La asistenta
Salir a la superficie

País: Estados Unidos
Año: 2021
Guion: Molly Smith Metzler, Bekah Brunstetter, Marcus Gardley, Colin McKenna, Michelle Denise Jackson
Creación: Molly Smith Metzler
Título original: Maid
Género: Serie de TV, Drama, Comedia
Productora: John Wells Productions, LuckyChap Entertainment, Warner Bros. Television
Fotografía: Vincent De Paula, Quyen Tran
Reparto: Margaret Qualley, Andie MacDowell, Billy Burke, Nick Robinson, Anika Noni Rose, Tracy Vilar, BJ Harrison, Erin Karpluk, Toby Levins, Alessandro Juliani, Mozhan Marnò, Amy Reid

País: Estados Unidos
Año: 2021
Guion: Molly Smith Metzler, Bekah Brunstetter, Marcus Gardley, Colin McKenna, Michelle Denise Jackson
Creación: Molly Smith Metzler
Título original: Maid
Género: Serie de TV, Drama, Comedia
Productora: John Wells Productions, LuckyChap Entertainment, Warner Bros. Television
Fotografía: Vincent De Paula, Quyen Tran
Reparto: Margaret Qualley, Andie MacDowell, Billy Burke, Nick Robinson, Anika Noni Rose, Tracy Vilar, BJ Harrison, Erin Karpluk, Toby Levins, Alessandro Juliani, Mozhan Marnò, Amy Reid

La serie creada por Molly Smith Metzler, basada en la autobiografía de Stephanie Land, lleva a la pantalla una historia sobre violencia de género que se sale de la representación tradicional de violencia física y visibiliza la realidad de muchas mujeres.

Mavis Staples y Ben Harper entonan «saldremos adelante, saldremos adelante. No importa lo que pase, estaré ahí para ti. Saldremos adelante», una canción enmarcada en la música Soul y R&B que se presenta como un canto de supervivencia ante las desigualdades sociales y pieza fundamental dentro de la minuciosamente seleccionada banda sonora de la nueva serie de Netflix, La asistenta (Molly Smith Metzler, 2021). Con este mantra como eje transversal, la ficción adapta la autobiografía escrita por Stephanie Land denominada Maid: Hard Work, Low Pay, and a Mother’s Will to Survive. La creadora y guionista Molly Smith Metzler recoge estas memorias y las traslada a la pantalla a través de la actriz Margaret Qualley en su papel protagonista como Alex, la cual lleva a cabo una interpretación impecable junto a Andie MacDowell en el papel imprescindible de su madre —también en la vida real— Paula. Alex, además, se construye como un personaje redondo repleto de detalles, donde también se aborda su sexualidad y pasión profesional, sin limitar así su existencia al papel de mujer-madre, mujer-maltratada, sino como mujer que busca su propio placer y su propio crecimiento personal. Junto a ello, se descubre una revalorización del trabajo de las personas que limpian las casas como un trabajo igual de digno que cualquier otro, al mismo tiempo que indispensable. 

Desde el primer episodio se sienta la premisa donde Alex huye junto a su hija Maddie de su pareja Sean, el cual la maltrata. Con esta piedra angular anclada, la serie desarrolla en diez episodios la evolución de la protagonista y todas las piezas indispensables que pivotan alrededor de ella, esbozando una historia genuina sobre la violencia de género donde lo sobresaliente no es la violencia física, como ha predominado en la historia del audiovisual con series como Big Little Lies (David E. Kelley, 2017), sino que se pone el foco en la psicológica, simbólica y estructural, aspectos de la violencia de género que son necesarios visibilizar. Gracias a esta perspectiva, el argumento se aleja de los tropos más comunes y se acerca a un tipo de maltrato que no es tan sencillo de sacar a la luz y sobre todo que es banalizado desde la burocracia, el sistema e incluso las personas que rodean a la mujer que lo sufre, porque como bien articula la protagonista: «la primera vez no me creyeron porque no tenía magulladuras». En relación a esto, uno de los mayores aciertos del filme reside en la selección de planos y la forma de mostrar en pantalla el abuso hacia Alex por parte de su pareja. En la historia cinematográfica, la violencia de género ha sido mostrada de forma explícita tal y como ya se hizo en Irreversible (Gaspar Noé, 2002) y sus insoportables diez minutos de violación, o con Te doy mis ojos (Icíar Bollaín, 2003), siendo este último un filme imprescindible para visibilizar la violencia de género. No obstante, con La asistenta se recurre a técnicas metafóricas oportunas que transmiten a la perfección la agonía, frustración y sufrimiento de la protagonista sin necesidad de caer en una representación explícita, algo que también se abordó en La habitación (Lenny Abrahamson, 2015) y que es destacable debido a la dificultad que ha existido y existe en los círculos académicos y también creadores a la hora de decidir cómo se debe o no enfocar el tema.

