Baby
El derecho a renacer

País: España
Año: 2020
Dirección: Juanma Bajo Ulloa
Guion: Juanma Bajo Ulloa
Título original: Baby
Género: Thriller, Drama
Productora: Frágil Zinema, La Charito Films. Distribuida por Televisión Española (TVE)
Fotografía: Josep M. Civit
Edición: Demetrio Elorz
Música: Bingen Mendizábal
Reparto: Natalia Tena, Harriet Sansom Harris, Rosie Day, Charo López, Mafalda Carbonell, Susana Soleto, Amalia Ortells
Duración: 106 minutos
Festival de Sitges: Sección Oficial (2020)

País: España
Año: 2020
Dirección: Juanma Bajo Ulloa
Guion: Juanma Bajo Ulloa
Título original: Baby
Género: Thriller, Drama
Productora: Frágil Zinema, La Charito Films. Distribuida por Televisión Española (TVE)
Fotografía: Josep M. Civit
Edición: Demetrio Elorz
Música: Bingen Mendizábal
Reparto: Natalia Tena, Harriet Sansom Harris, Rosie Day, Charo López, Mafalda Carbonell, Susana Soleto, Amalia Ortells
Duración: 106 minutos
Festival de Sitges: Sección Oficial (2020)

Bajo Ulloa vuelve al drama oscuro en torno a la maternidad. Su fábula en femenino reivindica el código cinematográfico y nuestra naturaleza animal. Arriesga, prescindiendo totalmente de la palabra, con altas dosis de simbolismo y su mejor fotografía.

En palabras del propio autor, en esta película ha querido confiar en la capacidad interpretativa del público. Ha buscado deliberadamente comunicarse mediante imágenes, y de ahí que la palabra, en efecto, sea totalmente eliminable de la ecuación. Por lo tanto, la reina de esta pieza, tenía que ser, forzosamente, la estética. Todas y cada una de las imágenes paisajísticas y del día a día de los animales que se nos ofrecen en la apertura, y de lo que ya obtuvimos muestra en su sintético y conceptual tráiler, magnifican la belleza de la vida. ¿Había mejor experimento con el que afrontar una edición de este Sitges que, precisamente, homenajea el cine mudo y su potente expresividad mediante la temática de El gabinete del doctor Caligari (Robert Wiene, 1920)?

Inaugurando el metraje con una sintonía de folk rock melancólica, Juanma Bajo Ulloa conecta —palabra que él recalcaría en todo momento en sus entrevistas en Sitges— toda esa fragilidad de lo salvaje con la de la protagonista y su bebé: el cervatillo miedoso, del escarabajo volcado que lucha por levantarse; pero también da señas de una crueldad inminente: la de la bruja mala del cuento de hadas y sus hijastras, la de las arañas que tejen los hilos que atrapan a sus presas. Su fotografía, digna de un documental de David Attenborough, y con una cromática muy evocativa de las atmósferas de los hermanos Grimm —algo que en pocos sitios se puede lograr tan bien como en los paisajes vascos más remotos— también nos comunica que todas las involucradas, como esos animales, no hacen más que intentar sobrevivir. Con dulzura a veces, sea con un aspecto fascinantemente bello o bien desde la fealdad y lo despiadado. Todas ellas, cualidades intrínsecas del ADN de las bestias que son y que somos. Pero la búsqueda de la imagen no ha querido buscar únicamente lo natural. También lo desgarrador y lo ruinoso en contraste con los lujos de las mujeres que desean comprar ese bebé. De ahí que, si permanecemos atentos, si nos hacemos las preguntas adecuadas, detectaremos que los rituales de comportamiento de las hijastras las sitúan en roles caninos o felinos, según la ocasión. Que su madre o, probablemente, madrastra, cumple todos los protocolos de bruja de la tradición popular, guiándose, además, de su olfato de manera intimidatoria para la protagonista. Pero que ése es un rasgo también muy animalesco.

Rosie Day es Neska.

