Revista Cintilatio
Clic para expandir

Oxígeno (2021) | Crítica

Atrapada por la tecnología
Oxígeno, de Alexandre Aja
De mano de la extraordinaria interpretación de Mélanie Laurent, Alexandre Aja ofrece un thriller de ciencia ficción repleto de tensión y sorpresas, sin apenas abandonar su escenario: una cámara criogénica donde nuestra protagonista despierta encerrada.
Por Pepe Tesoro x | 15 mayo, 2021 | Tiempo de lectura: 8 minutos

No es nada nuevo decir que la claustrofobia y la ansiedad caracterizan con especial precisión la era que nos ha tocado vivir. Aún no sabemos del todo cómo la pandemia afectará a la industria cultural, y en qué sentido el cine procesará y gestionará las enormes energías afectivas que tradicionalmente ha tratado tanto de expresar como de calmar. En este escenario, es evidente por qué una película que ocurre casi en su totalidad en el interior de un diminuto sarcófago resuena con especial afinidad con nuestros tiempos, aunque sin duda lo primero que deberá afrontar Oxígeno (Alexandre Aja, 2021) será las inevitables comparaciones con la relativamente similar Buried (Enterrado) (Rodrigo Cortés, 2010). Lo cierto es que Alexandre Aja, después de su criminalmente infravalorada Cuernos (2013) y la fabulosa Infierno bajo el agua (2019), ya ha demostrado de sobra que es mucho más que un director de género de segunda fila y que puede ofrecer toneladas de entretenimiento de la mejor calidad con la suficiente originalidad para emanciparse de comparaciones incómodas con otros. Y si Oxígeno desprende algo, a pesar de su limitado escenario y concepto, es pura y dura originalidad, que nos lleva a lugares que podrán gustarnos más o menos, pero que difícilmente podremos decir que nos esperábamos.

La premisa de Oxígeno es tan simple como brutal. Una mujer, interpretada por Mélanie Laurent, despierta sin razón aparente atrapada en el interior de una cámara criogénica. Sin recordar nada de su vida anterior, ni saber si estaba siendo atendida por algún tipo de enfermedad o por algún otro motivo más perverso, nuestra protagonista tendrá que iniciar una carrera a contrarreloj encerrada en este pequeño espacio para aprender cómo puede escapar antes de que se le acabe el oxígeno. Para ello no tendrá otro camino que la interacción con la tecnología de su diminuta celda unipersonal, animada por una inteligencia artificial llamada MILO (cuya voz pone Mathieu Amalric), con la que el personaje de Laurent tendrá que negociar para ir descubriendo la siguiente pieza del puzle. Lo que sigue es un agobiante thriller que ocupa sus primeros minutos en poner la tensión al máximo, y la mantiene de forma consistente a través de más y más giros inesperados, más volteretas argumentales que retuercen la trama y elevan las apuestas superando con creces el supuesto minimalismo de su planteamiento.

El guion y la actuación se retroaliementan armoniosamente en Oxígeno, al ofrecer la trama los apoyos para que Laurent viaje por un amplísimo espectro emocional en apenas hora y media de narración en tiempo real.

No hay por qué negar tampoco que el film riza el rizo en alguna ocasión, ofreciendo un fabuloso desvelamiento progresivo que, visto en retrospectiva, quizás no tenga tanto sentido. O cuando en algún momento introduce elementos que son realmente estimulantes, como cuando queda claro que alguna de la información que nuestra protagonista ha estado obteniendo puede que no sea cierta, al final aportan también algo de confusión, como al no dar un motivo claro de por qué una información era cierta y otra no. Pero quizás en eso consista el factor que decide si disfrutaremos o no de Oxígeno, la medida en la que podamos pasar por algunas de sus pequeñas inconsistencias para disfrutar de un film que es a la vez reducido y visionario, claustrofóbico y expansivo. Alexandre Aja firma la que es sin duda su mejor película hasta el momento logrando habilitar un relato extraordinariamente difícil, que conecta una premisa agobiante y minimalista con un universo enorme y una trama intrincada repleta de sorpresas, giros sobre giros de guion y más de un momento de puro asombro. Se trata de una tarea extremadamente difícil de realizar, y algún tropiezo por aquí y por allá la mantendrán a las puertas de la excelencia, pero no empañarán lo que por lo general es un grandioso thriller de ciencia ficción grabado en un espacio muy pequeño.

Alexandre Aja firma la que es sin duda su mejor película hasta el momento logrando habilitar un relato extraordinariamente difícil, que conecta una premisa agobiante y minimalista con un universo enorme.

