La caza
Homo homini lupus
• País: Dinamarca
• Año: 2012
• Dirección: Thomas Vinterberg
• Guion: Thomas Vinterberg, Tobias Lindholm
• Título original: Jagten
• Género: Drama
• Productora: Zentropa Productions
• Fotografía: Charlotte Bruus Christensen
• Edición: Janus Billeskov Jansen, Anne Østerud
• Música: Nikolaj Egelund
• Reparto: Mads Mikkelsen, Thomas Bo Larsen, Annika Wedderkopp, Alexandra Rapaport, Anne Louise Hassing, Lars Ranthe, Lasse Fogelstrøm, Susse Wold, Ole Dupont, Sebastian Bull Sarning
• Duración: 111 minutos
• Festival de Cannes:
Mejor actor (Mads Mikkelsen)
(2012)
• País: Dinamarca
• Año: 2012
• Dirección: Thomas Vinterberg
• Guion: Thomas Vinterberg, Tobias Lindholm
• Título original: Jagten
• Género: Drama
• Productora: Zentropa Productions
• Fotografía: Charlotte Bruus Christensen
• Edición: Janus Billeskov Jansen, Anne Østerud
• Música: Nikolaj Egelund
• Reparto: Mads Mikkelsen, Thomas Bo Larsen, Annika Wedderkopp, Alexandra Rapaport, Anne Louise Hassing, Lars Ranthe, Lasse Fogelstrøm, Susse Wold, Ole Dupont, Sebastian Bull Sarning
• Duración: 111 minutos
• Festival de Cannes:
Mejor actor (Mads Mikkelsen)
(2012)
El danés Thomas Vinterberg incomoda al espectador con una película que, protagonizada por un inmenso Mads Mikkelsen, se atreve a tocar varios temas tabú de la sociedad en la que vivimos a la vez que invita a la reflexión.
A mediados de 2022, paradójicamente cuando se cumplía el décimo aniversario del estreno de La caza (Thomas Vinterberg, 2012) en el festival de Cannes, ocurría en España una situación no muy diferente a la que narra dicha película, y es que a rebufo de la tormenta mediática generada por el indulto en el caso Infancia Libre, un pequeño pero ruidoso número de internautas, periodistas e incluso algunas personas del mundo de la política se atrevieron, siguiendo de forma involuntaria el guion de la película, a acusar abiertamente a un padre de crímenes tan terribles como el abuso a menores o la pedofilia, aun a pesar de que la inocencia dicho individuo ya había sido probada fuera de toda duda razonable por el sistema de justicia hacía años. Pero lo que la justicia, los hechos o la realidad digan tiene poco poder ante la voluntad de la masa cabreada, del pensamiento de rebaño y de la indignación y la furia colectiva. Y precisamente el hecho de que a día de hoy la sociedad todavía tenga que lidiar con estas realidades y recordarse perpetuamente que la justicia popular no es justicia es precisamente el motivo por el que una película como la que hoy nos ocupa es tan imprescindible.
La caza cuenta la historia de Lucas, un profesor de educación infantil recientemente divorciado que vive en un pequeño pueblo de Dinamarca con la compañía ocasional de su hijo Marcus. Un día, a causa de un malentendido con una niña que acude a su clase, Lucas es acusado falsamente de realizar tocamientos de carácter sexual a la niña, lo cual se traduce inmediatamente en un estigma social insoportable para él y su hijo. A medida que se extiende el rumor, la gente del pueblo comienza a acosar a Lucas sin atender a cuestiones como la presunción de inocencia, llegando a la agresión física que llega incluso a traspasarse a su hijo. A medida que las personas que en un principio le apoyaron (como su pareja) comienzan a abandonarle, el acoso por parte de la multitud llega a ser físico, llegando Lucas a temer por su vida mientras se enfrenta a una masa de gente cabreada que no está dispuesta a escucharle y que cada vez actúa de forma más violenta contra su persona. Paralelamente, descubrirá que el sistema de justicia no solo está diseñado de tal manera que se invierte la carga de la prueba y se elimina su presunción de inocencia, sino que además apenas le da herramientas para probar su no culpabilidad.
