TÁR
El arte en tiempos de la cultura de la cancelación

País: Estados Unidos
Año: 2022
Dirección: Todd Field
Guion: Todd Field
Título original: TÁR
Género: Drama
Productora: Focus Features, Emjag Productions, Standard Film Company
Fotografía: Florian Hoffmeister
Edición: Monika Willi
Música: Hildur Guðnadóttir
Reparto: Cate Blanchett, Nina Hoss, Mark Strong, Noémie Merlant, Sam Douglas, Sydney Lemmon, Murali Perumal, Diana Birenyte, Vivian Full, Amanda Blake
Duración: 158 minutos

País: Estados Unidos
Año: 2022
Dirección: Todd Field
Guion: Todd Field
Título original: TÁR
Género: Drama
Productora: Focus Features, Emjag Productions, Standard Film Company
Fotografía: Florian Hoffmeister
Edición: Monika Willi
Música: Hildur Guðnadóttir
Reparto: Cate Blanchett, Nina Hoss, Mark Strong, Noémie Merlant, Sam Douglas, Sydney Lemmon, Murali Perumal, Diana Birenyte, Vivian Full, Amanda Blake
Duración: 158 minutos

La película del estadounidense Todd Field mezcla una asombrosa interpretación de Cate Blanchett con un conjunto de provocadoras pero profundas reflexiones sobre el arte, el amor y la sociedad.

Hacia 2016, cuando un servidor todavía estaba en la escuela de cine y las ideologías identitarias comenzaban a convertirse en tesis, yo solía realizar un malicioso juego con algunos de mis compañeros que más simpatizaban con ellas. El juego consistía en ponerles películas sin mostrar los créditos y preguntarles si consideraban que dichas películas estaban hechas por un director o por una directora, algo que no debería ser complicado para quienes defienden la idea de que el género o la etnia del artista es inseparable de la obra. Lo llamativo no era que muchos consideraran que El portero de noche (Liliana Cavani, 1974) estaba dirigida por un hombre de tendencias ultraderechistas (siendo Cavani una mujer que se crio en una familia partisana antifascista durante la dictadura de Mussolini) sino que prácticamente todos y todas consideraron que otra de las películas mostradas no solo estaba dirigida por una mujer, sino por una muy concienciada sobre la cultura de la violación. La película en cuestión era la obra de 1965 Repulsión, de Roman Polanski. Nada más que decir, el chiste se escribe solo. Viendo TÁR (Todd Field, 2022) uno no puede evitar sentir que, al igual que la anécdota recién descrita, esta película es la respuesta de un artista al embrutecimiento cultural del mundo que le rodea, pero además hablar de TÁR es hablar no solo del mayor acontecimiento cinematográfico de 2022, sino que con ella ha nacido una nueva obra maestra del cine que se codea con las más grandes de la historia. Una película que abarca una complejidad de temas y mensajes que permite y casi obliga a un análisis en profundidad de la misma.

La película nos cuenta la historia de Lydia Tár, la prestigiosa directora de la orquesta sinfónica de Berlín en las semanas previas al concierto más importante de su carrera. Mientras está organizando dicho concierto, Lydia conoce a Olga, una nueva violonchelista de la que se enamora rápidamente, si bien esto supone un severo contratiempo en la relación con su pareja, Sharon. Paralelamente, Tár recibe una demanda tras el suicidio de una antigua alumna del conservatorio donde da clase con la que tuvo una relación sentimental en el pasado acusándola de comportamiento sexual inapropiado y prácticas abusivas, lo cual afecta negativamente a su imagen y su carrera hasta el punto de que tanto su vida personal como profesional comienzan a desmoronarse mientras se obsesiona cada vez más con la partitura del que está destinado a ser el mayor concierto de su carrera.

Interpretaciones excelentes hacen de la película una obra totalmente imprescindible.

