Suenan las voces de los niños de la guerra. Realmente, la emoción que trasmite la música de José Antonio Labordeta se encuentra con unas imágenes potentes, fuertes en su contenido, que exaltan unos horrores que lo mismo truncan que descomponen. Carlos Saura, a estas alturas un cineasta que poco tiene que demostrar que lo mismo recoge premio en Sitges que proyecta cortometraje en San Sebastián que presenta largometraje en la Seminci de Valladolid, se duele de los miedos de toda una generación que recuerda la incertidumbre y la boca seca, y gracias a un vehículo tan poderoso como es la música, alcanza una muy interesante conjunción.
Quizá como obra dependiente de su núcleo y desprovista de su estética, se verá algo reducida en su intención narrativa, aunque la preciosa música del cantautor zaragozano en conjunción con unas imágenes con las que parece complementarse como si estuvieran diseñadas para encajar desde el minuto uno sea capaz de transportar a la audiencia a un momento muy oscuro de la historia española. Pero es que estamos hablando del autor de hitos generacionales como Cría cuervos… (1976) o ¡Ay, Carmela! (1990), y como complemento, o como mera curiosidad para completistas de la obra de Saura, este Rosa Rosae. La guerra civil, que se queda en apenas seis minutos de duración, emociona y recuerda lo incierto de toda una época, aunque el tiempo pase y la tierra se detenga y caiga sobre todos y todo.