El director logra que empaticemos con un personaje al que seguramente repudiaríamos en la vida real, haciéndonos reflexionar sobre nuestras propias carencias éticas.
La idea de los peligros inherentes a la justicia popular realizada por las masas enfurecidas es algo que el cine ha tocado en numerosas ocasiones, de forma particularmente brillante en La jauría humana (Arthur Penn, 1966) así como en la notable obra de culto Los demonios (Ken Russell, 1971). Es fácil entender la fascinación del séptimo arte con este tema si se tiene en cuenta la épica implícita que una historia de un individuo enfrentándose a una masa enfurecida siempre tiene consigo y la capacidad de la narrativa cinematográfica para capturar los matices de dicho enfrentamiento, desde el peaje emocional y psicológico de la persona que es víctima de la furia colectiva hasta la irracionalidad de la masa. No obstante, hay algo que separa a la película de Vinterberg de las otras obras mencionadas: el atrevimiento por parte del director a tocar temas tabú destinados a hacer que la audiencia se incomode en la butaca. Si bien a un espectador contemporáneo la idea de perseguir a alguien por motivos religiosos o políticos puede resultarle absolutamente ajena, es imposible que, al menos de una forma parcial, la audiencia no se vea reflejada en esos vecinos que hacen la vida del protagonista imposible por sus sospechas sobre sus presuntos actos pedófilos sobre una menor. Si bien al ver la película empatizamos en todo momento con el protagonista, es imposible, por otro lado, pensar que si esa situación tuviera lugar en nuestro pueblo o nuestro barrio, posiblemente actuaríamos de una forma similar a la de esa jauría humana que hostiga a Lucas. Evidentemente no sería este comportamiento fruto de otra cosa que no fuera de proteger a nuestros menores y de hacer lo que pensamos que es éticamente correcto, pero como dice el refrán, «el camino al infierno está lleno de buenas intenciones».
A lo largo de toda la película vemos como este acoso hacia Lucas va creciendo progresivamente de la misma manera que el calor en un cuenco con agua hirviendo a fuego lento. En primer lugar, vemos a sus compañeros de trabajo cambiando su comportamiento para ser mucho más hostiles con él, cuestionando el testimonio de nuestro protagonista o en algunos casos incluso impidiendo que pueda llegar a darlo libremente. Tras esto, lo que vemos es el estigma social, que va desde evitar el contacto con Lucas hasta humillarle o incluso tratarle de forma violenta en público (la escena del supermercado es simplemente brillante). Vemos a una sociedad aparentemente civilizada que de repente tiene carta blanca para volcar toda su agresividad y hostilidad contra un individuo y convertirse en monstruos. Por último, la presión social pasa de afectar únicamente a Lucas para caer también sobre su círculo personal, sobre aquellos que le rodean y que le defienden. Aceptar cosas como la presunción de inocencia, inocente hasta que se demuestre lo contrario, comprobar los hechos sin dejar que las emociones o los prejuicios interfieran, se convierte en una suerte de pecado social que hace que por asociación cualquiera que comparta espacio o relaciones sociales con el apestado se convierta, también, en un enemigo de la comunidad. Es así que, al margen de la realidad jurídica (porque no olvidemos, la culpabilidad de Lucas nunca llega a ser demostrada de manera judicial) vemos un ejemplo de castigo y estigmatización popular que actúa de manera irracional ante la falta de evidencias o la necesidad de darle a cualquier persona acusada de un crimen el derecho a defenderse.
El gran punto fuerte de la película es saber mostrar el infierno personal por el que atraviesa Lucas.