La película que nos ofrece Todd Field, que para quien no lo sepa, es el actor que hizo el papel del pianista en Eyes Wide Shut (Stanley Kubrick, 1999) tiene una gran variedad de ideas y temas que se dividen en dos ámbitos, uno externo que gira más bien en el ámbito de lo político y otro interno mucho más personal. Con respecto al primero de estos ámbitos (que quizá sea el más evidente en un primer visionado), la película aborda sin complejos uno de los grandes temas de conversación de hoy en día, la cuestión de la cultura de la cancelación. Es habitual escuchar hoy en día como crítica habitual a varias películas el rechazo a mezclar cine con política, lo cual es irónico dado no solo que el cine ha tenido un importante componente político desde su mismo nacimiento, sino que prácticamente cualquier película tiene una lectura política ya sea voluntaria o involuntaria. Es muy posible que lo que realmente rechaza esa parte de la audiencia no sea la política en el cine sino la propaganda, dos cosas que muchas veces se confunden pero que no pueden ser más diferentes. Y es que la labor de la obra de arte, y el cine no es una excepción, no es la de funcionar como vehículo para que el autor explique al mundo por qué sus ideas son moral e intelectualmente superiores a las del resto de los mortales, sino la de proponer debates que alimenten la reflexión en el espectador. En otras palabras, en el arte es más importante hacer preguntas que dar respuestas.

Y preguntas es lo que hace Field a través de su protagonista. Por un lado, cuestiona los estereotipos sobre los conceptos de víctima y victimario al contar la historia desde el punto de vista de Tár, la persona que es acusada, obligando al espectador a colocarse en la incómoda situación de empatizar con la misma persona a la que seguramente estaría atacando si estos sucesos tuvieran lugar en la vida real. Pero quizá el mayor acierto sea la ambigüedad con la que los hechos son planteados. Nunca llegamos a saber a ciencia cierta si Lydia es o no responsable de los actos que se le imputan. Por un lado, no solo niega cualquier veracidad en dichas acusaciones, sino que el comportamiento que vemos en ella cuando se siente atraída por Olga es en todo momento respetuoso y correcto. Así mismo, es una persona con relaciones personales y familiares sanas que nunca muestra tendencias abusivas. Por otro, sin embargo, sí que vemos algunas acciones que parecen sospechosas, como es el envío por parte de la protagonista de mensajes a otras orquestas para evitar la contratación de la alumna de la que presuntamente se aprovechó, algo que la propia protagonista justifica diciendo que los desequilibrios psicológicos de esta la convertían en un peligro tanto para sí misma como para los demás. A todo esto ha de añadirse que todos los hechos nos son narrados desde el punto de vista de Tár, con toda la subjetividad que ello implica. Es así que si bien la película presenta más argumentos a favor de la inocencia de la protagonista que en su contra (en especial en una escena que ocurre en los últimos minutos de la cinta) y siempre parece querer sugerir de forma sutil que las acusaciones no son reales, deja el suficiente espacio para que la lectura opuesta también sea válida ya que Field evita dar una respuesta tajante a la gran pregunta que su película plantea y le deja eso al espectador.

El retrato psicológico de la protagonista es uno de los puntos fuertes de la película.

No ha de confundirse sin embargo la ambigüedad deliberada del director en este aspecto con tibieza en sus mensajes, por lo que la película elabora un discurso muy completo contra lo que hoy conocemos como cultura de la cancelación (entendida aquí como el uso de acusaciones falaces o no demostrables contra la reputación de un individuo para causar un daño personal o profesional). El propio viaje de Lydia como personaje refleja el proceso de caída tanto social como personal inherente a estas situaciones. Un proceso que es más interesante incluso porque, a diferencia de lo visto en otras películas cómo La caza (Thomas Vinterberg, 2012), en este caso vemos a una protagonista que no es una víctima perfecta de una mentira, sino que, además de no saber a ciencia cierta si es culpable o no, mezcla comportamientos absolutamente loables (como su impecable rol de madre) con otros más éticamente cuestionables (como su uso de su posición profesional para seducir a una de sus empleadas, si bien siempre nunca de manera abusiva). La protagonista camina siempre, por lo tanto, en un terreno gris entre lo moral y lo inmoral que refleja de forma acertada la naturaleza humana, ya que al igual que Tár, todos tenemos, en mayor o menor medida, comportamientos más y menos éticos. ¿Dónde dibujamos la línea entre una buena persona y alguien que no lo es? ¿Son aquellos que cancelan superiores a nivel ético a aquellos que son cancelados o meros hipócritas que proyectan en otros sus propias miserias?

