Querido diario (Caro diario)
De paseos en Vespa, buscándose a sí mismo en islas para llegar al príncipe de los dermatólogos

País: Italia
Año: 1993
Dirección: Nanni Moretti
Guion: Nanni Moretti
Título original: Caro diario
Género: Comedia
Productora: Sacher Film Rome, BanFilm, La Sept Cinéma
Fotografía: Giuseppe Lanci
Edición: Mirco Garrone
Música: Nicola Piovani
Reparto: Nanni Moretti, Renato Carpentieri, Antonio Neiwiller, Jennifer Beals, Moni Ovadia, Carlo Mazzacurati, Valerio Magrelli, Claudia Della Seta, Lorenzo Alessandri
Duración: 96 minutos
Festival de Cannes: Mejor director (1994)

País: Italia
Año: 1993
Dirección: Nanni Moretti
Guion: Nanni Moretti
Título original: Caro diario
Género: Comedia
Productora: Sacher Film Rome, BanFilm, La Sept Cinéma
Fotografía: Giuseppe Lanci
Edición: Mirco Garrone
Música: Nicola Piovani
Reparto: Nanni Moretti, Renato Carpentieri, Antonio Neiwiller, Jennifer Beals, Moni Ovadia, Carlo Mazzacurati, Valerio Magrelli, Claudia Della Seta, Lorenzo Alessandri
Duración: 96 minutos
Festival de Cannes: Mejor director (1994)

Duodécima película de Nanni Moretti, un espaldarazo de talento e ingenio en forma de diario filmado en tres maravillosas partes. El amor por el paisaje y la música, así como la aversión al ruido y lo enfermizo permiten verla hoy y siempre como un canto a la vida.

Sin decirlo explícitamente esta película fue comentada junto con otras a modo de relato de viajes invernales al fin de la noche, que diría Céline, por Ernesto Uría en esta misma publicación allá por finales de agosto de 2020 en su artículo De una coda, la noche, refiriéndose a uno de los actores mejor utilizados en la trama diarística del autor italiano que desde mi punto de vista tanto tiene que ver con Woody Allen. Este personaje era el por otra parte no menos plañidero crítico de cine interpretado por Carlo Mazzacurati, que llora desconsolado y arrepentido en su cama mientras Nanni lee las frases que dedica a películas ínfimas en calidad como la recién visionada en cine por él, Henry: Retrato de un asesino (John McNaughton, 1986), de lo poco que se siente con ánimo para ver en pantalla grande el director, actor y productor de uno de los filmes con más guiños a la imagen aun a su pesar. Reseñamos igualmente esta película por ser un prodigio acumulativo de ocurrencias narrativas en primera persona, divididas en tres partes bien diferenciadas, que son como tres mediometrajes aislados y aislables que sin definir ideologías al menos no desde su pureza —las ideas comunistas del autor son en este caso como las de Roberto Benigni, pura anécdota— son las andanzas bien solo o acompañado de algún amigo de un tipo solitario que ama su terruño, lo recorre, se aburre y sufre en él. Una Italia que va de una Roma trufada musicalmente con Juan Luis Guerra o Jennifer Beals —actriz de su película favorita, Flashdance (Adrian Lyne, 1983)— y para quien hace de falso groupie, aún siendo ella la extranjera en su tierra, a las islas de Stromboli o Palermo, pasando por Panarea y Alicudi, una de las cuales celebra cada diez minutos la fiesta del mal gusto incitando a marcharse, y la otra considerada por sus habitantes como único lugar sin televisión donde se trata de buscar tiempo para reflexionar, y donde se anuncia con demasiado orgullo la inexistencia de narcisismo.

Nanni Moretti en una captura del filme.

