Minor Premise
Los muchos Jekylls del doctor Hyde
• País: Estados Unidos
• Año: 2020
• Dirección: Eric Schultz
• Guion: Justin Moretto, Eric Schultz, Thomas Torrey
• Título original: Minor Premise
• Género: Drama, Ciencia ficción, Thriller
• Productora: Bad Theology, Relic Pictures, Uncorked Productions
• Fotografía: Justin Derry
• Edición: James Codoyannis, Christopher Radcliff
• Música: Gavin Brivik
• Reparto: Sathya Sridharan, Paton Ashbrook, Dana Ashbrook
• Duración: 95 minutos
• Festival de Sitges:
Noves Visions
(2020)
• País: Estados Unidos
• Año: 2020
• Dirección: Eric Schultz
• Guion: Justin Moretto, Eric Schultz, Thomas Torrey
• Título original: Minor Premise
• Género: Drama, Ciencia ficción, Thriller
• Productora: Bad Theology, Relic Pictures, Uncorked Productions
• Fotografía: Justin Derry
• Edición: James Codoyannis, Christopher Radcliff
• Música: Gavin Brivik
• Reparto: Sathya Sridharan, Paton Ashbrook, Dana Ashbrook
• Duración: 95 minutos
• Festival de Sitges:
Noves Visions
(2020)
El director Eric Schultz nos encierra con un inestable joven científico en plena espiral de decadencia. Siguiendo la estela de un padre obsesionado con su experimento neurológico, aislará las emociones humanas y perderá el control sobre quién le controla.
El duelo es una de las sacudidas más poderosas que puede sufrir nuestro organismo. Más todavía cuando a quien lloramos es un pilar de referencia. Tanto más grave si es uno de nuestros padres. Si la relación era compleja, reinaba la incomprensión o ésta dejaba un poso de frustración o inferioridad, el proceso emocional del hijo va a ser una locura. En lo mental y en lo físico. El sistema inmune se hunde, podemos llegar a aferrarnos a los vicios. Perder la cabeza. Minor Premise (Eric Schultz, 2020) utiliza este punto de partida a modo de Layo, rey de Tebas, que abandona a su hijo Edipo en una comunidad científica voraz de éxitos, pero mucho más de créditos y réditos. De modo que el protagonista se encuentra nadando entre tiburones y enseña los dientes, indeciso sobre en quién poder confiar. Sobre todo cuando el amor perdido sigue por ahí rondando.
El protagonista se nos muestra completamente solo, compaginando un luto literal y otro por el amor perdido. Y encima, lo hace bajo la sombra de una reputada eminencia. Una mezcla explosiva para que nos hagamos una idea de qué tipo de sentimientos pelean en su interior para obtener literalmente el control. Se puede decir que la historia del cine está superpoblada de doppelgängers, siendo éste un término que sale a relucir cada dos por tres: recurrir a la disociación de personalidad, cuando se quiere vincular a un cierto realismo o a la ciencia-ficción, es un recurso muy manido que puede ser muy resultón, o inventarse las leyes de la naturaleza a su antojo y al margen de todo empirismo. Pero la historia del Dr. Jekyll y Mr. Hyde, increíble pero cierto, da en este interesante guion con un nuevo giro: quienes circulan por el cuerpo anfitrión, ya no son personajes con diferentes intereses, edades, roles en una comunidad que proteja al traumatizado niño interior que hemos podido ver en obras como las del más reciente Shyamalan. Es algo mucho más simple, evidente y primario: un sentimiento se irá apoderando de la mente y sus acciones cada vez.
La elección de algo tan segmentado, universal y puro como un sentimiento básico realmente juega en favor de la coherencia de la película y también de su recepción por parte del público. Los científicos pueden ponerse a jugar con sus ecuaciones, mantener ese guiño entre sí, porque pese a que sean totalmente abstractas para quienes seamos más bien de letras —que opinen los de mates a este respecto—, cumple su función narrativa sin liarnos la cabeza.
Una parte importante del subtexto va a versar sobre la ley de la jungla que puede llegar a reinar en ámbitos tan sacrificados y tan injustamente remunerados como la comunidad científica.
Lo verdaderamente importante es que nos podemos acomodar en ese terreno del llamado soft sci-fi (apto para ciudadanos de a pie, vaya) sin tener la sensación de que se nos quiere enredar en un relato diseñado para intelectuales. La comunicación entre obra y público fluye. Y gracias a esos duelos, ya mencionados y que nos son bien conocidos, empatizamos. Nos interesa qué va a ser de él, aunque podamos predecir el mal puerto al que va a llevar la cosa. Así, con apenas un par de escenarios —una casa y un par de jardines—, una silla con un casco marciano y un ordenador con lecturas de resonancias magnéticas, se levanta la estructura de esta obra que, sin fascinar, logra penetrar. Construye un relato más que digno entorno a los yoes que nos habitan y la volatilidad de los sentimientos en procesos de estrés, ligados a traumas o a inseguridades arraigadas, sin descartar explicaciones psiquiátricas más preocupantes. Puede compararse el ingenio de esta obra, de presupuesto probablemente más que modesto, con la habilidad de películas presentadas otros años en Sitges, siendo Primer (Shane Carruth, 2004) uno de los primeros referentes que vienen a la cabeza (sin ser exactamente de la misma temática, aunque sí primas hermanas en su capacidad de resolución de la presentación de los elementos fantásticos).
No serán únicamente los impulsos del cerebro del personaje principal los que entren en una guerra por el control del anfitrión. Decíamos antes que una parte importante del subtexto va a versar sobre la ley de la jungla que puede llegar a reinar en ámbitos tan sacrificados y tan injustamente remunerados como la comunidad científica —sobre todo en algunos países como el que habitamos—. Dentro de esta crítica, como va siendo por fin tendencia y como estamos comprobando en Sitges, sería irreal que el filme ignorase la posición de la mujer en este medio. Y como la cosa va de emociones que nos controlan y de liderazgo, el personaje femenino junto al protagonista va a ser muy revelador de qué errores cometemos en nuestras carreras dejándonos llevar a veces por el corazón… y hasta qué punto también podemos ser imprescindibles para mantener las cosas en orden.