El amor. Ese gran desconocido para el arte del que apenas se ha escrito o esculpido. Ese concepto reducido a unos pocos autores que se atreven a hacer protagonista a un tema siempre secundario. Esa… bueno, basta de ironías. El amor es universal, complejo, omnipresente y casi infinito. Sería un sacrilegio que la cultura no le diera la misma relevancia que tiene en la vida real, esa de la que muchos pretendemos huir durante un instante a través del cine. Si concretamos un poco más, el amor romántico se erige como amo y señor, como medio para la comedia, la tragedia, la emoción, la euforia o, incluso, el terror. De verdad hay que ser atrevido para dirigir un romance que ahonda en los eternos conflictos que plantea el amor a estas alturas, cuando parece que ya todo está contado. Bien, pues el guionista y director japonés Daigo Matsui se atreve con su última película: Just Remembering (2021), una obra autoconsciente de su propio reto y que, por supuesto, no pretende reinventar o revolucionar el género. Es una cinta eminentemente sincera que conoce su lugar y actúa en consecuencia. Así, presenta de fin a principio la historia de amor entre Teruo —un iluminador teatral que, en realidad, sueña con ser bailarín— y Yo —una taxista que remite a Noche en la Tierra (Jim Jarmusch, 1991)—, situando la acción en seis años diferentes, pero en el mismo día: el 26 de julio, fecha de cumpleaños del protagonista.
Un filme sin un ápice de artificio que consigue lo que se propone a base de originalidad, técnica y un guion sólido.
Por su propuesta, lo nuevo de Matsui plantea una interesante labor de edición y puesta en escena. En conjunto, la película sigue un orden temporal inverso para mostrar desde otra perspectiva la evolución de la pareja, una idea excelente que aporta el halo de personalidad necesario a la obra para reflexionar, una vez más en la historia del cine, sobre el amor —o sobre las películas románticas en sí mismas—. Por tanto, la nostalgia invade hasta el título de la cinta, ahondando en los recuerdos —físicos y mentales— como aquello que no puede terminar o arruinarse. Una nostalgia en forma de tonos fríos, gotas de lluvia golpeando el cristal del coche, canciones, un regalo olvidado, una foto de perfil o un gesto. Una nostalgia que vive de noche, que huele a rutina y cuyo punto de partida sirve de representación de una etapa que no se olvida: la pandemia por la COVID-19. Así, Just Remembering se construye a base de grandes elipsis que permiten ir descubriendo los detalles del guion y las conexiones entre Teruo y Yo, ya que durante los primeros años —¿o los últimos?— están separados, por lo que estos guiños funcionan como transiciones del montaje en paralelo que permite presentar a los dos personajes para ir avanzando en las etapas del amor —¿acaso existe este concepto?—: el primer encuentro, la consolidación, el éxtasis, el distanciamiento y la separación. De esta forma, el director confecciona una reinterpretación del paso del tiempo centrando su mirada en pequeños fragmentos; pinceladas de dos vidas que coinciden y colisionan, ejemplificando la complejidad que acarrean las relaciones humanas y los problemas que plantea: falta de comunicación, decepción por haberse creado expectativas de la otra persona, promesas incumplidas… Pero también hay hueco para el amor romántico en su plenitud, donde reina la confianza, las risas, los bailes, las bromas o la esperanza, esta última personificada en un fantástico personaje secundario, cuya historia de amor propia aparece representada como contraste de la trama central.
Con todo, Just Remembering es un filme sin un ápice de artificio que consigue lo que se propone a base de originalidad, técnica y un guion sólido que exprime el amor de pareja y difumina el concepto de «final», pues la resolución no supone ninguna sorpresa para el espectador. Pero no solo eso, sino que también erradica casi por completo la posibilidad de hacer siquiera un amago de spoiler: si empieza con la ruptura, es obvio que antes han tenido que estar juntos y conocerse. Esta es una película que reivindica el desarrollo como parte fundamental de una obra, como el cuerpo consistente que da sentido a los extremos y donde radican los detalles que se recordarán una vez termine. Porque sí, todo tiene un final, pero no uno estático e inmutable. Así lo expresa Matsui y así lo demuestra su cinta, que habla del amor como solo lo hacen las buenas pelis románticas.