Euphoria
Tenebroso relato de trágicas y deformes criaturas
• País: Estados Unidos
• Año: 2019
• Guion: Sam Levinson, Ron Leshem, Daphna Levin, Tmira Yardeni
• Creación: Sam Levinson
• Título original: Euphoria
• Género: Serie de TV. Drama
• Productora: HBO, A24
• Fotografía: Marcell Rév, Drew Daniels, Adam Newport-Berra, Rina Yang, Andre Chemetoff
• Música: Labrinth, Gustave Rudman
• Reparto: Zendaya, Hunter Schafer, Sydney Sweeney, Maude Apatow, Barbie Ferreira, Jacob Elordi, Eric Dane, Alexa Demie, Angus Cloud, Storm Reid
• País: Estados Unidos
• Año: 2019
• Guion: Sam Levinson, Ron Leshem, Daphna Levin, Tmira Yardeni
• Creación: Sam Levinson
• Título original: Euphoria
• Género: Serie de TV. Drama
• Productora: HBO, A24
• Fotografía: Marcell Rév, Drew Daniels, Adam Newport-Berra, Rina Yang, Andre Chemetoff
• Música: Labrinth, Gustave Rudman
• Reparto: Zendaya, Hunter Schafer, Sydney Sweeney, Maude Apatow, Barbie Ferreira, Jacob Elordi, Eric Dane, Alexa Demie, Angus Cloud, Storm Reid
La ficción de Sam Levinson, que comenzó a deslumbrar en 2019, todavía dispondrá de una tercera temporada en 2024, pero ya es un mito de las ficciones seriadas y posiblemente la creación más formalmente revolucionaria que ha dado la televisión en los últimos años.
En cierto momento del tercio final del primer episodio de esta serie (titulado simplemente Piloto, Pilot), el personaje interpretado por Hunter Schafer (Jules) presionado por el de Jacob Elordi (Nate Jacobs) termina cogiendo un cuchillo, amenazando a Nate y cortándose a sí misma en un acto de rebeldía. Un tajo certero en el brazo levantado, que provoca el estupor y el horror de todos los presentes a una macrofiesta juvenil en la que tantas cosas empiezan para todos los personajes principales. Es un momento tan atroz, tan salvaje, que en cualquier otra serie nos expulsaría de inmediato de sus imágenes por parecernos de una violencia desmesurada. Pero es que antes de llegar aquí, el viaje no ha sido precisamente un camino de rosas, pues hemos asistido a un crescendo de sordidez sexual, psicológica y visual, para el que el tajo en el brazo solo significa un escalón más —y por cierto que no el último del episodio—, y a estas alturas empezamos a darnos cuenta, más nos vale, de la ficción en la que nos estamos adentrando: un tenebroso relato que va a jugar todas sus cartas a fondo y que va a impactarnos de manera abrumadora por varios frentes, sin tener apenas compasión por nosotros ni por las criaturas que pueblan sus imágenes. Pero si somos capaz de soportar el aluvión de crueldad que ya nos deparan sus iniciales cincuenta minutos, advertiremos que ya se nos están presentando con total nitidez un nutrido grupo de personajes y se está creando un estilo absolutamente propio de narrar que se aleja de casi cualquier cosa que hayamos visto antes. Nos están proponiendo un viaje alucinante por las tripas de la desesperación existencial.
Alexa Demie y Hunter Schafer como Maddy Pérez y Jules Vaughn.
No es de extrañar que desde aquel ya lejano 2019 Euphoria despertara no solamente reacciones viscerales y confrontadas que se intensificaron en la segunda temporada de 2022, sino que sea una de las series más polémicas y en gran medida incomprendidas en muchos años de televisión. Adaptación bastante libre de una miniserie israelí del mismo nombre (que apenas ha visto nadie, tampoco el autor de este ensayo) de 2012, el director y guionista Sam Levinson (hijo por cierto del famoso director Barry Levinson), a la sazón showrunner y dueño absoluto de la serie, vuelca en ella todas sus experiencias de juventud en lo referente al abuso de drogas y a una existencia desquiciada de la que por lo visto logró salir con éxito. Y es que pareciera que con esta creación lo que se propone, sobre todo, es desarrollar una confesión íntima, una catarsis de un pasado muy turbio a través de la figura patética y desaliñada de Rue Bennett (Zendaya), la aparente protagonista de esta historia y ocasional narradora. Una chica con problemas psicológicos, emocionalmente malherida, que recurre a las drogas duras más como vehículo para soportar la existencia que como vía de escape de un presente asfixiante y desmotivador. Levinson se zambulle así con un poderío visual insoslayable en el infierno de las drogas, pero también en el de las relaciones personales, los enfrentamientos filiales, la violencia intrínseca de un país a la deriva que se revela incapaz de ofrecer soporte a sus ciudadanos más vulnerables, la búsqueda identidad de género como una realidad más que tener en cuenta en este candente caldo de cultivo, y unos cuantos temas más que se van deslizando con total naturalidad y de manera totalmente orgánica en un conjunto arrebatado de imágenes hipnóticas, de una puesta en escena al límite que ya ha comenzado a copiarse en otras series, en anuncios y en películas, pero que nunca se ha mostrado tan poderosa y apabullante como en esta ficción.