Una película única, una de esas obras cinematográficas que más parecen la obra de un alquimista, que es más que la suma de sus partes.

Generalmente se escucha a los defensores de la cultura de la cancelación decir que esta simplemente se limita a responsabilizar a las personas de sus propios actos, y esta película demuestra precisamente lo absolutamente absurdo de ese argumento. Desde el discurso de odio al abuso sexual, pasando por cualquier tipo de comportamiento que atente contra cualquier otra persona, ya son en las sociedades occidentales estos actos castigados por la ley, siempre mediante un proceso judicial con garantías. Naturalmente, no es un sistema infalible, pero es con diferencia el menos falible para hacer justicia de cuantos conocemos, de modo que cuando se recurre a la cancelación contra una persona es siempre por dos motivos: o bien no se puede demostrar que la persona en cuestión hiciera lo que se dice que hizo, o bien aquello de lo que se le acusa no es algo objetivamente malo para el conjunto de la sociedad. La película entiende esta contradicción que radica en el fondo de la justicia de las masas enfurecidas y vemos cómo durante todo el metraje se realiza contra Tár un juicio tácito, sutil, pero frente al que no existe defensa posible. En una escena, se llega a comparar la cultura de la cancelación con las represalias a los simpatizantes de Hitler en Alemania tras la guerra, incluso de aquellos cuya vinculación al nazismo nunca pudo ser realmente demostrada, señalando cómo la injusticia de este fenómeno no radica en que aquellos comportamientos que persigue no deban ser castigados, sino en su incapacidad de decidir de manera honesta quienes son realmente culpables de los mismos.

En tándem con esto, la cinta no duda en abordar otras cuestiones circundantes a la cultura de la cancelación, como puede ser el tema de la separación entre obra y autor. En una de las escenas más interesantes de la película, Tár mantiene una discusión con uno de sus alumnos que se niega a tocar música de Bach por considerarlo problemático, en la que la protagonista no solo señala la naturaleza narcisista de las ideologías identitarias, sino que explica el motivo por el que la separación entre obra y autor es necesaria, y no es porque usar criterios no artísticos para juzgar una pieza artística sea un signo de embrutecimiento cultural (aunque lo es) ni porque censurar obras de arte sea algo que hiere tanto o más a la sociedad que a su autor (aunque lo hace), sino por otro motivo mucho más mundano. Porque juzgar una obra de arte en el vacío es la única forma de garantizar que estamos haciendo un debate real sobre lo que es el arte mismo. Tal y como la protagonista afirma en un momento de la película, para ella la definición de música es «aquello que la música te hace sentir cuando la escuchas». Y lo que una obra hace sentir no depende de si esa obra ha sido hecha por un depredador sexual polaco o una partisana antifascista italiana.

Pero si la película viene cargada en sus temas políticos, no lo está menos en sus aspectos más personales. Una vez que dejamos atrás todo el discurso social que plantea el director y nos adentramos en la psicología del personaje protagonista, nos encontramos ante una de las más acertadas plasmaciones cinematográficas de la relación entre un artista y su obra. La obsesión de Tár por alcanzar la perfección como directora de orquesta radica en una pasión irrefrenable por su arte, algo que el mundo a su alrededor es incapaz de comprender. Si bien esto puede sonar romántico o pretencioso, es una realidad que para el artista es imprescindible el poder hacer arte de la misma manera que lo es el comer o el respirar, ya sea arte destinado a ser visto por un millón de personas o por solo una. Tár nunca persigue la fama, ni sueños pretenciosos, solo la excelencia en su campo. A pesar de ser un personaje que puede en ocasiones mostrarse arisco o arrogante, en el fondo se muestra la humildad de todo artista verdadero ante el arte que ama. Es así comprensible que cuando la protagonista comienza a verse en riesgo de perder aquello que más le importa, su obra, inicie un descenso a los infiernos que se materializa exteriormente por la pérdida de todas sus relaciones personales importantes y, en último término, por incluso la pérdida de su cordura.

La relación entre el arte, el artista y el mundo que los rodea es una de las piezas angulares de la obra.

