Hoy en día existen, fundamentalmente, dos tipos de películas. Por un lado, aquellas que se toman a sí mismas profundamente en serio y tratan de dotar a su historia de la mayor seriedad y solemnidad posible, como en el caso de Dune: Parte Dos (Denis Villeneuve, 2024) y, por otro lado, aquellas que se ven a sí mismas como un mero divertimento y que no se toman particularmente en serio, como El especialista (David Leitch, 2024). Ambos formatos pueden dar obras excelentes; sin embargo, esta polarización en el tono ha llevado a que desaparezca un tipo de película muy específico: la cinta que se sitúa entre medias de ambos extremos. La película que trata cuestiones serias pero no escapa de la ligereza, que es graciosa y desenfadada cuando toca pero no por ello sacrifica su seriedad. Sangre en los labios (Rose Glass, 2024) recupera ese extinto tono en su última película y es justamente eso la que la convierte en algo especial.
La película nos cuenta la historia de Lou, la gerente de un gimnasio en un pueblecito de Texas cuyo padre, con el que no tiene relación, es el jefe de la mafia local. En ese gimnasio conoce a Jackie, una culturista que aspira a ganar un torneo en California, y ambas chicas inician un romance que se verá truncado cuando, para proteger a la hermana de Lou, Jackie se vea involucrada en un crimen.
Sangre en los labios es, como decíamos antes, una película plenamente consciente de su tono, que sabe que está contando cosas serias e importantes pero no tiene miedo de hacerlo de una manera desenfadada, recurriendo en ocasiones al humor o a la representación de estados alterados de conciencia. Es así que la película abraza la extravagancia y, hasta cierto punto, la cordura como una parte inherente a su estilo narrativo, pero sin nunca dejarse llevar por dicho estilo ni confundir la forma con el fondo. La historia siempre está en el núcleo de la película y en ningún momento deja de ser seria, pero lo que sí cambia es la forma de contarla por parte de la directora. Esta contraposición, que podría a primera vista parecer detrimental para la película, termina funcionando excelentemente, en parte porque sabe muy bien cómo usar sus referentes. Por momentos estamos ante una comedia dramática realista al más puro estilo Linklater, mientras que en otras ocasiones bebe directamente del cine de género de los Hermanos Coen y, en ciertos tramos, incluso parece abrazar el surrealismo de David Lynch, todo ello con una puesta en escena inspirada en el cine de Nicolas Winding Refn. Todos estos referentes, aunque totalmente identificables, no convierten la película en un pastiche, sino que son usados como ingredientes para cocinar una obra con una visión creativa independiente y que eleva lo que, de otra manera, podía resultar una historia un tanto genérica.
La película encapsula a la perfección el nuevo cine hecho por y para la generación Y y Z. Y es que es imposible no notar el estilo visual profundamente instagrameable habitual en estas producciones, con una estética vintage un tanto superflua pero cuidadosamente diseñada para activar la dosis ideal de nostalgia en la audiencia y una cinematografía hipercromática que prefiere la artificiosidad al realismo. Por otro lado, no obstante, también nos encontramos con los aspectos positivos de este cine, como puede ser el decidido tono autoral y la seguridad de la directora para imprimir en la cinta su propia personalidad y visión. Y es que, a fin de cuentas, estamos precisamente ante una de esas películas en la que lo que se cuenta es prácticamente tan importante como el cómo se cuenta.
Una película que pasa desapercibida, a la que quizá se llega sin demasiadas expectativas, pero que se gana un huequito en nuestro corazón.
Mención especial merece, sin duda, el repertorio actoral. Kristen Stewart ofrece la mejor interpretación de su carrera y demuestra cómo ciertos interpretes brillan más cuanto más se alejan del cine hipercomercial y abrazan proyectos independientes; Katy O’Brian por su parte, tira la puerta abajo con uno de los personajes más interesantes del cine independiente de los últimos años y nos demuestra que no es solo una secundaria recurrente (como la industria la había encasillado hasta el momento), sino una actriz de un enorme potencial. Pero las dos protagonistas están acompañadas de todo un conjunto de secundarios de lujo (capitaneados por un excelente Ed Harris) que ayudan a construir todo un microcosmos de personajes profundamente interesantes.
Pero si algo hay a destacar en la película, es cómo trae de vuelta un tipo de cine que muchos creíamos ya casi extinto: el de una película que no trata de ser ni un pedantescamente elevado cine de autor por un lado ni una simple obra de masas por el otro, sino algo intermedio. Una película que puede ser disfrutada tanto por la audiencia que quiere pasar un rato entretenido con una buena historia como por aquellos que quieren disfrutar de una obra con personajes complejos y temas interesantes, y, lo que es más importante, en la que estas dos vocaciones no están en conflicto sino que se alimentan la una a la otra.
Sangre en los labios no es una experiencia religiosa, no es una de esas películas en las que es imposible dejar de pensar una vez llegan los créditos y salimos de la sala del cine o apagamos la televisión. En su lugar, es una película que pasa desapercibida, a la que quizá se llega sin demasiadas expectativas, pero que se gana un huequito en nuestro corazón, quizá no por ser una obra maestra, pero sí por ser una cinta entrañable.