The Idol
Ahora no os hagáis los ofendidos

País: Estados Unidos
Año: 2023
Guion: Reza Fahim, Sam Levinson, The Weeknd, Joe Epstein, Mary Laws, Nick Bilton, Howard A. Rodman, Marlis Yurcisin (Historia: Reza Fahim, Sam Levinson, The Weeknd, Clara Mamet)
Creación: Sam Levinson, Reza Fahim, The Weeknd
Título original: The Idol
Género: Serie de TV. Drama
Productora: A24 Television, Bron Studios, HBO, Little Lamb, A24
Fotografía: Arseni Khachaturan, Marcell Rév, Drew Daniels
Edición: Nikola Boyanov, Aaron I. Butler, Aleshka Ferrero, Julio C. Perez IV, Julie Cohen
Música: The Weeknd, Mike Dean, Sam Levinson
Reparto: Lily-Rose Depp, The Weeknd, Suzanna Son, Jennie, Rachel Sennott, Dan Levy, Steve Zissis, Lizzo, Troye Sivan, Jeff Wolfe

País: Estados Unidos
Año: 2023
Guion: Reza Fahim, Sam Levinson, The Weeknd, Joe Epstein, Mary Laws, Nick Bilton, Howard A. Rodman, Marlis Yurcisin (Historia: Reza Fahim, Sam Levinson, The Weeknd, Clara Mamet)
Creación: Sam Levinson, Reza Fahim, The Weeknd
Título original: The Idol
Género: Serie de TV. Drama
Productora: A24 Television, Bron Studios, HBO, Little Lamb, A24
Fotografía: Arseni Khachaturan, Marcell Rév, Drew Daniels
Edición: Nikola Boyanov, Aaron I. Butler, Aleshka Ferrero, Julio C. Perez IV, Julie Cohen
Música: The Weeknd, Mike Dean, Sam Levinson
Reparto: Lily-Rose Depp, The Weeknd, Suzanna Son, Jennie, Rachel Sennott, Dan Levy, Steve Zissis, Lizzo, Troye Sivan, Jeff Wolfe

En la ficción televisiva protagonizada por Lily-Rose Depp, Sam Levinson propone un viaje a lo más oscuro de la naturaleza humana tan provocador en sus formas como profundo en su contenido, pero que no está hecho para todo el mundo.

Estados Unidos es una nación de idiosincrasia conservadora por naturaleza, y es así que no ha de sorprendernos que incluso cuando trata de abrazar el progreso y el avance social, esto no termine resultando en nada más que otra forma de volver a los presupuesto conservadores de partida. Algo que ya se ha visto con la cuestión económica o racial, no ha demostrado ser menos cierto en el terreno de lo sexual en tiempos recientes. Fenómenos como el #MeToo han generado entre la población estadounidense una reacción frente a cuestiones como el problema de los abusos sexuales en la industria audiovisual que, en lugar de proponer cambios constructivos y realmente útiles para evitar la perpetuación del problema, ha terminado pivotando entre la sexofobia, el neopuritanismo más ignorante y el oportunismo político. Y precisamente ese ha sido el clima que se ha encontrado la reciente serie de HBO, The Idol (Sam Levinson, Reza Fahim, The Weeknd, 2023) ganándose el odio de quienes no han entendido o no han querido entender lo que la serie pretende decir.

The Idol nos cuenta la historia de Jocelyn, una cantante adolescente que, tras ser internada por sufrir una crisis nerviosa y perder a su madre, decide recuperar su carrera y volver al estrellato mediante la realización de canciones sexualmente sugerentes. Es en este momento cuando conoce a Tedros, el dueño de un club nocturno y líder de una extraña secta formada por aspirantes a cantantes que logra seducir a Jocelyn. Tedros convencerá a Jocelyn para dejar atrás su vieja vida y juntos iniciarán una tormentosa relación tanto en lo artístico como en lo personal.

