El género wéstern fue uno de los más popularizados entre los años cuarenta y sesenta, particularmente en el cine de Estados Unidos. Directores como Howard Hawks o John Ford dieron forma a un género con características propias y con representaciones de unas masculinidades muy marcadas. Masculinidades encarnadas por figuras como John Wayne o Clint Eastwood. No obstante, ya entonces, en películas como Río Rojo (Howard Hawks, Arthur Rosson, 1948), con personajes como el de Matt Garth, interpretado por el actor Montgomery Clift, se dio visibilidad a un tipo de masculinidad sutilmente diferente dentro del cine wéstern de Hollywood; tal y como afirmaba la actriz Judy Balaban, «fue un pionero, un hombre sensible».
En la actualidad y desde comienzos del siglo XXI, el cine del Oeste se ha retomado desde distintas perspectivas. Tarantino es uno de los directores que más ha experimentado y explotado este género con películas como Django desencadenado (2012), Los odiosos ocho (2015), o Érase una vez en… Hollywood (2019). No obstante, el tema de las masculinidades se perpetúa, al igual que la relación con la homosexualidad entre vaqueros no se aborda. En 2005 con el filme Brokeback Mountain (En terreno vedado) de Ang Lee, se rompió con este tabú llegando incluso a los mainstream Premios Óscar y por lo tanto alcanzando a un público más genérico.
Basada en el relato corto homónimo de Annie Proulx (1997), el filme narra la historia de dos vaqueros en los años sesenta, Ennis Del Mar, interpretado por un soberbio Heath Ledger, y Jack Twist interpretado por Jake Gyllenhaal. Ambos buscan trabajo para pasar el verano y acaban cuidando del ganado en la montaña Brokeback. En un paraje totalmente inhóspito, frío y a la vez hermoso, ambos tienen que convivir y sobrevivir los días de aquel hastiado trabajo. Ambos además trabajan para poder ganarse la vida y formar una familia —familia tradicional con mujer e hijos/as—. Todo transcurre de forma apacible y con una cadencia pausada, hasta que una noche todo parece empezar a desmoronarse cuando de forma inesperada, tienen relaciones sexuales. Desde esta misma escena, el director construye a dos personajes ásperos y violentos, lejos de cualquier indicio de sensibilidad o cariño. Esta falta de afectividad se ve perfectamente reflejada en la cadencia, paisajes y cromatismo de la película. De forma apacible y fría, la trama va avanzando a través de grandes elipsis temporales que muestran la evolución —o más bien la no evolución—, de los personajes. A su vez, se observa el papel de las esposas de ambos relegadas a la simple postura de mujer engañada que se resigna a cuidar a su familia.
Brokeback Mountain (En terreno vedado) no es una historia de amor, sino un amargo trago de la realidad.
A pesar de la aparición de diversos personajes a lo largo de la cinta, Jack y Ennis, junto a los parajes naturales, se descubren como plenos protagonistas que encarnan algo mucho más alegórico como es la falta de afectividad, la frialdad y la opresión frente a la libertad. Ambos están prisioneros en una sociedad donde la homosexualidad —y cualquier otra orientación o identidad fuera de lo normativo— era despreciada y discriminada. Frente a los límites impuestos en ciudades como Texas o Wyoming, se esboza un espacio natural donde su relación puede desarrollarse con libertad. No obstante, la destreza del director reside en el hecho de que no enfoca la trama principal en el acto narrativo de la discriminación por orientación sexual, sino que busca llegar al público transmitiendo la angustia y el desapego que los protagonistas sienten, a través de sutiles recursos que se van exponiendo de forma paciente durante las dos horas de metraje.
Ang Lee se toma su tiempo para ir generando en el público una sensación de desasosiego a través de las imágenes, imágenes donde los propios protagonistas se descubren pequeños visualmente ante grandes paisajes que los envuelven. Una de las claves para esta transmisión de afecto hacia la persona que observa se consigue a través de la actuación imprescindible de Heath Ledger en su papel de Ennis Del Mar: sin articular demasiadas palabras, el actor construye a un personaje redondo, repleto de inseguridades expresadas a través de la agresividad y de un lenguaje corporal áspero y muy trabajado. Frente a esto, Jake Gyllenhaal interpreta el papel de alguien más extravertido y sensible. No obstante, aunque en apariencias sean opuestos, ambos tienen en el interior una gran ansia de libertad y de afecto que cada uno desde sus dispares interpretaciones es capaz de transmitir.
Y es que, quién podría ser capaz de dar amor en un mundo que solo ofrece rechazo y odio por el simple hecho de amar. Este filme ambientado en los años sesenta nos presenta una ardua realidad, a través de una lente que capta una imagen nítida de un romance sin muestras superfluas de cariño. Y más allá de un romance, una imagen íntima pero a la vez desde la distancia, de esa realidad sombría que está en el interior de aquellas personas que han crecido rodeadas de apatía y odio. Ni siquiera se podría decir que la narrativa del filme presente un momento de clímax que detone el desenlace. Si analizáramos cinematográficamente esta obra desde la teoría del viaje del héroe, poca evolución encontraríamos en los protagonistas y tampoco encontraríamos ningún héroe o heroína que reseñar. No es esta tampoco una historia de amor, sino un amargo trago de la realidad. De la realidad de dos hombres que aunque saborearon instantes de felicidad en la más salvaje naturaleza, no pudieron terminar de fluir con la libertad con la que el río serpenteaba a su alrededor, desembocando en aquella agua salada como aquellas lágrimas que nunca pudieron derramar.