El callejón de las almas perdidas
Estilo contra sustancia

País: Estados Unidos
Año: 2021
Dirección: Guillermo del Toro
Guion: Guillermo del Toro, Kim Morgan (Novela: William Lindsay Gresham)
Título original: Nightmare Alley
Género: Drama, Intriga
Productora: Searchlight Pictures
Fotografía: Dan Laustsen
Edición: Cam McLauchlin
Música: Nathan Johnson
Reparto: Bradley Cooper, Cate Blanchett, Rooney Mara, Toni Collette, Willem Dafoe, Ron Perlman, Richard Jenkins, Mark Povinelli, David Strathairn, Holt McCallany, Jim Beaver, Mary Steenburgen
Duración: 150 minutos

País: Estados Unidos
Año: 2021
Dirección: Guillermo del Toro
Guion: Guillermo del Toro, Kim Morgan (Novela: William Lindsay Gresham)
Título original: Nightmare Alley
Género: Drama, Intriga
Productora: Searchlight Pictures
Fotografía: Dan Laustsen
Edición: Cam McLauchlin
Música: Nathan Johnson
Reparto: Bradley Cooper, Cate Blanchett, Rooney Mara, Toni Collette, Willem Dafoe, Ron Perlman, Richard Jenkins, Mark Povinelli, David Strathairn, Holt McCallany, Jim Beaver, Mary Steenburgen
Duración: 150 minutos

Guillermo del Toro sale de su zona de confort narrativo con una película que mezcla su personal estilo con una historia realista, dando lugar a una mezcla que, aunque no siempre funciona del modo esperado, es interesante en todo momento.

Pocos directores pueden presumir de tener un estilo tan personal que basta con ver unas pocas escenas de cualquiera de sus películas para adivinar la autoría de la obra. Sin duda, Guillermo del Toro es uno de ellos, y quizá es por ello tan interesante que el realizador mexicano se atreva en su última película, El callejón de las almas perdidas (2021) a contarnos una historia que se aleja de los relatos de fantasía a los que nos tiene acostumbrados para, en su lugar, contarnos uno de drama y thriller pero sin olvidar sus habituales recursos estilísticos, tanto cuando estos aportan algo de valor a la trama como cuando suponen un pequeño lastre.

La historia sigue los pasos de Stan, que tras la muerte de su padre alcohólico y el abandono de su hogar, decide unirse a un circo ambulante para ganar algo de dinero. Tras unas semanas, entra en contacto con Zeena, una mujer que realiza un show de esoterismo en el que pretende hablar con espíritus de personas muertas para estafar a los asistentes al circo. A medida que aprende de ella los trucos para realizar tal número, se va enamorando de su hija Molly al tiempo que alberga una creciente animadversión hacia Clem, el dueño del circo. Tras cometer un error, Stan y ella deciden abandonar el circo y trasladare a Nueva York, donde Stan rápidamente adquiere notoriedad gracias a su espectáculo. Un día, conoce a Ritter, una psiquiatra que es consciente del truco que Stan está perpetrando y decide aliarse con él para estafar a la élite de la ciudad, pero a medida que la ambición de Stan crece y sus artificios se hacen más aparatosos, se irá introduciendo en un juego cada vez más peligroso hasta ponerse a sí mismo en peligro.

Aunque no siempre aporta gran cosa narrativamente, el estilo visual de Guillermo del Toro nos ofrece una puesta en escena estéticamente cautivadora.

Como ya hemos dicho, la principal sorpresa que vemos en esta obra es la elección por parte del director de hacer un remake de la película homónima de 1947 y atreverse con una historia que escapa del tono fantasioso y mágico de sus anteriores trabajos. En este sentido, es reseñable la capacidad de Del Toro de manejar los códigos del drama y del thriller (algo que en parte ya hacía en sus trabajos previos) de una forma acertada y que no desentona con otras obras del género y construyendo una historia bien estructurada que nos hace mantener el interés hasta el final. Es particularmente destacable el personaje del protagonista, Stan, el cual a lo largo del metraje sufre una evolución en la que vemos cómo pasa de ser una víctima de sus propias circunstancias a alguien mucho más corrupto y oscuro. El director sabe mantener la perspectiva de la historia que quiere contar y, a pesar de la elevada duración, durante el metraje la narración nunca parece perder su foco temático.

Una obra cuyo valor radica en que no quiere ajustarse a ningún molde y que reseña la capacidad de Del Toro de manejar los códigos del drama y del thriller.

A pesar de su tono más realista, El callejón de las almas perdidas no deja de ser en esencia un cuento, una fábula no tan diferente a las anteriores producciones del director mexicano: la historia que se nos cuenta es, a fin de cuentas, una historia moralizante en que hay una enseñanza clara. Aquellos personajes que se dejan tentar por la maldad y se corrompen para obtener un beneficio inmediato terminarán mal. Aunque moralizante y relativamente poco novedosa, la temática es efectiva en combinación con un guion rico en matices en que vemos a un personaje que, si en efecto sí que se corrompe, no es esta una elección inmediata o artificiosa, sino que es el fruto de una serie de circunstancias, traumas personales, errores y decisiones tomadas en situaciones límite que siempre arrojan la duda sobre hasta qué punto es el protagonista completamente responsable de su decadencia.

