Revista Cintilatio
Clic para expandir

Post Mortem (2020) | Crítica

Las sombras no descansan
Post Mortem, de Péter Bergendy
Llamativo en sus primeros compases, el filme de Péter Bergendy mantiene un nivel aceptable durante la mayor parte de su metraje, pero se enreda en un tramo final en el que parece haber perdido la dirección.
Por David G. Miño x | 14 octubre, 2020 | Tiempo de lectura: 4 minutos

Hungría. I Guerra Mundial y fantasmas. Un fotógrafo de fallecidos. Lo cierto es que con esa tarjeta de presentación, es difícil no sentir cierto entusiasmo ante la perspectiva de un filme de género que juegue con los terrores de la guerra y todo lo que deja tras de sí. El filme del cineasta húngaro ofrece un espectáculo solvente sugestivo y hasta cierto punto impactante. Los conceptos que maneja, así como sus referentes, hacen equilibrismo en la línea que separa lo convencional de lo extraordinario, dando traspiés hacia un lado y otro a medida que avanza en una trama que ofrece una de cal y otra de arena.

La película, que compite en la sección oficial del Festival de Sitges, arranca cuando un soldado dado por muerto abre los ojos de nuevo. En su pequeño pero intenso viaje de ida y vuelta, le sobrevino la visión de una niña, que le habla y le llama por su nombre. Tiempo después, con la guerra ya terminada, el resucitado militar se dedica a la fotografía post mortem, esto es, a inmortalizar cadáveres en lo que era una práctica muy popular a finales del siglo XIX y principios del XX, y tras toparse con la joven de su aparición, decide aceptar una oferta que le llevaría hasta el pueblo de la pequeña para así poder profundizar en el enigma. A partir de ahí, Péter Bergendy irá poco a poco construyendo un relato fantasmagórico que encuentra su mejor baza en una temática de por sí misma perturbadora, aunque parece estar casi siempre a medio gas de sus posibilidades: a pesar de que nunca aburre, y de que atesora impactantes fragmentos en cuanto a estética y narrativa —los fuera de campo, las coreografías, el magnífico uso de la luz—, no llega nunca a dar el golpe en la mesa definitivo, el que la convertiría en una parada obligatoria del terror europeo.

Post Mortem es, ante todo, un interesante ejercicio que se queda a las puertas de la trascendencia por falta de equilibrio entre forma y fondo.

Entre sus virtudes, su sentido visual y carácter estético. Los cromatismos puros —azul vs. amarillo, blanco vs. negro— aparecen en numerosas ocasiones, dando a su vez significado al principal bloque temático que enfrenta: la vida y la muerte, la luz y la sombra, y el punto de inflexión que supone que el personaje interpretado por Viktor Klem se dedique a entrelazar ambos mundos a través del papel fotográfico. Pero lo que parece un signo de dominio fílmico, lo que en otras películas podríamos considerar el elemento paradigmático, aquí acaba por exceder las ideas del guion, es decir: su fuerte carácter escénico está un paso por encima de su originalidad narrativa, que sucumbe en cuanto a carga dramática ante la intensa personalidad visual que despliega. Post Mortem es, ante todo, un interesante ejercicio que se queda a las puertas de la trascendencia por falta de equilibrio entre forma y fondo.

En su tramo final, como decíamos, es cuando más se desdibuja la intención narrativa del filme y más se percibe que quizá falte concreción en la tesis que expone. Al innegable carisma de la joven interpretada por Fruzsina Hais se contrapone la quizá excesiva parquedad del fotógrafo, que no resulta todo lo creíble que nos gustaría en sus motivaciones y decisiones, así como del de determinados personajes secundarios que actúan más por lo que parece un Deus Ex Machina que por una intencionalidad lícita y justificada, diluyendo la idea original en varios conceptos de escaso desarrollo y menor interés. Post Mortem, al final, encontrará su público sin dificultad, ya que no se llega a sentir en ningún momento como una pérdida de tiempo, sino como una gran idea aprovechada a medias.