Evitando moralinas, The Idol se atreve a explorar los aspectos más oscuros de la condición humana.

El termino «propaganda» es uno que hoy en día tiene una relativamente injusta mala prensa, siendo asociado con cualquier mensaje que busca engañar, embaucar o manipular. Pero lo cierto es que la propaganda, en sentido estricto, únicamente es un mensaje diseñado para transmitir una determinada opinión a la audiencia, y como ya demostró Pontecorvo en los sesenta, es algo que a nivel cinematográfico se puede hacer con bastante dignidad. No obstante, es importante tener clara la diferencia entre propaganda y arte: la primera proporciona respuestas, el segundo hace preguntas. A diferencia de la mayor parte de los grandes acontecimientos históricos vividos en EE. UU. que han generado grandes obras de arte cinematográficas (desde en New Deal hasta el 11S, pasando por la guerra de Vietnam), el caso Weinstein y fenómeno #MeToo únicamente han sido capaces de generar películas abiertamente propagandísticas, desde Una joven prometedora (Emerald Fennell, 2020) hasta Ellas hablan (Sarah Polley, 2022), siendo The Idol, probablemente, la primera aportación artísticamente significativa que aborde estas cuestiones sociales.

Ya desde la secuencia inicial del primer capítulo podemos advertir la acidez con la que la serie maneja estos temas, en donde se nos muestra un set de fotografía en el que el coordinador de intimidad es totalmente ignorado y en el que la protagonista es totalmente hipersexualizada por una jauría de ejecutivos maquiavélicos que, tras descubrir que una foto de contenido sexual de Jocelyn se ha filtrado en redes sociales, entran en pánico no porque se preocupen lo más mínimo por el bienestar de la joven, sino porque temen por su inversión. Tras esto, a lo largo de los episodios, la serie continúa retratando lo vacío, superficial y decadente de un Los Angeles y un mundo de la industria musical totalmente decadentes y formado por una masa de buscavidas y sanguijuelas que a cada rato tratan de aprovecharse de Jocelyn para vivir de su talento y explotar su sexualidad. A pesar de ser exitosa y de tener talento, Jocelyn transmite siempre al espectador una situación de inferioridad con respecto a todo aquel individuo con el que interactúa. Los ejecutivos de la discográfica se aprovechan para sacar beneficios de ella y la llevan a actuar tal y como ellos ordenan. Su mejor amiga es una empleada de la discográfica encargada de vigilarla. Y su amante, Tedros, no es más que un falso gurú que trata de aprovecharse de ella sexual y económicamente.

La serie de HBO nos baja de nuestro púlpito de superioridad moral y nos obliga a mirar a esa realidad sucia y desagradable que tanto nos esforzamos habitualmente por ignorar.

Con todo, el rol de Jocelyn no encaja en de una víctima tradicional, al que tanto nos tienen acostumbrados las cintas que tratan el tema últimamente. Lejos de ser una pobre chica sometida a la autoridad de hombres mucho más poderosos que ella, Jocelyn es una artista aparentemente exitosa, adinerada y que también hace gala de una no pequeña lista de defectos. En ocasiones ella misma pasa a ser victimaria, y sus pulsiones autodestructivas son las que, sin duda, la llevan muchas veces a ponerse a sí misma en posiciones de peligro. Lejos de invalidarla como víctima, no obstante, estas características únicamente acentúan su humanidad y complejidad. Evita el personaje protagonista ser una víctima perfecta, de esas hechas casi con escuadra y cartabón para lograr la empatía fácil de la audiencia, y en su lugar Levinson nos ofrece un perfecto retrato generacional a la altura de su obra maestra Euphoria (Sam Levinson, 2019). A ello ha de añadirse una interpretación magistral de Lily-Rose Depp que insufla de una vida y un carisma espectacular a su personaje.

