Una joven prometedora
Revancha de colorines
• País: Reino Unido
• Año: 2020
• Dirección: Emerald Fennell
• Guion: Emerald Fennell
• Título original: Promising Young Woman
• Género: Thriller, Drama, Comedia
• Productora: Filmnation Entertainment, Focus Features, LuckyChap Entertainment (Productora: Margot Robbie)
• Fotografía: Benjamin Kracun
• Edición: Frédéric Thoraval
• Música: Anthony B. Willis
• Reparto: Carey Mulligan, Bo Burnham, Alison Brie, Connie Britton, Jennifer Coolidge, Adam Brody, Laverne Cox, Clancy Brown, Angela Zhou, Christopher Mintz-Plasse, Alfred Molina
• Duración: 113 minutos
• Premios Óscar: Nominada a mejor película (2021)
• País: Reino Unido
• Año: 2020
• Dirección: Emerald Fennell
• Guion: Emerald Fennell
• Título original: Promising Young Woman
• Género: Thriller, Drama, Comedia
• Productora: Filmnation Entertainment, Focus Features, LuckyChap Entertainment (Productora: Margot Robbie)
• Fotografía: Benjamin Kracun
• Edición: Frédéric Thoraval
• Música: Anthony B. Willis
• Reparto: Carey Mulligan, Bo Burnham, Alison Brie, Connie Britton, Jennifer Coolidge, Adam Brody, Laverne Cox, Clancy Brown, Angela Zhou, Christopher Mintz-Plasse, Alfred Molina
• Duración: 113 minutos
• Premios Óscar: Nominada a mejor película (2021)
Con cuerpo transgresor y alma de comedia negra, el debut tras las cámaras de la británica Emerald Fennell condena la cultura del silencio en un espectáculo fílmico que, colorista y festivo, representa un mundo lleno de luces y sombras morales.
A principios del año 2015, el caso de Brock Turner sacudía Estados Unidos. Condenado por violación a tan solo seis meses de cárcel de los que cumplió tres, fueron muchas las voces que, de entre los medios de comunicación, se refirieron a él como «un joven prometedor» —en referencia a su corta edad y su posición social y deportiva— sobre el que una sentencia mayor «habría tenido un impacto severo» en su vida. Su padre llegó a afirmar que no sería justo que la vida de su hijo quedara destruída por «veinte minutos de acción». Por supuesto, la indignación social ante tamaño despropósito judicial e informativo alcanzó cotas muy elevadas, convirtiéndose en uno de esos eventos oscuros de la historia americana reciente que con su sola mención provocan rabia e impotencia.
Emerald Fennell, directora y guionista de esta Una joven prometedora (2020) ha tomado prestada esa manera de referirse a Turner que sonaba en su día con intención exculpatoria y mitificadora, y la ha integrado dentro de una de las películas más inclasificables de los últimos años. En una suerte de rape and revenge sofisticada con humor negro, drama y algún punto de thriller, la cineasta compone una obra de poderoso discurso feminista que no solo dispara contra esos hombres que esperan agazapados en las discotecas y pubs al acecho de mujeres alcoholizadas a las que interpelar y convencer para que mantengan relaciones sexuales con ellos, sino también contra la cultura del silencio, contra el «éramos unos críos» y el «no creímos que estuviéramos haciendo nada malo», contra las balanzas éticas que se inclinan en beneficio del agresor arguyendo que la mujer «estaba borracha y se lo iba buscando» y de los lobos con piel de cordero. La película, así, sigue a Cassie, una ex-estudiante de medicina que lo tuvo que abandonar todo por un terrible suceso, que ahora sigue «métodos de concienciación alternativos» en los que se hace pasar por una joven intoxicada y solitaria en una inversión de roles muy inspirada en la que da caza al cazador jugando en su mismo tablero. Interpretada por una Carey Mulligan magnética que ha encontrado en el filme de Fennell un personaje matizado, oscuro, divertido y atrayente a partes iguales, recorre y subvierte infinidad de lugares comunes de los géneros que toca y los eleva a través de un discurso frontal y con más capas de análisis de lo habitual, que no por ser más explícito es menos intenso o concienciador. Su personaje se rige, de este modo, por una ética personal mucho más elaborada que la simple venganza, y mientras es cínica y sarcástica —e insoportablemente divertida—, se las arregla para dejar ver un interior roto y vulnerado que da sentido a sus actos.
