El wuxia y el xianxia
La épica del gigante asiático
A medida que el cine se globaliza, las audiencias occidentales van descubriendo géneros de otras partes del mundo que enriquecen nuestra paleta gustativa cinematográfica, como pueden ser el wuxia y el xianxia, las grandes obras épicas del cine chino.
Cuando hoy en día se habla del alzamiento de China como una nueva superpotencia, generalmente se hace desde una posición de desconocimiento eurocéntrico sobre el rol de este país como nación a nivel internacional. Si se revisan los últimos 2500 años de historia universal, China recurrentemente ha sido una de las grandes —si no la mayor— potencia del planeta. En la Edad Media, y hasta la invasión mongola, el imperio chino de las dinastías Tang y Song era posiblemente la estructura política más fuerte de la tierra. Su suerte solo cambió, junto con la de gran parte del planeta, en el s. XIX, en el cual la revolución industrial en Europa daría a las potencias occidentales el dominio del mundo. Pero incluso en aquel tiempo, en el que grandes territorios de todo el globo cayeron bajo la colonización occidental, China logró, no sin dificultades, mantener su independencia. A diferencia de Japón, que evitó el ser colonizado gracias a una industrialización e hipermilitarización acelerada durante la era Meiji, en el caso chino nos encontramos a un país que, si bien fue derrotado por Francia e Inglaterra en las guerras del Opio y sufrió severas imposiciones económicas por parte de estas potencias, logró que las naciones europeas respetaran sus fronteras —de hecho, solo Rusia por la zona de Siberia y Japón se atreverían a invadir al gigante asiático— gracias a su descomunal tamaño y al poder que, pese a ser un país preindustrial, era capaz de acumular. Incluso en su momento más bajo, y a diferencia de lo que había pasado en la India o África, las potencias europeas sabían que China era demasiado grande como para caer. Este preámbulo histórico sirve únicamente para exponer como la China que hemos visto en el s. XX —débil, dependiente de países extranjeros y pobre— no es la norma sino la excepción para ese país, y que su posición como superpotencia global no es sino un regreso al rol que ya ha ocupado en buena parte de su historia.
Y como cualquier gran país, hablamos de un territorio que a lo largo de las generaciones ha construido una serie de narraciones épicas enormemente relevantes para forjar su identidad cultural, sus mitologías y su idiosincrasia. Narraciones con una identidad artística propia que en las últimas décadas están llegando al cine con un notable éxito tanto interno como exterior. Pero antes de continuar, es imperativo hacer una pequeña aclaración. ¿Qué son el wuxia y el xianxia? El wuxia, que literalmente traducido significa caballeros de artes marciales, hace referencia a narraciones épicas situadas en el pasado y protagonizadas por héroes generalmente ficticios —pero no siempre— que viven enormes aventuras relacionadas con episodios relevantes de la historia imperial de China. Hablamos de héroes que personifican las virtudes del confucianismo y que, además de diestros en la batalla, disponen de férreos principios morales. Para explicar mejor lo que exponemos, estos héroes serían el equivalente chino de las historias de samurais en Japón o las novelas de caballería en Europa. El xianxia es similar al wuxia pero con la diferencia de que este incluye elementos fantásticos y mitológicos provenientes del folclore chino. Al igual que obras como El cantar de mio Cid en el contexto hispano o La saga de Erik el Rojo en Escandinavia, estas narraciones forman un pilar fundamental de la identidad cultural de China desde hace siglos. Y al igual que las obras antes mencionadas, suponen una enorme fuente de inspiración para la realización de películas.
Una particularidad del wuxia y el xianxia es su marcado expresionismo visual.
