de acción de los ochenta y noventa, con todos los excesos, tópicos y explosiones que ello conlleva, y asegurándose que la película nunca pierde de vista su función como obra de entretenimiento. Todos los excesos que hicieron que el cine de acción de esta época sea tan querido están aquí en su máximo esplendor (los one-liners, el héroe de acción con más bíceps que sentimientos, las secuencias de peleas excesivas, etc.). La película, autoconsciente de lo que es, evita caer en un tono demasiado serio y en su lugar se siente más cómoda en el terreno de la sátira, donde la profundidad de su mensaje y sus temas nunca entra en conflicto tonal con el entretenimiento fácil de su trama. Y en lo que toca al entretenimiento, Stallone nos ofrece una película que funciona a la perfección por ser consciente de lo que es y que en lugar de tratar de reinventar las convenciones del cine de acción, se dedica a ejecutarlas competentemente.

Las secuencias de acción tienen toda la diversión y el exceso del cine de los noventa.

Vista desde el presente, la película adquiere incluso más matices, y es imposible no dejar pasar la idea de una sociedad distópica políticamente correcta siendo sacudida por un ejemplo prototípico de héroe de acción, desacomplejado y de la vieja escuela. La cinta casi parecía predecir el Hollywood de tres décadas más tarde, más preocupado de que sus película no sean canceladas en redes sociales que por crear historias genuinas, honestas y que signifiquen algo tanto para quienes las hacen como para quienes las ven. Porque Demolition Man no es perfecta, ni de lejos. Tiene los vicios propios de todo el cine de acción de su época, desde actuaciones poco inspiradas a una dirección y puesta en escena poco más que utilitaria, pero es una película única, una película que aspira a ser nada más que sí misma, sin complejos ni pretensiones, y es ahí, en su honestidad y en su capacidad de usar el lenguaje del cine de acción para invitar a reflexiones filosóficas, donde radica la magia que, a lo largo de los años, la ha transformado en una pequeña obra de culto.

Porque Demolition Man es una película de acción, pero es mucho más además de eso. Es una reinterpretación brillante de Un mundo feliz, es una reflexión de los mecanismos de coerción sutiles y no violentos del poder sobre la población, es una crítica a los proyectos ideológicos que buscan recortar la libertad individual a través del uso malintencionado de la moralidad, es un análisis de los usos y abusos de la libertad en nuestro mundo y, ante todo, es una película de acción que ha logrado lo que muy pocas en su género han conseguido: hacer que, además de disfrutar de los golpes y las explosiones, la audiencia se haga preguntas: «¿Está mi individualidad amenazada por aquellos que dicen protegerme? ¿Merece la pena ceder parte de mi libertad a cambio de una sensación de seguridad?». Y lo que es más importante: «¿Cómo leches se usan las tres conchas?».

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