En varios momentos se muestra esta diferente forma de entender el arte entre Tár y el mundo que la rodea. En una escena, ella argumenta que las grabaciones de sus conciertos deberían comercializarse en LP para conservar la mejor textura sonora, mientras que sus jefes prefieren comercializarlo en formato digital para maximizar los beneficios y la conveniencia. Estos pequeños detalles, aunque sutiles, reflejan la forma en que la protagonista entiende la música y hace que TÁR se una a otras grandes películas como La bella mentirosa (Jacques Rivette, 1991) en tanto que se centran en la relación psicológica y espiritual entre el artista y su obra. Pero sin duda uno de los aspectos nucleares de la película radica en su relación con Olga, la joven violinista de la que Lydia se enamora. Esta relación actúa como metáfora de la relación de Lydia con su obra ya que es muy complicado definir claramente si el personaje interpretado por Cate Blanchett se enamora de Olga o más probablemente de la imagen idealizada de ella que adquiere al verla interpretar su música. Su tendencia a sentirse atraída por las músicas de su orquesta, por lo tanto, debe entenderse no tanto como un abuso de autoridad (en la escena nunca se ve que se fuerce ninguna clase de relación de manera abusiva) sino como una materialización de Tár como artista y el arte en sí mismo. A fin de cuentas, los artistas son personas que trabajan con los sentimientos de la misma forma que un alfarero trabaja con barro para hacer cerámica, y al igual que un alfarero se mancha las manos con barro, no es excesivo que un artista se manche con los sentimientos a los que da forma.

Todo esto ayuda a crear un personaje muy rico a nivel psicológico y con varias capas, que gracias a la que sin duda es la mejor interpretación del año, mezcla la absoluta dureza de su faceta externa con una imagen mucho más íntima y vulnerable con la que es imposible no empatizar. Es menester destacar aquí la interpretación de Blanchett, seguramente la mejor de su carrera, como uno de los elementos sustentantes de la película y que llena al personaje de un sinfín de matices. La actriz demuestra que una buena interpretación no ha de ser sinónimo de exceso ni histrionismo, sino que los matices y la sutileza pueden ser el mejor aliado de un actor. La australiana no actúa únicamente cuando recita el diálogo, sino también con sus silencios, con sus gestos y con sus miradas, dándole vida a una Tár que se siente no como un personaje sino como un ser humano completo. Pero esta asombrosa interpretación se complementa con una dirección por parte de Field que, sabiendo ser calculadamente minimista y evitando caer en el exceso, sabe cómo manejar los elementos para conformar una película atrapante a pesar de lo largo de su metraje. Las metáforas visuales son abundantes y de una habilidad y una creatividad exquisita, destacando momentos que, sin necesidad de confiar en el diálogo, plasman visualmente a la perfección todo aquello que la cinta nos quiere contar de una manera que se mueve constantemente entre lo poético y lo realista, demostrando que la buena dirección no consiste en crear manierismos estéticos, sino narraciones visuales coherentes.

En su tramo final es quizá cuando más se resalta la carga psicológica de la película y donde más vulnerable vemos al personaje de Tár. También es la que más acentúa los temas de la cinta (en particular aquellos de carácter más personal) y vemos algo relativamente poco frecuente en el cine: un personaje que se transforma profundamente pero de manera siempre coherente con quien la película nos ha dicho que es. También es donde las metáforas visuales cobran mayor protagonismo y los diálogos, prácticamente ausentes, dejan paso a una secuencia de escenas que rozan la poesía visual y que dan a la película un cierre magistral. Un ejemplo de expresión cinematográfica que confirma a Field como uno de los directores actuales que mejor entiende el poder y las virtudes del medio audiovisual.

En resumidas cuentas, TÁR es una película única, una de esas obras cinematográficas que más parecen la obra de un alquimista, que es más que la suma de sus partes y en las que todos los elementos e ingredientes se mezclan para crear uno de esos títulos destinados a ser considerados de culto por las generaciones venideras de cinéfilos. Lamentablemente, no estamos ante la clase de cinta llamada a atraer grandes cantidades de público a las salas, y no debemos olvidar que además de arte, el cine es también un negocio, aunque son películas como esta las que, a largo plazo, hacen que el cine sea cada vez más grande. Pero, parafraseando a la propia protagonista de esta película, el cine es aquello que una película te hace sentir, y si películas como esta hacen que una sola persona sienta algo especial en una sala de cine, entonces habrá merecido la pena.

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