La Tierra contra los platillos voladores
OVNIS sobre Washington DC
• País: Estados Unidos
• Año: 1956
• Dirección: Fred F. Sears
• Guion: Bernard Gordon, George Worthing Yates, Curt Siodmak (Libro: Donald E. Keyhoe)
• Título original: Earth vs. the Flying Saucers
• Género: Ciencia ficción, Fantástico
• Productora: Columbia Pictures
• Fotografía: Fred Jackman Jr.
• Edición: Danny B. Landres
• Música: Mischa Bakaleinikoff
• Reparto: Hugh Marlowe, Joan Taylor, Donald Curtis, Morris Ankrum, Thomas Browne Henry, John Zaremba, Larry J. Blake, Grandon Rhodes, Frank Wilcox, Fred Aldrich
• Duración: 83 minutos
• País: Estados Unidos
• Año: 1956
• Dirección: Fred F. Sears
• Guion: Bernard Gordon, George Worthing Yates, Curt Siodmak (Libro: Donald E. Keyhoe)
• Título original: Earth vs. the Flying Saucers
• Género: Ciencia ficción, Fantástico
• Productora: Columbia Pictures
• Fotografía: Fred Jackman Jr.
• Edición: Danny B. Landres
• Música: Mischa Bakaleinikoff
• Reparto: Hugh Marlowe, Joan Taylor, Donald Curtis, Morris Ankrum, Thomas Browne Henry, John Zaremba, Larry J. Blake, Grandon Rhodes, Frank Wilcox, Fred Aldrich
• Duración: 83 minutos
Este clásico de la ciencia ficción, de pioneros efectos especiales, es un testimonio privilegiado del origen del mito del OVNI.
El 24 de junio de 1947, el piloto Kenneth Arnold sobrevolaba el estado de Washington cuando presenció la aparición de nueve objetos brillantes volando a toda velocidad por el cielo. Una vez en la tierra, describió estos objetos misteriosos a un periodista como «platillos» deslizándose por el agua, indicando más bien su velocidad y trayectoria que su forma. Inadvertidamente, el término «platillo volante» acababa de ser acuñado, dando paso a lo que fue literalmente una avalancha de avistamientos similares al de Arnold y un pico brutal en el interés público por el fenómeno OVNI a finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta. Apenas dos semanas después del avistamiento de Arnold, muchos creyeron que el Gobierno de los EE. UU. había recuperado y encubierto un platillo volante estrellado en la localidad de Roswell, Nuevo México. Si bien es cierto que objetos misteriosos en el cielo habían sido descritos desde que el tiempo es tiempo, y que la especulación sobre la vida inteligente más allá de nuestro planeta había sido moneda común de filósofos y científicos durante siglos, la intensa popularización del término «platillo volador» y las oleadas de avistamientos en los años siguientes a la Segunda Guerra Mundial suponían la primera vez que el fenómeno era intensificado por los crecientes medios de comunicación de masas, y el impacto de estos incidentes sería imposible de determinar sin su mediación por la radio, los periódicos y, muy señaladamente, por el cine.
El completo entendimiento de la genialidad de la película pasa por comprender que La Tierra contra los platillos voladores era en su momento pura y dura ciencia ficción: una especulación sobre una serie de fenómenos muy presentes y unas posibilidades que se consideraban de actualidad.
Es importante recalcar cómo de intensamente están relacionados el estreno de La Tierra contra los platillos voladores (Fred F. Sears, 1956) con este apogeo de paranoia sobre el fenómeno OVNI durante los años cincuenta. Es muy probable que numerosos elementos de la película nos resulten hoy en día risibles y anticuados, pero se debe recalcar que lo que es un platillo volador para nosotros, mediado por décadas de cine de ciencia ficción y descréditos varios, era algo muy diferente para el público de mediados del siglo XX. Al fin y al cabo, La Tierra contra los platillos voladores abre con un escenario que a cualquier espectador le sería familiar: se está produciendo un aumento descomunal en avistamientos de objetos voladores no identificados, cuya forma es generalmente reportada como la de un plato invertido. En la película se entiende que la veracidad de estos avistamientos es ampliamente discutida y ridiculizada, pero la sensación de amenaza y de peligro inminente alimenta un ambiente general de inquietud y paranoia que inunda el continente norteamericano, un ambiente que podía muy bien haber influido en la experiencia de más avistamientos, así como en la producción de ciertas películas. El plantemiento de La Tierra contra los platillos voladores no es, por lo tanto, muy diferente al momento histórico que vivían sus primeros espectadores. El primer giro de la trama viene con un momento que muchos estaban esperando: la primera prueba fehaciente de la existencia de los platillos voladores. El científico Russel Marvin y su reciente mujer y compañera de experimentos, Carol (interpretados respectivamente por Hugh Marlowe y Joan Taylor), graban inadvertidamente el sonido de uno de estos aparatos misteriosos cuando éste sobrevuela a baja altitud encima de su coche.