La espiral de la violencia acuñada por la psicóloga norteamericana Lenore E. Walker hace referencia a ese círculo vicioso caracterizado por el aumento cíclico de la violencia contra las mujeres, sobre todo cuando se refiere al ámbito de la pareja. Esta espiral es representada de forma sutil pero precisa en la serie de televisión y la progresión de los capítulos, pero sobre todo es muy llamativo el observar cómo dicha espiral va cambiando a través de las generaciones, siendo el papel de la madre de la protagonista clave para ello. En la película Joy (David O. Russell, 2015), se representó de forma evidente la inmutabilidad de la violencia simbólica y estructural del sistema patriarcal estancada de una generación a otra, desde la madre de la protagonista hasta la hija de la misma donde se sembraba la semilla de un futuro más esperanzador. En La asistenta ,esta existencia perenne de la violencia hacia las mujeres se refleja con precisión a través de los papeles de Paula, Alex y su hija Maddie, tres generaciones consecutivas que tienen que sufrir todo tipo de violencias machistas, que aunque cambien de aspecto y de expresiones, continúan siendo violencias machistas. También gracias al papel de las dos generaciones de la madre y la hija se permite el esbozo de dos perfiles de mujer maltratada totalmente diferentes, transmitiendo así el mensaje de que no existe ningún perfil de mujer maltratada y manifestando que la violencia de género nunca es responsabilidad de ellas sino del sistema patriarcal y el maltratador que la ejerce. Enlazando con ello habría que destacar el tropiezo a la hora de representar a este último: se entiende que al estar basado en una historia real, el personaje de Sean, al igual que el del padre de Alex, están basados en personas que han existido, no obstante, en las manos de la creadora audiovisual está el matizar estos perfiles para no dejar recaer todo el peso del maltrato en el abuso de las drogas. En este sentido se perpetúa una imagen canónica y perjudicial donde el hombre maltratador se comporta de ese modo por ser drogodependiente, relegando así toda la responsabilidad a un factor externo y construyendo una empatía e identificación de la audiencia con el hombre maltratador que podría ser peligrosa debido a la influencia del cine sobre la construcción del imaginario colectivo y modelos de conductas en la sociedad. En este sentido, aunque en ciertas ocasiones se lanzan pequeñas referencias a que el problema no reside en las drogas, es esencial reseñarlo para no caer en equívocos.

Además de dicha violencia dentro de la pareja, otra de las violencias más evidentes y que se denuncia a través del relato audiovisual es la estructural y simbólica. La violencia estructural es una de las más dañinas dado que llevan a la protagonista a naufragar en mareas de tempestad donde tanto el sistema judicial como el administrativo no hacen más que poner trabas a su supervivencia. Así, aunque la serie esté contextualizada en Estados Unidos, dicha violencia estructural es una realidad frustrante que es esencial ponerla en evidencia siendo extensible a cualquier contexto. Junto a esta, la simbólica y de desigualdad entre colectivos emerge como otro de los obstáculos esenciales que complican el camino de Alex hacia su independencia, que reside principalmente, y debido a la sociedad capitalista en la que todo se desarrolla, en el dinero y por lo tanto en la desigualdad de clases. Aquí se manifiesta una de las nociones más importantes dentro del movimiento feminista y cualquier movimiento a favor de la igualdad de derechos: la interseccionalidad. No obstante, en la ficción dicha interseccionalidad se ve enturbiada por una serie de detalles que fomentan la mentalidad neoliberal donde el dinero puede comprarlo todo, incluso la maternidad. Además, la diversidad étnica y de orientación sexual es prácticamente inexistente, excepto por el papel de Regina (Anika Noni Rose) y la aparición episódica y breve de una pareja de mujeres homosexuales. Sin embargo, el papel de Regina es precisamente el más conflictivo de toda la serie, por estar directamente relacionado con los vientres de alquiler, el cliché de la mujer que no está completa si no es madre biológica y la desigualdad de clases sociales.

Respecto a la maternidad, esta es una de las concepciones angulares de La asistenta. De este modo, aunque es destacable el esbozo de diferentes modos de enfrentarla, el mensaje final se ve teñido por el arquetipo edípico y freudiano de la madre ante todo, la cual además es responsable de la conducta de su descendencia y sobre todo de sus hijos —hombres—, dado que la madre de Sean es una madre inestable y drogodependiente, poniendo así de manera indirecta el peso de la violencia machista en la madre del maltratador, de nuevo otro factor externo junto al alcohol que eximen tanto al hombre como al sistema patriarcal de su responsabilidad. El relato desgarrador y frustrante que da forma a la historia de Alex se presenta todavía pertinente en la actualidad, así como estrictamente necesario para «hacer visible lo invisible», como dijo la teórica feminista Annette Kuhn. Aunque hay ciertos matices que continúan perpetuando una serie de clichés heteronormativos y patriarcales, el discurso general se presenta como transgresor dentro de las producciones de Netflix a la hora de abordar y denunciar sin tapujos una de las realidades más alarmantes de la sociedad como es la violencia de género. Su mayor valor reside en la forma de presentar dicho argumento a través del recurso de las metáforas visuales así como del mensaje crudamente realista pero que deja la puerta entreabierta para dejar pasar un rayo de luz que ilumine la oscuridad. Luces y sombras que además se ven perfectamente transmitidas a través del trabajo cromático y de fotografía, brindando a la audiencia una cinematografía acorde y muy bien cuidada que da valor no solo al argumento sino a la forma de presentarlo. Ese rayo de luz esperanzador se conforma por los colores más vivos encarnados por aquellas personas que acompañan a la protagonista en su arduo camino para salir del círculo de violencia donde se encuentra sumergida. Un grito de ayuda que es también destacable, eliminando el arquetipo de la «supermujer» que debe ser capaz de salir de todo por sí sola, de denunciar y poder con todo sin buscar la ayuda de otras personas. Una serie de televisión que transmite a la perfección esa sensación de angustia de estar bajo el agua mientras alguien te sujeta la cabeza para mantenerte sumergida hasta que una mano te ayuda para salir juntas y poder así, finalmente, respirar.

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