Si bien el wuxia ya había tenido un sólido recorrido cinematográfico a nivel local desde las décadas de los 60 y 70 con títulos como A touch of Zen (King Hu, 1971), será con el cambio de milenio, coincidiendo con el alzamiento económico chino, cuando estas obras comiencen a dejar su huella en occidente. Directores como Ang Lee o especialmente el brillante Zhang Yimou conquistaron las pantallas occidentales con obras de este género, que hasta el momento había estado destinado a un público de nicho, pero que poco a poco se fue abriendo a las masas. Quizá uno de los momentos angulares del éxito del wuxia en Occidente fuera el triunfo de crítica y público de Tigre y dragón (Ang Lee, 2000) la cual se llevó cuatro Premios Óscar y un gran mordisco de más de 200 millones a la taquilla internacional. Pero sin duda el refinamiento absoluto del género llegó poco después de la mano de Zhang Yimou con su obra maestra Hero (Zhang Yimou, 2002) un largometraje que, además de un despliegue visual portentoso y un reparto estelar —nada menos que Jet Li, Tony Leung, Maggie Cheung y Zhang Ziyi, nombres que pertenecen a la alta aristocracia del cine de China y Hong Kong— ofrecía una historia épica a la par que increíblemente sensible y sutil con unos personajes complejos y ricos en matices. Yimou le cogería gusto al género y repetiría poco después con La casa de las dagas voladoras (Zhang Yimou, 2004) una película quizá algo más pequeña que su anterior producción pero que nos regaló una de las más cautivadoras historias de amor nunca vistas en el género wuxia. Tras el estreno de la correcta pero discreta La maldición de la flor dorada (Zhang Yimou, 2006) el director chino se dedicaría a películas más íntimas pero igualmente notables como en el caso de la excelente Amor bajo el espino blanco (Zhang Yimou, 2010) y durante varios años sufriría problemas con las censura china hasta que recientemente vivió un regreso triunfal al género con la interesante Sombra (Zhang Yimou, 2018), el la cual el director abandona su habitual cromatismo para ofrecer una cinta con una paleta de colores oscura y tétrica. Paralelamente, una China cada vez más adinerada fue en estos años estrenando superproducciones cada vez más ambiciosas, como es el caso de Acantilado rojo (John Woo, 2009) o Confucio (Hu Mei, 2010).
Las historias narradas en los wuxia y xianxia habitualmente responden a temáticas muy concretas con mensajes que invitan a la reflexión ética o a enseñanzas morales.
Si tal como hemos visto, el wuxia fue en las últimas dos décadas creciendo para convertirse en un producto de prestigio tanto en Oriente como en Occidente, que llegaría a competir en los mayores festivales de cine del planeta y a ganar numerosos premios, no se puede decir lo mismo del xianxia. La mayoría de títulos que incorporan elementos mitológicos se limitarían a ser productos para el consumo interno de éxito moderado, como en el caso de Green Snake (Tsui Hark, 1993) Quizá el intento más relevante de darle a este género una producción artísticamente prestigiosa se daría en 2006 con la película La Promesa: La leyenda de los Caballeros del Viento (Chen Kaige, 2006), cinta que durante unos años ostentó el récord de ser la producción más cara de la historia de China, pero que cosechó un rotundo fracaso de crítica tanto en su país como en el resto del mundo. Junto a este, otros títulos xianxia pasaron por los cines sin pena ni gloria, como es el caso de El mito (Stanley Tong, 2005). Si tenemos que apuntar a un motivo por el que este subgénero no ha disfrutado del éxito del wuxia en las últimas dos décadas, tal vez entre la amalgama de razones podamos destacar la falta de directores con una visión clara de la película que pretendían rodar o la dificultad de adaptar ciertos elementos mitológicos de la cultura china a un cine complejo y adulto.
El xianxia es un subgénero del wuxia el cual incluye elementos mitológicos y mágicos.
Llegados a este punto, es esencial entender las características fundamentales del wuxia y el xianxia. Además de todas las particularidades inherentes a su localización cronológica —historias ubicadas en el pasado imperial de china, en ocasiones haciendo referencia a episodios históricos concretos— es fundamental la presencia de artes marciales durante la película. Ya sean hiperestilizadas escenas de kung-fu acrobático como en Hero o combates más realistas como en Acantilado rojo, siempre nos encontraremos con personajes principales con un dominio amplio de esta disciplina. No obstante, este uso de la acción no se limita a ser un elemento meramente ornamental como en las producciones occidentales, sino que a través de la práctica de estas formas de lucha se profundiza en el propio arco de los personajes, dotándoles de profundidad y complejidad. En este contexto, los protagonistas emprenderán un viaje de autodescubrimiento y perfeccionamiento de su técnica que no hace sino reflejar su propia evolución interna como personajes, una filosofía narrativa que claramente bebe del confucianismo, doctrina que invita a la introspección para fomentar el desarrollo interno propio y alcanzar la armonía.