Los relatos con mensaje, siempre han estado ahí. Antes que en el cine, en la literatura, y antes que en ella, en el boca a boca y de generación a generación. Multitud de fetiches evocan ese mundo de los cuentos: el fetiche podría ser entendido como el zapato de la Cenicienta que va a vincular a dos seres. Pero siendo que se trata de un objeto, vamos a ver que la verdadera llave de conexión es aquello de la naturaleza que intenta reemplazar: un pecho. Además, el chupete es antiquísimo y eso lo mantiene en el terreno de juego de lo pasado que la protagonista se niega a soltar. Pero al ser la propia infancia, es un recuerdo destinado a sobrevivir, a permanecer con ella. El número tres, la trinidad de personajes, es otro de los elementos, y el más evidente en la película, que la identifican (las tres brujas, como hubo tres cerditos, como también tres osos contra Ricitos de oro); los baúles llenos de magia, de disfraces, los zapatitos… Además de zambullirse una y otra vez en esa atmósfera de locas hechiceras pérfidas y materialistas, debería hacernos pensar en cómo hemos acelerado el consumo voraz de ropa y otros cachivaches que se amontonan en nuestro entorno. Eso, señores, es un reflejo del capitalismo, que es insostenible por definición. Algo que se ve reforzado con ese capricho en la elección de los niños a la carta.

La película, además de zambullirse una y otra vez en esa atmósfera de locas hechiceras pérfidas y materialistas, debería hacernos pensar en cómo hemos acelerado el consumo voraz de ropa y otros cachivaches que se amontonan en nuestro entorno.

Otro rasgo ineludible de los cuentos, incluídos los ejemplos dados, es la casa que enmarca la acción. Es una metáfora del propio estado ruinoso en que se encuentran las mentes y las vidas de los cuatro personajes principales, como suele suceder con las narraciones de casas encantadas. Pero la clara incidencia de la luz que magnifica los colores de las plantas que vuelven a adueñarse de ese espacio, nos lleva a uno de los pilares del subtexto de esta obra.

La transmisión del miedo era indivisible de la moraleja. La más evidente de esta historia es un sonoro NO a la maternidad subrogada. Al comercio de bebés para satisfacción de los deseos de las clases más pudientes y para mayor vejación de las deprimidas, acrecentando las diferencias en la aplicación de los derechos humanos y operando, siempre, en perjuicio de la infancia. Proporcionando además elecciones basadas en la superficialidad y en los prejuicios. Nunca en un verdadero amor. Refiriéndome a la intencionalidad que el propio autor ha hecho explícita, la historia de esta joven sin nombre —todos los personajes son anónimos— es un reclamo a la oportunidad de enmendar los errores. A la segunda oportunidad, a lograr la aceptación en la tribu (tanto en el caso de la protagonista, como en el del personaje de Natalia Tena). Recuperar el derecho a pertenecer a la sociedad, a volver a desarrollar un potencial (la maternidad), a reaprender el amar y las relaciones humanas, a responsabilizarse de algo tan íntimo y tan frágil como un hijo: un borrón y cuenta nueva. A soñar con ser la caballera que rescata al pequeño príncipe (o quizás, también princesa). O con otro animal, como el caballo blanco que nos retrotrae al Artax de Atreyu en La historia interminable (Wolfgang Petersen, 1984), esta vez —y reincidiendo en la misma idea de reintentar la vida— agraciado con la venia de poder seguir viviendo.

Recordemos que estamos en el festival de lo fantástico. Estamos viendo muchas obras que aúnan terror con personaje creíble, realista, que podría ser de tu barrio, y que acuden a algún pequeño trance alucinógeno u objeto mágico o poder sobrenatural para autodefinirse como fantasías. A colación de la mención a la novela de Michael Ende —o de la película en que derivó, como prefiráis— hay que aclarar que este juego experimental precioso que nos presenta Juanma requiere de un esfuerzo por parte del público. Tómatelo como una prueba: ¿tienes la paciencia suficiente como para comprometerte con un ejercicio sin habla de casi dos horas? ¿Con leer un código que no te exige una carrera científica, puesto que tú ya tienes la clave en la cultura que heredaste en tu infancia? ¿En las leyendas y relatos que te contaron? Si no te comprometes con la suspensión de la realidad, con aceptar esos personajes como alegorías confesas de diferentes frustraciones, traumas, humanizaciones de animales que podrían entrar en diálogo con los tótems que se nos adjudican desde diferentes culturas ancestrales… Si no firmas ese pacto, si no te abres a prescindir de lo verbal, dirás aquello que ya se ha oído por ahí de «es que no me creo los personajes». En ningún momento se dijo que esta obra retomase el hiperrealismo dramático de obras como Alas de mariposa (Juanma Bajo Ulloa, 1991) o La madre muerta (Juanma Bajo Ulloa, 1993). Sí su oscuridad y tristeza, e incluso el aura gótica/barroca de esta última.

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