Esta tierra es mía
Tragarse el humo al fumar tabaco

País: Estados Unidos
Año: 1943
Dirección: Jean Renoir
Guion: Jean Renoir, Dudley Nichols
Título original: This Land is Mine
Género: Drama
Productora: RKO Radio Pictures
Fotografía: Frank Redman
Edición: Frederic Knudtson
Música: Lothar Perl
Reparto: Charles Laughton, Maureen O'Hara, George Sanders, Walter Slezak, Kent Smith, Una O'Connor, Philip Merivale, George Coulouris, Thurston Hall, Nancy Gates, Ivan Simpson, John Donat
Duración: 103 minutos
Premios Óscar: Mejor sonido (1943)

País: Estados Unidos
Año: 1943
Dirección: Jean Renoir
Guion: Jean Renoir, Dudley Nichols
Título original: This Land is Mine
Género: Drama
Productora: RKO Radio Pictures
Fotografía: Frank Redman
Edición: Frederic Knudtson
Música: Lothar Perl
Reparto: Charles Laughton, Maureen O'Hara, George Sanders, Walter Slezak, Kent Smith, Una O'Connor, Philip Merivale, George Coulouris, Thurston Hall, Nancy Gates, Ivan Simpson, John Donat
Duración: 103 minutos
Premios Óscar: Mejor sonido (1943)

Estrenada en Estados Unidos en mayo de 1943 y protagonizada por un gran Charles Laughton, es esta segunda película del parisino Jean Renoir en tierras americanas un lujo para los sentidos y un gozoso y trágico tributo a los héroes anónimos.

En uno de los artículos de opinión de un conocido novelista español actual se comparaba la por momentos triste y famosa serie Succession (Jesse Armstrong, 2018) y a los hijos, auténticas alimañas, de un potentado empresario dueño de medios de comunicación y parques temáticos (entre otros negocios) como gente que tendría más que asumido el capitalismo que vivimos; al fin y al cabo, todo es como empezar a fumar, primero te pones muy malito, pero después y en cierto sentido, el tabaco se convierte en una golosina más. Sacamos a colación esta anécdota porque en Esta tierra es mía (Jean Renoir, 1943), que a pesar de estar rodada divinamente (no confundir con la interpretada más de un decenio más tarde por Rock Hudson, también maravillosa), el protagonista Albert Lory, un Charles Laughton en estado de gracia que llena la pantalla en al menos tres discursos elocuentes hacia el final, prueba el tabaco más de dos veces y tose, siendo lo que le convierte en héroe otra acción que no desvelaré para no trocear más la película.

Otro punto a su favor para el filme es que a pesar de ser una película de guerra antibelicista sobre la Segunda Guerra Mundial que empieza con la imagen del monumento a los caídos en la Primera, no está situada más que en medio de ninguna parte desvelada, un pueblecito del que solo sabemos que está en contra de los alemanes, protegidos en armamento, coacciones y demás abusos por Adolf Hitler. Producida o al menos comercializada en Estados Unidos, en ella brilla la figura o el tema del valor y cobardía de soldados y civiles, y es además un bello alegato a favor de la educación bien entendida no solo en tiempos de armisticio.

Lory, que es un profesor mal pagado de la escuela municipal, tiene como rutina arrancar páginas de libros valiosos y hacérselo hacer a sus pequeños alumnos; vive con su anciana madre que le consigue una jarra de leche de algo así como el estraperlo. A su lado, vive Louise Martin, la dueña del gato que se cuela en su casa y amiga de un descarado maquinista que parece conocer a quien reparte octavillas para la rebelión contra la que se avecina, que es bien grande. Se trata además de la segunda película norteamericana de Jean Renoir, autor de La regla del juego (1939) o La gran ilusión (1937) por no incluir ese maravilloso mediometraje Una partida de campo (1936), donde se desvelaba su parentesco con el pintor impresionista de una manera u otra, y además del Óscar al mejor sonido en su año de estreno (conseguido gracias al equipo de James G. Stewart) ocupa el número dieciocho entre las mejores películas favoritas del público sobre este conflicto armado y el ciento treinta y tres entre los mejores filmes estadounidenses de todos los tiempos.

En el guion también estaba nada menos que el escritor de La diligencia (1939) de John Ford, El delator (1935) y realizador de aquella maravilla adaptada del teatro A Electra le sienta bien el luto del posterior 1947, Dudley Nichols, alguien que por entonces se estaba formando en la mejor cantera de escritura cinematográfica de la época. Un guion por cierto redondo a pesar de su verbosidad y afán comercial. En cuanto a Laughton y cogiendo como referencia a Alfred Hitchcock, la película la interpretó entre Posada Jamaica (1939) y El proceso Paradine (1947), dos filmes que marcaron también época y exilio para el realizador británico que llegaría tan lejos en Hollywood. Esta referencia es solo una mínima muestra por la que llegó a rodar tantas y tan buenas películas en medio, que sería harto trabajoso escribir sobre una quinta parte de ellas. Tan solo hay que decir que murió en 1962, y aún en ese año pudo rodar Tempestad sobre Washington de Otto Preminger. Henry Koster, Charles Vidor, Billy Wilder y un largo etcétera de directores de cine lo conocieron pero que muy bien. En el reparto también destacaron grandes actores como Maureen O’Hara (Louise Martin) o George Sanders (George Lambert). Una O’Connor interpretaba igualmente con maestría y carácter a su madre Emma, siendo igualmente los secundarios parte de una nómina tan amplia como difícil de consignar.

Desde el diseño de producción de Eugène Lourié, y en especial el vestuario que tan bien caracteriza a Lory, se propicia un acabado singular y preciso en detalles que apenas se perciben. El montaje de Frederic Knudtson y la espléndida fotografía de Frank Redman, en un blanco y negro cinético, maravilloso y no menos esplendoroso, no ocultan el trabajo de hasta un técnico en efectos especiales. Para la segunda unidad capitaneada en cámara por Eddie Donahoe, es preciso señalar su compenetración, dadas las dificultades y facilidades que proporcionaban los estudios RKO, con la principal. La música de Lothar Perl, por su parte, tiene la virtud modernísima de apenas dejarse notar, o hacerlo en los momentos clave de una partitura económica y poco dada a concesiones estilísticas. Tal y como señaló Chris Auty en la revista estadounidense Time Out, si por algo esta película aún brilla y envejece tan bien en la actualidad es por «la postura ética de su guion», postura que nos lleva al elemento escénico del tabaco sí, pero a mil y una más, o si acaso eso nos parece (no serán tantos, pero bien avenidos) debido a su sencilla propuesta tanto como idea, tanto como producto acabado. También Dave Kehr, de Chicago Tribune supo ver cómo esa postura estaba disociada entre el patriotismo de Nichols y la humanidad del tándem RenoirLaughton. Al ser estrenado el filme se llevó también algún varapalo ideológico por parte de David Parkinson en Radio Times, donde se tildaba a los protagónicos de «estereotipados» y a los nazis de «histéricos», así como a Renoir de haber realizado una débil película.

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