Resulta, por tanto, bastante absurdo tildar a esta serie de «ficción LGTBIQ+», tanto como lo sería calificar Brokeback Mountain (En terreno vedado) (Ang Lee, 2005), como un «melodrama gay» o Los puentes de Madison (The Bridges of Madison County, Clint Eastwood, 1995) como una «historia de amor heterosexual», pero está claro que algunos necesitan crear etiquetas con las que poder calificar asuntos que lo que realmente necesitan es normalizarse y adaptarse a los nuevos tiempos. Tampoco sería muy apropiado, creemos, llamarla simplemente una «serie juvenil», como en su momento lo fueron Dawson crece (Dawson’s Creek, Kevin Williamson, 1998-2003) o Sensación de vivir – 90210 (Beverly Hills, 90210, Darren Star, 1990-2000), pues la creación de Levinson trasciende con mucho esos marcos genéricos o temáticos para erigirse en otra cosa, definitivamente: en una tragedia contemporánea con sorprendentes trallazos de comedia negra, casi una sátira en algunos momentos puntuales. No se adscribe a una historia de estudiantes alocados, sino que se convierte, ya desde su primer episodio (y hasta el último que hemos podido ver…) en una despiadada radiografía de Estados Unidos, y por extensión de todo occidente, en su fracaso como civilización y como sociedad. No pretende Sam Levinson hacer una serie juvenil —pues de hecho gran parte del drama que presenciamos también tiene protagonistas «adultos»— sino que escoge precisamente a los más jóvenes de ese universo ficcional como las víctimas propiciatorias y más dolorosas de un mundo trastornado, sin asideros. Es, en ese sentido, un relato de reminiscencias aterradoras, perturbadoras, casi apocalípticas, que destruye anímicamente al espectador, creándole un verdadero problema a través de sus personajes.
Hunter Schafer y Dominic Fike.
¿Y cómo logra esto Sam Levinson? Con la total complicidad y entrega de su director de fotografía, Marcell Rév (que ilumina catorce de los dieciocho episodios, otorgándoles una unidad estilística absoluta), y de su músico, el cantautor, productor y compositor británico Timothy Lee McKenzie, más conocido como Labrinth. Gracias a la labor de Rév y su formidable equipo de cámaras, la imagen de Euphoria luce espectacular, radiante y al mismo tiempo lúgubre, repleta de claroscuros, de planos desmesurados en su colorimetría, en su profundidad de campo. Casi como si de una puesta en escena alucinada se tratase, como si esta tragedia de jóvenes sin rumbo ni brújula impregnase las imágenes de sobreexcitación, las galvanizase con su mirada hasta convertir cada escenario en un teatro en miniatura, cada elemento escenográfico en un tótem visual. Y la cámara y el montaje se electrizan con un estilo heredero directo de Scorsese —sobre todo como en episodios como el quinto de la segunda temporada, que tanto recuerda a Uno de los nuestros (Goodfellas, 1990) o Jo, ¡qué noche! (After Hours, 1985)— pero incluso más salvaje, más desquiciado y más virtuoso, con tomas largas de varios minutos que representan verdaderos monumentos técnicos que uno se pregunta cómo han logrado filmar. Y con la música de Labrinth, por otro lado, consigue fusionar sonido e imagen, pues resulta imposible desligar las alucinadas imágenes de Rév sin la música y las sonoridades de las canciones del cantante británico, ya que Levinson consigue que sean como un todo capaz de narrar las interioridades de sus personajes y de elevar aún más la luz y sus decisiones visuales. Aunque sería injusto llamarlas meramente visuales, pues en realidad Euphoria es un musical, uno tremendamente atípico y negrísimo, pero se percibe en sus coreografiados movimientos de cámara y de actores, en su iluminación casi teatral, las querencias de su máximo responsable hacia un género vetusto que él y su formidable equipo consiguen dotar de una vida inusitada. No es de extrañar que la primera temporada acabe con Rue cantando y bailando en su desaforado regreso a las drogas, o que en algunos momentos de la segunda el montaje y la dirección de actores apunte directamente en ese sentido.
Una tragedia contemporánea con sorprendentes trallazos de comedia negra. No se adscribe a una historia de estudiantes alocados, sino que se convierte, ya desde su primer episodio, en una despiadada radiografía de Estados Unidos, y por extensión de todo occidente.
