Pink Wall
Sobrevivir emocionalmente al siglo XXI, tener pareja y otros saltos de valla

País: Reino Unido
Año: 2019
Dirección: Tom Cullen
Guion: Tom Cullen
Título original: Pink Wall
Género: Drama, Romance
Productora: Dignity Film Finance, Talland Films
Fotografía: Bobby Shore
Edición: Gina Hirsch
Música: Chris Hyson
Reparto: Tatiana Maslany, Jay Duplass, Sule Rimi, Ruth Ollman, Sarah Ovens, Kyle Lima, T.J. Richardson
Duración: 85 minutos
Atlàntida Film Fest 2020 (Sección Domestic)

País: Reino Unido
Año: 2019
Dirección: Tom Cullen
Guion: Tom Cullen
Título original: Pink Wall
Género: Drama, Romance
Productora: Dignity Film Finance, Talland Films
Fotografía: Bobby Shore
Edición: Gina Hirsch
Música: Chris Hyson
Reparto: Tatiana Maslany, Jay Duplass, Sule Rimi, Ruth Ollman, Sarah Ovens, Kyle Lima, T.J. Richardson
Duración: 85 minutos
Atlàntida Film Fest 2020 (Sección Domestic)

Un delicado melodrama moderno que nos lleva a través de las montañas rusas creadas por el director y la sólida interpretación de los actores y a considerar cuánto ego y estatus queremos agregar a las historias de amor que nos sobrellevan la existencia.

Tatiana Maslany y Jay Duplass presentan en este largometraje —programado dentro del Atlàntida Film Fest en la Sección Domestic— al prototipo de pareja actual de primer mundo que se descarna por llevar un proyecto en común, salvando sus autenticidades y personalidades como tesoros de la complicidad y cohesionadores de una relación articulada al igual que la construcción de la película, a través de seis partes con continuos saltos en el tiempo, donde el espectador ya no sabe si hacerse ilusiones en el drama romántico, si van a aparecer hijos a lo Historia de un matrimonio (Noah Baumbach, 2019) o si se van a tirar las maletas a la cabeza. El impulso a emparejarnos algunos lo defienden como una pieza fundamental en la existencia del ser humano desde un punto de vista antropológico («en pareja vinimos y en pareja hay que terminar», Ricardo Arjona), y ha sido y es uno de los grandes temas constructores de la ficción. Desde el cortometraje de The Kiss (William Heise, 1896), pasando por el chick-flick hasta las óperas románticas, las relaciones apasionadas han sido abordadas para el entretenimiento del espectador, y para que éste se sienta subyugado al verse reflejado en los goces y problemas de hallar binomio ante la vida (al menos por un ratito). La yunta y los finales felices siguen siendo trama subrepticia de la mayoría de las producciones comerciales hoy en día, sobre todo en cadenas públicas de televisión a la hora de la siesta los fines de semanas, y es difícil no encontrar esa perspectiva «rosa» en la mayoría de los guiones.

El amor romántico y las relaciones como tema por ende cumplen su función en la literatura, teatro o cine, y actualmente vive una deconstrucción de estereotipos, en parte quizá por la popularización de las teorías de género y de feminismo; ya no es necesario imponer unos férreos e inamovibles roles específicos a los personajes de una ficción en función de si son mujeres u hombres. La evolución de las características de los protagonistas en películas de amorío, el cambio suave de los roles masculinos y femeninos, sin culpabilidad y con éxito de taquilla, puede intuirse en El lado bueno de las cosas (David O. Russell, 2012), donde él y ella diluyen sus clichés en progresión durante el largometraje.

Y esta perspectiva en parte millennial puede contemplarse en el tándem Jenna y Leon. La pareja se desnuda en dos ámbitos de actuación: por una parte, el universo intimista que comparten, donde se abocan para lo bueno y para lo malo, son ellos mismos y tejen fuertes raíces, y en otro lugar el área social y familiar, donde se expresan como individuos propios de su generación, denunciando y luchando sus particulares roles y estereotipos. Los debates y opiniones salen a la luz y así, en torno a una mesa rodeados de amigos, anécdotas y miradas fruto de las mieles de los primeros años de vínculo, se escenifica una sociedad nueva, en continua modificación, liberal y aperturista.

Entre el drama romántico indie y el hollywodiense, se plantea una narración circular, donde es interesante ver a los protagonistas comenzar una historia de amor, admiración y de mucha intimidad introspectiva, construyendo y compartiendo sus propias pasiones, profesiones y sueños en el sector audiovisual, algo que termina alimentando al monstruo de Frankenstein como caballo de Troya, siendo incontrolable la idealización de ambos mientras crecen personal y profesionalmente. Una fuerza de expectativas en el prójimo y en ellos mismos, que expone una situación difícil de controlar y ensamblar en una conexión personal del siglo actual, con sus premisas circenses: ser políticamente correcto, situarse en la cresta de la vorágine tecnológica, sobrevivir a las crisis económicas, tener que compartir piso pasada una edad indecible, conservar amistades en época de guerra de opiniones digitales anónimas, subirse al carro de la modernidad como marca personal, elegir o renovar ocupación en pleno crac existencial, y por si fuera poco, tener que plantearse la descendencia sin tiempo de fraguar una relación afectivo-sexual.

El director en su debut recurre a un estilo que traslada empatía y tensión para las explosiones de carácter, reconciliaciones y escenas de complicidad que sirven de nexo en el desarrollo no lineal.

Esta ópera prima la firma el actor protagonista de series como Knightfall (Don Handfield, Richard Rayner, 2017) o Downton Abbey (Julian Fellowes, 2010) y películas como Weekend (Andrew Haigh, 2011). Tom Cullen, cuya nacionalidad está presente en la obra (imitación de acentos o reuniones sociales a lo Sally Potter), es además escritor y recibió su formación en la Real Escuela Galesa de Música y Teatro. En su debut recurre a un estilo que traslada empatía y tensión para las explosiones de carácter, reconciliaciones y escenas de complicidad que sirven de nexo en el desarrollo no lineal: captura los diálogos en primeros planos continuamente «cortados» (sin mostrar de manera completa el rostro de quien está expresando sus emociones), un estilo un tanto videoclipero tan de moda en los últimos años. La selección musical propia de indies es plasmada en una arrebatadora secuencia que aborda la pasión melómana. Una banda sonora que se disfruta durante el film en delicadas tomas de vinilo y escenas cromáticas que abducen y recuerdan al tratamiento de color en La reconquista (2016) de Jonás Trueba o la francesa Climax (Gaspar Noé, 2018).

La pareja se conoce bailando, y entre ritmos vibrantes y melodías seductoras, en algunos momentos Leon puede confundirse como el alter ego del productor y compositor multiinstrumentalista Chris Hyson, responsable de la música de la película, de producción entre el jazz y la electrónica. Leon se encuentra también muy en consonancia con el personaje que encarnó el propio actor, director de cine y guionista Jay Duplass durante las cuatro temporadas de la serie de televisión Transparent (Joey Solloway y Nisha Ganatra, 2014), donde interpretaba a un profesional de la industria musical mientras sonaba de fondo, entre otros grandes temas, Operator, de Jim Croce.

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