Los platillos voladores sobrevuelan Washington DC. Apenas unos años antes se había producido una oleada de avistamientos en la capital.
Russel Marvin tiene algunas razones para que los platillos quieran visitarle: el científico está a cargo de un programa para enviar sondas a otros planetas. Varios cohetes han sido lanzados al espacio exterior pero todos y cada uno de ellos pierden la señal inmediatamente, y sus restos calcinados son encontrados poco después por la superficie de la Tierra. De nuevo es preciso recordar el contexto histórico de esta idea, que es, literalmente, de ciencia ficción. El primer satélite del mundo, el Sputnik 1, no sería puesto en órbita por los soviéticos hasta un año después, en 1957. Pero el doctor Marvin fracasa en descifrar el mensaje grabado de los extraterrestres a tiempo, provocando un terrible accidente donde los pasajeros de los platillos voladores demuestran su capacidad tecnológica y su poder destructivo al reducir a cenizas el centro de investigación de Russel. A partir de entonces, Russel y Carol se embarcarán en una frenética carrera por descubrir las verdaderas intenciones y el potencial armamentístico de los misteriosos invasores, a medida que éstos van descubriéndose cada vez como extremadamente superiores tecnológicamente al género humano, de cuya destrucción no son sólo capaces, sino a la que parecen dispuestos.
La Tierra contra los platillos voladores no es sólo uno de los más excelentes ejemplos, rivalizando quizás tan sólo con Ultimátum a la Tierra (Robert Wise, 1951), de cómo el fenómeno OVNI está de igual, sino de mayor forma determinado por sus figuraciones y representaciones en la gran pantalla y en la ficción que por los avistamientos particulares y demás incidentes ufológicos. La propia figura del platillo volador representa a la perfección en qué consiste la creación de un mito moderno, de la mano a partes iguales de su conformación específica en los medios de comunicación de masas, como el cine, la radio y la prensa; y su deuda con incidentes que se quieren presentar como irreductibles, verdaderos, auténticos en su singularidad. Es fácil reducir la histeria en torno a los platillos voladores a un contexto de posguerra donde la potencia de la tecnología bélica y su uso descarnado para los más terribles objetivos había sido puesto de manifiesto como nunca antes. No es casual que la raza de alienígenas de La Tierra contra los platillos voladores acabe por revelarse como los últimos reductos de una especie antigua y decadente, cuya supremacía tecnológica sólo está igualada por su elitismo intelectual y su corrupción moral. ¿Les suena de algo? Muchos habían observado tal cual al pueblo alemán bajo el liderazgo del nazismo, apenas unos años antes. Los nazis representaban a la perfección la explosiva alianza entre la ciencia más avanzada y el impulso de muerte de un imperio decadente, tanto en los aspectos económicos como, argumentarían muchos, espiritualmente. La victoria final de la humanidad en La Tierra contra los platillos voladores está enteramente barnizada del patrioterismo y el romanticismo norteamericano que había imbuido la nación durante el gran conflicto bélico, y que determinaría su psique colectiva durante las décadas por venir.
Ya esté basada en temores apocalípticos o en enigmáticos avistamientos paranormales, la ciencia ficción nos recuerda siempre la ligereza y el absurdo de la condición humana.
