Revista Cintilatio
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Godzilla: Minus One (2023) | Crítica

Patria, familia, Godzilla
Godzilla: Minus One, de Takashi Yamazaki
Mezclando el espectáculo épico y el drama íntimo, el filme de Takashi Yamazaki se alza no solo como una obra maestra dentro del subgénero kaiju, sino como una película sorprendentemente profunda y adulta.
Por Roberto H. Roquer | 27 julio, 2024 | Tiempo de lectura: 9 minutos

Salvo que sea usted japonés, posiblemente esta sea la primera vez que se cruza con el director Takashi Yamazaki, ya que, hasta el reciente éxito internacional de Godzilla Minus One (Takashi Yamazaki, 2023) era un realizador cuya carrera había girado en torno a películas orientadas fundamentalmente para el consumo domestico de su país. Sin embargo, mi historia como cinéfilo data de bastante tiempo atrás. Hará unos 20 años me crucé por casualidad con una peculiar película japonesa en el videoclub de mi barrio titulada Returner (Takashi Yamazaki, 2002), la primera película de acción real de un (por aquel entonces desconocido) director japones que venía del mundo del anime. A primera vista, no era más que una peliculita de ciencia ficción que mezclaba de forma simpática influencias de varias obras del género, en particular de Terminator (James Cameron, 1984) y Matrix (Lilly Wachowski, Lana Wachowski, 1999). Sin embargo, por debajo de todos los robots gigantes, los alienígenas, los tiempos bala y los viajes en el tiempo, había algo original en esta película que la alejaba del pastiche y la convertía en una obra especial. Y es que, en esencia, la película era sobre un nihilista y solitario asesino a sueldo que buscaba la redención a través de un último trabajo: matar al traficante de niños que le había secuestrado en su infancia, y vivía una historia de amor que le hacía encontrar sentido nuevamente la vida. Este guion, que puede parecer de un drama (y a muchos efectos lo era), servía de chasis sobre el que se añadían elementos de ciencia ficción, pero la esencia de la película, por debajo de los efectos especiales y las explosiones, seguía siendo la historia humana que se contaba entre las escenas de acción.

Fuera de su Japón natal, en donde logró algún que otro premio, Returner pasó con más pena que gloria, denostada por la crítica que la vió como una película de serie B, ignorada por la mayor parte de la audiencia y apareciendo ocasionalmente en algún festival de cine de ciencia ficción. Sin embargo, esta obra se ganó un hueco en mi corazón gracias a su empeño en hacer algo que cada vez se veía menos en las grandes superproducciones estadounidenses: usar el espectáculo audiovisual hecho por ordenador no como núcleo de la película, sino como mero acompañamiento de un drama. Disfrazar de obra de ciencia ficción una película que, en realidad, trataba sobre seres humanos.

A pesar de ser una película de monstruos gigantes, estamos ante una historia sorprendentemente seria que no se asusta de apostar por temas profundos y personajes complejos.

Fiel a su estilo, dos décadas después, el director nipón usa la misma formula en su oscarizada Godzilla Minus One, logrando esta vez que su película de la vuelta al mundo y se convierta en uno de los grandes fenómenos cinematográficos del año. La película nos narra la historia de Koichi, un joven piloto de la fuerza aérea japonesa durante la Segunda Guerra Mundial que está destinado a ser kamikaze, pero en el último momento se acobarda y deserta. Acabada la guerra, y asolado psicológicamente por el estrés postraumatico y el remordimiento del superviviente, regresa a su casa solo para descubrir que sus padres han muerto y no le queda nadie en el mundo. Ante esa situación, entabla una peculiar amistad con Noriko, una vagabunda que está cuidando de una niña huérfana. De esa forma, Koichi comienza a luchar para superar sus traumas y remordimientos e intentar ser feliz con Noriko. Ah, y a todo esto, un lagarto radioactivo gigante aparece y comienza a destruir edificios, y un grupo de científicos, exsoldados y ciudadanos normales liderado por Koichi ha de organizar un plan para destruir al monstruo.

Una gran película. No una gran película de monstruos, ni una gran película de acción. Una gran película, sin más.

Si le ha parecido esta sinopsis un tanto rara para una película del género kaiju, es justamente ahí donde radica la genialidad de Yamazaki como director, ya que el cineasta japonés no nos cuenta aquí una historia de monstruos gigantes. Nos cuenta una historia de remordimientos, de amor y amistad, de personas que luchan contra los fantasmas de su pasado y plantan cara a la adversidad en la que, además, hay monstruos gigantes. Tal y como pasara con Returner, Godzilla Minus One es ante todo un drama, una historia cuyo corazón radica en sus personajes, en lo pequeño, en cuestiones como sus traumas psicológicos o sus relaciones humanas, y sobre esto superpone lo épico, la lucha contra Godzilla. Sin embargo, el espectáculo audiovisual (y de eso hay mucho, luego hablaremos de ello) si bien impresionante, nunca aleja el foco de lo que realmente importa de esta historia: su dimensión humana.

El corazón de la historia está en su protagonista, que a pesar del título no es Godzilla, sino Koichi, el joven expiloto de guerra que ha de luchar no solo contra un monstruo gigante, sino contra sus propios monstruos, contra sus traumas psicológicos como superviviente de la guerra. La lucha contra Godzilla, por lo tanto, adquiere para él una dimensión personal ya que no está simplemente peleando contra una bestia gigante, sino también para superar su remordimiento y su sentimiento de culpabilidad, para proteger a su nueva familia y para aprovechar esta nueva oportunidad que le brinda el destino para defender a su país, cosa que en el pasado no pudo hacer. Y en el proceso, quizá, superar los fantasmas de su pasado y convertirse en una mejor versión de sí mismo.