La cinta captura de forma magistral la transformación progresiva de los habitantes del pueblo, aparentemente cívicos y pacíficos, en aunténticos monstruos que parecen casi disfrutar actuando de forma sádica sobre Lucas. Casi como si la violencia en ocasiones aterradora de la que estas personas, por otra parte perfectamente civilizadas, parecen capaces de cometer estuviera en todo momento debajo de la superficie esperando el momento adecuado para salir. Si bien puede ser entendible la reacción agresiva por parte de la familia de la niña, nos encontramos con que la gran mayoría de estos actos de crueldad están perpetrados no por sus padres o familiares directos, sino por gente aparentemente más alejada, casi como si el director pretendiera mostrar cómo la preocupación por el bienestar de la menor es, para todos ellos, nada más que una excusa para canalizar su agresividad reprimida, para quemar su individualismo y dejarse seducir por la emotividad exacerbada de la masa, del pensamiento de rebaño. Encaja a la perfección con este mensaje el final agridulce que no desvelaremos aquí, pero que nos muestra cómo esta misma sociedad que es capaz de mostrar una violencia exacerbada es la misma que, casi como movida por un interruptor, regresa a un estado pacífico, cívico y casi inofensivo, pero siempre teniendo un poso de violencia y oscuridad en el fondo que parecer querer asomarse constantemente a la superficie.
Una experiencia fílmica muy íntima en la que el espectador realmente siente el estar en la misma habitación que los personajes.
El atrevimiento de Vinterberg para tocar en esta obra temas tabú es casi prodigioso y signo de un director excelente que tiene la ambición y el talento como para usar un medio como es el del cine para decir cosas profundas. Si hay algo que en nuestra sociedad sea todavía más tabú que la idea de un niño siendo agredido sexualmente es, sin duda, la idea de un niño mintiendo sobre tales cosas. Tal vez por nuestra asociación de la infancia con una etapa de inocencia, o tal vez porque como sociedad sea incapaz de lidiar con esta realidad de una forma que entendamos como ética, porque quizá nuestro (más que justificado) temor de no proteger a nuestros infantes nos lleve subconscientemente a aceptar que hay crímenes por los que estamos dispuestos a aceptar el precio de condenar injustamente a un inocente antes que arriesgarnos a dejar ir a un posible culpable, por sádico que esto pueda sonar. Hubo quien equivocadamente entendió esta cinta como una obra que buscaba la provocación por la provocación y que incluso parecía querer restar importancia a la protección de la infancia frente a potenciales depredadores sexuales. Nada más lejos de la realidad, esta obra nunca prentende hacer eso, sino en todo caso reflexionar sobre cómo nuestros prejuicios, nuestro comportamiento irracional y nuestras pulsiones más violentas pueden convertirnos involuntariamente en monstruos que nos hagan torturar a una persona acusada falsamente. Todos coincidimos que toda la severidad del mundo es poca para con quien cometa realmente crímenes de tal calado, la duda que el director plantea con esta película es otra: la de saber determinar de una manera segura quien ha cometido realmente tales actos.
Es aquí necesario reflexionar sobre dos factores que Vinterberg pone sobre la mesa. Por un lado, la naturaleza propia del rumor y el estigma, el cual se puede rastrear hasta las sociedades neolíticas, y que la antropología ha definido como una herramienta utilizada por las sociedades para mantener el orden y asegurarse de que todos los miembros de la comunidad cumplen su rol dentro de la misma. Imaginemos que estamos en una aldea medieval y el molinero del pueblo comienza a beber en demasía y deja de moler grano para hacer pan, o que la mujer del aparcero decide no tener hijos, eliminando el relevo generacional y dejando, en unos años, al pueblo sin nadie que trabaje los campos. Aunque a día de hoy esto nos puede parecer algo menor gracias a que la producción industrial ha permitido flexibilizar enormemente nuestros estilos de vida y avanzar la libertad individual, en aquel periodo estas dos decisiones aparentemente irrelevantes hubieran, a medio-largo plazo, generado serias hambrunas. Es así que, si bien estas no sociedades no podían hacer leyes prohibiendo el alcohol u obligando a tener hijos, si podían usar la habladuría, el rumor y el estigma social contra estos miembros para obligarles a realizar aquellas actividades necesarias para proteger los intereses del colectivo. Si bien estas necesidades son prácticamente inexistentes en la sociedad actual, los mecanismos sociales y psicológicos creados para cubrirlas siguen estando en vigor, siendo Lucas, tal como vemos, una víctima de ellos. Asistimos, por lo tanto, a una estructura psicológica que legitimiza todo acto de crueldad contra el protagonista por parte de los habitantes del pueblo en tanto que estos, a sus ojos, están haciendo algo noble, proteger a los niños de su comunidad, lo cual inmediatamente da carta blanca a la flexibilización de cualquier linea roja ética que estas personas pudieran tener en condiciones normales.