Y como tercera columna de esta serie, además de la fotografía (imagen) y la música (sonidos), están los actores y lo que Levinson consigue extraer de ellos para crear sus personajes. Por encima de todos brilla Zendaya, una antigua estrella Disney y diva mediática que aquí consigue algo impensable: que nos olvidemos de su inmaculada figura y que nos la creamos con los ojos cerrados como la yonqui más nefasta, calamitosa y manipuladora que hemos visto en una pantalla. Zendaya se transforma en Rue hasta tal punto que resulta imposible creer que esté interpretando. Sin embargo a su lado cuenta con un grupo de actores que consiguen auparla y a veces incluso desplazarla, ya que insistimos que finalmente Rue es en realidad un personaje secundario, que adquiere verdadera carta de naturaleza a través de su rol de narradora —una narradora, por cierto, que conoce mucho más de lo que debería, lo que le otorga un cariz casi de ultratumba—, y que deja así por tanto espacio y tiempo narrativo a sus compañeros de ficción, tanto ellos (Jacob Elordi/Nate Jacobs, Angus Cloud/Fezco, Eric Dane/Cal Jacobs, Colman Domingo/Ali…), como ellas (Hunter Schafer/Jules Vaughn, Maude Apatow/Lexi Howard, Alexa Demie/Maddy Pérez, Sydney Sweeney/Cassie Howard, Barbie Ferreira/Kat Hernández, Nika King/Leslie Bennett, Storm Reid/Gia Bennett…), que conforman, junto a unos cuantos más episódicos, un collage de rostros perfecto en la búsqueda de Levinson de un microcosmos cerrado en sí mismo, en una barriada cuyo estado no se nombra pero que puede ser casi cualquiera de Estados Unidos. Con ellos el creador narra —sin tapujos, sin paños calientes, sin ofrecerse ni la menor facilidad a sí mismo— tormentos familiares, relaciones tóxicas, violencia machista, alianzas imposibles, reverberaciones de pasados tormentosos, odios filiales, añoranzas, batallas, soledades… Momentos increíbles, inefables, como el de Cal Jacobs recuperando la memoria de su amor de juventud y diciéndole «creía haberte perdido para siempre…», o como aquel en el que una autodestructiva Cassie por fin se encuentra a solas con Nate y le susurra que «he arruinado mi vida entera por ti», o imágenes como la de Jules esperando a solas en el parque, o la de Maddy repasando su amistad con Cassie, o la de Rue entrando en una iglesia imaginaria para reencontrarse con su padre, son eventos que ya forman parte de lo mejor de la historia de la televisión. Y todo eso lo consigue Levinson —que además de showrunner ejerce como director y guionista de casi todos los episodios… es decir que la serie le pertenece a él por entero— con una mezcla de exhibicionismo y humanidad, de oscuridad emocional y de clarividencia tonal (por la habilidad endiablada con la que mezcla lo cínico con lo trágico), que es verlo para creerlo.
Angus Cloud y Maude Apatow.
No es una serie, Euphoria, lineal o de estructura sencilla. Más bien al contrario: se trata de unos de los sistemas narrativos más complejos que el autor de estas líneas ha conocido. Los episodios se fragmentan y se dislocan, viajan al pasado con velocidad o se desgajan en varias líneas temporales paralelas, retroceden para recuperar una sensación o una palabra y a veces viajan hacia adelante elucubrando posibilidades dramáticas. Se trata de una construcción laberíntica que explota en los inolvidables dos episodios finales de la segunda temporada, en los que con la excusa de una ficción dentro de la ficción, no sabemos donde termina la ficción representada y la real para los personajes. Solo sabemos una cosa: que no se puede llegar más lejos en la representación dramática de unos hechos sobre los que volvemos una y otra vez, pero siempre con ojos nuevos, con una perspectiva enriquecedora, como si la imagen y los sonidos de Euphoria fueran maleables, pudieran mutar en una realidad multiforme, en una miríada de puntos de vista… los de sus personajes, que crecen a medida que avanza la serie, que están tan vivos y poseen tanta encarnadura como una persona real. No son, ninguno de ellos —y Rue posiblemente menos que nadie—, personas íntegras, u honestas, o impecables. Pero son auténticas: sufren delante de nosotros, todas ellas, con problemas reales, a ras de suelo, capturados por una cámara que sitúa si mirada a la altura del espectador, sabiendo que ahí puede purgar también parte de sus fantasmas.
Está confirmada una tercera temporada que por lo visto no llegará hasta 2024. Es posible que sea la última, dado el ritmo que está llevando en su producción. Ya veremos si Levinson es capaz de cerrar esta ficción con una puesta en escena tan al límite, tan «en abismo», un todo o nada que se juega en cada secuencia, en cada plano, réplica o contrarréplica. Le va a resultar difícil volver a repetir esta hazaña en otra serie o película. Porque uno no es un genio cuando quiere, sino cuando puede. Y aquí ha podido serlo contando dramas de su propia vida a través de la patética y odiosa e inolvidable Rue. Tampoco Zendaya tendrá fácil encontrar un personaje tan raerte y memorable. Más bien le será imposible. Pero eso es problema de ellos, no nuestro. El nuestro consiste en ver Euphoria y no plantearnos si no nos hemos traicionado, si estamos viviendo la vida que queremos vivir y si nuestra juventud fue tan dolorosa que nos quedamos allí para siempre a vivir. Palabras mayores que propone una serie ya legendaria.