The King's Man: La primera misión
Los modales hacen a cualquiera

País: Reino Unido
Año: 2021
Dirección: Matthew Vaughn
Guion: Jane Goldman, Matthew Vaughn, Karl Gajdusek (Personajes: Dave Gibbons, Mark Millar)
Título original: The King's Man
Género: Thriller, Acción, Comedia
Productora: Marv Films, 20th Century Studios, Marv Studios
Fotografía: Ben Davis
Edición: Jason Ballantine, Robert Hall
Música: Dominic Lewis, Matthew Margeson
Reparto: Ralph Fiennes, Harris Dickinson, Djimon Hounsou, Gemma Arterton, Rhys Ifans, Charles Dance, Tom Hollander, Matthew Goode, Daniel Brühl, Aaron Taylor-Johnson, Stanley Tucci, David Kross, Alison Steadman
Duración: 131 minutos

País: Reino Unido
Año: 2021
Dirección: Matthew Vaughn
Guion: Jane Goldman, Matthew Vaughn, Karl Gajdusek (Personajes: Dave Gibbons, Mark Millar)
Título original: The King's Man
Género: Thriller, Acción, Comedia
Productora: Marv Films, 20th Century Studios, Marv Studios
Fotografía: Ben Davis
Edición: Jason Ballantine, Robert Hall
Música: Dominic Lewis, Matthew Margeson
Reparto: Ralph Fiennes, Harris Dickinson, Djimon Hounsou, Gemma Arterton, Rhys Ifans, Charles Dance, Tom Hollander, Matthew Goode, Daniel Brühl, Aaron Taylor-Johnson, Stanley Tucci, David Kross, Alison Steadman
Duración: 131 minutos

La saga adaptada por Vaughn se reinicia por completo. Lo que en sus inicios fue un artificio de parodia, ahora profundiza en esencia dentro de los filmes de espías en una disyuntiva para los espectadores que se separa de las dos entregas anteriores.

Si algo tenemos claro antes de empezar este artículo, es que lo que significó la primera adaptación de la saga: Kingsman: Servicio secreto (Matthew Vaughn, 2014) fue algo que, a día de hoy, se hace irrepetible en otros muchos blockbusters. Y ya dejando esta certeza escrita en las dos primeras líneas, pasemos a analizar la que es la tercera entrega de la trilogía creada y adaptada por Matthew Vaughn, una obra que, sin adelantar mucho, puede dejar a medias, o incluso no terminar de gustar (y es comprensible). La historia comienza en Sudáfrica, en 1902, donde el duque Oxford (Ralph Fiennes), acompañado de su mujer y su hijo, visita uno de los campos de prisioneros sitiado por la colonia británica durante la Guerra de los bóeres. Viendo el estado deplorable del campamento, el duque habla con el encargado de la misión, Herbert Kitchener (Charles Dance), para concienciarlo sobre la situación. De su característico y pacífico carácter, parece resultar en el militar que cede a sus propuestas. Pero lo que termina como un apretón de manos entre colegas, solo abre paso a una catástrofe: infiltrados del bando enemigo entran en el campo para liberar a los prisioneros y, dentro de esta trifulca armada, la duquesa es asesinada. Con la promesa de mostrar un mundo de paz a su hijo, la mujer medio moribunda se despide de su marido y, tras una envolvente escena de acción donde la cámara denota la misma agilidad que siempre en este conjunto de películas, se funde la pantalla a negro y aparece el sello de la sociedad secreta Kingsman, que nos lleva acompañando desde 2014.

Envuelta en una capa de un cierto tono más serio y ligada a una parte de la historia mundial real, la película acompaña al duque Oxford y a su hijo, Conrad (Harris Dickinson), doce años después de los sucesos. Época en la que los conflictos entre los imperios centrales (alemanes y austrohúngaros) y los imperios de la Entente (británicos, frances y rusos) estaban a punto de estallar. Ambos protagonistas se verán inmiscuidos en la toma de decisiones vitales que llevarán al mundo a una Primera Guerra Mundial, teniendo un importante papel ficticio en la dirección de los acontecimientos. Es así que podemos hablar de que lo que significaba en todos los sentidos Kingsman, que más bien construyó una película de antiespías en su primera precuela, y que continuó la senda de esta en la segunda, Kingsman: El círculo de oro (Matthew Vaughn, 2017), aquí parece no hallarse. Más bien el sentido del guion se torna a lo que justamente no era identificativo dentro del mundo de Vaughn y que recae en el tópico de «otra obra más de espías». Existen masterpieces en el cine que toman el género del que vienen y le dan otro giro de tuerca a lo ya establecido. En el caso de Scream. Vigila quién llama (Wes Craven, 1996) apreciamos como uno de los padres del terror actual tomó todas las pautas ya escritas del slasher, género que él mismo había alimentado, y les dio completamente la vuelta. Al final cayendo hasta en un sentido paródico, tentando la fina línea de lo que es muy bueno y lo que resulta absurdo. Esto mismo le pasó a la primera entrega de la saga, que parece una parodia de este género del suspense.