La serie no duda en mostrar una Jocelyn poliédrica, con luces y sombras, que espantarán al espectador que busque un relato simplista de buenos y malos evidentes e incuestionables, pero que a cambio nos ofrece un estudio de personaje que se toma su tiempo en desarrollar (sin que eso casi nunca afecte negativamente al ritmo) y que da como resultado a uno de los grandes personajes protagonistas de la televisión reciente, uno que no se ajusta a moldes preconcebidos de lo que un personaje protagonista ha de ser y que en cambio apuesta por provocar al espectador, por cuestionar las nociones preconcebidas y ofrecer un relato fresco que se interesa más por explorar nuevas ideas entorno a la cuestión de la degradación ética y moral inherente a la industria del entretenimiento moderna (y por extensión a todo el mundo actual) que en tratar de sentar dogmas o sugerir soluciones sencillas. Todo ello además, mientras se apuesta por una trama densa pero cautivadora que mantiene al espectador en todo momento pegado a la pantalla y en la que es imposible no sumergirse a medida que pasan los episodios.

La serie usa la sexualización de su personaje protagonista para invitar a la reflexión.

Acompañando a Jocelyn, además, hay todo un elenco de personajes que construyen un microcosmos que insufla vida a la historia que la serie nos quiere contar. Es en este punto pertinente hablar del rol de The Weeknd, cantante metido a actor que interpreta a Tedros. En contra de lo que puede parecer, es complicado valorar esta interpretación que entre la mayor parte de las audiencias ha suscitado una reacción negativa dado que, por un lado, en los momentos en que se demanda más a nivel dramático, sin duda The Weeknd se queda corto en su repertorio actoral (máxime cuando se compara con la increíble presencia en pantalla de su compañera de reparto), pero por otro lado, su condición de no actor le da un tono de honestidad a su interpretación muy interesante. Cualquiera que haya estado en algún reservado de los clubes nocturnos de alto standing de L.A. habrá observado con cierta frecuencia a este tipo de personaje masculino, una mezcla de sordidez, toxicidad latente que trata de ser disimulada pero no ocultada y un cierto carisma superficial pero innegable (es decir, la clase de persona a la que Germán Areta apuntaría a los testículos con una pistola) que en cualquier otro lugar no sería más que un fantoche con ínfulas, pero que en contexto de L.A. logra cierta notoriedad social y éxito entre el sexo opuesto. De la misma forma que, por ejemplo, Carla Simón recurrió a campesinos catalanes cuando quiso rodar Alcarràs (Carla Simón, 2022), Sam Levinson utiliza a un no actor cuyo hábitat natural son precisamente los clubes nocturnos angelinos para confeccionar a un personaje inmediatamente reconocible para cualquiera familiar con el entorno, y dando como resultado un personaje con la mezcla perfecta de repulsión y magnetismo (en parte por lo inteligentemente que está escrito).

Sam Levinson es un creador por el que un servidor tiene una debilidad bastante acusada y por el que cuya obra es imposible sentir otra cosa que no sea una profunda admiración. Su mano creativa se nota en todos los elementos de la serie, desde su estilo visual desenfadado pero artísticamente rico hasta un guion cuidado hasta el extremo que no da puntada sin hilo, en que cada frase, cada escena aporta algo. Uno de los elementos de la serie que más rechazo ha generado ha sido la crudeza de su contenido sexual, así como su constante sexualización del personaje principal. Lejos de ser, como en ocasiones se ha dicho, un ejercicio de voyerismo, este planteamiento responde a la intención del director de ofender al espectador, de hacer que se sienta incómodo ante lo agresivo y explícito de lo que se ve en pantalla, que no deja de ser el reflejo de una realidad igual de repulsiva. El director prefiere hacer cine con las entrañas antes que con el cerebro y, el lugar de tomar el camino fácil de decir al espectador lo que está bien y lo que está mal, recurre a provocar en él una sensación de rechazo por lo que se muestra en pantalla que refleje el mensaje final de la obra. Por desgracia, esta genialidad en la dirección no encaja con unas audiencias cada vez más acostumbradas a los mensajes simplistas de la mayoría de producciones contemporáneas a la que le ha costado entender lo que Levinson quería hacer. Decir que esta serie cosifica o hipersexualiza a su protagonista no es menos absurdo que decir que La lista de Schindler (Steven Spielberg, 1993) defiende el holocausto debido a su cruda descripción de los campos de concentración o que ¡Vivir! (Zhang Yimou, 1994) es una obra de propaganda del partido comunista chino por su exhaustiva descripción de la revolución cultural de Mao Zedong. En contra de lo que pueda parecer, no hay una sola escena sexual que sea gratuita o busque la provocación barata, sino que todas ellas cumplen una función narrativa, ya sea caracterizar a los personajes y explorar su mundo interior, plasmar visualmente los temas que la serie plantea o hacer avanzar la historia.