Mikkelsen ofrece la que posiblemente sea la mejor interpretación de su carrera.
Por otro lado, el director danés, también invita a reflexionar sobre la forma en que entendemos la empatía y la infancia en la sociedad actual, herederas en cierta medida de los escritos de Foucault sobre el tema. El francés entendía que la infancia como etapa no existe per se sino que es una construcción artificial que sustenta una relación de poder entre una parte que detenta la autoridad (el adulto) y otra que está sometida (el infante). Si bien el análisis histórico de la infancia desmiente cualquier parecido de esta visión con la realidad, es innegable el éxito de la misma a la hora de inspirar, particularmente en países centroeuropeos y nórdicos, la forma de entender la infancia por parte de las instituciones. Esto se puede apreciar por ejemplo en la rocambolesca escena en la que una profesora y un trabajador social interrogan a la niña sobre los presuntos tocamientos. El director muestra de forma clara cómo esta conversación se lleva a cabo casi como si fuera realizada a una persona adulta y con un entendimiento mucho mayor del sexo y en ningún caso adecuado al nivel de entendimiento de una menor de edad, llegando al punto de que la menor se sienta prácticamente presionada a decir cosas falsas contra el profesor por la presión de los interrogadores y, lo que es peor, que dicho testimonio sea aceptado de forma acrítica a pesar de ser dicho por una niña muy pequeña que desconoce tanto los conceptos de los que habla como las implicaciones para Lucas. Cabe destacar que la menor nunca actúa llevada por la malicia o por el deseo de hacer daño a su profesor, sino meramente por su inocencia infantil.
Evidentemente, la protección de la infancia es una obligación ética de cualquier sociedad civilizada, y cualquier medida que sirva para proteger a niños del abuso es positiva, pero lo que Vinterberg critica no es en ningún caso el exceso de celo en la protección de los menores (algo que nunca sobra) sino en los defectos inherentes a la forma en que esta protección es llevada a la práctica. Siempre se habla de los beneficios de la empatía, pero en su cinta, el director danés nos alerta sobre sus peligros. Vinterberg nos pone a prueba eligiendo uno de los crímenes más execrables que nos podamos imaginar e invitándonos a dirigir nuestra empatía no a la inocente niña que ha sido (presuntamente) víctima, sino al hombre acusado injustamente y hacia el que, seamos sinceros, en la vida real no sentiríamos más que repulsión a pesar de ser la verdadera víctima de esta historia. Y es que cuando se parte de narrativas como la vista antes que hablan de relaciones de poder o de opresiones sistémicas, partimos ya de un punto de partida viciado que no va a pretender ver la realidad sino lo que nosotros queramos que sea la realidad. Es por ello que vemos en la cinta como la investigación llevada a cabo es tan incapaz de probar que Lucas es inocente, porque desde el minuto cero es una investigación diseñada con un único posible resultado en mente, el de culpar a Lucas (incluso si no hay pruebas, o si el testimonio en su contra es endeble), y que no está preparada para enfrentarse a ningún otro escenario que no sea el que aquellos que la llevan a término tienen en mente. Es así que, como vemos, el verdadero pecado del protagonista, aquel por el que se le martiriza y se le agrede, no es nada relacionado con lo que puede o no puede haber hecho a una niña, sino algo muy diferente: el de no gozar de la empatía de la sociedad que le rodea.