Para entender mejor esto, debemos ser conscientes de las particularidades de la narrativa oriental en contraposición a la occidental. Si en occidente, tradicionalmente nuestra forma de contar historias se ha basado en estructuras narrativas concretas —el viaje del héroe, las estructuras en tres y cinco actos, etc.— con argumentos que son el principal motor narrativo y en los cuales los personajes y su evolución interna no es más que una de las muchas piezas que los componen, la narratología oriental se estructura entorno a un paradigma diferente, en el cual los eventos de la historia se suceden sin una estructura fuerte y en su lugar es la propia evolución del personaje la que hace de hilo conductor de toda la historia. Un ejemplo claro de esto podemos encontrarlo el la novela Viaje al Oeste, en la cual se narran una sucesión de episodios relativamente inconexos entre sí relacionados con el viaje del protagonista Xuanzang al Oeste para llegar a un templo donde descansan unos textos sagrados. En esta obra, el verdadero tejido narrativo se encuentra en la propia evolución de los personajes protagonistas, los cuales, a través de las experiencias que viven, se transforman internamente. La verdadera historia, por lo tanto, no radica tanto en los acontecimientos que ocurren sino en cómo los personajes han cambiado a lo largo de los mismos. Esta forma de entender la estructura narrativa se plasma claramente en la mayor parte del wuxia en tanto que la trama principal generalmente gira alrededor no de los eventos de la propia historia —siguiendo estos una estructura coherente— sino de la propia transformación de los protagonistas. De esta manera, si bien en películas como, por ejemplo, la ya mencionada Sombra aparentemente se nos cuenta la rebelión contra un rey despótico en el marco de una guerra entre dos ciudades, en realidad la verdadera historia es la transformación que el protagonista, el doble secreto del general Ziyu, sufre y por la cual pasa de ser un subalterno sin voluntad a dirigir una rebelión para derrocar y matar a su señor.
Aunque el wuxia ya era popular en Asia, con películas como Tigre y Dragón se ha hecho popular en Occidente en los últimos años.
De forma paralela a esto, las historias narradas en los wuxia y xianxia habitualmente responden a temáticas muy concretas con mensajes que invitan a la reflexión ética o a enseñanzas morales. En La casa de las dagas voladoras, por ejemplo, los protagonistas —un soldado imperial que se infiltra en un clan de mujeres asesinas que planean matar al emperador y una mujer perteneciente a dicho clan— se enamoran y deciden sacrificar sus ideales por amor, transmitiendo de esta manera un mensaje que revela la importancia de mantenernos íntegros hacia nuestros valores frente a las presiones ideológicas del mundo que nos rodea, mientras que otros referentes del género como la aclamada Tigre y Dragón usa su historia para transmitir un mensaje sobre el peligro que supone el hambre de venganza para quien la persigue. Esto hace que ciertos elementos recurrentes se repitan de forma constante en el género, como la presencia de historias de amor imposible con finales generalmente trágicos o protagonistas con motivaciones profundamente nobles —defender su honor y sus ideales, proteger a los más débiles, etc.— que sin duda contribuyen al carácter épico de este cine. En este sentido, uno de los aspectos más interesantes de los wuxia y xianxia es el hecho de que generalmente el mismo tratamiento de personaje que se le da al protagonista le es dado también al antagonista. No nos encontraremos normalmente con villanos que se oponen al héroe de la historia por motivos superficiales o genéricos, sino que estos responden muchas veces a motivaciones igualmente complejas y con las que es relativamente fácil empatizar. Generalmente, el dualismo protagonista-antagonista es utilizado no para mostrar tanto una dicotomía de el bien contra el mal como una divergencia de puntos de vista, cada uno con sus aspectos positivos y negativos. El mejor ejemplo de esto lo podemos encontrar en Hero, en la cual el protagonista desea asesinar al emperador para vengarse de la opresión que este ejerce sobre los diferentes pueblos de China mientras que el antagonista, el emperador, defiende su gobierno como la única forma de lograr la paz y la unidad en el mundo.
