Shôgun
La serie del año

País: Canadá
Año: 2024
Guion: Shannon Goss, Rachel Kondo, Matt Lambert, Justin Marks, Emily Yoshida, Maegan Houang, Caillin Puente, Nigel Williams (Novela: James Clavell)
Creación: Justin Marks, Rachel Kondo
Título original: Shôgun
Género: Serie de TV. Aventuras. Drama. Intriga
Productora: DNA Films, FX Productions, Michael De Luca Productions
Fotografía: Sam McCurdy, Marc Laliberte Else, Christopher Ross, Aril Wretblad
Edición: Maria Gonzales, Aika Miyake, Thomas A. Krueger
Música: Nick Chuba, Atticus Ross, Leopold Ross
Reparto: Hiroyuki Sanada, Cosmo Jarvis, Anna Sawai, Nestor Carbonell, Tadanobu Asano

País: Canadá
Año: 2024
Guion: Shannon Goss, Rachel Kondo, Matt Lambert, Justin Marks, Emily Yoshida, Maegan Houang, Caillin Puente, Nigel Williams (Novela: James Clavell)
Creación: Justin Marks, Rachel Kondo
Título original: Shôgun
Género: Serie de TV. Aventuras. Drama. Intriga
Productora: DNA Films, FX Productions, Michael De Luca Productions
Fotografía: Sam McCurdy, Marc Laliberte Else, Christopher Ross, Aril Wretblad
Edición: Maria Gonzales, Aika Miyake, Thomas A. Krueger
Música: Nick Chuba, Atticus Ross, Leopold Ross
Reparto: Hiroyuki Sanada, Cosmo Jarvis, Anna Sawai, Nestor Carbonell, Tadanobu Asano

Oriente y Occidente se dan la mano en la ficción de Justin Marks y Rachel Kondo. Una superproducción televisiva protagonizada por Hiroyuki Sanada, Cosmo Jarvis y Anna Sawai tan espectacular visualmente como rica en lo narrativo.

Muchos son los géneros cinematográficos que, de una forma u otra, están ligados a un país o una sociedad en concreto. Un ejemplo de esto podría ser el wéstern en el caso de Estados Unidos. En el caso de Japón y el cine de samuráis la relación siempre ha sido un poco más compleja, existiendo básicamente dos tipos de película de este género: por un lado las de samuráis diseñadas para el consumo occidental y de masas, como Azumi (Ryûhei Kitamura, 2003); y por otro películas de mayor nivel artístico orientadas para un público esencialmente local o, como mucho, para el circuito de festivales y el nicho del cine de autor, como por ejemplo La espada oculta (Yôji Yamada, 2004). Raros han sido los casos, al menos en épicas recientes y descontando el éxito de autores clásicos como Kurosawa o Kobayashi, en los que una película ha logrado triunfar en ambos frentes, como en el caso de Zatoichi (Takeshi Kitano, 2003). Todos los amantes del género tenemos, por lo tanto, motivos de alegría de poder añadir desde hoy un nuevo título a esta lista: Shôgun (Justin Marks, Rachel Kondo, 2024).

Esta historia nos lleva al Japón feudal de la mano de John Blackthorne, un marinero británico que llega al país nipón con la intención de romper el dominio comercial portugués sobre esas tierras. A su llegada, sin embargo, es apresado por las tropas del señor feudal Toranaga, uno de los regentes de Japón tras la muerte del último Sekkan (título que en la práctica significaba prácticamente ser el monarca de todo el imperio), quien ve en el un potencial aliado ante la guerra civil que se avecina. Las cosas se complicarán, sin embargo, cuando Blackthorne se enamore de Mariko, la esposa de uno de los lugartenientes de Toranaga.

La espectacularidad de la puesta en escena es uno de sus puntos fuertes.

Aunque a primera vista Shôgun pudiera parecer una historia de samuráis genérica, influenciada por títulos como Ran (Akira Kurosawa, 1985), es cuando la inspeccionamos de cerca cuando sus virtudes salen a la luz. A una historia que no trata de reinventar la rueda, sino de abrazar y potenciar los elementos que han hecho grande este género se añade un diseño de producción que funciona no solo a nivel estético sino también narrativo, no aspirando tanto a deslumbrar por su espectacularidad (si bien en más de una ocasión lo logra) sino a engrandecer la historia que está contando. Grandes presupuestos, tal como hemos visto recientemente en productos que, como por ejemplo, El señor de los anillos: Los anillos de poder (Patrick McKay, John D. Payne, 2022), adolecen de una espectacularidad visual totalmente vacía e inane, no necesariamente garantizan un buen apartado visual, generalmente por una falta de comprensión de la función que lo visual tiene en la narrativa cinematográfica. En contra de lo que muchos piensan, lo que define un buen apartado visual no es tanto la espectacularidad de sus elementos aislados sino la forma en que este conjunto se pone al servicio de la historia que se está contando, y Shôgun logra este objetivo con creces. Nadando entre la grandiosidad del cine de época épico, con enormes batallas y suntuosos decorados, y los espacios y momentos más intimistas, en donde la estética de la serie hace primar el realismo y la crudeza para que el espectador se sienta siempre inmerso en el mundo que nos presenta la serie, Shôgun logra el equilibrio perfecto entre lo grande y lo pequeño, los grandes momentos épicos y las pequeñas escenas íntimas que dan profundidad a los personajes.

