Revista Cintilatio
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Sweet Thing (2020) | Crítica

Renegados y criminales
Sweet Thing, de Alexandre Rockwell
El filme de Alexandre Rockwell destapa el mundo interior de una juventud atrapada en el seno de una sociedad disfuncional que les olvida y maltrata. Delicado, honesto y reflexivo, hace confluir un vitalismo contagioso con la atonía moral que les rodea.
Por David G. Miño x | 12 marzo, 2021 | Tiempo de lectura: 4 minutos

En el año 1968, Van Morrison publicaba Astral Weeks. Dentro de ese álbum, había una canción que hablaba del futuro, de beber agua cristalina para saciar la sed, de olvidar el dolor y de caminar y conversar. Esa canción se llamaba Sweet Thing, y es la que da nombre a la película de Alexandre Rockwell y la llena de significados tan magníficamente expuestos y con tanta entidad y pureza que casi pareciera que existe una conexión íntima entre dos obras de dos medios distintos que están separadas por más de cincuenta años en el tiempo.

En el filme, asistimos a un fragmento de la vida de Billie y Nico, dos jóvenes que viven rodeados de adultos incompetentes y negligentes en el mejor de los casos, directamente criminales en el peor. Deben salir adelante con el único empuje de su motivación y sus ganas de vivir, algo que no les va a resultar nada fácil: su padre alcohólico —grande Will Patton—, con el que viven, los descuida y delega toda la carga sobre la mayor de los hermanos, Billie; su madre, ausente y desentendida de sus hijos; y para finalizar, la nueva pareja de la progenitora, un maltratador —y más cosas que nos reservamos para que el visionado no se vea perjudicado— de conducta repulsiva. En una suerte de coming of age en la que los dos jóvenes —y un tercero que se les unirá— deberán buscar su espacio en la tierra de manera independiente y sin ayuda de un mundo adulto que los rechaza y expulsa por sistema, Alexandre Rockwell encuentra un punto de equilibrio perfecto entre lo filosófico y lo mundano. Mediante la búsqueda constante de una identidad propia que los aleje del territorio hostil en el que están obligados a vivir, los protagonistas insuflan delicadeza y candidez en un relato marcado por la huida hacia delante —en este sentido, adquiere una estructura de road movie— que contrapone momentos llenos de vida con otros de tragedia y desamparo sin que sobre ni falte ni un solo plano.

Alexandre Rockwell encuentra en Sweet Thing un punto de equilibrio perfecto entre lo filosófico y lo mundano.

Nico y Billie se protegen el uno al otro sin ponerse en duda ni juzgarse en una muestra paradigmática de amor fraternal.

Billie y Nico, interpretados con una magia indescriptible por Lana y Nico Rockwell —ambos hijos del director y la actriz que interpreta a su madre en la ficción, Karyn Parsons—, dotan de una cualidad de lo real y lo vívido a cada acto que enfrentan. Billie, cuyo nombre está inspirado en la inolvidable cantante de jazz Billie Holiday y que compone un personaje que sin necesidad de recurrir a grandes aspavientos ni a tics interpretativos llena de verdad una película que, al final, vive por y para ella, representa una de las metáforas más bellas que usa Sweet Thing para demostrar cuánto y de qué modo la persecución de una meta permite no mirar atrás: las apariciones de la mítica intérprete de Strange Fruit tienen un componente revelador que señala la intensidad interior de una joven que no pierde la sonrisa ni siquiera cuando nada puede ir peor.

La película, rodada en un blanco y negro de aspecto retro, de gran contraste y luces y sombras prominentes, contrapone su ausencia cromática con escasísimos momentos de color en los que la realidad parece dar una tregua momentánea y que actúan como respiraderos a los que asomarnos para poder seguir adelante. En el aspecto formal, el estilo fílmico de Sweet Thing resulta delicado e inspirador mientras compone planos de exquisito gusto estético que responden tanto al preciosismo como a la elaboración de un conjunto cinematográfico lleno de entidad. Y gracias a ello, consigue evocar grandes preguntas y dilemas que tienen más de reflexivo que de resolutivo —los padres de Billie y Nico se llaman Adam y Eve, en una referencia bíblica no muy sutil pero que da más significado al camino que siguen los que escapan de un pecado que no les pertenece—, comentar sobre la pobreza en la infancia dando valor a lo vivencial por encima de lo material, y explorar la camaradería entre los que caminan entre minas de proximidad en busca de un poco de paz. Los chavales, mientras escapan y corren, y se divierten en un sistema que se desmorona a su alrededor pero que no puede arrancarles las ganas de reír, y sufren y se agarran las manos los unos a los otros sin dejarse nunca atrás, se sienten renegados y criminales en un mundo lleno de gente adulta que dicta las normas y les dice dónde está el techo hasta el que pueden llegar, pero al final del día, son heroínas y héroes. Son genios de la supervivencia. Son la «cosa dulce».