Hillbilly, una elegía rural
El Marvel del cine melodramático

País: Estados Unidos
Año: 2020
Dirección: Ron Howard
Guion: Vanessa Taylor (Libro: J.D. Vance)
Título original: Hillbilly Elegy
Género: Drama
Productora: Imagine Entertainment, Netflix
Fotografía: Maryse Alberti
Edición: James Wilcox
Música: David Fleming, Hans Zimmer
Reparto: Amy Adams, Gabriel Basso, Glenn Close, Haley Bennett, Owen Asztalos, Freida Pinto, Bo Hopkins, William Mark McCullough, Jesse C. Boyd, Deja Dee, Tierney Smith, Lucy Capri, Sunny Mabrey, Stephen Kunken
Duración: 116 minutos

País: Estados Unidos
Año: 2020
Dirección: Ron Howard
Guion: Vanessa Taylor (Libro: J.D. Vance)
Título original: Hillbilly Elegy
Género: Drama
Productora: Imagine Entertainment, Netflix
Fotografía: Maryse Alberti
Edición: James Wilcox
Música: David Fleming, Hans Zimmer
Reparto: Amy Adams, Gabriel Basso, Glenn Close, Haley Bennett, Owen Asztalos, Freida Pinto, Bo Hopkins, William Mark McCullough, Jesse C. Boyd, Deja Dee, Tierney Smith, Lucy Capri, Sunny Mabrey, Stephen Kunken
Duración: 116 minutos

J.D. Vance es un chico que ha crecido y se ha educado en una clase social poco privilegiada en el sur de Ohio. Cuando está a punto de conseguir el trabajo de sus sueños, una crisis familiar hace que todo se tambalee.

Este año —más tarde de lo que estamos acostumbrados, debido a la covid—, por fin ha llegado la carrera a los Óscar; esa época llena de entrevistas, estrellas, reportajes, glamour, mucha gente que cree que sabe de cine pero, en realidad no y, sobre todo, una gran remesa de cine interesante. Los grandes estudios, entre muchas propuestas taquilleras y de cine de acción, siempre se guardan el cine adulto que merece la pena para estrenarlo en esta época con un solo objetivo: intentar llamar la atención de los denominados «académicos», y dejar huella en su pequeña memoria para rascar algún voto y tener la oportunidad de entrar en la terna para los premios más importantes del mercado cinematográfico. Eso trae consigo múltiples quinielas y termómetros sobre si este u otro actor puede entrar en la categoría de nominación, o si esta u otra película podría ser la gran favorita para llevarse el premio gordo. Gladiator (Ridley Scott, 2000), American Beauty (Sam Mendes, 1999), Forrest Gump (Robert Zemeckis, 1994) o La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993) son algunas de las grandes vencedoras a lo largo de los años, de unos premios, que aunque cueste admitir, cada vez tienen menos impacto en el pensamiento popular.

Sin embargo, al igual que hay vencedores, también hay vencidos, por supuesto. La mismísima Glenn Close —sin duda una de la mejores actrices de su generación, pero que tanto su físico como la tan alargada sombra de la legendaria Meryl Streep han hecho que su carrera no haya sido tan conocida por el amplio público— tiene a sus espaldas nada más y nada menos que siete nominaciones a los Óscar, comenzando por El mundo según Garp (George Roy Hill, 1982) hasta La buena esposa (Björn Runge, 2018) que parecía ser la definitiva hace un par de años, sin ninguna victoria. Amy Adams es otra de las grandes «repudiadas» por la Academia, ya que, a pesar de sus cuarenta y seis años, tiene seis nominaciones y ninguna victoria. En una entrevista reciente realizada a las dos actrices, se les preguntó sobre esta ya tan comentada faceta de «grandes perdedoras». Amy Adams respondió que no se sentía una perdedora, que cada una de las nominaciones le había llegado en puntos importantes de su carrera, y que sentía que, de alguna manera, esas nominaciones habían sido un regalo a toda su trayectoria. Glenn Close, en cambio, no respondió nada, poniendo una de esas caras de «pocos amigos» que solo ella sabe poner. Dos reacciones completamente distintas de dos actrices que vienen de dos generaciones cuya visión de los Óscar no tiene nada, pero absolutamente nada que ver.

La película de la que vamos a hablar hoy, y en la que justamente estas dos grandes actrices comparten plantel, podría clasificarse por su tono y sus maneras como la típica ganadora del Óscar a mejor película alrededor de los años noventa. Al igual que hablábamos en el artículo de Lo que la verdad esconde (Robert Zemeckis, 2000), a pesar de estrenarse en el 2020, Hillbilly, una elegía rural (Ron Howard, 2020) es una película de otra época, tanto en el buen como en el mal sentido. J.D. Vance es un joven que se ha hecho a sí mismo y que está a punto de conseguir el trabajo de sus sueños, pero una crisis familiar le obliga a volver a su tierra natal, que le hace remover múltiples heridas que creía ya cicatrizadas. Como ya hemos mencionado antes, siempre tanto en el buen como en el mal sentido, Hillbilly es una película llena de cosas inverosímiles, comenzando por la propia traducción de su título, que cómo podréis observar, no significa nada.