Pero tan importante como el contenido es en este tipo de cine el continente, y en el caso de los wuxia estamos ante obras de un acentuado expresionismo, tanto por la propia estética del género como por el estilo visual de los grandes directores del mismo. Nuevamente es el cine de Zhang Yimou el que mejor ejemplifica esto, con planos cargados de una gran capacidad de narrativa visual, tal como la escena final de La casa de las dagas voladoras la cual tiene lugar en un paisaje nevado que refleja los sentimientos de tristeza del protagonista tras ver a la mujer que ama sacrificar su vida para protegerle o la secuencia del asalto a la escuela de caligrafía en Hero, en la cual ninguna de las flechas logra herir al maestro de caligrafía, mostrando una metáfora visual brillante sobre cómo el intelecto y el conocimiento son más fuertes que la violencia. No obstante, sin lugar a dudas el elemento distintivo de la estética wuxia son los hiperestilizados combates de kung-fu, generalmente acrobáticos y diseñados como coreografías a medio camino entre la lucha y la danza. Esto, que no deja de ser un reflejo de cómo se entiende las artes marciales en el mundo oriental —una mezcla entre una disciplina de combate y una filosofía para entender la vida—. Esto hace que los combates en estas películas excedan el ser meras escenas de acción para representar generalmente confrontaciones de carácter casi existencial de diferentes personajes con diferentes formas de entender el mundo, las cuales se reflejan en su forma de combatir. Y es ahí quizá donde radica la belleza de este género y el secreto de su éxito, eso es, la capacidad de dotar incluso a sus aspectos más ornamentales de un marcado componente narrativo. Pueden llegar momentos en que este cine se sienta recargado, pero nunca se sentirá que hay en el nada que sea gratuito.
Los wuxia y los xianxia tienen determinados rasgos recurrentes, como la presencia de historias de amor imposibles con desenlaces generalmente trágicos.
Como cualquier género cinematográfico, el wuxia y xianxia no escapa tampoco a lecturas políticas, siendo quizá este su aspecto más controvertido en la actualidad. Tradicionalmente, el wuxia siempre ha tenido un notable componente de nacionalismo chino. A la recuperación de elementos identitarios chinos y el retorno a periodos imperiales hay que sumar sus connotaciones relacionadas con el supremacismo Han —el grupo étnico de la zona del Río Amarillo, mayoritario en China y que tiene una larga tradición de opresión sobre el resto de etnicidades del país que en los últimos años bajo el liderazgo hipernacionalista de Xi Jinping no ha hecho más que aumentar— en lo que se constituye como un cine utilizado de forma evidente como un arma de propaganda del gobierno de Pekín para justificar tanto su imperialismo en el contexto asiático como su hipercentralismo y la opresión de todas las corrientes periféricas a nivel interno. Así, si por ejemplo en Acantilado rojo vemos a una poderosa china capaz de vencer militarmente a aquellos enemigos que tratan de invadirla, en obras como Hero el mensaje es incuestionable, un poder central unitario y fuerte al que todos los poderes periféricos supediten su libertad es la mayor garantía de paz y prosperidad. O eso es lo que dicen en Pekín, puede que en el Tibet o en Sinkiang opinen otra cosa.
Si bien en su país ya eran grandes, en los últimos años hemos visto como el xianxia y particularmente el wuxia han roto fronteras llegando a conquistar Occidente, en parte gracias al excelente trabajo de directores como Ang Lee o Zhang Yimou. Quizá la característica que ha llevado a este cine a ser tan exitoso, dejando a un lado su espectacular carácter épico, sea su capacidad para hacer una síntesis entre contenido y continente, logrando poner en pantalla una estética indeciblemente bella pero que, a la vez, refleja un contenido increíblemente profundo. Es interesante ver como, a medida que Hollywood va creando un cine cada vez más hipersimplificado e infantilizado, desde el otro lado del mundo nos llegan grandes producciones que no tienen miedo a tratar temas complejos de forma adulta.