The Book of Vision
Cruzar océanos de tiempo por el amor maternal

País: Reino Unido
Año: 2020
Dirección: Carlo Hintermann
Guion: Carlo Hintermann, Marco Saura
Título original: The Book of Vision
Género: Drama
Productora: Citrullo International, Luminous Arts Productions, Entre Chien et Loup, Maze Pictures, RAI Cinema, MiBACT, Wallimage, Trentino Film Commission. Productor: Terrence Malick
Fotografía: Jörg Widmer
Edición: Piero Lassandro
Música: Federico Pascucci, Hanan Townshend
Reparto: Charles Dance, Lotte Verbeek, Sverrir Gudnason, Vera Filatova, Isolda Dychauk, Filippo Nigro, Giselda Volodi, Marco Quaglia, Douglas Dean, Rocco Gottlieb, Justin Korovkin
Duración: 95 minutos
Festival de Sitges: Sección Oficial (2020)

País: Reino Unido
Año: 2020
Dirección: Carlo Hintermann
Guion: Carlo Hintermann, Marco Saura
Título original: The Book of Vision
Género: Drama
Productora: Citrullo International, Luminous Arts Productions, Entre Chien et Loup, Maze Pictures, RAI Cinema, MiBACT, Wallimage, Trentino Film Commission. Productor: Terrence Malick
Fotografía: Jörg Widmer
Edición: Piero Lassandro
Música: Federico Pascucci, Hanan Townshend
Reparto: Charles Dance, Lotte Verbeek, Sverrir Gudnason, Vera Filatova, Isolda Dychauk, Filippo Nigro, Giselda Volodi, Marco Quaglia, Douglas Dean, Rocco Gottlieb, Justin Korovkin
Duración: 95 minutos
Festival de Sitges: Sección Oficial (2020)

Con ambientación a lo Sleepy Hollow, Carlo Hintermann mezcla el ci-fi de la simultaneidad de dimensiones temporales con romanticismo y fantasía entre el cuento de brujas y el Drácula de Coppola. Entretiene y ya, pero tiene fotos inolvidables.

Si hay un aspecto realmente llamativo de esta obra, es su riqueza plástica. Producto no tan solo del cuidadísimo detalle escenográfico, y ese vestuario victoriano que tan bien le sienta al género, sobre todo por su evocación de los terrores góticos y los relatos de aroma Grimm; también el color de este metraje es muy característico, si bien son inevitables las comparaciones con precedentes como el Sleepy Hollow (1999) y el Sweeney Todd: El barbero diabólico de la calle Fleet (2007) de Tim Burton. Pero no por ello pierde personalidad ni se priva de aportar nuevas imágenes oníricas que sigan nutriendo al fantástico de preciosismo. Se han puesto esfuerzos evidentes —y más que eficientes— en que todo ese imaginario brille, y es indudable que eso desluce un poco un argumento que, sin sorprender, no carece precisamente de interés ni de subtexto. Siendo este más importante que la propia acción, esta no deja de pasar a un segundo plano, por no presentar grandes giros de guion ni contarnos nada nuevo: simplemente son una excusa más que aceptable para recrearnos con su hermosa y fantasmagórica puesta en escena y quedarnos con un par de reivindicaciones. Puesto que, en esencia, podemos decir que las simultaneidades de planos temporales que aquí se tratan —mediante la ciencia-ficción soft—, homenajean claramente a ese atravesar océanos de tiempo del Drácula de Bram Stoker (1992) según Coppola. Pero en este caso, reduciendo la carga dramática y enterneciéndola desde el vínculo materno-filial.

Desde la antigüedad y hasta los tiempos victorianos y contemporáneos —ambas, épocas que discurren paralelamente hasta entremezclarse en esta obra— tenemos la historia plagada de personajes que han enloquecido en su obsesión por un libro. En la vida real, a menudo sucede aún con la Biblia. El caso es que el tráiler de esta joya fotográfica puede sugerir una recreación de las leyendas de El rey de amarillo de Robert W. Chambers, a quien Lovecraft debe tantísimo. Esas doncellas hermosas y sonrosadas, en paisajes bucólico-pastoriles y el libro que da título a la pieza pueden sugerirnos ese universo. Y el caso es que el volumen en cuestión obra, más bien, como columna que estructura la película, muy al estilo de La historia interminable de Michael Ende, pero siendo The Book of Vision (Carlo Hintermann, 2020) una versión para adultos. Con las reivindicaciones que ello implica y que hoy en día están más en boga. Muchas de las cuales han estado saliendo a relucir continuamente en el riquísimo material de la pasada 53 edición del Festival de Sitges, empezando por la desconexión del ser humano con respecto a la naturaleza… pero también hacia las demás personas. Lo que parece que va a verse incrementado en estos tiempos de pandemia, mientras el feminismo actual nos hace sentir conectadas a todas aquellas mujeres que se tragó la historia, y cuyos cuerpos la ciencia malestudió egoístamente. A aquellas que en infinidad de manifestaciones llamamos nuestras abuelas (o, debiéramos decir, tatarabuelas), «las brujas que no pudieron quemar».

