El Padrino: Epílogo. La Muerte de Michael Corleone
Un siciliano jamás olvida

País: Estados Unidos
Año: 1990
Dirección: Francis Ford Coppola
Guion: Francis Ford Coppola, Mario Puzo (Novela: Mario Puzo)
Título original: The Godfather Coda: The Death of Michael Corleone
Género: Drama
Productora: Paramount Pictures
Fotografía: Gordon Willis
Edición: Walter Murch
Música: Carmine Coppola
Reparto: Al Pacino, Diane Keaton, Talia Shire, Andy García, Eli Wallach, Joe Mantegna, George Hamilton, Bridget Fonda, Sofia Coppola, Raf Vallone, Donal Donnelly, Richard Bright, Al Martino, Helmut Berger
Duración: 163 minutos
Premios Óscar: Nominada a mejor película (1991)

País: Estados Unidos
Año: 1990
Dirección: Francis Ford Coppola
Guion: Francis Ford Coppola, Mario Puzo (Novela: Mario Puzo)
Título original: The Godfather Coda: The Death of Michael Corleone
Género: Drama
Productora: Paramount Pictures
Fotografía: Gordon Willis
Edición: Walter Murch
Música: Carmine Coppola
Reparto: Al Pacino, Diane Keaton, Talia Shire, Andy García, Eli Wallach, Joe Mantegna, George Hamilton, Bridget Fonda, Sofia Coppola, Raf Vallone, Donal Donnelly, Richard Bright, Al Martino, Helmut Berger
Duración: 163 minutos
Premios Óscar: Nominada a mejor película (1991)

En esta nueva versión titulada El Padrino: Epilogo. La Muerte de Michael Corleone, Coppola consigue potenciar por igual ambos filos de la película, impulsando por consiguiente sus defectos, pero también algunas de sus virtudes.

«Justo cuando pensaba que estaba fuera, ¡vuelven a involucrarme!»

Con esas palabras el mítico Michael Corleone maldice su suerte en la tercera entrega de la saga El padrino, haciendo inconscientemente un paralelismo con la situación de esta pobre película que ya recibió los numerosos y gratuitos palos de la todopoderosa crítica y del poco condescendiente público, y que ahora, tras treinta años de su estreno, su director se ve en la necesidad de sacarla de su cripta para volver a exponerla ante la opinión publica. Francis Ford Coppola, que ya lleva en su haber cuatro montajes diferentes de su colosal Apocalypse Now (Francis Ford Coppola, 1979), se ha dejado llevar una vez más por su espíritu restaurador y ahora nos presenta El Padrino: Epilogo. La Muerte de Michael Corleone, una reedición de El padrino. Parte III (Francis Ford Coppola, 1990) restaurada en 4K y con un nuevo montaje que realiza una serie de cambios especialmente incisivos en su principio y su final. Todo con tal de hacerle un lavado de cara y así transformar a la que siempre se ha considerado la oveja negra de la Familia en, al menos, una gris.

Ante este nuevo paradigma la gran pregunta se ve clara: ¿Era necesario este remontaje? Pues si tenemos en cuenta que en términos de negocios todas las preguntas de este tipo suelen ser retóricas y que buscarle respuesta tampoco impediría las intenciones creativas del autor para con su obra, diríamos que plantearse esto es básicamente inútil. Pero puestos a hacerlo, sin duda habría que preguntarse antes qué clase de película es El padrino. Parte III.

El padrino. Parte III se estrena en 1990, es decir, dieciocho años después de la primera entrega y dieciséis de la segunda. Sus predecesoras son obras que, como sabe casi todo hijo de vecino, marcan un antes y un después en la historia del cine y sus influencias llegan a trascender lo meramente cinematográfico formando parte de nuestra cultura popular. Una realidad que es así tanto como ya lo era en 1990, cuando al bueno de Coppola, necesitado de relanzar su carrera tras varios baches propiciados por sus numerosos e interesantes empeños en renovar su manera de hacer cine, se le ofreció poner el broche final a su mejor historia. Lejos de ser un proyecto iniciado con resignación, tanto él como Mario Puzzo, autor de la novela, se pusieron manos a la obra con tal de crear algo que tendría que estar mínimamente a la altura de dos obras maestras y a ser posible las superase. Poca cosa. Y el resultado, inevitable visto en perspectiva, es una película de doble filo que no llegó a satisfacer las altas e irreales expectativas de su público, ni correspondió completamente el compromiso del autor para con su obra.

En esta nueva versión, Coppola consigue potenciar por igual ambos filos de la película, impulsando por consiguiente sus defectos pero también algunas de sus virtudes.

Aunque en un principio el papel de Mary Corleone iba a recaer en Winona Ryder, finalmente la ahora famosa directora Sofia Coppola, hija del director, fue la encargada de interpretarla, con más pena que gloria.