Pero aunque en La Tierra contra los platillos voladores y en toda la oleada de avistamientos de finales de los años cuarenta y principios de los cincuenta puedan observarse con facilidad al interior de su contexto histórico, cabe recordar que el fenómeno OVNI siempre se pretende presentar como portador de una verdad irreductible a los procesos históricos y asuntos terrestres. De la misma forma, La Tierra contra los platillos voladores puede parecernos hoy en día como una historieta vulgar de fantasía, haciendo uso de elementos que hemos apartado fuera del ámbito de lo posible y que hemos reducido con facilidad a la historia, la locura pasajera o la histeria colectiva; pero el completo entendimiento de la genialidad de la película pasa por comprender que La Tierra contra los platillos voladores era en su momento pura y dura ciencia ficción: una especulación sobre una serie de fenómenos muy presentes y unas posibilidades que se consideraban de actualidad. Lo más interesante del film radica particularmente en ello, en cómo lo que consideramos posible en cada época está tan inadvertidamente en deuda con esa época en particular. Pero también de cómo lo que consideramos posible en la actualidad, como lo que entendemos como fantasía, está igualmente subordinado a la historia de la especulación sobre estas posibilidades y su procesamiento, y del entendimiento que este tipo de relatos de platillos voladores, como muchas otras figuras de la ciencia ficción, estaban a su vez históricamente condicionados.
Los efectos de Ray Harryhausen hicieron posibles algunas escenas de destrucción nunca antes vistas.
Además, La Tierra contra los platillos voladores no es sólo una clase magistral de historia de lo que cada época considera posible o importante, es también un testimonio del desarrollo de las técnicas de producción cinematográfica y, en especial, la evolución de los efectos especiales. El característico movimiento de los platillos voladores y los estragos de sus ataques son obra del mítico artista del stop-motion Ray Harryhausen, cuyas peleas de monstruos en Simbad y la princesa (Nathan Juran, 1958) y sus esqueletos guerreros en Jasón y los argonautas (Don Chaffey, 1963) se han convertido en algunos de los momentos más emblemáticos en la historia de los efectos especiales, y han llevado a Harryhausen a ser nombrado como una de las figuras más influyentes de toda la historia del cine. El trabajo pionero de Harryhausen queda patente en La Tierra contra los platillos voladores no sólo en el característico diseño de las naves de los alienígenas, sino también en el fabuloso despliegue de efectos en los momentos finales de la película, donde la ciudad de Washington DC es atacada por los extraterrestres y sus monumentos más emblemáticos son destruidos y convertidos en ruinas. No hay forma de infravalorar el tremendo impacto visual que estas escenas finales debieron de tener en su época, como una temprana representación de una visión apocalíptica que perseguiría a la sociedad norteamericana durante toda la Guerra Fría, pero también como claro homenaje al conocido cúmulo de avistamientos de OVNIS sobre Washington DC durante julio de 1952, otro de los grandes hitos en la historia de la ufología.
Pese a todo, tampoco es del todo honesto asumir que la única forma adecuada de ver La Tierra contra los platillos voladores es con un minucioso conocimiento y respeto al estado de su audiencia en el momento del estreno. Deshacerse de todo el bagaje histórico que ha sucedido al cine de ovnis de los años ’50 no es ya imposible, sino quizás ni siquiera deseable. Muchos de los momentos e imágenes de la película, como el aparatoso traje espacial de los alienígenas y el surrealista aparato de comunicación de los ovnis, que parece una enorme flor luminosa colgada del techo, sin duda despertarán más que una risa y nos harán llevarnos las manos la cabeza en muchos momentos. Pero es precisamente por ello por lo que La Tierra contra los platillos voladores nos devuelve el encanto y lo entrañable del cine de ciencia ficción. Ya esté basada en temores apocalípticos o en enigmáticos avistamientos paranormales, la ciencia ficción nos recuerda siempre la ligereza y el absurdo de la condición humana. Entender que nuestros mayores temores sobre el fin del mundo y nuestras más salvajes especulaciones sobre el contacto extraterrestre están en deuda con los designios arbitrarios de la Historia nos enseña con humor una imagen sobre la contingencia y el absurdo fundamental que subyacen a la existencia humana sobre la superficie del globo, y que algo tan serio y trepidante como nuestra extinción sea algo mucho más ridículo de lo que creemos. La Tierra contra los platillos voladores es, por ello, una magistral demostración de la construcción histórica del miedo, a la vez que no cabe adjudicarle nada menos que un lugar destacado en la historia del cine y, quizás con mayor importancia, en la de los paranormales y apocalípticos pasadizos de la ciencia ficción contemporánea.