Aja no tendría nada en su película si no tuviera a su lado (en realidad, en el centro mismo de su foco) a Mélanie Laurent, en la medida en que es su personaje el que ha de llevar sobre sus espaldas todo el peso narrativo y emocional de la película, tarea que la actriz francesa cumple con creces, elevando el guion mucho más allá de lo que cualquier otro intérprete hubiera logrado. Uno de los ejes de la intriga de Oxígeno, quizás el principal, consistirá precisamente en la identidad de nuestra propia protagonista, que a medida que sus recuerdos van regresando con cuentagotas y va desbloqueado nuevas pistas se enfrenta a una crisis existencial concentrada en el tiempo, para descubrir en el siguiente recodo del guion que quizás sus pistas, o incluso sus recuerdos, no son tan fiables como creía. La fuerte indeterminación que pone la película sobre cualquier cosa que pasa, mediante la introducción de drogas, alucinaciones, memorias falsas, mentiras, manipulaciones… etc., hace que solo podamos fiarnos en el instinto de nuestra protagonista de seguir con vida, centrando con inteligencia la atención en la formidable actuación de Laurent. Como era de esperar pero no debíamos tampoco dar por sentado, la actriz se gana con creces a la audiencia gracias a una de las mejores interpretaciones de su carrera, donde viaja por una montaña rusa emocional que la conduce de la ansiedad extrema a la melancolía profunda en una película rodada en tiempo real. Su esfuerzo no puede ser descrito sino colosal y como tal debe ser admirado.

Frente al desafío de grabar en un espacio tan reducido, Alexandre Aja hace uso de todo tipo de técnicas ingeniosas para lograr que el propio movimiento de la cámara forme parte de la narrativa del film.

En definitiva, Oxígeno es irónicamente un soplo de aire fresco tanto para el cine de género como para la francamente irregular calidad a la que nos tienen acostumbrados los estrenos de streaming, incluso cuando tienen grandes nombres y talento de su parte, hasta el punto de que no es fácil saber qué esperar cuando una plataforma estrena sus propias producciones. Pero está claro que Netflix está subiendo su nivel cada vez más, y Oxígeno es un claro ejemplo de ello. Aparte hemos de considerar la justa medida con la que el film comenta sobre los acontecimientos recientes, capturando con precisión la sensación general de angustia e incertidumbre que asalta a los seres humanos enfrentados a sus limitaciones biológicas y a su dependencia de la tecnología, pero sin ser innecesariamente explícita ni perder en ningún momento la sutileza. Es por ello por lo que el film puede ser visto perfectamente de forma independiente a la pandemia, como una fábula siniestra sobre el lugar de la ciencia y la técnica en la definición de la vida humana y de la identidad, y sobre los sacrificios y pérdidas que nos pide lo que entendemos que es el progreso de la especie. Es difícil de explicar, sin dar detalles sobre su guion, no solo cómo el film logra hilar con habilidad el misterio de su trama, sino además cómo lo une con una serie de reflexiones generales en torno a la condición humana, la deriva de la civilización, el lugar de la tecnología en nuestra sociedad y la determinación que fuerzas externas juegan en la definición de algo tan íntimo como nuestro cuerpo y nuestra identidad. Pero la realidad es que Oxígeno lo logra, y con creces.

Con todo no hace falta que la película sea una obra maestra de la ciencia ficción, ni siquiera la película que mejor capture la ansiedad y la claustrofobia de la pandemia (aunque claramente, por ahora, es una de las mejores), para ser una fabulosa obra de género que ejecuta a la perfección la ecuación que muchas otras buscan: combinar una premisa simple e intrigante con un desarrollo electrizante de giros de guion que suben sus ambiciones cada vez más, hasta clavar con tanta majestuosidad el aterrizaje que, aunque mirando atrás no todo tenga del todo sentido y la propia película tampoco tenga excusa, todo ello nos dará igual. Aquí hemos venido por un viaje trepidante de emociones, intriga, una pizca de terror, mucho espíritu especulativo y sobre todo la justa medida de seriedad. Con todo ello Alexandre Aja se va ganando poco a poco su lugar como uno de los cineastas de género más interesantes, sin lugar a dudas de los mejores todavía en activo, quizás no tanto por habernos regalado alguna obra maestra atemporal, sino por algo que en ocasiones es mucho más importante: producir consistentemente grandes obras de entretenimiento, con lo justo de ambición y lo justo de diversión. Muchos otros quieren apuntar más alto, pero acaban por cientos estrellándose muy por debajo. Mientras Aja siga en activo, se ha ganado la atención de los aficionados del cine de género. Con Oxígeno, aparte, se ha ganado nuestra admiración.