Y las angustias de Lucas son mucho más palpables gracias a una interpretación antológica de Mads Mikkelsen (que fue galardonado en Cannes por su trabajo en esta obra), el cual no solo es una excelente elección de casting (dado que es un actor capaz de transmitir al mismo tiempo una clara vulnerabilidad con un tono inquietante), sino que captura a la perfección los matices de un personaje como Lucas, el de un hombre acusado falsamente que por un lado teme la condena social que va a sufrir por parte de la gente que le rodea pero que, por el otro, comprende que la niña que le ha acusado ha actuado sin malas intenciones y se niega a guardarle ninguna clase de rencor u hostilidad. La progresiva degradación emocional de un personaje que, a medida que avanzan los minutos, lo va perdiendo todo y se va hundiendo cada vez más se plasma a la perfección en una interpretación que cada vez nos muestra a un Lucas más decaído, más derrotado anímicamente y más desesperado pero que nunca cae en el histrionismo o en el melodrama innecesario, sino que sabe capturarlo en una interpretación mucho más personal e íntima que brilla cuando refleja el sufrimiento que el personaje lleva en silencio y que nunca llega a exteriorizar por completo. El resto de casting no se queda atrás, en particular los familiares de la menor que acusa a Lucas, que reflejan de una manera increíblemente precisa el viaje por el que pasa una familia sacudida por la terrible noticia de que su hija ha sido víctima de abusos sexuales por parte de una persona que conocen y en la que confían, desde la incredulidad hasta la furia.
Uno de los temas de la obra es la crítica a una sociedad que antepone la empatía y los prejuicios a la búsqueda de la verdad.
Tan refinada como la interpretación de Mikkelsen es la dirección de Vinterberg. Fiel a sus orígenes dentro de la corriente del Dogma 95 (aunque sin caer en sus limitaciones) el realizador apuesta por una narrativa en la que abunda la cámara en mano, las tomas largas, la ausencia de música y, en general, un tono de naturalismo casi total que convierte a esta obra en una experiencia fílmica muy íntima en la que el espectador realmente siente el estar en la misma habitación que los personajes. Vinterberg usa el magnífico guion, coescrito con Tobias Lindholm, para ir escalando la tensión dramática de forma gradual pero constante, viendo como Lucas pasa de enfrentarse al ostracismo a la agresión física pasando por la condena y humillación pública de una manera angustiosamente paulatina. El director, consciente de que la fuerza de la película radica en su historia y en sus personajes, la cuenta de manera austera, lo que ayuda a hacerla más impactante. Así mismo, Vinterberg aprovecha aquí para, como es habitual en él, sacar a relucir su ojo crítico y hacer una crítica a la sociedad escandinava, en particular a la violencia latente de la misma y de la facilidad de esta sociedad tan aparentemente educada y civilizada para convertirse en un monstruo en una película construida desde el primer momento no solo para incomodar sino para usar esa incomodidad como pretexto para invitar al espectador a la reflexión.
Puede parecer que la presente película únicamente nos cuenta una historia, pero en realidad nos dice muchas más cosas. Vinterberg construye una obra que trata cuestiones como el peligro del pensamiento de rebaño, de la justicia de masas o de los prejuicios. Pero ante todo, el director nos alerta sobre los peligros del abuso de la empatía mal entendida y del abandono de la cultura de la imparcialidad. No es casualidad que las sociedades modernas se basen en sistemas legales que buscan ser lo más objetivos posible y que se centran de manera exclusiva y fría en los hechos, y la película es un recordatorio de por qué esa forma de entender la justicia y no otra que atienda a cuestiones más abiertas a lo subjetivo es imprescindible no ya para asegurar una justicia honesta, sino también para proteger el derecho a la justicia del individuo cuando este, incluso siendo inocente, no goza del favor o la empatía de la masa. Cuando este principio se rompe, tal y como esta cinta nos recuerda, se corre el riesgo de que las personas nos olvidemos de nuestro civismo y abramos la puerta a convertirnos en un lobo para con nuestros semejantes.