Esa perspectiva, que el grueso del publico decidió adoptar, por desgracia impide ver las muchas virtudes de una obra que, en gran parte, comparte diferentes inquietudes a sus predecesoras. Pensada inicialmente más como una obra de carácter crepuscular, como lo sería posteriormente El irlandés (2019) de Martin Scorsese, toma un punto de partida muy interesante, mostrándonos a un Michael Corleone ya curtido plenamente en sus negocios. Tanto es así que está dispuesto a dejarlos a un lado con tal de enfocar el resto de su futuro exclusivamente a su familia, rota desde hace mucho. Una paradoja clásica en el clan de los Corleone, donde los limites de la familia y los negocios se superponen. Así, el Michael Corleone de El padrino. Parte III, con sus prioridades reorganizadas, se permite una posición nunca vista previamente en la saga: la de alguien débil, anciano, atormentado por el arrepentimiento de sus horribles actos pasados y necesitado desesperadamente de una mínima redención. Es por tanto lógico que el otro elemento de gran presencia en la película sea la Iglesia Católica, entidad ancestral, próspera en base a raíces similares a las de los sicilianos y la única capaz de otorgar el perdón y la limpieza de conciencia que Michael tanto ansía, aún a sabiendas de que las manos que le absolvieran de sus pecados no estarían precisamente limpias. En cierto sentido, quizás a esta película le habría convenido tener unas dimensiones más pequeñas, en el buen sentido. En el sentido de la intimidad. Dado que los momentos en los que especialmente brilla son precisamente aquellos que nos aproximan a los rincones más profundos y humanos de sus personajes. Nos referimos a escenas como la de Michael desmoronándose psíquica y físicamente ante un desconocido mientras le confiesa sus pecados al son de las pesadas y sentenciosas campanas. Hablamos de ver a la siempre maravillosa Diane Keaton interpretando a Kay, condenada eternamente a los márgenes y único nexo con la perdida humanidad de Michael Corleone. O ver cómo la guitarra y la voz de Anthony Corleone, un hijo que ha renegado de sus raíces, interpreta la música de Nino Rota, capaz de hacer aflorar los recuerdos y encontrar las resonancias con un hermoso pasado que nunca fue.

Por lo visto, estos momentos y su talante decadente propio del ocaso, no eran suficientemente dignos para constituir por sí mismos una obra de las características de sus antecesoras, donde siempre brilla el sol de lo épico. Y lejos de seguir la misma técnica que con El padrino. Parte II, en la que Coppola modificó ingeniosa y necesariamente la estructura narrativa para adaptarse a su nueva historia, El padrino. Parte III decide imitar los elementos y la arquitectura de la primera parte, en gran medida.

Es así como surgen personajes como Vincent Mancini, el hijo bastardo de Sonny Corleone que tratará de ocupar el hueco que en realidad nunca le estuvo destinado dentro de la Familia Corleone. Los asesinatos en plena calle, las puñaladas por la espalda y en definitiva, las intrigas sobre la lucha por el poder, hacen inevitable los paralelismos entre Vincent y el papel que jugaba Michael en la primera parte. Sin embargo, el personaje interpretado por Andy Garcia sufre una evolución mucho más torpe y descuidada, marcada más por el cambio de su chaqueta de cuero por un traje ceñido, que por verdaderos puntos de viraje dramáticos. Además esta evolución se ve sometida a constantes intromisiones tanto por la trama principal del propio Michael, en la que apenas influye, como por la del romance con su propia prima. Una trama que aman los seguidores de El padrino tanto como los fanáticos de Star Wars aman a Jar Jar Binks. Con escenas donde la incomodidad reluce casi tantas veces como se pronuncia la palabra «prima» y que acaban por repercutir de mala manera en el, por otra parte, fundamental papel de Mary Corleone, sin la cual el protagonista no se vería en necesidad de salvar su alma.

Digamos pues, que El padrino. Parte III funciona mejor como ejercicio de retrospección que como continuación propiamente dicha de la saga, con la excepción quizás de añadidos como el personaje de Don Altobello, interpretado magistralmente gracias a la sonrisa de zorro y la labia incomparable del único Eli Wallach. En cualquier caso, en esta nueva versión, Coppola consigue potenciar por igual ambos filos de la película, impulsando por consiguiente sus defectos pero también algunas de sus virtudes.

El nuevo inicio sin ir más lejos suprime los planos de la ahora abandonada Mansión Corleone y la escena de la ceremonia en la que Michael recibe la Cruz de la Orden de San Sebastián, privando al espectador tanto de una introducción al statu quo desolado de Michael Corleone, como de la presentación sutil de los personajes que serán relevantes en esta historia, respectivamente. En su lugar, Coppola ha decidido utilizar la escena en la que el arzobispo encargado de la banca vaticana le pide ayuda a Michael por un tema de deudas. La escena, que en la versión original aparecía sobre el minuto cuarenta de película, ahora se nos presenta como una clara réplica del mítico «yo creo en América» con el que iniciaba la primera película. Algo que sería curioso si realmente la escena hubiera estado diseñada para ello. Más allá de los cortes abruptos y lo forzado de la referencia, se supone que durante esa secuencia se lleva a cabo un negocio con el que Michael conseguirá limpiar su nombre, pero si no se nos presenta previamente la condición de suciedad y la necesidad de purga de este, pierde todo su sentido o al menos, su fuerza narrativa. Como decíamos, no es que esta entrega se eleve cuando pretende imitar las formas de su progenitora.

Por suerte, en la revisión no todo consiste en cambiar, sino también en saber qué no hay que tocar. Y ese tercer acto, de una orquestación inmejorable (nunca mejor dicho) en base a ese montaje paralelo ópera-acontecimientos, ha quedado impoluto, para bien de todos. En especial de su final, cuyos trágicos eventos no alcanzarían las cotas dramáticas que cobran de no ser por ese aura funesta, solemne y pasional que solo ofrece el arte operístico. A los pies de la majestuosa Ópera de Palermo sigue resonando ese grito desgarrador que en un principio no tenía pecho del que salir, ante la mirada aterrorizada de los allí presentes y los compases tan hermosos como melancólicos de la Cavalleria Rusticana. Ahora, como único cambio excepcional, Coppola condena a su personaje principal a escuchar ese grito, eco de su vida derrumbándose, para toda la eternidad. Un cruel castigo reservado exclusivamente para aquellos a los que la muerte sabe a poco en compensación por sus pecados. Ya que las condenas por la sangre, con sangre han de pagarse. Gota a gota. Tarde o temprano. Recordándonos que un siciliano jamás olvida.

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