Una de las grandes virtudes de la era del streaming es que, gracias a la enorme difusión de las plataformas digitales y a la diversidad de las audiencias, es posible (y viable económicamente) llevar a la práctica proyectos que en el pasado hubieran sido impensables. Sandman (Neil Gaiman, David S. Goyer, Allan Heinberg, 2022) es sin duda un ejemplo de esta situación, y la adaptación de la prestigiosa obra de Gaiman, que en otra época hubiera sido impensable, es hoy una realidad gracias a Netflix, dando como consecuencia una serie disfrutable tanto por fanes de la obra original como por recién llegados al universo del señor de los sueños y que logra, en general, construir un entretenimiento adulto y serio que deja un sabor de boca satisfactorio, si bien en ocasiones se trastabilla ligeramente con sus pretensiones.
La serie nos cuenta la historia de un eterno, Morfeo, el rey del sueño, que es accidentalmente atrapado por un espiritista británico durante la Primera Guerra Mundial y despojado de casi todo su poder durante cerca de un siglo. Cuando al fin es liberado, descubre que su reino en el mundo de los sueños se ha viso totalmente arruinado a causa de su ausencia (ocasionando terribles efectos negativos a la humanidad). Morfeo decide, por lo tanto, comenzar un viaje a lo largo del mundo y de los diferentes reinos para recuperar sus artilugios de poder (su máscara, su rubí y su saco de arena) mientras que, por otro lado, ha de enfrentarse tanto a aquellos que han robado una parte de su poder y desean usarlo para fines egoístas y a las pesadillas que han escapado de su reino y campan a sus anchas por el mundo como a otros eternos con oscuras intenciones.
Si algo se puede decir de esta adaptación es que desde el primer momento tiene una identidad y una personalidad clara que se niega a hacer compromisos para adaptar el contenido a lo que las audiencias presuntamente quieren. A diferencia de otras series recientes que han adaptado obras de otros medios y que se han dedicado a transformar el material original a lo que algunos productores han interpretado como lo popular del momento (con la nefasta consecuencia de crear un producto totalmente desconectado de aquellos elementos del material original que le hacían especial), la serie que hoy nos ocupa sabe de sobra lo que es, una adaptación de un aclamado cómic, y por lo tanto tiene un objetivo claro: traducir dicha obra al lenguaje cinematográfico, haciendo los cambios necesarios para encajarlo en este medio pero sin olvidarse nunca de la importancia del material original. Consecuentemente, es su compromiso con su propia identidad artística y la negativa de la serie a parecerse a un producto común más disfrutable por las audiencias mayoritarias lo que la hace especialmente atractiva. No nos encontraremos aquí a una serie que meta con calzador bromas adolescentes para ganarse al público del cine de Marvel o gore y sexo innecesario para tratar de erigirse como la nueva Juego de Tronos (David Benioff, D.B. Weiss, 2011).
Uno de los aspectos clave de esta identidad es su refinado apartado visual, relativamente oscuro y siempre elegante, el cual combina unos efectos digitales notablemente buenos con una cinematografía digna de cualquier superproducción que ayuda enormemente a construir el rico universo que la serie nos propone logrando, paradójicamente, dotar a este mundo de fantasía de un realismo sorprendente. Si bien es cierto que estamos ante un universo de fantasía totalmente nuevo, todo lo que se nos muestra se siente consistente, coherente y totalmente creíble. La dirección y la puesta en escena evitan en todo momento caer en las trampas y los atajos de otras series del mismo género y se adscriben continuamente a un lenguaje visual sobrio y refinado que en todo momento encaja con el tono serio y adulto de la serie. Y este es quizá el aspecto más reseñable de Sandman: la determinación por parte de los creadores de mantener siempre un tono adulto que acompaña a una historia que destaca por su complejidad y su madurez, algo relativamente infrecuente en el género de la fantasía.
El guion, por su parte, establece desde el inicio las reglas de este mundo de fantasía y sabe respetarlas en todo momento, logrando crear una historia que, dentro de su irrealidad, termina planteando conflictos y situaciones sorprendentemente humanas con las que es relativamente fácil empatizar. Ayuda a esto el hecho de que, dejando a un lado a su protagonista, los secundarios (y en particular los antagonistas) están sorprendentemente bien caracterizados e, incluso cuando únicamente aparecen en dos o tres capítulos, presentan una profundidad como personajes absolutamente fascinantes que no solo hace que sus historias se carguen de emotividad, sino que terminan resultando enormemente importantes para el espectador a pesar de su relativamente limitada presencia en pantalla. Incluso personajes con presencias relativamente ocasionales disfrutarán de arcos de evolución completos y complejos y de subtramas que en ocasiones resultan incluso más fascinantes que la historia principal.
Uno de los pilares fundamentales de la serie es la tremendamente convincente interpretación de Tom Sturridge como Morfeo, dotando a su papel de una magia y un halo de misterio que le dan un magnetismo irresistible. El actor logra crear un personaje totalmente propio y con una personalidad distintiva frente al cual el espectador no puede hacer más que empatizar en todo momento. Sturridge logra mezclar en su justa medida la frialdad de un ser eterno y de poderes sobrenaturales y casi ilimitados con las tribulaciones de un personaje muy humano en el fondo, que no es ajeno a las dudas, a los remordimientos o al dolor. Pero si un miembro del reparto roba el show, ese es sin duda David Thewlis, el cual da vida a uno de los antagonistas más interesantes, temibles pero a la vez fascinantes de los últimos tiempos. El interprete logra crear a un villano muy humano frente al cual el espectador siente tanto temor como empatía y lástima, que escapa de los antagonistas caricaturescos y monocordes tan habituales del cine actual y que sin duda representa uno de los puntos álgidos de la serie.