Precisamente la solvente forma en que el realizador logra plasmar (tanto a nivel de escritura como de dirección) la toxicidad y sordidez del mundo que representa, a la vez que nos cuenta la historia de personajes tridimensionales y muy humanos (para lo bonito y también lo desagradable) y el tono, a medio camino entre el cine metamoderno y las influencias más que evidentes del cine del nuevo Hollywood de los setenta, dotan a The Idol de una identidad artística única. Incluso las escenas de contenido sexual (las que más críticas han recibido), si bien complicadas de ver, funcionan a la perfección desde un punto de vista narrativo gracias a la visión firme de un director que en todo momento tiene claro que historia está contando. Levinson evita las confortables y seguras moralinas a las que el cine y la televisión actuales nos tienen acostumbrados para en su lugar transformar la serie en un espejo en el que reflejar nuestra sociedad actual, pero donde también nos podemos ver a nosotros mismos, nuestras oscuridades, pulsiones ocultas, sexualidad, frustraciones o inseguridades… y no hace falta ser un genio para entender que gran parte del rechazo que las audiencias generalistas han mostrado hacia esta serie radican precisamente ahí, en el hecho de que Levinson ha creado con esta serie un cuchillo que, de una forma u otra, es capaz de llegar a nuestro hueso.

Lily-Rose Depp ofrece una interpretación portentosa.

Y es que a nadie se le escapa lo profundamente corrompida que la industria musical actual es en realidad. Todos somos conscientes de los terribles ejemplos que muchos artistas contemporáneos son para la juventud, de lo mercantilizados que están todos los aspectos de la industria, desde la sexualidad hasta lo político, mercantilización en la que participamos de buen grado cuando nos complace lo que vemos o escuchamos en la pantalla, y de lo abusivas que muchas veces estas industrias pueden llegar a ser, por más que nos acostumbremos a mirar para otro lado. La serie de HBO nos baja de nuestro púlpito de superioridad moral y nos obliga a mirar a esa realidad sucia y desagradable que tanto nos esforzamos habitualmente por ignorar.

The Idol no es, desde luego, una serie para todos los públicos (de hecho, está más cerca de ser una obra de nicho) y tiene suficientes defectos (a destacar la interpretación de The Weeknd) como para que exista la crítica honesta y constructiva, pero sin embargo han sido precisamente lo atrevido de su propuesta, lo cáustico de su comentario social y lo creativamente rompedor de su puesta en escena las cosas que, al igual que pasara con tantas obras hoy consideradas como de culto, desde El portero de noche (Liliana Cavani, 1974) hasta El club de la lucha (David Fincher, 1999), pasando por Blade Runner (Ridley Scott, 1982), se ha ganado la animadversión de un público que no la ha sabido entender, un público embrutecido que lleva ya demasiados años tan expuesto a unos productos audiovisuales precocinados y complacientes que ha perdido su capacidad de digerir historias diferentes, con personalidad propia y hechas para provocar. No tengo duda de que dentro de varios años miraremos hacia atrás libres de prejuicios y constreñimientos ideológicos y redescubriremos la magnifica serie que The Idol realmente es.

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