Ya lo hemos comentado alguna vez: la sombra de Linklater es alargada. Igual que este en su imponente Boyhood (Momentos de una vida) (Richard Linklater, 2014), Marta Sousa Ribeiro ofrece un viaje íntimo y desde un punto de vista parcial, el del protagonista que da nombre a la obra, a través de las inquietudes y las ansiedades propias de un adolescente que ve como su mundo se desintegra en lo familiar. El formato —o más bien la mezcla de ellos— coloca la nota exótica de esta Simon chama (2020), que juega con ratios y estilo fotográfico según accede a la vida de su sujeto de estudio en tres grandes bloques que, al igual que la obra de Linklater, sigue de cerca, muy de cerca, mientras crece y su cuerpo y su voz cambian, y también su forma de pensar se matiza y sus emociones se alteran a la vez que el (su) mundo muta sin el menor atisbo de indulgencia. No es que la apuesta sea intrascendente, en absoluto, pero quizá sí se pierde en su estilo narrativo en detrimento del núcleo de cualquier historia: el guion y su direccionalidad. Y esto es clave en el desarrollo de Simon chama, ya que aunque los fragmentos de cotidianidad, las ilusiones y las decepciones de un joven que anhela sobre todas las cosas escapar de su burbuja se sienten como verdaderos y conmovedores, parece conformarse con alterar la narración clásica del coming of age estándar en lugar de buscar un ancla que convierta a Simon en el alter ego de la audiencia, que provoque el más mínimo impulso de empatía en lugar de quedarse en, solo, manejar un tempo fílmico que tiene más de teórico que de práctico.
Simon es un joven que desea escapar. Que idealiza el viaje del héroe. Que fuma sus pitillos y haces sus pinitos en el vandalismo adolescente. Su madre está sola con él y su hermana. Su padre está escapado, no completamente ausente pero sí un poco desentendido y un mucho despreocupado. No es este, en realidad, un planteamiento inédito; lo que sí lo es hasta cierto punto es la tendencia de Marta Sousa Ribeiro a focalizar el esfuerzo narrativo, y todo lo que implica, en la colocación del punto de vista en unos ojos en concreto —los de Simon— y no en los de la proverbial omnisciencia. Lo que consigue con ello es invertir la mirada adulta, paternalista y crítica con la que el cineasta tipo suele mirar a los púberes en beneficio de un relato en el que se palpa la desgana y el hastío de un joven que tiene, como todos, sus ideales irreales y sus ambiciones fuera de tiempo, y obtiene a diario una madre enfadada que solo dice no, no y más no. Si el punto de vista no tuviera una tendencia tan marcada, habríamos podido acceder al desastre vital en que vive esa mujer atrapada en una vida agotadora, pero esta no es su película, sino la de Simon —y como hemos podido saber, también la de la propia Sousa Ribeiro, que habla de «autobiografía en clave masculina»— y como tal describe unas inquietudes que nada tienen que ver con las de los adultos a su alrededor, que tampoco son muchos ni particularmente responsables.
Las intenciones del atrevido debut de la cineasta portuguesa son quizá más perseverantes que el resultado final que tenemos entre manos, aunque esquive siempre la irrelevancia y nunca quede relegada al estatus de ejercicio mal ejecutado.
Simon chama nos recuerda que la forma, en el arte de contar historias a través de imágenes en movimiento, tiene una importancia tan alta como su propio contenido quiera conceder —y a su vez nos hace pensar en la Blanco de verano (2020) de Rodrigo Ruiz Patterson, aunque menos edípica y más nihilista—. Las intenciones del atrevido debut de la cineasta portuguesa son quizá más perseverantes que el resultado final que tenemos entre manos, aunque esquive siempre la irrelevancia y nunca quede relegada al estatus de ejercicio mal ejecutado. El filme, que promete más de lo que finalmente da, se abandona a las expectativas que se autoimpone, en parte por el sentido de gravedad que transmite con esos largos planos simbólicos y los interludios fantásticos que en todo momentos sugieren ensoñación y huida. No podemos hablar de que Marta Sousa Ribeiro haya errado el tiro, ya que ha sido capaz de proponer un relato muy complejo que descubre una mirada que debe ser tenida en cuenta y que dará grandes alegrías al circuito, pero tampoco de que su alegato fílmico haya dado en la diana sin reservas. Simon chama se deja disfrutar siempre que se acceda a ella desde una predisposición a entrar en sus particularidades y poco interés en una narración completa o un guion cerrado. Aunque, todo sea dicho, nos haga sentir a todos, al menos un poco, la incomprensión que padecen los que tienen mucha más vida por delante que por detrás.