Hace unos años, en el 2019, Kelly Reichardt dirigía First Cow, una película maravillosa y sensible que hablaba tanto de la masculinidad como de la relación del ser humano con la naturaleza. Y como el elemento central de la obra era una magnífica vaca, se la empezó a conocer por ahí adelante como «la de la vaca». Pues a Showing Up podemos bautizarla como «la de la paloma». Porque del mismo modo que aquella, aquí la cineasta utiliza un animal para servir como detonante, para decir más de las personas por el modo en que interactúan con él, y en cómo avanzan a sus vidas viéndose reflejados en esos ojos puros y limpios. Lizzy, interpretada por Michelle Williams, es una artista a punto de inaugurar su exposición de escultura, pero lo que realmente está narrando Reichardt no es el arte de su protagonista, sino el modo en que se relaciona con el entorno, con sus familiares, con los amigos y los conocidos. Con la paloma que escapó de las garras de la muerte. Además, para más similitudes, aquí también tenemos, como en la de la vaca, al inclasificable John Magaro, que entra en escena a la voz de I’m cooking (estoy cocinando) —casi aplaudo con ese guiño a su personaje de First Cow, en la que el actor interpretaba a un cocinero al que llamaban Cookie—. Y al igual que él, Reichardt también está cocinando, solo que a fuego lento y otro tipo de guiso, menos comestible pero más saciante. En una de esas tramas que tanto le gustan, en la que tiene la habilidad para introducir infinitos tipos de dudas vitales y avezadas críticas —aquí, al mundo del arte y toda la chorrada que lo rodea—, de crecimiento personal y de prismas a través de los que mirar la misma cosa.
Kelly Reichardt ha vuelto con una película divertida que desnuda su potente mirada autoral, aunque quizá haya conseguido menos alcance de lo que podríamos esperar.
Sería posible decir, no obstante, que esta Showing Up es menos redonda que First Cow, no porque ofrezca menos contenido, o un enfoque menos constructivo, sino porque su narrativa posee menos poder hipnótico en sus imágenes, como si aquí Reichardt estuviera más preocupada del fondo que de la forma, de trasladar una serie de conceptos al medio fílmico sacrificando en cierta medida para ello la parte en la que conquista el cielo en el arte de contar historias que la caracteriza. Pero al margen de esto, que podría ser asunto baladí para el aficionado al cine de la estadounidense —entre los que me incluyo sin ninguna duda—, Showing Up tiene un poco de todo lo que enamora de sus señas de identidad: esos personajes que vagan por la pantalla con un sentido del humor trágico y una lágrima casi siempre a punto de asomar, ese modo de ver las cosas que reconcilia con la esperanza de una vida mejor, pero sobre todo, esa manera de transformar lo cotidiano en algo tremendamente extraordinario: pequeños eventos que hacen crecer y cambiar, que tienen más que ver con las reacciones que con los hechos. Kelly Reichardt ha vuelto con una película divertida que desnuda su potente mirada autoral que, aunque quizá haya conseguido menos alcance de lo que podríamos esperar, ha demostrado una vez más su gran humanidad, humildad y modo de mirar hacia el mundo, que es paz y lugar seguro.