Revista Cintilatio
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Jurado Nº 2 (2024) | Crítica

Que Dios haga justicia, porque como la hagamos nosotros estamos jodidos
Jurado Nº 2, de Clint Eastwood
En la película protagonizada por Nicholas Hoult y mediante el uso de un dilema moral, Clint Eastwood deconstruye tanto la justicia como la ética humana.
Por Roberto H. Roquer | 2 noviembre, 2024 | Tiempo de lectura: 8 minutos

La Revolución Industrial y el liberalismo trajeron a la humanidad numerosas cosas positivas, como avances tecnológicos, una infinitamente mejor calidad de vida o los derechos y libertades individuales. No obstante, como historiador, no puedo evitar pensar que hay determinados aspectos en los que el Antiguo Régimen tenía ideas muy interesantes que desgraciadamente hemos enterrado. Una de ellas era el concepto de Justicia de Dios versus Justicia de los hombres. La persona que vivía en el Antiguo Régimen era consciente de que todo lo que los humanos hacemos es imperfecto por el mero hecho de que nosotros mismos somos inherentemente imperfectos. Por ello, sabía que, entre otras cosas, nuestra imperfecta justicia siempre cometería el error de dejar libres a culpables y de condenar a inocentes, ya fuera por incapacidad o por corrupción. Era algo que se asumía como normal y por lo tanto las arbitrariedades, los errores o los agravios de la justicia eran vistos como un mero preámbulo del verdadero juicio, el que tenía lugar tras la muerte, y en el que se hacía la misma justicia con un campesino que con un emperador. En la actualidad, si bien lo de que las personas no somos perfectas es algo que nos repetimos de vez en cuando, ya no lo pensamos, y por eso mismo hemos construido una serie de estructuras (ya sea la democracia, el mundo científico o académico, o, como en este caso, la justicia) en las que depositamos nuestra fe ciega de la misma forma en que el hombre medieval lo hacía en Dios, con frecuencia ignorando sus inherentes imperfecciones, incluso cuando estas son evidentes y están frente a nuestros ojos ¿Y quién es más necio, el que cree en algo que no ve o el que se niega a creer algo que está viendo? En su última película, Clint Eastwood nos ofrece una reflexión que desmitifica la justicia.

La película nos cuenta la historia de Justin Kemp, un hombre con una vida modélica que se enfrenta a un dilema moral al ser llamado a ser parte de un juicio y descubrir que el hombre al que se está acusando de asesinar a su pareja es inocente ya que fuel el propio Justin quien, accidentalmente, mató a la mujer en un accidente de tráfico. A partir de ese punto, Justin se enfrenta a un dilema: luchar por la inocencia del acusado a riesgo de que eso pueda condenarle o salvarse a sí mismo a costa de condenar a otra persona.

Hoult ofrece una interpretación excelente y llena de matices.

Eastwood no es un director que se caracterice por tener una puesta en escena particularmente personal, y en una película como esta tampoco le hace falta, ya que cuando se tiene un buen guion y actores excelentes para interpretarlo, lo mejor que puede hacer un director es no estropearlo. El veteranísimo cineasta estadounidense prefiere hacerse invisible y dejar que la historia haga su trabajo, confiando plenamente en una premisa absolutamente fascinante. A lo largo de la película observamos la evolución de Justin, que pasa de verse obligado por su conciencia a tratar de absolver al acusado a considerar la opción de condenarle para salvarse a sí mismo. En otras circunstancias, podríamos pensar que Justin es una persona malvada o maquiavélica por estar dispuesto a hacer algo así, pero muy al contrario, estamos ante una persona totalmente normal, que actúa como, seguramente, muchos de nosotros lo haríamos en su situación.

Es ahí donde quizá radica lo más interesante de la película: todos sus personajes actúan de una manera profundamente humana, y no hay ninguno al que el guion nos lleve a odiar. Desde la fiscal obsesionada por condenar a un hombre inocente para potenciar su carrera política hasta el miembro del jurado obstinado en declararle culpable por rencillas personales, y sin olvidar a nuestro protagonista, todos estos personajes que, en otras circunstancias hubieran sido los antagonistas de la historia son tratados como seres humanos reales y tridimensionales, con sus virtudes y sus defectos. En una película que habla sobre lo complicado de hacer justicia, es interesante que nunca se nos presente a ningún personaje totalmente bueno ni totalmente malo.