Todo esto confluye en una serie que sabe usar la fantasía como vehículo para tratar temas complejos y maduros como puede ser la naturaleza humana, el determinismo o la moralidad. Los antagonistas (al menos los humanos) siempre se presentan como personas que en sus orígenes pudieron tener objetivos relativamente nobles pero que se dejaron llevar por su obsesión hasta convertirse en monstruos, pero que en el fondo son también víctimas de sus propios demonios. La sutileza con la que esta serie manea sus temas y sus conflictos morales es verdaderamente reconfortante y ayuda a que se sienta como una producción televisiva orientada a un público adulto y que puede ser incluso disfrutadas por personas que no sean seguidores particularmente fieles del género, ya que bajo la magia y los sueños hay unos mensajes y unos temas con los que casi cualquier espectador puede sintonizar. Incluso si a veces se siente como si no tuviera el suficiente tiempo ni metraje como para explorar en su justa medida todo lo que quiere tratar, estamos ante una serie que en sus mejores momentos excede el mero entretenimiento para ofrecer una experiencia audiovisual que abre la puerta a la reflexión y la provocación intelectual.
Mantiene siempre un tono adulto que acompaña a una historia que destaca por su complejidad y su madurez.
No obstante, a pesar de todas sus virtudes (o quizá a causa de ellas), Sandman presenta también ciertos defectos inherentes a su propia identidad. Y es que la serie funciona a la perfección cuando trata de ser un entretenimiento serio y competente, pero en los momentos en que intenta ser algo más y busca ponerse profunda y filosófica oscila entre lo brillante y lo frustrante. Un ejemplo de esto lo encontramos justo en el ecuador de la serie: en el episodio cinco Morfeo tiene un enfrentamiento con un antagonista que ha robado parte de su poder y lo usa para eliminar la mentira del mundo, creando una realidad llena de sinceridad pero en la que es imposible vivir. Morfeo le muestra su error y como la mentira es inseparable de la esperanza y de los sueños de la humanidad, una parte intrínseca de la misma y sin la cual no seríamos nosotros mismos. Ese episodio solo puede ser descrito de una manera: absolutamente brillante, inspirador y fascinante. Lamentablemente, va seguido del capítulo sexto, en el cual Morfeo tiene una crisis existencial y su hermana, una Parca, le lleva en un paseo mientras conoce a diferentes personas en su tránsito de la vida a la muerte. Este momento, que pretende ser emotivo y profundo, termina sintiéndose anodino a causa del esfuerzo por parte de la serie de dotar estos momentos de una profundidad que la historia en ningún momento logra alcanzar, haciendo que caigan más en el melodrama que en otra cosa. Si bien es cierto que la segunda parte del episodio se salva al mostrar la entrañable relación de amistad de Morfeo con un ser humano al que ha dotado de inmortalidad, esto no puede remediar que la primera parte de la trama termine sintiéndose como poco más que un pretencioso relleno.
A decir verdad, esto tampoco es una falla totalmente imputable a Sandman, sino que viene dada por todo lo que es el mundo de la televisión de prestigio hoy en día, en la que parece que una serie solo puede ser buena si logra hacer que los espectadores tengan una experiencia trascendental cada vez que la vean. Lo cierto es que Sandman si que tiene momentos legítimamente trascendentales, pero la serie se empeña en querer crear varios de ellos en cada episodio, lo cual tiene el irremediable resultado de que algunos se sienten inmerecidos, forzados y casi autoparódicos, más como un sucedáneo que como una parte necesaria de la historia. No hemos de olvidar que estamos ante una adaptación de una obra literaria que seguramente gozó de más páginas para explorar estos temas y que algo irremediablemente se ha perdido en su adaptación a la pequeña pantalla, pero de cara a futuras temporadas no estaría de más que los creadores recordasen que, cuando se trata de momentos especiales, como en casi todo, menos es más.
No ha de verse esto, no obstante, como un fallo terrible sino más bien como un elemento a pulir por parte de la serie que es, por otro lado, consecuencia de su personalidad única, algo que a la larga ofrece más aspectos positivos que negativos al conjunto. Si bien es cierto que Sandman presenta momentos que no siempre funcionan, estas extravagancias han de entenderse como una consecuencia de su carácter creativo único, el cual es el que dota a la producción de su magnético atractivo. Y a decir verdad, estos pequeños defectos (acompañados de sus grandes virtudes) siempre serán preferibles a la otra opción, una serie realizada por comité, que no respete el material original y que se abstenga de correr ninguna clase de riesgo creativo porque prefiera en todo momento transitar por los derroteros artísticamente conservadores ya vistos decenas de veces en otras producciones y que se sabe que las audiencias tolerarán de forma fácil, como hemos visto recientemente en otros productos de entretenimiento audiovisual como Resident Evil (Andrew Dabb, 2022) o Halo: La serie (Steven Kane, Kyle Killen, 2022).
En conclusión, Sandman es, con sus defectos, un pequeño triunfo no solo para los amantes de la obra original, sino para los de la fantasía en general. Una serie que sabe manejar el género para crear una narrativa llena de imaginación pero a la vez adulta. Oscura aunque cargada de esperanza y momentos entrañables. Sí es cierto que en ocasiones lleva sus ambiciones demasiado lejos y roza peligrosamente el terreno de lo pretencioso, pero todo ello es un precio más que aceptable a cambio de una historia fascinante con personajes bien definidos, interpretaciones fantásticas y un estilo visual excelente. Sandman es como un buen sueño, puede adolecer de algunos momentos extravagantes o que no tengan sentido, pero en su conjunto ofrece una experiencia cautivadora.