El personaje de Stan es sin duda lo más interesante de la película, ofreciendonos un retrato de la condición humana en situaciones extremas.

Y es que, sin olvidar la enseñanza que está en el corazón de la película, Guillermo del Toro se cuida de darnos a un personaje protagonista con el que, a pesar de sus numerosos y evidentes defectos, no tenemos problema en empatizar dado que su progresiva caída en la oscuridad siempre es mostrada desde una perspectiva muy humana. Así, si bien vemos a Stan tomar decisiones que sabemos que son moralmente reprochables y que a la larga le traerán problemas, tampoco podemos evitar el sentir que si nosotros estuviéramos en su situación también veríamos la línea entre lo correcto y lo incorrecto muy difuminada. Haciendo gala de su oficio como director, el realizador mexicano es lo suficientemente inteligente como para poner en el centro de la obra a un personaje con unos conflictos internos que siempre dejan la puerta abierta a la ambigüedad emocional. La película, en otras palabras, no está tan interesada en decir que una cosa es buena y otra es mala como en plantear si la forma de diferenciar uno y otro puede verse comprometida dependiendo de las circunstancias de cada individuo.

Si bien el personaje de Stan, encarnado por un solvente Bradley Cooper, goza tanto de minutos como de una caracterización excelente para hacer un estudio de personaje relativamente digno, es difícil decir lo mismo del resto de personajes, que, a pesar de estar encarnados por un reparto lleno de estrellas que dan lo mejor de sí, no están escritos de una forma particularmente brillante y concentran más tópicos de lo deseable, en particular en el caso de Clem, el siniestro dueño del circo interpretado por Willem Dafoe y que constantemente está cayendo en lo caricaturesco y manido. Y es que a pesar de su elevada duración, quizá una de las piezas ausentes de esta película sea su incapacidad de crear en torno a su siempre interesante protagonista un mundo de personajes secundarios igual de interesantes, con motivaciones, objetivos y personalidades bien definidas y matizadas, que permitan enriquecer la historia que se nos está contando.

Cuando un director con un estilo visual particularmente personal (como Tim Burton, Wes Anderson, Almodóvar o el propio Del Toro) se embarcan en una nueva película, la primera pregunta que deben hacerse es «¿en qué forma puede mi estilo visual ayudar a contar esta historia?». Y, naturalmente, existen historias en las que este estilo puede no llegar a aportar tanto como en otras o incluso ser irrelevante. Lamentablemente, al igual que Del Toro despliega en esta cinta todas sus virtudes, también hay una serie de problemas que la lastran impidiendo que alcance todo su potencial. Y es que el director, si bien renuncia a contar una historia cargada de esa fantasía que comentamos de sus anteriores trabajos, no abandona ese estilo visual expresionista que remite en más de una ocasión a la peculiar estética de sus otras películas. Si bien esto funciona a la perfección en la primera mitad del filme —cuando el protagonista se encuentra en un circo ambulante, y le da a la obra una personalidad estética y visual digna de elogio— el tramo que transcurre en la ciudad adolece de un acartonamiento y de un manierismo visual que, lejos de aportar algo a la historia, parece incluso restarle la profundidad y el peso que sin duda tiene. En el tramo en que el guion demanda una puesta en escena más realista que evite los ornamentos para focalizarse en la trama y los personajes, el estilo de Del Toro sigue estando presente, actuando más como una distracción que como otra cosa. Es por ello por lo que este largometraje termina transmitiendo la sensación de película buena que se ha quedado a las puertas de ser excelente. No obstante, esta crítica también tiene un lado positivo, y es que, tanto cuando funciona como cuando no, es imposible negar que el director ha hecho propia de forma total esta obra. Puede que no estemos ante una película perfecta, pero es innegable que estamos ante una película personal.

En conclusión, El callejón de las almas perdidas es una buena película que tiene su ración de errores, pero por fortuna estos son de la mejor clase posible de errores, aquellos que son fruto de un artista haciendo arte, experimentando con cosas nuevas y atreviéndose a ser diferente. Habrás ocasiones en que estas decisiones creativas no terminen de funcionar de la forma perfecta, pero con todo estaremos en una obra cuyo valor radica precisamente en que no quiere ajustarse a ningún molde, incluso si ello implica tener alguna que otra tacha. A fin de cuentas, creo hablar por la mayoría de cinéfilos cuando digo que seguramente aporta más una película personal pero imperfecta a una perfecta pero impersonal, y son precisamente películas como estas, las que no se arrepienten de ser marcadamente personales para bien y para mal, las responsables de hacer que el séptimo arte siga vivo y que cada año miles de chavales se enrolen ilusionados en academias de cine deseosos de contar al mundo sus historias. Y eso es lo importante.

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