Qué sutil y qué desprovista de todo artificio se muestra Clara Roquet con Libertad, algo que resuena con mucha más intensidad si atendemos al hecho de que es su debut en el largometraje, e incluso todavía más tras percibir que detrás de cada una de las decisiones de estilo de su inconmensurable película hay un tono que enlaza con las piezas de lo que a la postre se convierte en una enorme e inabarcable sinfonía de crecimiento y madurez, de las sensibilidades que nacen en la infancia, cuando la niñez parece que se quiere ir, pero delante hay un agujero negro y detrás una mano, la de la madre, que quema. La disyuntiva, al final, entre la nostalgia y la aventura, o entre la melancolía y la inquietud. Roquet, como decimos, pareciera manejar los hilos de su historia desde la verdad —apoyándose, claro, en dos interpretaciones mayores: las de María Morera y Nicolle García—, introduciendo en su coming of age variables que tienen que ver con la percepción de los privilegios de clase desde los dos lados de la barrera: el brillo más reconfortante que emana de Libertad se siente cuando como público uno descubre que la cineasta y guionista no está proponiendo una lección, ni mucho menos una suma de imágenes basadas en la condescendencia, sino un recorrido al que le podemos negar el paternalismo, y que supone un ejercicio de autoconsciencia y manejo de la tendencia de proporciones tan altas que eleva la tarea narrativa y directiva de Clara Roquet a una categoría que no parece la de una debutante, eso seguro.
Una película que traspasa sus premisas para instalar el espíritu del cambio en el espectador y que poetiza sobre la prosa de su sintaxis cinematográfica.
Pero tratemos de entender y penetrar en el fondo de Libertad: Nora tiene catorce años, y pertenece a una familia pudiente que veranea en la Costa Brava. Allí, conoce a una joven llamada Libertad, hija de la empleada del hogar que su familia tiene contratada, de nacionalidad colombiana y con una única idea en mente: regresar a su país. De entrada, la primera subversión que podemos notar es la deconstrucción del hecho migrante —la joven que no quiere entrar, sino salir—, que influencia a la niña que emprende su camino hacia la madurez que, en plena etapa de cambios, se ve reflejada en una adolescente de su edad que representa todo lo que escapa a su autoridad familiar: el peligro, la noche, los chicos. La simple inversión de roles, que además Roquet dibuja de un modo orgánico en absoluto impostado, pone sobre la mesa el caldo de cultivo ideal para exponer en toda su extensión el corazón de su obra, el que palpita con cada plano y cada escena: el estudio desde lo social y lo individual de Nora y Libertad, la erosión a la que se ven sometidas por sus circunstancias particulares y cómo, en un acto de simbiosis literaria, se entrelazan desde el guion dando sentido la una a las dificultades de la otra, y viceversa. Por supuesto, desde la cercanía de una observadora que despliega un tejido narrativo que se cierra sobre sí mismo y que guarda su propio sentido, sus preguntas y sus respuestas dentro de sus actos simbólicos; y la distancia que permite conocer dos puntos de vista —dos interacciones potencialmente conflictivas resueltas desde la veracidad— sin tomar un partido claro ni entrar en una profundidad que invalide la sensación de slice of life, de cotidianidad que rodea toda la obra. Todo ello sin pasar por alto la infinidad de detalles al margen de su núcleo que deja a lo largo de su metraje —enfermedad, tercera edad, maternidad, pareja, fidelidad—, y que convierten poco a poco la película en una pequeña desproporción fílmica, que casi parece imposible una vez vista por todo lo que dice y lo poco que juzga, por su tratado sobre la verdad en la etapa de cambios y las transformaciones invisibles que ocurren mientras el mundo parece seguir su curso ajeno a todo. Así, Libertad se convierte en una película que traspasa sus premisas para instalar el espíritu del cambio en el espectador, que poetiza sobre la prosa de su sintaxis cinematográfica y convierte su ensayo sobre los privilegios, los cambios, el crecimiento y la pertenencia en una mirada clara y limpia al horizonte. Todo nostalgia, aventura, melancolía e inquietud. Todo libertad.