La ciencia ficción, en concreto la especulativa que plantea un escenario paralelo al real que podría ser el nuestro, posee una capacidad discursiva de la que no es fácil escapar. Lapsis (Noah Hutton, 2020), igual que hiciera The Vast of Night (Andrew Patterson, 2019), se vale de los viejos códigos del cine distópico para plantear interesantes ideas de difícil exploración bajo otro escenario, en este caso sobre la conciencia de clase desde un punto de vista socioeconómico marxista que introduce en su baja ciencia ficción, de modo que todo se integra con facilidad en un filme multirreferencial y de potente simbología. Sus mejores ideas emanan directamente de lo real, de lo que existe y no depende de complicadas fórmulas éticas, y a través de un sistema de jerarquización de las alturas sociales —quizá un poco obvio y reduccionista, pero precisamente por ello bello en su simpleza— se eleva por encima del promedio al combinar unas inquietudes de lo más terrenales —los de arriba, las conspiraciones, la estafa sanitaria, la enfermedad profesional, el modelo del autónomo, la máquina como elemento instigador de competitividad insana— con un sentido de la narración cinematográfica naturalista alejado del efectismo visual.
Su punto de partida es quizá uno de lo más originales que hemos visto en tiempo: la computación cuántica se ha asentado en el mundo, y modificó el modo de entender el trabajo, las relaciones e incluso las enfermedades. En estas circunstancias, surgen nuevos modelos de negocio que son utilizados por las grandes corporaciones para ganar más y más dinero en detrimento de un estrato social medio que acepta lo que le echen con tal de salir adelante. Y una de estas novedosas alternativas laborales es la de «cableador», un empleo que consiste en, valga la redundancia, cablear kilómetros de bosques para conectar unos enormes cubos metálicos que mantienen unido el mercado comercial cuántico, del que dependen cantidades insultantes de dinero y que vendría a ser como un Wall Street adaptado al planteamiento. Noah Hutton, un cineasta que promete gran cine y que bebe directamente de maestros modernos de la ciencia ficción como Alex Garland, juega unas cartas que esquivan las limitaciones de presupuesto de Lapsis al centrarse en las consecuencias de la revolución cuántica desde un punto de vista social y humano en una decisión formal muy acertada.
Lapsis es una victoria imperfecta, una ciencia ficción de autor que, aunque lejos de las mieles de la excelencia, tiene más camino recorrido que por recorrer.
Mientras comenta sobre la creación de nuevas patologías físicas que emanan directamente del avance indiscriminado y no calculado de la ciencia —esa fatiga crónica que es fácil aterrizar sobre la apatía que viene con los tiempos—, introduce pequeñas píldoras argumentales bajo la forma de la obligada contrapartida que siempre nace para responder a una problemática: los rebeldes contra los opresores, la clase trabajadora contra los empresarios. Aunque una vez analizado puede parecer que no hila con la suficiente sutileza, lo cierto es que no prescinde de una buena historia que funcione independientemente de su corpus teórico. Así recurre a potentes recursos fílmicos para materializar un espíritu de clase particularmente inspirado que, si bien responde a preguntas de formulación sencilla, puede presumir de tener bajo el ala un sistema expositivo que escapa del convencionalismo y una puesta en escena, si bien no transgresora, si reconocible y memorable.
Al final, a la vez que se centra en sus personajes —grandes descubrimientos Dean Imperial y Madeline Wise— y les otorga motivaciones propias que los convierten en seres dolientes con su historia de vida detrás, mantiene el nivel prácticamente inalterable a lo largo de todo su metraje —salvo una pequeña bajada en el segundo acto—, y explica todo lo necesario para entrar en su realidad especulativa sin caer en la condescendencia típica de otras propuesta de ciencia ficción de mayor presupuesto. El tiempo que se toma para ir desarrollando su núcleo narrativo está combinado con la exposición de su arco argumental primario, y se permite recurrir a cuestiones tangenciales que, lejos de sentirse como un añadido de escasa profundidad, complementan su voz principal dotándola de más dimensiones. Lapsis es una victoria imperfecta, una ciencia ficción de autor que, aunque lejos de las mieles de la excelencia, tiene más camino recorrido que por recorrer.