Eva (Lotte Verbeek) es una estudiante de medicina que se obsesiona con el trabajo de un colega de profesión de la Prusia del siglo XVIII, llamado Jon Anmuth (interpretado por el magnífico Charles Dance, en un rol muy distinto a aquel pérfido Tywin Lannister). Este personaje ejerció la ciencia desde una perspectiva que tiene muy presente la psicología y los mensajes del subconsciente a través de los sueños, valorándolos como información vital para obtener más datos sobre el posible estado físico del paciente.

Más allá de la conexión que sentimos al comprender a un profesional con una visión afín a la nuestra en el propio campo de estudio, esta obra nos habla de la pérdida de empatía y de conexión entre algunos miembros de la medicina con sus pacientes. Hasta ahí ha llegado la cosificación de los cuerpos, pues ese médico concebía los sueños como mensajes de alarma del organismo. Algo casi tribal y que no es un discurso ajeno a la mística de retorno a la naturaleza que predican algunas tendencias actuales como el neopaganismo wicca, nostálgico de las hierbas y otros recursos de la naturaleza para la sanación (o su supuesto logro). Y asimismo, del escucharnos los cuerpos, evidenciando que la relación que la mujer tiene con el suyo no es nada fácil: la menstruación, las transformaciones del embarazo, el posible aborto (natural o provocado); horrores más comunes de lo que se admite, como la endometriosis (una de las mayores evidencias del gran desconocido que es aún el aparato reproductor femenino para la ciencia, tradicionalmente androcentrista). En este sentido, la fotografía del cinematógrafo Jorg Widmer alcanza su culmen de exquisitez en las escenas en que el vínculo humano-tierra quiere evidenciarse a gritos.

Esta es una película muy anatómica en lo fotográficamente literal; muy orgánica. Naturista. Todo arremete con el mismo mensaje: volvamos a los orígenes, conectemos con la naturaleza y con el otro.

Cabe hacer un paréntesis para apuntar que este señor es muy responsable de la atmósfera de ensoñación de El árbol de la vida (2011) de Terrence Malick, quien produce The Book of Vision. Esta es una película muy anatómica en lo fotográficamente literal; muy orgánica. Naturista. La potente simbología de los cuerpos que son las raíces del gran árbol, ese resurgir de lo profundo del pantano… Todo arremete con el mismo mensaje: volvamos a los orígenes, conectemos con la naturaleza y con el otro, el que está enterrado en el fango como lo estamos nosotras: no es casualidad que quien se levanta de ese hundimiento tenga la piel completamente negra. Y el cuadro se completa con las concepciones antiguas de la tierra como vientre que cabe nutrir. Al margen de lo empíricamente demostrable —como la somatización— o lo que no, es innegable que flota un persistente aire de defensa de la homeopatía a lo largo de todo el filme (una reacción muy en consonancia con una parte de la sociedad en la pandemia que nos ocupa). Y esto es justificado por la delicada condición de salud de la protagonista, que no descarta de consideración ninguna posible herramienta, ya no para su supervivencia, sino para la de su futuro bebé. Pues de nuevo, nos hallamos ante una historia que conecta madres de todos los tiempos a través de sus miedos, sendas desesperaciones por el bienestar de lo concebido.

Los grupos invisibles están, así, unidos por el sometimiento sexista y clasista: efectivamente, esos miedos compartidos establecen uno de los vínculos del pasado y el presente —del ficticio que nos ocupa en el filme, y del real—. Pero The Book of Vision también es una historia que muestra mujeres unidas por el sufrimiento del maltrato (violencia machista en el hogar, en la actualidad, en el caso de Eva) y las violaciones de señores ilustrados a sus súbditas plebeyas, mientras la señora de la casa es un florero confinado en una jaula lujosa.

El efecto Wenstein-Epstein está impregnando claramente una importante parte de las producciones de nuestra época, que protestan una y otra vez contra el abuso de poder del hombre de clase privilegiada sobre las mujeres —sobre todo las de escalones más bajos en las pirámides—.  Es uno de los reclamos feministas de esta pieza, junto a esa medicina más empática que ya mencionábamos, y por supuesto, a la exigencia del lugar que corresponde a aquellas que han sido borradas de la historia. No solamente a las científicas, las célebres, las aristócratas con acceso a la cultura y la posibilidad de creatividad: un punto muy positivo de esta película está, precisamente, en las canciones. Una de las cuales alude a la relación con el propio cuerpo mencionando a Candy Darling, musa de Warhol (lo que podemos interpretar como un guiño inclusivo hacia el colectivo trans que ella representa). Mientras que en otra se sentencia que no se trata únicamente de hombre o mujer: que es el rico el que permanece vivo en la historia, mientras que el pobre desaparece para siempre. Las tumbas y las casas de los ricos, son los museos: mientras viven, lo parecen por el lujo, pero lo serán luego por estudio. Y los pobres pertenecemos a la naturaleza.

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SITGES FILM FESTIVAL 2020

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