Revista Cintilatio
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Y todos arderán (2021) | Crítica

Venganza de provincias
Y todos arderán, de David Hebrero
Una muestra de terror rural que, dirigida por David Hebrero, tiene las armas para mantener a un nivel aceptable el interés mientras que se esté dispuesto a suspender la incredulidad y aceptar sus locas premisas y tremendos excesos narrativos.
Sitges | Por David G. Miño x | 17 octubre, 2021 | Tiempo de lectura: 3 minutos

En escena Macarena Gómez, subida a un puente. Detrás, una niña, no particularmente tranquilizadora. Unos minutos después, y varios eventos extraños de por medio, un guardia civil empieza a arder, quieto y sin tratar de sofocar el fuego, mientras ellas ponen tierra de por medio con cierta urgencia. Los títulos de crédito bajan y vemos un imponente Y todos arderán. Se podría decir que es esta una película con bastante sentido del espectáculo y una magnitud muy sumergida en la comedia, de vocación eminentemente festivalera, de las que son capaces de arrancar infinidad de aplausos con sus momentos de frases lapidarias y muertes de las que se piden a gritos pero que, fuera de un ambiente de predisposición al exceso funcionan de un modo mucho menos orgánico: es una obra, la de David Hebrero, que necesita una inclinación muy clara hacia un tipo de cine casi en desuso, que hace suya una estética muy serie B desde la autoconsciencia absoluta y que, en el caso, a veces peca de ser «demasiado». En lo estrictamente argumental, seguimos a una madre que ha perdido a su hijo en terribles circunstancias, y que llegado el momento entra en contacto con una extraña niña que la llamará «mamá» y que no será, para nada, lo que parece. Conjuga bajo su apariencia rocambolesca y hortera un cine castizo de los que exponen un pueblo tocado por una leyenda inconfesable y en el que todos parecen saber más de lo que dicen, en el que viven una buena cantidad de descerebrados y en el que la justicia es un concepto bastante ambivalente e interpretable. Sobre el papel, pinta como aquellas obras de explotación de los años setenta que tantas alegrías dieron a toda una generación de buscadores de emociones fuertes, pero en la práctica se abandona un poco a unas premisas muy potentes que no siempre mantienen al mismo nivel la descarga de diversión y desenfreno.

La película de David Hebrero revisita un estilo fílmico casi prescrito, rodeado de un halo de terror rural que unas veces atrapa y otras, directamente, expulsa.

Macarena Gómez está en su salsa en Y todos arderán.

La obra de David Hebrero tiene ingredientes de sobra como para atraer al amante de un fantaterror modernizado, que se percibe como una puesta al día de un tipo de cine que saca por pantalla un imaginario demoníaco con anclas en la maternidad y la familia que se disfruta desde el desprejuicio y que nunca busca una seriedad o una conexión con el espectador más allá del entretenimiento visceral y de alto voltaje, con una Macarena Gómez absolutamente entregada a la causa y, en general, un reparto y equipo técnico al que se le adivina un gusto por el género y por la historia que tienen entre manos que llega, y mucho, hasta su público: gracias al cariño que se respira en cada plano y el respeto con el que trata al espectador, Y todos arderán tiene como mínimo la oportunidad ganada, aunque luego se atasque en un desarrollo irregular y un sentido de la exageración que, si bien le viene como anillo al dedo en su vertiente más cómica y tendente a la caricatura, puede sacar del relato a aquel que iba buscando una pieza de terror más enclavada en el ruralismo o en el folclore y las leyendas. Al final, la película de David Hebrero revisita un estilo fílmico casi prescrito, rodeado de un halo de terror rural que unas veces atrapa y otras, directamente, expulsa. Lo que no le podemos negar son las ganas, el ímpetu y, ante todo, una ilusión contagiosa.