Mientras que nunca, en todo el filme, se usa la palabra «violación», en una magnífica decisión de estilo que busca potenciar la tendencia a silenciar estos episodios, ni se recurre en exceso al sensacionalismo para exponer sus tesis, opta por una narración impecable que magnifica la implicación de la audiencia. Una joven prometedora se retuerce entre elaborados volantazos de guion que mantienen el interés al máximo en todo momento —no por impredecibles, que no lo son, sino por atractivos—, y es gracias a ellos que se despierta en el espectador una sensación de constante evolución. Con algunos giros más acertados que otros, no abandona en ningún momento su espíritu transgresor en lo que puede ser el punto menos inspirado del filme: la simplificación del discurso. Si bien posee grandes aciertos, casi todos referentes al personaje de Carey Mulligan y a la elaboración de sus motivaciones y su compleja personalidad, la cineasta deja un poco de lado a los demás personajes —a un nivel emocional e individual— que integran la obra, llegando a despertar en determinados tramos un efecto de desigualdad argumental: las motivaciones de la decana, del abogado o mismo de su interés romántico se habrían beneficiado de un contexto más elaborado que hubiera dotado de mayor profundidad a la terrible realidad que explora.
El guion de Fennell compone un mundo en el que no hay personajes particularmente buenos ni malos, sino ignorantes y víctimas de una sociedad de ojos vendados y moral torcida.
Cassie, con sus luces y sus sombras, se ha convertido automáticamente en un personaje icónico.
No obstante, y teniendo en cuenta que las virtudes de Una joven prometedora exceden a sus posibles puntos flacos, su apuesta por aligerar y mesurar su núcleo temático se recibe con los brazos abiertos, y mientras se separa diametralmente de otras propuestas recientes similares en filosofía como The Assistant (Kitty Green, 2019), adquiere un tono que viaja entre lo festivo y lo grave. El estudio que le dedica a Cassie, en el que indaga en los agujeros de su alma y sus carencias, vertebra la narración completa: la reconstrucción del hecho traumático que atormenta al personaje de Mulligan tiene la importancia exacta dentro de los pesos argumentales de la película como para justificar y dar entidad a lo que hace en su cruzada, y muestra a una mujer multidimensional integrada de más grises que de blancos y negros. El guion de Fennell, pese a lo que pueda parecer, compone un mundo en el que no hay personajes particularmente buenos ni malos —atendamos a esa libreta en la que recoge los resultados de sus excursiones nocturnas, en la que alterna entre tres colores otorgando a cada uno de ellos un nivel distinto de honestidad/corrupción—, sino ignorantes y víctimas de una sociedad de ojos vendados y moral torcida. Su política de no polarización y su tendencia natural hacia el humor juegan a su favor en todo momento, y mientras se divierte con escenas desopilantes en sí mismas —la que implica a Christopher Mintz-Plasse es pura comedia—, que por lo absurdo o kafkiano atrapan en un cuadro fílmico lleno de colores pastel y frases pegadizas, juega la carta de la denuncia en clave de una inversión constante del statu quo social. Lo que puede aparentar un desajuste semántico en el continuo correcto/incorrecto es en realidad un canto a la ambigüedad ética con que se perciben los actos dependiendo del momento vital —e histórico— en que ocurren y son juzgados. Lejos de convertir a Cassie en un ser divino por encima del bien y del mal que aleje al público de la tendencia cinematográfica a no juzgar al protagonista —de hecho, la exposición del personaje de Mulligan es muy indeterminada, con luces y sombras y aplausos y abucheos—, ofrece un punto de vista de la condena y el perdón que premia al que, más allá de toda sentencia, esquiva las excusas infantiles —el personaje de Alfred Molina, que aunque habría pedido una escena cinco minutos más extensa, es clave para comprender la totalidad de la obra— y afronta sus actos desde, como decía Julian B. Rotter, el locus de control interno —o lo que es lo mismo, la capacidad de asumir la propia responsabilidad—. Esta suma de características ayudan a potenciar el núcleo estilístico de Una joven prometedora, que aunque tiene en todo momento un ojo puesto en la denuncia enarbola un espíritu festivo menos afectado de lo habitual.
Emerald Fennell ha orquestado una película con tanta capacidad de molestar como de divertir, y eso le permite mantenerse en un terreno mucho menos controvertido de lo que realmente parece a primera vista: basa su identidad en lo extrapolable y lo universal, y prescinde «casi» por completo de la violencia gráfica —porque la simbólica y la estructural están ahí en todo momento— en beneficio de un estilo colorista y atrevido. No se mide con otros cineastas que se acercaron al género como Meir Zarchi o Bo Arne Vibenius, o más recientemente Coralie Fargeat con su fantástica Revenge (2017), sino que apuesta por unas formas complementarias que descubren la mirada de una cineasta que tiene más en común con Anna Biller y su The Love Witch (2016) o Ana Lily Amirpour con Una chica vuelve a casa sola de noche (2014) de lo que aparenta. Una joven prometedora no es perfecta, pero no necesita serlo para recordarnos que el cine es mucho más que letras y papel.