Hay quien defiende que Ron Howard no tiene película mala. Y es que Una mente maravillosa (2001) —justamente ganadora del Óscar a mejor película en el año 2002—, Willow (1988), o la más reciente Rush (2013) son grandes películas. Sin embargo, En el corazón del mar (2015) o Inferno (2016) dejan bastante que desear. Pero hay algo que no se le puede dejar de aplaudir, y es justamente su sentido del ritmo. Probablemente no haya película de Ron Howard que sea aburrida, y ese también es el caso de Hillbilly, una elegía rural. La el filme, a pesar de sus más y su menos, es un fantástico ejercicio de drama familiar tremendamente entretenido que no puedes dejar de mirar durante sus dos horas de duración. Sin embargo, hay un error constante en su forma de hacer cine: el sentimentalismo. Y eso es, justamente, una de los grandes problemas de Hillbilly.

Las escenas llenas de dramatismo absoluto se continúan con escenas aún más dramáticas —si cabe— durante los 116 minutos, pasando de la tristeza hasta, incluso en momentos, el estupor.

Hubo una idea recurrente rondando mi cabeza durante el visitando de la cinta, una relacionada con las populares películas de superhéroes de la factoría Marvel. Hay un patrón constante en este ya casi género particular: las películas de Marvel están llenas de escenas de acción, seguidas de diálogos llenos de «chistecillos infantiloides» en busca de la risa fácil, y así sucesivamente, sin dejar ni una sola pequeña pausa dramática que nos permita conectar con el personaje. Reflejan la idea de que, al que está detrás de las cámaras, le da miedo que el espectador se aburra una milésima de segundo por la mera inacción. Y aunque sea en el rango melodramático, Hillbilly, una elegía rural, desprende la misma sensación. Las escenas llenas de dramatismo absoluto se continúan con escenas aún más dramáticas —si cabe— durante los 116 minutos, pasando de la tristeza hasta, incluso en momentos, el estupor. De una escena en el que se le informa al protagonista de la sobredosis de su madre, pasamos a la enfermedad de su abuela, después al maltrato, y así, sin fin. Y es que hay una cosa clara sobre Hillbilly: es dramáticamente agotadora. Y eso hace que cuándo llega el supuesto clímax del film —a pesar de que se podría denominar anticlímax ya estas totalmente insensibilizado de todo lo que has llegado a ver hasta ese momento.

Amy Adams y Gabriel Basso.

Una de las cosas más poco sostenibles de la película es que está totalmente desposeída de cualquier elemento político o cultural que nos ayude a entender mejor la sociedad que se nos intenta reflejar. Las memorias en las que se basa, escritas por el mismísimo J.D. Vance, tratan de realizar un retrato sociocultural de una clase social muy concreta —la de los Apalaches, también denominados «paletos blancos»—, en todos sus detalles y resquicios, para de alguna manera entender qué es lo que ha hecho que piensen y actúen de esa manera. El guion, en cambio, obvia toda esta información, prefiriendo llevarlo todo a la parte económica, haciendo así que la cinta esté repleta de «brochazos» y clichés, sin ningún tipo de sutileza. La película llega a subrayar tanto que son «paletos» de una manera tan descarada, que casi llega al sonrojo, y eso deriva a la completa desconexión emocional con la que se trata de contar.

Lo más destacable del filme son, sin duda, las actuaciones. A excepción del actor protagonista, Gabriel Basso, cuya falta de carisma y capacidad de conexión con la cámara son otro de los grandes errores de la película, el resto del reparto hace un trabajo más que reseñable con especial mención a, sin duda, las dos reinas de la fiesta. A pesar de que Ron Howard no sea el mejor director de actores, Amy Adams y Glenn Close saben exprimir lo mejor de cada uno de sus personajes. Adams saca oro de un personaje totalmente desdibujado y falto de personalidad, en un papel radicalmente distinto al que estamos acostumbrados a verla, que, a veces, puede que le venga en su contra. Y Glenn Close está fantástica como esa abuela fuerte —casi de roca— que cuida de su nieto. A pesar de puntos poco sostenibles del personaje sobre el papel, la relación que se forja entre abuela y nieto, sin duda, es lo mejor de la cinta.

En definitiva, Hillbilly, una elegía rural es una película que nos recuerda a ese cine melodramático de los noventa, pero que abusa del sentimentalismo para llegar a ese punto de tratar de conmover al espectador. Lo mejor, es esa Glenn Close que resulta lo único conmovedor de una película llena de triquiñuelas melosas en busca de la lágrima fácil. Lo peor, que el guion, intentando buscar desesperadamente la conexión afectiva con el espectador, se olvide de tratar de construir un relato lógico y que se sienta real. Puede que, al fin y al cabo, a pesar de los clichés, no llegue a los Óscar, ni sea tan buena como lo podría haber sido, pero, ni de lejos, es tan mala como nos la han pintado.

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