Antes de seguir con la película, venimos a recalar en las casualidades a que las vidas pandémicas, así como esos atisbos apocalípticos a los que diariamente nos sometemos, hacen propicio el formato del diario tanto desde su escritura como desde la lectura. Al igual que pasa con las biografías cada vez que la Parca se acerca o viene indirectamente de visita, el diario es una forma de work in progress tremendamente potente para entender y para entendernos. Esta idea se deja ver sobre todo en literatura y, que son tiempos propicios para su publicación, lo dicen escritos de incluso autores ya fallecidos recién publicados como Patricia Highsmith o Rafael Chirbes. Ya metidos en tantas honduras, parecen tener poco sentido las cómicas interpelaciones de un motorista al conductor de un deportivo por querer ser un autor minoritario que no encuentra su sitio, pero sí el conmemorativo paseo por la playa de Ostia —aquí Moretti se permite el silencio como arma expresiva y la música en piano jazzístico insuperable y tristísima— para hablarnos del asesinato de Pier Paolo Pasolini, mostrándonos desde dos puntos de vista el monumento funerario sito allí desde noviembre de 1975.

Un prodigio acumulativo de ocurrencias narrativas en primera persona. Las andanzas de algún amigo de un tipo solitario que ama su terruño, lo recorre, se aburre y sufre en él.

Por otro lado, en Medici, Moretti nos cuenta cómo tras haber superado un cáncer, le quedan restos de un prurito o picor que lo mantiene desconsolado. Bastante hipocondríaco, Moretti ha conseguido transformarse a su pesar en personaje de entidad y prueba numerosas terapias, que a su vez restringen la ingesta de la mayor parte de alimentos, los baños con algas que ensucian más que limpian el agua de su bañera, la acupuntura… acumula medicamentos solo para poder tener la paz algún día de tomarse un café y un croissant como Dios manda, y así dejar de ser en la ficción, algo que, como los latinos bien sabemos, resulta más cansado de lo habitual. La banda sonora original que incluye algún momento trascendente comentado es de Nicola Piovani —autor de La vida es bella (1997) de Benigni, o La habitación del hijo (Nanni Moretti, 2001)—. La fotografía de Giuseppe Lanci —que también iluminó El diablo en el cuerpo (Marco Bellocchio, 1986) y Nostalgia (Andréi Tarkovski, 1983)— resulta en este sentido más artesanal, de hecho, hay un fragmento en la segunda parte en que se insta a volver con el conocido Storaro como si eso fuese tan sencillo, mitomanías aparte, y contando en muchos momentos con la facilidad de aquel para el plano secuencia.

En la producción colaboraron Nella Banfi —que hizo labores parecidas en la francesa Las noches salvajes (Cyril Collard, 1992)— y Angelo Barbagallo, siendo el encargado de la moviola Mirco Garrone —montador igualmente de la muy posterior Mi hermano es hijo único (Daniele Luchetti, 2007)—. Situada según los rankings de FilmAffinity entre las ciento treinta películas italianas mejores de todos los tiempos, cosechó el Premio al Mejor director en Cannes en 1994, el Premio FIPRESCI del Cine Europeo y dos David di Donatello a mejor película y música, de un total de nueve nominaciones. Crítica y público supieron ver el mucho talento y generosidad existentes a pesar de su parco presupuesto (Ángel Fernández Santos fue quizá quien más incidió en ello). Desde el otro lado del océano Roger Ebert calificó a Moretti de «interesante desconocido»; Janet Maslin, de agradable creador de atmósferas; y Richard Brody, de creador de imágenes que eliminan las fronteras entre la vida y el arte. Nacido en Brunico (Bolzano) en 1953, Moretti es además un gran aficionado al waterpolo. Debutó con el cortometraje La sconfitta en 1973 ofreciendo una visión sarcástica de los movimientos del 68 desarrollando una especie de admiración y a la vez animadversión por el país galo. Más tarde, el espectador se da cuenta de que esta punzante ironía es capaz de llevarla al terreno de los clásicos también italianos, como hace con Los novios de Manzoni en Come parli, frate? (1974). Cuenta por tanto con una dilatada y más que respetada carrera, donde Querido diario (Caro diario) sería nada menos que su duodécima película.

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