Durante gran parte del metraje la película sigue los cauces del cine judicial tradicional, si bien acercándose bastante al terreno del thriller, sin embargo, esto es solo una coartada para introducir reflexiones más profundas. Precisamente porque la película confía plenamente en su contenido, no busca la extravagancia con su continente, y se permite el lujo de un ritmo pausado, una dirección de fotografía discreta y una realización que de vez en cuando se permite planos bastante creativos pero que, por lo general, evita atraer la atención sobre sí misma, a diferencia de otras obras que aspiran a ser mediocridad en papel de oro. El director sabe que lo que importa de la película está en su fondo, en las preguntas que le hace al espectador. ¿Merece Justin ir a la cárcel? Desde luego, él es culpable del crimen, pero por otro lado, fue un accidente y estamos ante un hombre modélico en el resto de aspectos de su vida. Así pues, la verdadera dificultad de la justicia según Eastwood no radica tanto en saber si alguien es culpable o inocente sino en definir qué significa ser culpable o no serlo.

Los giros y las evoluciones del guion mantienen en todo momento la tensión dramática. Mientras se ve la película es imposible no ponerse en la piel del protagonista y preguntarnos qué haríamos nosotros en esa misma situación. Unos serán sinceros y dirán que lo mismo que el protagonista, otros se autoengañarán, sin embargo, la gran virtud del guion es mostrarnos a un protagonista cuyos defectos provienen no de ser malvado, sino de ser simplemente imperfecto, al igual que nosotros mismos también lo somos. Nuestros defectos, como en el caso de Justin, no provienen la mayor parte de las veces de la malevolencia, sino de nuestras imperfecciones y nuestros errores. La película brilla precisamente en el manejo de los dilemas morales, cuando usa a su protagonista, y en especial sus luces y sombras a nivel ético (es decir, la confrontación entre su deseo altruista de hacer justicia y su deseo egoísta de salvarse a sí mismo) para analizar al ser humano, la dualidad que en el fondo hay en todos nosotros. Ver a Justin es casi como mirar a un espejo en el cual no se refleja otra cosa que la naturaleza humana.

A nivel de realización, Eastwood hace primar el contenido sobre el estilo.

Por poner un ejemplo de esto (spoilers a continuación, si no ha visto la película salte al siguiente párrafo) durante el tramo final de la cinta, una vez que el acusado ya ha sido erróneamente condenado, la Fiscal del Distrito (que ha conseguido su cargo gracias a su éxito en éste caso), sabedora ya de la verdad, tiene una conversación con Justin en la cual le confronta por ocultar la verdad. Cuando este se defiende diciendo que el no merece ir a la cárcel porque es un buen hombre que simplemente cometió un error, la fiscal se burla de la bondad de un hombre que ha mandado a un inocente a la cárcel para salvarse, ante lo cual Justin responde señalando la hipocresía del propio personaje de la fiscal, actuando con superioridad moral cuando ya sabía que había cometido un error contra un hombre inocente pero lo ocultó para preservar sus aspiraciones profesionales.

¿Entonces es Justin (así como las personas que forman parte de esta farsa legal) bueno o malo? Puede que en realidad, simplemente sea ambas cosas, como todos nosotros, y por eso tiene más sentido entenderle que juzgarle. En tiempos como estos, en las que las películas tienen miedo de no dar sus ideas totalmente mascadas a la audiencia y se alejan de cualquier tipo de complejidad, películas como esta, que se atreven a invitar a la audiencia a pensar en lugar de decirles lo que tienen que pensar, son totalmente bienvenidas. Tal y como Hobbes decía, «el hombre es un lobo para el hombre», y en el fondo ese es el conflicto al que el protagonista se enfrenta: el de convertirse, o no, en un lobo para salvarse a sí mismo. Pero eso no significa que Justin sea malo, sino que es como todos nosotros, ni mejor ni peor. 

En el aspecto más cinematográfico, es imposible no hacer una mención especial a las interpretaciones. Hoult, demostrando ser uno de los actores más infravalorados de su generación, ofrece un repertorio actoral que, lejos del histrionismo que hoy en día se confunde con buenas interpretaciones, destaca por estar lleno de sutiles matices, preocupándose más por fabricar un personaje coherente que en alimentar a su ego. El resto del reparto no se queda atrás, siendo particularmente destacables las escenas de la deliberación del jurado, en la que vemos un retablo compuesto por diferentes personajes, todos ellos escritos e interpretados con una personalidad y una motivación diferente, haciendo que se sientan como seres humanos reales y no como mero relleno que la historia pone ahí para darle al protagonista algo que hacer. Eastwood deja ver su pasado como actor en una dirección de actores que busca sacar lo máximo de los interpretes, de transformar a cada actor y cada personaje en su propia historia dentro del universo de la película.

Haría esta crítica hablando del concepto de la Justicia de Dios en el pasado, pero esta película no trata sobre eso, trata de la Justicia de los hombres, la justicia imperfecta, la que tiene defectos y comete errores no ya cuando se equivoca, sino incluso cuando acierta, cuando encuentra y castiga al culpable. Porque esta historia sobre la justicia, a diferencia de la mayor parte de obras del género de películas judiciales, no trata de buenos contra malos, sino de seres humanos que son a la vez buenos y malos.