Hay determinadas propuestas de terror que basan su idiosincrasia en un porcentaje demasiado alto en todo lo que ya habíamos visto antes, reduciendo su potencial para sorprender y, lo que es más preocupante, para ofrecer tensión y terror. Offseason (Mickey Keating, 2021) es una de esas piezas, con su pueblo isleño, con sus habitantes de apariencia sectaria de los que guardan un gran secreto y su atmósfera neblinosa. Lo cierto es que lo último del cineasta estadounidense se siente como un enorme lugar común, con enormes influencias del imaginario de Lovecraft en forma de terror marino, y un cruce fílmico que pareciera que coge un poco de la En la boca del miedo (1994) de John Carpenter y la Silent Hill (2006) de Christophe Gans —que a su vez adapta el videojuego homónimo—, pero abandonándose a unas ideas visuales demasiado convencionales como para atrapar al aficionado al género y un guion y unas interpretaciones de baja calificación que no tienen el empuje necesario como para llevar a su terreno al espectador de cine de género casual. Su tendencia a la predecibilidad, así como una recurrencia en su subtexto, del que prácticamente carece, hacen que el visionado de Offseason caiga a los pocos minutos de su arranque en la sensación constante de «yo esto ya lo he visto antes», solo que probablemente más inspirado y menos manido. No hay realmente nada en la pieza que podamos utilizar para salvar los muebles, salvo quizá una fotografía bien diseñada, en la que las iluminaciones juegan siempre a favor y representan, sin lugar a dudas, el punto más memorable de una película que no consigue levantar el vuelo a pesar de sus esfuerzos por introducir sus variables y sus terrores isleños.
Un filme de escasa trascendencia que no ha sabido mantenerse dentro de la cueva del terror.
En lo argumental, Offseason cuenta la historia de una joven, interpretada por Jocelin Donahue que, tras el fallecimiento de su madre, debe viajar a su pueblo natal porque el encargado del cementerio la informa de que la tumba ha sido vandalizada. Una vez allí, es cuando el tema se pondrá peliagudo, y comenzarán a surgir todas las leyendas y los pactos demoníacos, los lugareños de apariencia siniestra, los bosques frondosos de los que parece no haber salida y los cementerios sombríos en los que, con un simple vistazo, se adivina que dentro de sus verjas intimidantes no puede pasar nada bueno. Como de costumbre, y ese es el principal hándicap de la obra de Mickey Keating, los personajes parecen todos sacados de un manual del estereotipo del género, tomando decisiones ridículas a cada paso que dan y pasando por alto la evidencia, demostrando una sangrante falta de comunicación entre ellos que los va a llevar al abismo y, por supuesto, reservando momentos catárticos de posible redención que tienen unas costuras tan a la vista que se pueden intuir desde los primeros diez minutos. Una verdadera lástima que partiendo de un material que podría haber dado mucho más de sí, usando una inspiración clara en el imaginario del mítico escritor de Providence y cogiendo préstamos que tienen mucho que ofrecer se quedara en un filme de escasa trascendencia que no ha sabido mantenerse dentro de la cueva del terror.