Lifeforce, fuerza vital
Los vampiros eléctricos del espacio

País: Reino Unido
Año: 1985
Dirección: Tobe Hooper
Guion: Dan O'Bannon, Don Jakoby (Novela: Colin Wilson)
Título original: Lifeforce
Género: Ciencia ficción, Terror
Productora: Cannon Group / TriStar Pictures / Easedram Limited / Golan-Globus Productions
Fotografía: Alan Hume
Edición: John Grover
Música: Henry Mancini
Reparto: Steve Railsback, Peter Firth, Frank Finlay, Mathilda May, Patrick Stewart, Michael Gothard, Nicholas Bal, Aubrey Morris, Nancy Paul, John Hallam
Duración: 116 minutos

País: Reino Unido
Año: 1985
Dirección: Tobe Hooper
Guion: Dan O'Bannon, Don Jakoby (Novela: Colin Wilson)
Título original: Lifeforce
Género: Ciencia ficción, Terror
Productora: Cannon Group / TriStar Pictures / Easedram Limited / Golan-Globus Productions
Fotografía: Alan Hume
Edición: John Grover
Música: Henry Mancini
Reparto: Steve Railsback, Peter Firth, Frank Finlay, Mathilda May, Patrick Stewart, Michael Gothard, Nicholas Bal, Aubrey Morris, Nancy Paul, John Hallam
Duración: 116 minutos

Tobe Hooper alcanza sus más descabelladas ambiciones en una gran obra olvidada de la ciencia ficción.

Tobe Hooper se ha ganado un hueco en la historia del cine como el director de La matanza de Texas (1974) y Poltergeist (1982), pero la mayor parte de su obra cinematográfica ha caído hoy en día en un triste olvido, apenas roto por algunos nostálgicos especializados en rarezas y cosas extravagantes del mundo subterráneo de la ficción especulativa. Y es que lo raro quizás sea que Hooper, quien siempre se mantuvo fiel a la estética pulp y el espíritu provocador y delirante del cine de serie B, encontrase su lugar en lo más alto de la historia de Hollywood, codeándose con Spielberg y pudiendo atribuirse la invención de uno de los subgéneros que más recorrido ha tenido en la industria, el slasher. Es por ello por lo que algunas de sus producciones menos conocidas, como es el caso de Lifeforce, fuerza vital (1985), adaptación de la novela de Colin Wilson Los vampiros del espacio (1976), son resultados poco comunes de la combinación de una estética surrealista y provocadora con un presupuesto, para su época, de auténtico blockbuster. Un caso así es como el cometa Halley, cuyo paso por la Tierra abre la película: un evento que no ocurre todos los días.

La trama de Lifeforce, fuerza vital es tan enrevesada y fantástica que no sería posible sintetizarla aquí, no tanto porque sea compleja, que lo es, sino por lo increíble que suena. Diremos tan sólo que involucra la invasión de una raza extraterrestre de vampiros espaciales que, bajo la forma de cuerpos humanos idealizados, descienden de una nave en forma de aguja gigantesca que dormitaba en el interior del Cometa Halley en busca de la energía vital del Planeta Tierra, al que pronto sumirán en un caos catastrófico final. Estos vampiros tienen la capacidad de chupar la energía de sus víctimas, que es representada en la película con la forma de rayos eléctricos luminosos, convertidos entonces en zombis descerebrados que han de seguir cosechando energía eléctrica de otros humanos y canalizarla hacia la nave de los vampiros, o se arriesgan a convertirse en una explosión de cenizas. ¿Descabellado? Pues esta es apenas una parte de la premisa de una trama que da más y más vueltas de campana y sube más y más sus apuestas en un gesto que parecería exagerado y desproporcionado, de no ser porque el alto presupuesto de la película y la gran maestría cinematográfica de Hooper logran aterrizar un film tan descomunal que resulta tristemente sorprendente el poco reconocimiento con el que cuenta hoy en día.

Los espeluznantes efectos prácticos de Lifeforce, fuerza vital son uno de sus aspectos más logrados.

Gran parte del poder visual de Lifeforce, fuerza vital viene del organismo líder de los vampiros espaciales, que se recorre gran parte del film en la forma del cuerpo desnudo de una mujer joven (interpretada por Mathilda May) y que es explícitamente el resultado del escaneo por parte de la inteligencia extraterrestre de los deseos sexuales idealizados de un astronauta. De esta manera se pone de manifiesto no sólo la naturaleza sexual de la figura del vampiro en nuestra cultura, sino el reverso oscuro y terrorífico del objeto idealizado de deseo llevado hasta sus últimas consecuencias, donde su poder de atracción es de tal calibre que anula por completo la voluntad y convierte a quien la contempla en una mera marioneta hipnotizada, una polilla que va hacia la luz de una trampa eléctrica. Se trata del común terror de vernos enfrentados a lo profundo de nuestro inconsciente, despertado por el poder extraterrestre de ver en los más escondidos y soterrados rincones de nuestra mente. El recientemente desenterrado objeto de deseo es a la vez la figura de la otredad más monstruosa y destructora, y la ambivalencia del personaje de Tom Carlsen (Steve Railsback), el astronauta de cuya imaginación proviene el cuerpo de Mathilta May, supone gran parte del interés de la trama, que oscila entre su sensación de pertenencia absoluta con el vampiro espacial y su conciencia de que la mínima posibilidad de supervivencia de la humanidad pasa por su destrucción (la de ambos). Es imposible observar esta figura del vampiro espacial asesino que se alimenta de sus presas atrayéndolas mediante la seducción imparable y no apreciar en Lifeforce, fuerza vital un precedente muy curioso de Under the Skin (Jonathan Glazer, 2013) considerada por muchos, y con razón, una de las mejores películas del siglo XXI.