Por tanto, podríamos decir que en cuanto a fondo la película transcurre por una vertiente distinta a las dos anteriores, pese a poseer algunos aspectos de la hipérbole a modo de bromas que sobrepasan la realidad y que construyen la historia como le viene al pelo. Pero no hay hechos sesgados, escenas con un potencial que sea tan remarcable al clímax de Kingsman: El círculo de oro o a la magnífica escena de la iglesia en Kingsman: Servicio secreto. Solo invenciones históricas que pueden resultar ofensivas, pero que se pierden un poco en el sentido último de querer mostrar algo más allá. En este caso, se podría hablar de que la parodia ha caído en la ridiculez y, de ahí, es insalvable una retirada sin complicaciones. En esta retirada se inmiscuyen tres factores claves para hacer esto algo rescatable, que son: la forma cinematográfica, la conexión narrativa con sus predecesoras y el papel y la interpretación de Ralph Fiennes (en el lugar de Colin Firth), siendo imborrable su personaje como el duque Oxford.

De la forma en la que construye la ejecución visual The King’s Man: La primera misión (2021) se puede reseñar la esencia que le ha dado a sus últimos títulos Matthew Vaughn. Destacan sus coreografías durante las escenas de acción, la agilidad de la cámara que gira y circula alrededor del punto donde todo sucede, sin perder detalle a cada golpe, y el minucioso nivel de detallismo que acompaña a la fijación de la lente cuando esta se tiene que parar en algo específico. Así, esta película continúa con la presencia de unas técnicas cinematográficas que saben aportar dinamismo a la cámara, pero que también saben cuándo dejar de hacerlo e incluso cuándo introducir algún recurso inesperado (dolly zooms, cámaras lentas o travellings). Parece ser que no existe un vademécum que especifique lo que hay que ordenar en el espacio-tiempo fílmico, sino que más bien va ocurriendo, va apareciendo en la pantalla tal como viene, y no es para nada malo en su conjunto. Esta es una de las certezas que rescatan un poco el desastre de la desnaturalización de la saga, siendo el principal acierto el correspondiente al trabajo de los departamentos de fotografía (dirigido por Ben Davis), de montaje (coordinado por Jason Ballantine y Robert Hall) y la maravillosa selección en conjunto de los equipos de diseño de arte y de producción.

Si bien es cierto que no se ha sabido trasladar el trasfondo y el sentido de la saga, el trabajo de correlación entre los tres largometrajes es terreno fértil.

En cuanto al reparto, vemos que el nombre de Vaughn atrae mucho a actrices y actores de calado: Gemma ArtertonCharles Dance o Djimon Hounsou son solo algunos de los nombres que relucen bajo este elenco tan solicitado y sobre el que deslumbra el consolidado Ralph Fiennes. El actor británico, quien ya tuvo aparición en la segunda parte de la trilogía, vuelve reencarnando un personaje escrito a la perfección. Otro de los aciertos de estas películas radica en la capacidad de crear protagonistas carismáticos y con presencia: el duque Oxford es el prototipo primigenio del gentleman del siglo XX, el inicio de una dinastía que posee más de cien años y que ha sido heredada de generación en generación hasta llegar a Harry Hart (Colin Firth) y Gary Unwin (Taron Egerton), dos ejemplos claros de lo dicho anteriormente. «Los modales hacen al hombre» ya dijo una vez el personaje de Colin Firth en un bar del centro de Londres, y es así, los modales hacen al «Kingsman», y a cualquiera. Esto se repite el duque Oxford, cuyo temple pacifista e ideas de dejar un mundo mejor al que se encontró terminan por ser el clic de todo lo que conocemos hoy en día como Kingsman. En este caso, la creación de personajes le hace otro favor enorme al colapso de lo que se pierde en esta tercera entrega.

Por último, la conexión entre las historias que ya podemos notar en lo expuesto en el párrafo anterior, hacen que al menos el sentido común de las tres partes sea coherente. Matthew Vaughn y su equipo de guion, conformado por su inseparable Jane Goldman y por la nueva incorporación de Karl Gajdusek, confirman que han revisado bajo lupa todo lo que se les podía escapar de los otros dos libretos previos. Si bien es cierto que no se ha sabido trasladar el trasfondo y el sentido de Kingsman, los detalles superficiales dentro de la historia de la organización se han mantenido sólidos, se han entregado nuevas cosas que explican otras, y se han cerrado círculos que responden interrogantes de hace más de siete años. En este aspecto, no se han inventado datos por rellenar, se han esquivado a la perfección los deus ex machina (que son carne de cañón) y, por lo tanto, se han enterrado todos los agujeros de guion plausibles. En el sentido más correcto y como último punto positivo a destacar, está claro que el trabajo de correlación entre los tres largometrajes es terreno fértil: a veces encuentras minas de oro y, otras, aparecen malas hierbas. Estas malas hierbas se encuentran entre las raíces de Kingsman, un inicio que bien parece haberse desligado de lo que significan los espías que Vaughn creó y que, aunque no significa que tenga que estar mal por definición, sí es cierto que a muchos seguidores de la franquicia —que también están muy apegados a la obra de Mark Millar y Dave Gibbons— se les presume un tipo de humor característico y requieren algunas peticiones que en este caso son desairadas para construir un trasfondo innovador. Un fondo característico en el cine de espías, que quizá no entienda el sentido antiespía que poseía la saga.

El riesgo del cambio siempre es algo a destacar cuando se toma, a veces las cosas necesitan cambiar, pero en The King’s Man: La primera misión no había necesidad de mutabilidad. Porque a veces con los trazos tan bien delineados de tu obra, la modificación puede llevar a la creación de pequeñas minas en el camino. Y hay que tener cuidado por donde pisas, porque una puede activarse, estallar y generar disyuntivas. Y esta película está minada de dilemas que explotan. Tendremos que esperar a la próxima.

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