La jornada empezaba tranquila. Amenazaba la lluvia, como el día anterior, pero San Sebastián aguantó estoico. Con los pasos firmes hacia el Kursaal, la inauguración de esta edición número 69 del Donostia Zinemaldia prometía: Zhang Yimou y su Un segundo (2020) y Carlos Saura y su Rosa Rosae. La guerra civil, cortometraje que recrea ese oscuro episodio español desde la mirada de un niño. No podía haber resultado mejor, pues tanto la primera como la segunda —aunque no fueron proyectadas en ese orden, me permitan por favor la pequeña licencia— pusieron la primera nota de un festival que, aunque todavía marcado por las reducciones de aforo de la innombrable pandemia y demás asuntos, está resultando todo un logro para el cine después de un año difícil, muy difícil, a todos los niveles a los que un año puede ser considerado difícil. Zhang daba en el clavo, como no podía ser de otro modo teniendo en cuenta que es uno de esos directores que representan un valor seguro y que lo mismo entregan un wuxia de los de ponerse en pie que un filme reposado y reflexivo: más cerca en esta ocasión de lo segundo, el chino no decepcionó e inauguró la edición a lo grande. Aquí la crítica completa.
Por su parte, Carlos Saura, recordaba los horrores de la guerra. Y lo hacía a su manera, recordando; con Labordeta a la música impregnando los compases de emoción y dando a los presentes una clase de sensaciones a base de buen hacer (aquí la crítica completa a Rosa Rosae. La guerra civil). No tardaría en llegarle el turno a Earwig (Lucile Hadzihalilovic, 2021), una fábula oscura y tenebrosa que escapa a las convenciones y que cuenta la historia de una niña con los dientes de hielo (mejor explicado todo en la crítica completa que le dedicamos). La tarde se acercaría y entraríamos en el terreno de Icíar Bollaín y su imponente Maixabel (aquí la crítica completa), un recordatorio, que nunca está de más recordar, de que no somos más que seres humanos, y que al final lo que nos une y lo que nos separa es siempre lo mismo: la humanidad. La mirada de Bollaín adquiere una importancia de gran relevancia en esta apuesta casi documental —aunque no lo sea del todo— que toma de la mano al espectador por un episodio escondido en la historia de ETA y de España. Y culminando el día, y como las promesas hay que cumplirlas, pasando por agua y dejándonos a la salida del Teatro Principal un agradable aguacero —aunque aquí servidor es también norteño y no se arruga por unas pocas gotas—, fuimos al encuentro, ya en la Sección Perlak, de Julia Ducournau y su imponente Titane (crítica completa aquí), un cierre de día magnífico para una jornada inaugural que no podría haber dado más ni mejor de sí.