La bruja
El camino de la desesperación

País: Estados Unidos
Año: 2015
Dirección: Robert Eggers
Guion: Robert Eggers
Título original: The Witch
Género: Terror, Drama
Productora: A24, Code Red Productions, Pulse Films, Scythia Films, Rooks Nest, Maiden Voyage Pictures, Mott Street Pictures
Fotografía: Jarin Blaschke
Edición: Louise Ford
Música: Mark Korven
Reparto: Anya Taylor-Joy, Ralph Ineson, Kate Dickie, Harvey Scrimshaw, Lucas Dawson, Ellie Grainger, Julian Richings, Bathsheba Garnett, Sarah Stephens, Jeff Smith
Duración: 92 minutos

País: Estados Unidos
Año: 2015
Dirección: Robert Eggers
Guion: Robert Eggers
Título original: The Witch
Género: Terror, Drama
Productora: A24, Code Red Productions, Pulse Films, Scythia Films, Rooks Nest, Maiden Voyage Pictures, Mott Street Pictures
Fotografía: Jarin Blaschke
Edición: Louise Ford
Música: Mark Korven
Reparto: Anya Taylor-Joy, Ralph Ineson, Kate Dickie, Harvey Scrimshaw, Lucas Dawson, Ellie Grainger, Julian Richings, Bathsheba Garnett, Sarah Stephens, Jeff Smith
Duración: 92 minutos

Deudor de las grandes obras del pasado, el cineasta estadounidense Robert Eggers ha sabido mantener su primera película, protagonizada por una debutante Anya Taylor-Joy, en el área del virtuosismo.

«Polvo de momia para envejecer / Con la oscuridad de la noche me vestiré / Mi voz por la de una bruja cambiaré / Para encanecer mi cabello un grito de terror / Una ráfaga de viento para avivar mi rencor / Un relámpago mezclará mi juramento / Y ahora que se cumpla por fin el encantamiento». La Reina Grimhilde. Blancanieves y los siete enanitos (David Hand, 1937).

A principios de la década de 2010 a Robert Eggers se le hicieron algunas ofertas. Todavía joven, a día de hoy aún lo es, meditaba cómo podía plantear su primer largometraje a sabiendas de que sus anteriores trabajos, de menor duración, quizás pecasen de ese impulso, tan natural para el artista como incómodo para el inversor, que es la personalidad marcada. Por suerte, el término medio es un concepto que existe, aunque se requiera de cierta madurez para alcanzarlo. En el caso de Eggers (y realmente en el de casi cualquier director novel del mercado actual) dicho término consistía simplemente en hacer una película más convencional, abierta a más publico, sin ello suponer una pérdida de sus motivaciones y su estilo como autor por el camino, a ser posible.

Una vez hubo tragado parte de su orgullo, cogió el restante y elaboró su propuesta. Dejándose ayudar por su pasado, fuente usual de inspiración para todo aquel con mínima motivación creadora, a Eggers no le costó decidirse por el tema de su obra. Al igual que con sus primeros trabajos (cortometrajes que versionaban el Hansel y Gretel de los Hermanos Grimm o El Corazón Acusador de Edgar Allan Poe), se guió por el recuerdo de los bosques y granjas de New Hampshire y los relatos de su infancia (1.1; 1.2). Relatos donde siempre hay alguien que se pierde, alguien que se aprovecha, y desde luego alguien que aprende una lección, seas de donde seas. Y sabiendo que su película sería de terror y que muchos de nosotros, en algún momento de nuestra vida, nos hemos tomado esos relatos más en serio de lo que quizás deberíamos, vio apropiado hacer uso de ellos y de los personajes que los protagonizan.

Así surge La bruja o The VVITCH en el concreto y preciso original, que nos sitúa en pleno siglo XVII y nos cuenta cómo la llegada de una familia inglesa al Nuevo Mundo no empieza precisamente con buen pie (2.1). Apenas unos meses allí, son desterrados de su colonia, dejando a William, el patriarca, a su esposa Katherine y a sus 4 hijos prácticamente a su suerte. Solos, a merced de una granja desolada y un bosque cercano, cuyas ramas angostas y entrelazadas los rodean y vigilan, aun sin ser del todo conscientes de ello (2.2). El terreno perfecto para sembrar y dejar que afloren las recias lecciones de una profunda y estricta instrucción religiosa que, gracias al abono tan eficaz que es la desesperación humana, darán paso a las supersticiones que mermarán sus cuerpos y espíritus (2.3). Un drama, vamos.

Como ya hizo caprichosamente Goya hace más de doscientos años, Eggers encuadra el mito de las brujas en un marco tosco, viejo y deformado.

Y es que, en realidad, siempre debería tratarse de eso. Eggers tenía claro que su película, por muy perteneciente al genero de terror que fuera, no iba a responder al clásico y mascado patrón de silencios seguidos de pícaras elevaciones de volumen con tal de hacer botar al espectador. De hecho, era muy consciente de que el terror, el más puro, normalmente surgía cuando era infundado por uno mismo, tal y como predicaban maestros como Polanski o Friedkin en sus obras. Pero esto solo era posible llevando a sus personajes a lugares que pusieran a prueba primero su paciencia, después su esperanza y por último su cordura.

Esta película, como su obra posterior El faro (Robert Eggers, 2019), acude a la época y lugar idóneos para crear esos escenarios extremos donde las personas se ven progresivamente traicionadas por sus propias creencias. En un ejercicio de recreación singular que aborda no solo los más pequeños detalles de atrezzo o vestuario (3.1; 3.2), supervisado por expertos historiadores, sino que también profundiza en las costumbres, el estilo de vida y la jerarquía y la represión que ejercía sobre esa gente una mentalidad plagada de promesas a cambio de una sumisión incondicional. Pues allí, con el estómago vacío y el futuro borroso, era más fácil culpar a lo invisible normalmente encarnado, como no, en el prójimo. Presas de un delirio que se transmite a acusador y victima por igual, como la peor y más contagiosa de las epidemias (4.1).

Como ya hizo caprichosamente Goya hace más de doscientos años (5.1), Eggers encuadra el mito de las brujas en un marco tosco, viejo y deformado, alejado de la razón y más próximo a la histeria colectiva y a la desesperación nacidas de la más profunda ignorancia (6.1). Creando imágenes turbias, desoladoras y amargas, bañadas en marcados claroscuros, conseguidos con un único y estricto uso de la luz natural (6.2). Haciendo hincapié en la expresividad de unos interpretes magníficamente seleccionados y que rezuman esa naturalidad clave en el terror (7.1). Esperando de ellos no cómicos encontronazos con los monstruos que ellos mismos crean, si no más bien desasosiego por lo que pueda cometer uno de los miembros de la familia en respuesta a su culto (7.2).

A lo que le va que ni pintado ese inquietante diseño de sonido que recuerda a los crescendos de tensión que acontecían previos a cada cambio de día dentro del Hotel Overlook. Desde luego, es alguien muy deudor de las grandes obras del pasado este Eggers. Y bien por él, porque aún tentado por la reinvención facilona o el uso impersonal de licencias del género, ha sabido mantener su primera película en el área del virtuosismo. Del punto medio. Sin sobresaltos, pero con tensión. Más del drama humano que del sobrenatural (8.1). Atrayente sin violar el interés personal. Que prefiere sugerir hasta que ya sea demasiado tarde para mostrar. Susurra sensualmente y solo grita para desahogar. Respondiendo tanto a las perturbadoras ensoñaciones propias de un niño asustado como a los temores silenciados de la vida adulta. En un estudio profundo y apartado no tanto del tren sino de la bruja (8.2).

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