Es el resultado del encuentro entre los mejores rasgos de las grandes producciones televisivas occidentales con la tradición cinematográfica del mejor cine de samuráis japonés.

De hecho, es en su elenco donde la serie más y mejor destaca. A la cabeza de la narrativa tenemos a tres personajes, John, Toranaga y Mariko, todos ellos muy bien escritos y que demuestran en su personalidad varias capas que les dan una deliciosa tridimensionalidad. Veterano en el cine japonés, Hiroyuki Sanada toma el que quizá sea el rol más atractivo de la serie, el de Toranaga, un señor feudal honorable y maquiavélico a partes iguales, del que nunca se sabe si enmascara su ambición bajo una máscara de honor o todo lo contrario. Es sin embargo el personaje de Mariko el que muestra más matices, mostrándonos a una mujer en constate conflicto, dividida entre su reino (Japón) y su religión (catolicismo), su marido y su amante, el peso del deshonor de su familia y su deseo de sobreponerse a las adversidades del mundo en el que le ha tocado vivir. Incrustado en este universo que la serie sabe tejer de intrigas políticas, vendettas personales y personajes con pasados nos encontramos a John, un personaje que el guion aleja acertadamente de los cánones del héroe habitual en este tipo de historias de época, y que en su lugar se representa como un antihéroe con sus propios objetivos y que se ve atrapado por un mundo que le es ajeno.

No pretende ser Shôgun una carta de amor a una visión idealizada o romantizada del mundo de los samuráis como si lo era El último samurai (Edward Zwick, 2003), sino más bien una obra que arroja una mirada realista a este mundo, mostrando sus sombras pero también sus luces, su lado oscuro y también su cara más hermosa, y que ante todo, aspira a reflejarlo con honestidad, algo que se hace patente, por ejemplo, en la inteligente forma en que la serie utiliza los idiomas para dar realismo a su mundo. Todos los personajes japoneses usan su idioma nativo salvo cuando el uso de idiomas occidentales está narrativamente justificado, algo que no solo le da autenticidad a la serie, sino que demuestra el respeto con el que Shôgun se acerca al universo cultural japonés, no usándolo como una excusa sino demostrando genuino interés en explorarlo. Esta decisión creativa, además, añade una capa narrativa a la serie, dado que para comunicarse, los personajes constantemente necesitan de traductores, los cuales tienen sus propios intereses y en ocasiones se ven tentados de alterar sus traducciones para sacar beneficio personal.

La narrativa cuida mucho a sus personajes para hacerlos lo más profundos e interesantes que puede.

Todos estos puntos positivos no evitan que la serie tenga también algunos defectos. Reconociendo lo bien escrita que está la subtrama de la lucha por el poder entre los regentes de Japón, los primeros episodios arrojan al espectador una gran cantidad de conversaciones de carácter político y conspirativo haciendo que no sea fácil procesar tanta información en tan poco tiempo. Es necesario señalar, no obstante, que una vez que los episodios avanzan y la serie toma forma, esta trama se vuelve mucho más fácil de seguir y se muestra a un nivel de profundidad que nada tiene que envidiar a series como Juego de Tronos (David Benioff, D.B. Weiss, 2011). Independientemente de peccatas minutas como esta, la solidez con la que el mundo de Shôgun está construido, representando un mundo lleno de conspiraciones, traiciones y luchas de poder, y en la que todos los personajes, incluso los menos relevantes, tienen una personalidad definida, hace que sea esta una ficción que destaque como una de las grandes series del año.

No es esta la primera vez que el mundo del Japón feudal es llevado a la pantalla, y tampoco será la última, pero sin duda estamos ante una rara avis, una serie que encarna la fusión entre oriente y occidente. Tal y como John es un occidental que ha de aprender a convivir con al sociedad feudal japonesa y viceversa, Shôgun es el resultado del encuentro entre los mejores rasgos de las grandes producciones televisivas occidentales (como enormes presupuestos o guiones muy cuidados) con la tradición cinematográfica del mejor cine de samuráis japonés, dando como resultado una obra maestra de la pequeña pantalla en la que, por encima de todo, destaca una palabra: autenticidad.

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