Michael Bay es un autor a contracorriente. Cuando la acción pura fuera del marco del cine de superhéroes parece estar desautorizada por el grueso de la audiencia, Bay es una especie de valor seguro, un cineasta tan amante de sus inquietudes como fiel a su estilo. En Ambulance. Plan de huida (2022) no sale por la tangente, ni tampoco se enroca en su obviedad, sino que se dedica a formar a sus personajes desde el barro, dotarlos de motivaciones, y ponerlos a funcionar en el espacio estanco en que se convierte su largometraje. Sí, es autoconsciente hasta cierto punto —con sus impagables menciones a La roca (Michael Bay, 1996) o a Dos policías rebeldes (Michael Bay, 1995), tan críticas consigo mismo como adaptadas al momento actual—, e introduce ese humor marca de la casa que puede hacer que, en determinado momento, o sufras un ataque de risa o pongas los ojos en blanco por lo anticlimático del tema, pero lo que nunca le podremos reprochar a Bay es su consistencia y su crecimiento, la facilidad con la que ha integrado su cine en los parámetros del espectador posmoderno. Con Ambulance. Plan de huida el cineasta no renuncia a sus argumentos de americanismo descarnado ni a sus épicas de las fuerzas del orden, pero se permite el lujo de introducir ciertas dudas, ciertas ambigüedades que se autocuestionan y ofrecen escalas de grises en un cine, el suyo, en el que históricamente ha habido héroes muy héroes y villanos muy villanos, con los unos y los otros encerrados en estereotipos marcados en el mejor de los casos, dañinos en el peor.
Ambulance. Plan de huida teje un conflicto alrededor de dos hermanos de personalidades casi opuestas que se ven atrapados en las consecuencias de un atraco que sale regular, siendo que los daños colaterales y los resultados se les van acumulando y expandiendo dejándoles cada vez menos alternativas. Pero como siempre, lo que uno espera encontrar en una película de Michael Bay es acción y adrenalina, y eso lo ofrece a raudales: a las imponentes persecuciones por un Los Ángeles infernal fotografiado con la mirada del que le declara su amor a la ciudad y conoce cada una de sus calles, se suma un nervio narrativo incontenible, en el que la estructura de los tres actos se comprime hasta elaborar un disparo irreductible que va adaptando su tempo. Ambulance. Plan de huida muestra al Bay más personal, el que no duda en subvertirse y cambiar la dirección de lo predecible, el que se debe al asfalto y a la velocidad, el que no tiene miedo de dirigir acción con nervio y que no duda de su narrativa, el que recorre la moral desde el cuestionamiento del sueño americano, el que pone en tela de juicio la efectividad del sistema de salud y se permite, contra todo pronóstico, objetar contra el corporativismo policial y determinados y ampliamente cuestionables métodos. Porque al final, Bay es un cineasta maduro, que ha adaptado su punto de vista llevándolo al epítome en lo visual, pero a lo moderado en cuanto al mensaje. Y así es como da gusto enfrentarse al cine de acción.
Muestra al Bay más personal, el que no duda en subvertirse y cambiar la dirección de lo predecible, el que se debe al asfalto y a la velocidad.
Los actores, en este caso, representan uno de los principales aspectos positivos de la narración, al contar con un inmenso Jake Gyllenhaal, un notable Yahya Abdul-Mateen II y una enérgica y extraordinaria Eiza González: la interrelación entre sus personajes, y la humanidad que les inoculan —sobre todo dos de ellos— hacen de Ambulance. Plan de huida un espectáculo tan pirotécnico como emocional. Pero nada de esto sería posible sin el guion de Chris Fedak, que adapta la danesa Ambulancen (Laurits Munch-Petersen, 2005) resaltando la que, después de todo, debería ser la aspiración de cualquier remake: convertir la obra original en un punto de partida y no en objeto de copia, y trasladar sus premisas hacia las inquietudes, en este caso, de EE. UU. como sociedad. Así, la vocación de blockbuster de la película de Michael Bay reinterpreta la deriva que ha experimentado este tipo de cine con los años, al ofrecer un producto alejado de marvelismos y traer de vuelta esa acción y ese drama que brillaba con fuerza a finales de los noventa y comienzos de los dos mil —uno piensa durante el visionado en obras como Speed: Máxima potencia (Jan de Bont, 1994)—, antes de la irrupción y posterior hegemonía de un modo de acceder al gran público que ha ido en detrimento de la diversidad argumental; aportando además un interesante punto de vista que ha sabido mimetizarse de un modo orgánico con las ansiedades sociales de los dos mil veinte. Michael Bay nunca se había ido del todo, pero lo que queda claro viendo Ambulance. Plan de huida es que, héroes, villanos o no, siempre habrá un lugar para el cine abierto, libre, y arrebatadoramente divertido y emocionante.