Por vivir, vivimos. Por existir, existimos. Por amar, amamos. Por odiar, odiamos. No hay más remedio que dejarse llevar, ser el agua del río o la hoja que lleva la corriente; perderse en la inmensidad del cielo azul y soñar. Soñar como nadie lo ha hecho nunca. La música es un medio maravilloso para dejar fluir los pensamientos, abstraerse del en muchas ocasiones terrible mundo real, y volar. Un pentagrama, en sus cinco líneas, tiene la posibilidad de transmitir lo que a veces es imposible hacer con palabras. La música es sincera, nunca miente ni tiene segundas intenciones. En la música te puedes apoyar cuando ya no queda nada más. De eso es conocedor Tatsuyuki Nagai, quien acompañado de sus habituales e inseparables compañeros Mari Okada —guionista— y Masayoshi Tanaka —diseño de personajes y dirección de animación— da punto y final a su trilogía de Chichibu de la mejor forma posible, con una obra sentimental que no deja indiferente. La acción sigue las vivencias de Aoi Aioi, una joven que se siente atrapada en su pueblo natal —Chichibu— y que encuentra en el arte de tocar el bajo su forma de huir de la tierra que la retiene y dejar atrás aquello que no la deja vivir en paz: ser una carga para alguien.
Tradición. Parece que, dentro de la cultura nipona, el hecho de considerase a uno mismo una carga es el más habitual de los desencadenantes de la infelicidad propia. En un país en el que anteponer a los demás es una máxima de conducta —no siempre llevada a cabo, pero muy extendida desde luego—, pensar que se está lastrando a la sociedad o, más concretamente, a la familia con la que se convive, genera un profundo sufrimiento en los individuos. El individualismo en una mentalidad con la que no comulgan por lo general los japoneses, pero dar más importancia de forma reiterada a los deseos e inquietudes de los demás antes que a los propios nunca lleva a nada bueno. Como en todo, en el punto medio está la virtud. Siguiendo con esta reflexión acerca de la cultura del país del sol naciente, la veneración hacia los mayores tiene un lugar especial. Ya en esa cumbre de la literatura japonesa —y universal— que es Kokoro (1914) del legendario Natsume Sōseki se hablaba acerca de la experiencia vital, de esa perspectiva que solo con la edad se puede llegar a tener y que los jóvenes deben aprender de aquellos que tienen el honor de ser llamados sensei. Es, por lo tanto, curioso que en Her Blue Sky (Tatsuyuki Nagai, 2019) se rompa con todo esto y se opte, por lo tanto, por un mensaje contrario. Con la edad uno se puede descarriar, perder el norte y los objetivos que una vez se tuvieron: los sueños de un adolescente que se quiere comer el mundo, conseguir llegar a lo más alto y convertirse en alguien.
Fantasmas. Destellos de aquello que una vez fuimos. Remanentes de nuestra presencia en la tierra. En todas las culturas existen referencias hacia estos seres que tantas noches en vela han hecho pasar a los infantes —y a veces no tan infantes—. La mitología japonesa, como cabe esperar, no iba a estar exenta de ellos. No obstante, existen también unos peculiares espíritus que merecen ser comentados en estas líneas debido a su estrecha relación con el filme. Dichas presencias sobrenaturales son conocidas como ikiryō, que traducido al castellano significa literalmente «fantasma vivo». Tal y como sugiere su propio nombre, el humano del que provienen estos fantasmas aún sigue en el mundo de los vivos. Según las fábulas japonesas que han llegado hasta nosotros —muchas de ellas recopiladas por el gran Lafcadio Hearn—, los ikiryō nacen del sentimiento dotado de una mayor fuerza: el odio, el cual tiene la suficiente contundencia como para llegar a separar un fragmento del alma y hacer que esta vague por el mundo, atormentando de esta forma a la persona objetivo. Dicen que el odio y el amor son las dos caras de la misma moneda, que son las dos emociones más fuertes que podemos experimentar. De este modo, dándole la vuelta al hecho por el que los ikiryō mismos existen, en Her Blue Sky han optado porque el amor sea el culpable de su creación. Existen muchas posibles interpretaciones alrededor de la presencia misma de estos «fantasmas vivientes» en el filme—algunas más poéticas que otras—, pero sin lugar a dudas la más interesante de todas ellas, y que tiene conexión con lo comentado en las anteriores líneas, es la crítica al cambio de mentalidad con el paso de los años. La típica pregunta: ¿qué le dirías a tu yo más joven ahora que eres mayor y tienes más experiencia? Pues bien, aquí realmente la cuestión sería la contraria: ¿qué diría tu yo más joven al ver en lo que te has convertido con el paso de los años? Parece claro que Nagai, Okada y Tanaka pretenden cuestionar aquellos ideales tradicionales que tan arraigados están en la cultura japonesa —y mundial, en realidad—, invirtiéndolos.
Her Blue Sky es un filme sobrio que encuentra en sus pequeñas dosis de humor y en su fuerte lado emocional la nota para elevarse como una obra a tener en cuenta.
Sentimientos. Al final, todo se reduce a eso. Sensaciones, sentimientos y emociones. El arte busca mover ese «algo» que todos tenemos dentro, busca que reflexionemos. El anime, por el simple hecho de formar parte del séptimo arte y de nacer en un país donde su conexión como sociedad es tan fuerte—lo cual hace que traten con especial delicadeza estos temas—, es un medio ideal para dar rienda suelta a la sensibilidad de los creativos: empezando por Hayao Miyazaki con sus fantásticas e imaginativas aventuras como Mi vecino Totoro (1988); pasando por Satoshi Kon y sus oscuras críticas como Perfect Blue (1997) hasta llegar a Mamoru Hosoda con su especial y optimista visión del futuro con Belle (2021). Her Blue Sky es un filme sobrio que encuentra en sus pequeñas dosis de humor y en su fuerte lado emocional la nota para elevarse como una obra a tener en cuenta. Los humanos vivimos porque hay un mañana, porque la ilusión del día siguiente, del mes siguiente o del año que vendrá nos hacen querer seguir avanzando. Los sueños son una parte fundamental, ya que en el momento en el que los olvidamos pasamos a ser meras máquinas que parece que viven por simple inercia. Solo aquellos que sueñan pueden llegar a ser felices, y solo aquello que deseamos con todo nuestro ser se puede llegar a hacer realidad un día.