The Discovery
Realidad y fantasía en el espacio temporal

País: Estados Unidos
Año: 2017
Dirección: Charlie McDowell
Guion: Justin Lader, Charlie McDowell
Título original: The Discovery
Género: Ciencia ficción, Romance
Productora: Netflix, Endgame Entertainment, Protagonist
Fotografía: Sturla Brandth Grøvlen
Edición: Jennifer Lilly
Música: Danny Bensi, Saunder Jurriaans
Reparto: Jason Segel, Rooney Mara, Robert Redford, Jesse Plemons, Riley Keough, Ron Canada, Mark Burzenski, Leah Procito, Jim Boyd, Kimleigh Smith, Connor Ratliff, Arthur Hiou
Duración: 110 minutos

País: Estados Unidos
Año: 2017
Dirección: Charlie McDowell
Guion: Justin Lader, Charlie McDowell
Título original: The Discovery
Género: Ciencia ficción, Romance
Productora: Netflix, Endgame Entertainment, Protagonist
Fotografía: Sturla Brandth Grøvlen
Edición: Jennifer Lilly
Música: Danny Bensi, Saunder Jurriaans
Reparto: Jason Segel, Rooney Mara, Robert Redford, Jesse Plemons, Riley Keough, Ron Canada, Mark Burzenski, Leah Procito, Jim Boyd, Kimleigh Smith, Connor Ratliff, Arthur Hiou
Duración: 110 minutos

Tras haberse comprobado científicamente que existe vida después de la muerte, un hijo lucha por enmendar el error de su padre ante la avalancha de suicidios en masa que causa su «descubrimiento».

La ciencia ficción, al poder personalizar distopías futuristas que ponen de relieve los aspectos más mundanos de la raza humana, también permite materializar realidades paralelas. Con The Discovery (Charlie McDowell, 2017) el director estadounidense trasciende en los diálogos. La ausencia de argumentos autoconclusivos y escenas que profundizan en el significado de la vida, del camino correcto o de su determinación suponen toda una declaración de intenciones ante el vacío existencial de las sociedades actuales, o de parte de ellas.

El ferry en que viaja Jason Segel, en el papel de Will Harbor, si bien poco se parece al que Leonardo DiCaprio interpreta en Shutter Island (Martin Scorsese, 2010), sí que guarda relación con lo que espera al otro lado de la orilla: un centro con «tratamiento de recuerdos» como objeto de estudio. Sin defensa alguna de la lobotomía en este caso, la mansión de la familia Harbour se utiliza para experimentar con el cuerpo, el cerebro y la memoria. La inducción al coma, en detrimento del bienestar del resto de órganos, permite reiniciar el cerebro para refrescar ideas y restablecer pensamientos. El más allá existe y solo es cuestión de tiempo hallar el medio que permita visualizar lo que allí ocurre.

Isla representa el «tótem de realidad» de Will.

La vida necesita significado. Una explicación a lo que ocurre, a lo que sabemos, a lo que fuimos y a lo que no. Cuando esa búsqueda no está, ha resultado fallida, o no concuerda con lo que habíamos pensado, esperado o luchado, se va «más allá». Y, una vez que la ciencia lo avala, no hay opción a equivocarse. Continuar siendo una vez el cuerpo deja de respirar, lleva a que un porcentaje demasiado amplio de la población decida adelantar el curso de la naturaleza. No es necesario prolongar la agonía. El suicidio incluso se convierte en un evento colectivo, popular y no menos social que una reunión familiar. Ya en Más allá de los sueños (Vicent Ward, 1993),  Robin Williams relacionaba el «yo» con el cerebro, y no con los dedos de los pies, porque era «esa parte la que piensa, siente y es consciente de la existencia». En The Discovery la discusión está sobre la percepción entre la realidad y fantasía en el mismo espacio temporal —Hegelianismo en estado puro—.

Cuando el neurólogo Will Harbour (re)conoce a la quebradiza Isla (Rooney Mara), ambos discuten sobre la compatibilidad de ambas sensaciones y de cómo la una excluye, por definición, la percepción de la otra. No es posible vivir e idealizar a la vez. Con un barco como punto de encuentro, entre ellos se desarrolla una relación cuanto menos curiosa. A pesar de que no toda la trama gira precisamente en torno a ellos, su vínculo sí que determina el círculo de los acontecimientos. Una vez Will salva a Isla de un primer ataque suicida, la labor de «guardián de su vida» a tenor de la preocupación que manifiesta, se torna romántica al convertirse Isla en su «tótem de realidad» —léase objeto de consciencia por la influencia de Origen (Christopher Nolan, 2010)—.

El saber cómo será ese «después», o al menos creer tener la certeza de que habrá un después, se convierte en un «ahora». No se trata de una alteración del espacio temporal, se vive lo mismo, pero en otra percepción.

En el primer plano de análisis, el motor en que la trama se desenvuelve surge a raíz de los esfuerzos que Will emprende para hacer rectificar a su padre, el Doctor Thomas Harbour (Robert Redford), descubridor del Más Allá (After Life). El haber constatado la posibilidad de prolongar la percepción de la vida en otro plano de existencia supuso el detonante a una carrera masiva de suicidios en cadena. El saber cómo será ese «después», o al menos creer tener la certeza de que habrá un después, se convierte en un «ahora». No se trata de una alteración del espacio temporal, se vive lo mismo, pero en otra percepción. Sin embargo, lo que la evidencia empírica no ha logrado es conocer el camino de vuelta, por lo que la decisión de adentrarse en el más allá resulta irreversible. En el mundo físico, si se comparara experimentar simultáneamente fantasía y realidad, la «otra vida» que Ben C. Lucas explora en Otherlife (2017) supone aplicar la nanotecnología para modificar el software biológico a través de la programación de recuerdos. Gracias a que aquí realidad y fantasía comparten idéntica relación química, se puede ampliar la sensación temporal del cerebro y adulterar así la interacción de la consciencia permitiendo, de este modo, la coexistencia entre idilio y realidad.

No obstante, The Discovery no recurre a las drogas de diseño para afrontar un futuro alternativo. Es la muerte, el fin de la vida física tal y como comúnmente se conoce, lo que se establece como punto de partida. Cada uno ha de adquirir la responsabilidad que le es dada para con su vida, para seguir. Que la respuesta mayoritaria hacia tal «descubrimiento» haya sido la exhalación final como carta de presentación ante el más allá, no convierte al «descubrimiento» en peligroso en sí, ni mucho menos al Dr. Harbour y a su equipo como causante del desequilibrio terrenal. Pero las cabezas de turco son harto necesarias para culpabilizar al prójimo del cúmulo de circunstancias desfavorables en el que cada cual se ha visto sumergido. Por consiguiente, son las decisiones que se toman —y las acciones que las refuerzan— las que determinan el devenir de todo gran «descubrimiento». El coste de oportunidad de cada elección es lo que finalmente se muestra como arrepentimiento existencial que impide salir de la tautología en la que el guion te atrapa.

El que supone el segundo largometraje de McDowell, presentado por Netflix al Festival de Sundance en 2017, manifiesta en todo momento la importancia de la esencia y el sentido de las cosas y la diferencia respecto a cómo se perciben. El bucle temporal que se reinicia al perder lo que no pudo salvarse, la extenuante lucha por dotar de significado a la existencia para suplir todo afecto negado, hila el sino como sustituto al abandono. The Discovery no es una película lineal, ni afectiva ni temporalmente; no es un conjunto de secuencias que regurgitan ideas planas o argumentos inacabados. No. The Discovery es una emoción que plantea dudas a todo aquel que piense sobre ella.

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