En lo visual, hablamos de una obra maestra que supera sus limitaciones presupuestarias para crear un espectáculo aterrador.

El director japones juega a mezclar acertadamente lo grande y lo pequeño, y elije que lo pequeño sea lo más grande, al menos a nivel narrativo, dando como resultado la que quizá sea la primera película de Godzilla en la que la historia de los humanos nos termina interesando más que la batalla contra el kaiju. Generalmente se dice de las películas de Godzilla que lo verdaderamente importante es el monstruo y que las historias de humanos son mero relleno que nunca llega a aportar nada interesante, y puede que eso sea verdad, a pesar de los intentos fallidos de otros directores en el pasado de dar a películas de este subgénero una dimensión humana, como en el caso de Godzilla (Gareth Edwards, 2014). Es seguro decir que el gran logro de Godzilla Minus One es el de ser la primera película que triunfa en este hasta ahora aparentemente imposible cometido: el de que la historia de los humanos termine eclipsando los momentos de espectáculo de acción.

Y no porque los momentos de espectáculo de acción no sean excelentes. A pesar de su modesto presupuesto, la película nos regala secuencias absolutamente espectaculares. El director demuestra su conocimiento sobre cómo usar los efectos especiales para regalarnos secuencias de destrucción extremadamente realistas que escapan del espectáculo bombástico y artificioso de las superproducciones estadounidenses para en su lugar construir escenas llenas de tensión y visualmente fascinantes. Mención especial merece el monstruo Godzilla, que, escapando de las interpretaciones modernas, recupera de la cinta original su caminar lento y pesado y su semblante amenazador para darnos una criatura absolutamente aterradora por su brutal capacidad de destrucción.

A todo esto, ha de añadirse que esta es quizá la película de la saga Godzilla con mayores lecturas políticas desde la original de 1954, película en la cual, como todo el mundo sabe, el monstruo era una metáfora de los bombardeos atómicos de Hiroshima y Nagashaki y la lectura política era más que evidente: una reflexión sobre el estado de pesimismo y el sentimiento de derrota de Japón tras su derrota en la guerra. Godzilla Minus One nace en un contexto político diferente, con unas tensiones internacionales entre China y Japón crecientes y un auge muy marcado del nacionalismo en Japón, personificado en el éxito político del recientemente asesinado Shinzo Abe. Tal como hiciera la película del 54, Godzilla Minus One sabe capturar estas sensibilidades y ofrece una película cargada de mensajes patrióticos sumamente interesantes, desde una relectura de la Segunda Guerra Mundial que pone a Japón como la víctima de potencias extranjeras y una visión relativamente positiva del ejercito hasta un elogio de la familia tradicional (piedra angular del nacionalismo japonés) o del pueblo que se une y se organiza para derrotar a un invasor extranjero, y en particular de valores tradicionalmente asociados al patriotismo nipón, como puede ser la voluntad de sacrificio personal en defensa del bien común.

La película recupera el espíritu de la cinta de 1954 y Godzilla vuelve a ser una presencia amenazadora que funciona como una metáfora de las inquietudes de la sociedad japonesa.

Pero el verdadero triunfo de esta película es que sus dos dimensiones, la del espectáculo épico y la del drama personal con, incluso, determinadas lecturas políticas, no solo nunca están en disonancia entre sí, sino que durante todo el metraje se complementan perfectamente, haciendo que cada una haga mejor a la otra. El carácter épico de la lucha contra Godzilla hace que las historias más íntimas sobre los personajes humanos cobren una mayor relevancia mientras que, por el otro lado, los personajes están tan bien escritos y nos es tan fácil empatizar con ellos que es imposible para la audiencia no involucrarse emocionalmente en su lucha contra el lagarto gigante.

Godzilla Minus One es una gran película. No una gran película de monstruos, ni una gran película de acción, ni tampoco una gran película de efectos especiales. Godzilla Minus One es una gran película, sin más. Una historia profunda sobre el trama de un hombre luchando contra los fantasmas de su pasado acompañado por un espectáculo kaiju de primera categoría, todo ello comandado por la batuta de un director extremadamente talentoso con una visión única, que sabe mezclar lo pequeño y lo grande, lo íntimo y lo épico, y que cierra con esta película el ciclo que comenzó hace más de veinte años con su primera película, apostando por historias de ciencia ficción en donde lo fantástico y espectacular es simplemente un telón de fondo para lo que realmente importa: lo humano y personal. Siempre he pensado que cualquier película independientemente de su género (animación, superhéroes, ciencia ficción, etc.) tiene el potencial para ser profunda y contar historias adultas y complejas, y que si hay géneros en los que este tipo de historias no abundan no es porque el género en sí mismo lo impida, sino porque los directores o los guionistas carecen de la voluntad o el talento para ello. Tal y como Nolan hiciera con los superhéroes, Peter Jackson con la fantasía medieval o Miyazaki con el anime, Yamazaki logra con Godzilla Minus One un éxito que excede a la propia película y afecta a todo el género kaiju, y nos demuestra que las películas de monstruos gigantes también pueden servir para contar historias profundas.