Espacios y colores en medio de un caos formal, en el que las personas se mueven buscando su lugar sin saber exactamente de dónde vienen ni hacia dónde se dirigen. La inexactitud, la falta de contexto como línea base, la tabula rasa aplicada al cine, en la que el pasado y el futuro no existen para dejar paso a un presente en el que solo importan los símbolos, las conversaciones de hoy, aquello que se puede decir fuera de su tiempo y de su espacio y que, ajeno al significado que le precede, construye uno nuevo basándose en una realidad hecha a medida, donde las paredes dan forma a un universo autocontenido en el que todo puede pasar: La chica y la araña (Ramon Zürcher, Silvan Zürcher, 2021), la marejada más bella que se ha construido acerca de la separación y el sentimiento de abandono, tan marciana como a veces ininteligible, pero tan satisfactoria y cautivadora como sus personajes, una suerte de moradores de la ambigüedad ante los que es imposible emitir un juicio de simpatía, que puedes adorar u odiar, que puedes querer besar o golpear, y que se mueven constantemente en la línea que separa el surrealismo del drama humano. Dice la sinopsis que la obra de los gemelos Zürcher va de una mudanza, en la que Lisa se va y Mara se queda, o algo así, y que eso deja a Mara en un estado de extrañeza por la partida de su compañera: lo cierto es que una vez delante de la obra, no puede importar menos el punto de partida, ya que desde el mismo momento en el que uno entra en la representación formal de esas formas geométricas que componen mundos paralelos con leyes sociales alternativas, donde las conversaciones siempre tienen tres sentidos o más y en los cuales es fácil perderse a nada que uno cometa la insensatez de querer buscar ese pasado, o ese futuro, dentro de la narrativa de una película que no lo necesita, la apuesta estará sobre la mesa.
Un filme que se va haciendo grande con el paso de los minutos, que hipnotiza a pesar de su falta de contexto y que explora sus temas con una tendencia natural hacia lo experimental.
Porque La chica y la araña habla de la ansiedad, de la separación, del viaje, de los lugares vacíos, de las historias pasadas, de las casas que son hogares, de las personas que son casas, y de los hogares que no son más que paredes pintadas de amarillo y blanco. El uso de los espacios es paradigmático de la pieza, donde los decorados beben de lo teatral pero se jerarquizan de un modo muy distinto: no podemos hablar de un nivel de importancia personajes-contexto-escenario, sino de una entidad mutante que varía dependiendo del momento en el que se encuentre en ese momento la acción —o la no-acción— y que parte de la base de que todo es, realmente, una explosión de apariencia ordenada, como si hubiera entrado un tornado en una vivienda y el azar hubiera querido que los objetos y las personas quedaran perfectamente colocados y reubicados en el espacio. Este desorden y este descontrol al que está sometida la película desde el punto de vista de la narración cinematográfica convencional se complementa con sus arrebatos líricos, con sus inspiradas metáforas —la araña, la telaraña que queda y desaparece: el nido vacío al fin y al cabo— y sus pinceladas de humor kafkiano y fuera de lugar: los hermanos Zürcher —aunque realmente es Ramon el que dirige y Silvan el que codirige y produce— tienen entre manos un filme que se les va haciendo grande con el paso de los minutos, que hipnotiza a pesar de arrojar tan poca información al espectador —o quizá precisamente por eso— y que explora sus temas con una verosimilitud y una tendencia natural hacia lo desconcertante o, si preferimos, lo experimental, que se revela como una de esas películas excéntricas y poco comunes que crecen y crecen después del visionado y ofrecen gran cantidad de momentos de introspección desde la singularidad, desde lo exótico, o incluso desde lo abiertamente extravagante. La película de Ramon y Silvan Zürcher es un recordatorio de que el cine también se ocupa de esas obras que traspasan la estructura, y que son algo más —o menos, según se mire— que tres actos y una suma de eventos más o menos concatenados: por más que en la realidad las arañas sean una de las fuentes de terror más extendidas que existen, siempre nos quedará La chica y la araña para reconfortarnos sabiendo que, en algún universo paralelo, en algún lugar posiblemente inaccesible, existe una casa en la que hay unas personas que dejan que los arácnidos correteen por su piel sonrisa en ristre.