El mundillo del cine ha sido, históricamente, muy injusto con terror. Este género nos ha dado algunas de las películas más inteligentes y cinematográficamente ricas de la historia del cine, incluyendo obras maestras como El Exorcista (William Friedkin, 1973) o El resplandor (Stanley Kubrick, 1980). Y a pesar de ello, una parte no pequeña de la crítica e incluso el público más snobista ha mirado a este género durante años por encima del hombro, como si por algún motivo no pudiera contar historias igual de complejas o profundas que otros. Todo ello, sin embargo, ha empezado a cambiar recientemente gracias a la nueva hornada de directores de cintas de terror que presumen de hacer elevated horror, o lo que es lo mismo, cine de terror de autor y con calidad artística. Tal como hemos dicho en otras ocasiones, para nosotros esta etiqueta es un absurdo ya que películas de terror artísticamente competentes han existido desde que el cine es cine (que se lo digan a Murnau o a la mayoría de los expresionistas alemanes de principios de siglo) pero no es menos cierto que esta rama del cine de terror ha adquirido recientemente un éxito nada desdeñable, generando el problema inverso al que comentábamos arriba: películas que, quizá para ganarse la respetabilidad de la crítica moderna, casi siempre más preocupada por el estilo que por la sustancia, tratan de aparentar ser más profundas o inteligentes de lo que realmente son. Longlegs (Oz Perkins, 2024) es un ejemplo de ello.
La película sigue los pasos de Lee Harker, una investigadora del FBI con una serie de habilidades sobrenaturales que le ayudan a resolver ciertos casos. Un día, se le encomienda investigar unos extraños asesinatos perpetrados a lo largo de años por un asesino en serie con un modus operandi muy particular. Asesina familias en las que las hijas cumplen años los días 14 y, de alguna forma, consigue que los padres maten a toda la familia, siendo las únicas pistas unas extrañas muñecas de juguetes encontradas en todos los lugares del crimen. A medida que Lee comienza a investigar el caso, descubre que las pistas que va descubriendo parecen indicar a unos rituales satánicos y, lo más importante, la llevan hacia su propio pasado.
Longlegs es una película que, para lo bueno y para lo malo, se sostiene sobre el estilo de su director. Oz Perkins demuestra ser un gran creador de imágenes y atmósferas inquietantes y esa será la fortaleza de la obra durante todo su metraje. Desde los desolados campos nevados de los Estados Unidos rurales hasta las desangeladas oficinas del FBI, pasando por las inquietantes casas suburbanas, todo el apartado visual de esta película está compuesto con una precisión casi quirúrgica para generar en el espectador una constante sensación de incomodidad y tensión que funciona perfectamente y se convierte en el aspecto más exitoso de la película.
El problema viene por el hecho de que, durante la inmensa mayoría del metraje, pareciera que la película intenta llegar con el estilo a donde no puede llegar con su historia o sus personajes. El guion, si bien inicia de una forma extremadamente sugerente y tiene ciertas cosas interesantes en su tramo final, se limita durante la mayor parte del metraje a ser una colección de momentos inquietantes sin que nunca llegue existir un gran tejido conectivo narrativo entre sus escenas. La película oscila entre el thriller de investigación policial y el terror sobrenatural sin llegar nunca a proponer nada particularmente original en ninguno de los dos frentes y cayendo en los tópicos narrativos más manidos en ambos campos, eso sí, siempre cubriéndolos de un gran estilo visual para que parezcan más interesantes de lo que realmente son.
Se nota claramente que las dos grandes referencias del director a la hora de idear esta película fueron por un lado El silencio de los corderos (Jonathan Demme, 1991) y por el otro la más reciente Hereditary (Ari Aster, 2018), pero en lugar de tratar de usar estas dos influencias para crear algo original, prefiere ir a remolque de películas mejores cogiendo, no siempre de forma elegante, aquellos elementos más cinematográficamente interesantes de las mismas (sin llegar nunca a entender qué es lo que las hace especiales) y amalgamándolos juntos incluso si esto da como resultado un conjunto en el que falta coherencia y que nunca parece tener del todo claro qué es lo que quiere decir.
Una película que es más bonita que buena, que no aporta nada nuevo ni especial al género, y en la que el estilo prima sobre cualquier tipo de sustancia.
Los elementos que la película introduce para dar consistencia a su narración se sienten las más de las veces forzados, y pareciendo más interesados en el efectismo que en construir una historia sólida. Un ejemplo puede ser la forma en que se introduce al personaje de la madre de la protagonista, que si bien goza de importancia en el tramo final, durante los dos primeros actos se maneja de una forma artificiosa. Lo mismo puede decirse de todo lo relativo a la investigación policial, que nunca aporta nada interesante ni parece llegar a ningún lado. Tras un inicio prometedor, el guion se va desdibujando sin encontrar nunca un hilo conductor hasta llegar a un desenlace que logra atar los cabos sueltos e incluso hacer que el conjunto en general reflote un poco pero que se queda a leguas de lo visto en las grandes películas del género.
Estas carencias se trasladan también a la protagonista, la película nunca sabe que hacer con ella ni a donde llevar su evolución como personaje, y termina dando tumbos narrativos hasta un desenlace que fracasa a la hora de hacer nada interesante con el personaje que lleva toda una película construyendo. Afortunadamente, la sólida interpretación de Maika Monroe compensa las flaquezas narrativas de su personaje y sabe interpretarlo con la necesaria sutileza como para convertirlo en uno de los elementos de la película que mejor funcionan. Mención aparte requiere la interpretación de Nicolas Cage como el antagonista de la cinta. A pesar de su escasa presencia en pantalla, tanto su excesiva interpretación como el increíble trabajo de maquillaje hace que sea imposible quitarnos a ese personaje de la mente. La interpretación de Cage, un tanto histriónica y que prescinde de los matices para apostar en su lugar por el exceso absoluto, gustará a una parte de la audiencia pero disgustará a otra, como suele ser habitual con Nicolas Cage.
Incluso a nivel temático, las pretensiones de la película no logran alinearse con lo que esta ofrece. Está claro que la película trata de decir algo sobre la familia y especialmente sobre las relaciones entre padres e hijos, pero nunca parece saber exactamente el qué. A diferencia de lo que ocurre con las grandes obras del género, nada de lo que vemos en Longlegs parece ser especialmente relevante fuera de la película en sí misma y la película nunca llega a decir nada interesante sobre la naturaleza humana, los aspectos más oscuros de la sociedad o sobre el miedo a lo desconocido. Al final, estamos ante una película en la que todo funciona a la perfección en la superficie, pero que se vuelve extremadamente árida a medida que excavamos.
Longlegs no es una mala película, y funcionará entre los aficionados al cine de terror por el uso efectivo de sus recursos narrativos y por lo bien que sabe manejar las convenciones del género, pero más allá de eso, sus pretensiones de hacerse pasar por cine de autor, de película con algo profundo que decir y, en resumidas cuentas, de abarcar más de lo que puede apretar, terminan lastrándola. Como se suele decir, una película que es más bonita que buena, que no aporta nada nuevo ni especial al género, y en la que el estilo prima sobre cualquier tipo de sustancia.