Lifeforce, fuerza vital es, al fin y al cabo, un artefacto fuera de su época. Portador de un mensaje pesimista y apocalíptico propio de la ciencia ficción de los años 50, es bastante probable que nunca volvamos a presenciar un espectáculo pulp de este calibre.

Pero este no es más que un aspecto de todo el poder narrativo y simbólico de Lifeforce, fuerza vital, cuya trama acaba por desencadenar un evento de envergadura apocalíptica que amenaza con consumir el planeta entero como mero combustible de esta raza de devoradores siderales, logrando con gran maestría hacer algo que se ha mostrado tradicionalmente complejo para la ciencia ficción a medida que nos adentrábamos, en las últimas décadas, en un mundo cada vez más complejo: aunar la trama de los personajes individuales con un arco narrativo mayor que involucre el destino del mundo, o del universo, en su totalidad. Así, en Lifeforce, fuerza vital, el momento singular del individuo enfrentado a su autodestrucción, consumido por su propio deseo irresistible transita con efectividad hacia un momento colectivo donde la Tierra es devorada por una especie de metabolismo energético acelerado, es decir: por un proceso similar al que rige nuestra vida en general, sólo que amplificado en potencia y velocidad. Se trata del crecimiento ilimitado y el consumo permanente y en auge de los recursos naturales, que son regla de nuestro sistema económico, solo que esta vez nosotros somos el recurso natural de una entidad cósmica invasora. No es que Lifeforce, fuerza vital se trate de una obra explícitamente ecologista o anticapitalista, pero cabe vislumbrar en ella la sombría fantasía de la vida en el planeta auto-consumiéndose a sí misma, a medida que los zombis disecados en los que quedan convertidos los seres humanos por el drenaje energético de los vampiros espaciales se lanzan a una carrera desenfrenada por seguir drenando energía de otros o condenarse a perecer. Consume o muere, aunque el consumo desenfrenado te conducirá antes o después a la misma muerte. El planeta entero se convierte así en un transistor eléctrico en plena potencia en unas últimas escenas tan espectaculares como suenan, y que hacen de Lifeforce, fuerza vital otro precedente no reconocido del famoso tópico del rayo gigantesco de energía apuntando al cielo, repetido hasta la náusea (o la hilaridad) en las superproducciones de nuestros días.

Mathilda May se dispone a drenar la energía de una de sus víctimas.

Y todavía Lifeforce, fuerza vital tiene mucho más que ofrecernos. Si bien los efectos especiales en ocasiones se muestran, en especial en los momentos iniciales de la película, algo anticuados y poco refinados, un excelente despliegue de espeluznantes efectos prácticos cubren de gloria la película en sus momentos más terroríficos y surrealistas. Y aunque las interpretaciones son por lo general algo torpes y oxidadas, la estelar aparición de Patrick Stewart, el cual protagoniza nada más y nada menos que un exorcismo eléctrico en un asilo psiquiátrico, aporta a Lifeforce, fuerza vital una gran dosis de encanto. La figura de Londres en llamas, cuyas calles son arrasadas por un viento espectral que forma torbellinos de basura y empuja de un lado a otro a las masas de ciudadanos aterrorizados, es sencillamente de las más espeluznantes y logradas imágenes apocalípticas del cine de su época, si no de todos los tiempos. Una vez enumerados estos escabrosos y espectaculares detalles de Lifeforce, fuerza vital (de los cuáles nos hemos dejado muchos sin reseñar), sumados a las numerosas escenas de desnudez y violencia explícita, puede que ya no resulte tan extraño que la película fuera recibida tan fríamente en el años de su estreno, 1985, donde lo que arrasaban eran las épicas de extraterrestres benignos y la ciencia ficción se encontraba infundida de un nuevo sentimiento generalizado de optimismo y esperanza, gracias a los esfuerzos de Steven Spielberg, George Lucas y Robert Zemeckis, entre muchos otros.

Lifeforce, fuerza vital es, al fin y al cabo, un artefacto fuera de su época. Portador de un mensaje pesimista y apocalíptico propio de la ciencia ficción de los años 50, encumbrado en un espectáculo de terror, sexo y violencia, y convertido en uno de los pocos ejemplos que han logrado aterrizar con éxito las ambiciones desmedidas de la ciencia ficción de serie B gracias a un presupuesto de superproducción y un gran realizador a los mandos, es bastante probable que nunca volvamos a presenciar un espectáculo pulp de este calibre. Por ello, como ante el paso del cometa Halley, no cabe más que contemplar este anómalo fenómeno con admiración y cariño, agradeciendo el desajuste aleatorio de la naturaleza que hizo que tal espectáculo se diera en primer lugar, y encontrando en su rareza y carácter de evento especial/espacial, gran parte de un valor que cabe recobrar y reivindicar hoy en día. Pero ni siquiera hace falta concluir diciendo que Lifeforce, fuerza vital merece ser restituida como una de esas grandes obras ocultas de la historia de la ciencia ficción, como otro éxito reseñable de Tobe Hooper o por lo menos como un artefacto de brillo particular de los coleccionistas de rarezas y extravagancias nostálgicas del pasado. Nada de ello sería más cierto que lo que merece una película, ante todo, es dejarse ver y experimentar, con al menos una pizca de compromiso inicial a sus ambiciones y locuras, para que al menos tenga una oportunidad de sacudirse de encima el anquilosado canon de la cultura popular que con tanta injusticia en ocasiones olvida joyas como esta enterradas en la arena.

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